martes, 22 de diciembre de 2020

HISTORIAS DE LA FAMILIA NIVARIA-ACHINECH. 20. BUENAVISTA DEL NORTE Y LOS SILOS. LOS SEÑORES DE LA ISLA BAJA.

             



            Como epílogo de este relato, dedicamos  su último capítulo a los municipios, perdón, quise decir personajes, que residen en el extremo más occidental de Nivaria: Buenavista del Norte y Los Silos. A éste último ni siquiera lo hemos mencionado hasta el momento, pero de Buenavista sí que hemos hablado bastante, concretamente en el capítulo que dedicamos a su hija Guía de Isora y a su yerno Santiago del Teide.

        Por el momento la denominaremos simplemente Buenavista, porque lo de “el Norte” es una adquisición relativamente reciente. En efecto, durante cuatro siglos y medio fue conocida simplemente por su nombre de pila, pero tal como ocurrió con su hija y su yerno, con el  tiempo se le incorporó un calificativo, posiblemente, como en el caso de aquellos, para diferenciarla de otras localidades con el mismo nombre.

Todo lo que conocemos hasta el momento sobre Buenavista corresponde a su etapa de adulta, como madre de Guía, pero este relato resultaría incompleto si omitiésemos su infancia y juventud, precisamente porque muchos de sus comportamientos futuros se debieron a experiencias vividas en las primeras etapas de su vida.

Como sabemos, Buenavista es hija única de San Pedro de Daute y de una joven lagunera. Ella siempre echó en falta una hermana, porque todos sus parientes más cercanos eran chicos y aunque se llevaba muy bien con ellos, no era lo mismo.

Es cierto que como hija del señor de Daute siempre estuvo rodeada por una pequeña corte de sirvientas e institutrices que trataban de hacer su vida más cómoda. Creció muy apegada a su madre, porque San Pedro pasaba la mayor parte de su tiempo dedicado a sus lecturas piadosas y a la gestión del Beneficio. A decir verdad, tampoco le hacía mucho caso y mucho menos le hizo cuando al fin pudo resolver el espinoso asunto de la herencia del Mayorazgo. A partir de entonces, Garachico pasó a ser para él como un hijo consentido y Buenavista continuó en su estado de “invisibilidad”

Pero el tiempo pasó implacable y la niña se convirtió en una joven, y muy bella, todo hay que decirlo. Era indiscutible que estaba destinada a contraer matrimonio con algún personaje de relevancia en la isla, como correspondía a su rango. Sin embargo, su padre comenzó a diseñar otro tipo de proyectos para su unigénita. La gran frustración de su vida fue siempre no haber tomado los hábitos y dedicarse por completo a la vida contemplativa. Si bien es cierto que en su cotidianeidad se comportaba como un verdadero hombre de Iglesia, no era lo mismo, pues tenía infinidad de obligaciones y responsabilidades como señor de Daute.

Soñó muchas veces con haber tenido un hijo varón que se dedicase por entero a la religión, tal como había hecho su hermano y que con su ayuda hubiese escalado los puestos más altos de la jerarquía religiosa de Nivaria, y por qué no, del reino. Estaba seguro que este hijo “nonato” hubiese redimido todas sus amarguras y frustraciones otorgándole la paz espiritual que siempre había ansiado.

Pero todo eso eran sueños y había que volver a la realidad, así que después de mucho pensarlo, aunque se tratase de un “sucedáneo” de aquellas fantasías, decidió que aún existía un remedio y era precisamente ofreciendo su hija a la Iglesia. Una vez tomada la decisión, su postura se  hizo inflexible. De nada sirvieron las quejas de la ya adolescente, ni de su esposa. San Pedro alegaba que resuelto ya el trámite de la transmisión del Mayorazgo, no era necesario un matrimonio de conveniencia, que  no resolvería nada y que además le obligaría a conceder una dote, quizás excesiva para sus posibilidades. Además, trató de convencer a la chica de que haría lo imposible porque ocupase el puesto de abadesa en cualquiera de los conventos más ricos y prestigiosos de Nivaria. Incluso le dio a escoger entre cualquiera de los de  Aguere, la Villa o Garachico, que eran las localidades donde se asentaban los de más renombre.

A Buenavista no le quedó otro remedio que obedecer a su padre y eligió iniciar su vida contemplativa el convento de Santa Catalina, de Aguere. Esta decisión, aunque forzada, tiene su explicación; de una parte, era el más alejado de Daute entre las diferentes opciones que se le presentaron, puesto que quería poner tierra por medio con su padre, ya que estaba tremendamente enfadada; y en segundo lugar, porque allí residía aún, aunque muy anciana, Sor María de Jesús, “la Siervita”, cuya fama de santidad había llegado a todos los rincones de Nivaria.

Pero como cabría esperar, sobre todo cuando la ausencia de vocación es total, el traslado a Aguere fue un auténtico desastre. No disponemos de demasiada información al respecto porque lo que ocurría tras los muros del convento era llevado con todo sigilo. La chica aguantó lo que pudo, hasta que estalló. Antes de un mes la abadesa hizo llamar a sus padres para ponerlos al corriente de la situación y buscar una solución.




San Pedro estaba consternado, jamás hubiese imaginado encontrarse en una situación como ésta; su mujer, en cambio, no cabía en sí de gozo, ante la posibilidad de recuperar a su hija, aunque hacía lo imposible por no mostrar sus sentimientos. Lo que quedó muy claro en aquella reunión es que un traslado a otro convento no resolvería nada.

Coincidió, por lazos del destino, que durante aquel mes Buenavista había conocido a la “ilustre dama”, dado ésta  solía frecuentar el convento en busca de los consejos de “La Siervita”. La Laguna había mantenido siempre una gran amistad con su familia materna, también de Aguere, como sabemos, y  estaba enterada de su situación en aquel lugar por las confidencias de la abadesa. Por este motivo, la “ilustre dama” fue invitada a la reunión con sus padres. No sabemos si por altruismo, o por amistad, fue ella quien encontró una solución al conflicto.

Visto que estaba descartado un traslado a otro convento y que la vuelta inmediata al hogar familiar podría ocasionar conflictos en su seno, además de las habladurías de los lugareños, se ofreció para “pupilarla” (término utilizado por aquellos tiempos, hoy en desuso) durante el tiempo que fuese necesario.

Dicho en otras palabras, se comprometió a acogerla en su residencia como si se tratase de un familiar y velar por ella, además de procurarle un futuro acorde con su rango. Todos estuvieron de acuerdo, incluyendo Buenavista, porque sus familiares laguneros maternos no estaban ya en condiciones de ejercer tal “pupilaje”, mientras que el ofrecimiento venía de la “dama principal” de Nivaria.

El lector estará tan sorprendido tras leer el párrafo, como este humilde “juntaletras” después de escribirlo, pero todo tiene su explicación por muy difícil que suene.  Esta generosidad  no era precisamente una de las cualidades que adornaban a La Laguna, como hemos podido comprobar a lo largo de nuestro relato. En estos momentos aquella se encontraba entregada a los trámites de adopción de sus mellizos y sus recobradas “ansias” maternales habían provocado, al menos temporalmente, una dulcificación de su carácter. Por otra parte, siempre le había perseguido un gran remordimiento desde que tuvo aquella conversación con El Tanque y como diríamos, lo puso “contra las cuerdas”.

Era demasiado orgullosa para reconocer su error públicamente y mucho menos pedir disculpas, pero pensaba que haciendo el bien a la sobrina, saldaba su deuda con el tío, porque aquel, tarde o temprano, iba a enterarse de su actuación.

Lo cierto es que Buenavista residió durante una larga temporada con La Laguna, como si de un familiar se tratase. La chica no tenía especial interés en estudiar, al menos de una manera reglada, porque a pesar de su juventud, poseía una sólida formación gracias al selecto grupo de profesores que sus padres habían elegido para ella. Además, según la “ilustre dama”, perteneciendo a la familia de los Daute, con esa “cultura general” que poseía, con su juventud y belleza, tenía todos los ingredientes necesarios para llevar a cabo un casamiento en las mejores condiciones.

Ahora de lo que se trataba era de presentarle un candidato de su gusto y celebrar un buen matrimonio que acabase definitivamente con todos estos problemas  provocados por las ocurrencias de San Pedro de Daute. Y la ocasión llegó antes de lo esperado. Desde hacía unos meses se había establecido en Aguere  un garachiquense que copaba toda la atención de la “buena sociedad” de Nivaria. Se trataba de Tomé Cano, que muy joven había superado la prueba de piloto de la carrera de Indias en la Casa de Contratación de Sevilla. Había realizado numerosos viajes a América y participado en la expedición de la Armada Invencible. Pero por lo que era más conocido y considerado casi un héroe fue por su accidentado regreso en barco a La Palma, tras la amarga derrota en las costas británicas.

Además de todo ello, poseía un enorme prestigio como técnico de navegación, ya que era autor del tercer libro publicado en España y en el mundo sobre esta materia: “Arte para fabricar, aparejar y fortificar naos de guerra y merchante”. Era además miembro del Consejo de Indias y la Casa de Contratación, por lo que era consultado siempre que se proyectaba alguna expedición a tierras desconocidas. Si bien es cierto que  la diferencia de edad con Buenavista era notable, puesto que aquella aún no llegaba a la veintena, La Laguna consideró que era el candidato idóneo.

El lector que haya seguido este relato desde su inicio sabe perfectamente que cuando la “ilustre dama” se proponía algo, hacía lo imposible por conseguirlo, y esta ocasión no iba a ser diferente ¡quién iba a dudarlo! En poco tiempo se comunicó oficialmente el compromiso con plena satisfacción para los interesados: la pareja, sus respectivas familias y sobre todo, para la “casamentera” que  como diríamos coloquialmente “se quitaba un muerto de encima” y podría dedicar sus esfuerzos a asuntos más personales como la “adopción” de sus mellizos.

La fecha de la boda se pospuso para el año siguiente por diferentes motivos, entre ellos la juventud de la novia y las obligaciones del novio, que tuvo que trasladarse durante un tiempo a Sevilla, ya que sus compromisos con la Casa de Contratación así se lo exigían. Esta demora permitía a la familia de la chica realizar todos los preparativos para la boda de mayor prestigio que jamás se había celebrado en Daute.

Por fin llegó el día de la ceremonia y esta tuvo lugar en la iglesia más importante de Garachico y de la comarca, la parroquia de Santa Ana. A la misma asistió buena parte de la aristocracia de Nivaria, encabezados por su figura más preeminente, la “ilustre dama”. En efecto, La Laguna actuó de madrina en la ceremonia y de padrino Garachico, futuro señor de Daute.

El lector se preguntará cómo es posible que la madrina aceptase participar en un evento que se celebraba a tanta distancia de Aguere, cuando para ella Nivaria tenía unos límites muy definidos: por el norte La Cruz del Carmen, por el este, La Cuesta de Arguijón, por el sur la ladera de Güímar y por el oeste la de Tigaiga. Fuera de estos límites, para ella,  aquellas tierras eran tan distantes como cualquier otra isla del Archipiélago, la Península o las colonias. Pero todos sabemos que al menos en una ocasión había traspasado aquellos límites, cuando tuvo que desplazarse a Chasna para dar a luz a sus mellizos, algo que nunca iba a reconocer. La razón fundamental era el compromiso adquirido ante “la Siervita” de resolver aquella situación, y sobre todo, que su carácter había experimentado un cambio considerable tras la adopción de los mellizos, equilibrándose bastante sus niveles de intolerancia y empatía.

No obstante, para su traslado, tanto de ida como de vuelta, puso sus condiciones: en coche de caballos hasta la residencia de su nieto Puerto de la Cruz, y desde allí, en barco hasta Garachico.

No vamos a detenernos en la descripción de la ceremonia, porque el lector podrá imaginar que no se diferenciaría de otras que hemos comentado a lo largo de anteriores capítulos, aunque posiblemente esta fue más multitudinaria; y precisamente en esta afluencia de público se gestó  el mayor error que La Laguna jamás había cometido.




En efecto, entre el público que se agolpaba en las calles de Garachico se encontraba Masca, una mujer oriunda de uno de aquellos barrancos del macizo de Teno que desde hacía algún tiempo había sido contratada como sirvienta de El Tanque. Como los lectores comprenderán, especialmente aquellos que comparten la teoría de “el karma”, nuestro relato no podría acabar bien sin que la “ilustre dama”, que tantos “cadáveres”  había ido dejando a lo largo de su trayectoria vital, incluyendo a miembros de su propia familia, recogiese algo del mal que había ido sembrando.

            Pues bien, casualmente Masca formaba parte del  pequeño grupo de muchachas que fueron reclutadas en distintos caseríos de la isla, muy distantes unos de otros, para que atendiesen a La Laguna mientras pasaba los últimos meses de aquel embarazo clandestino en Chasna. Las otras procedían de Aguerche, en la comarca de Agache, de La Corujera,  y de Tachero, en la costa de Taganana. Ninguna sabía quién era aquella señora, aunque era evidente que se trataba de  una dama principal. Ella fue la que la atendió durante el parto, porque contaba con alguna experiencia en estos menesteres. Luego fueron devueltas a sus caseríos con una sustanciosa recompensa por sus servicios. Su sorpresa fue mayúscula cuando la vio como madrina acompañando a los contrayentes y seguida de varias jóvenes y tres niños, entre ellos una pareja de mellizos.

Nada más llegar a la casa parroquial contó aquella historia con todo lujo de detalles a El Tanque, que aunque también había asistido a la boda, por precaución ni siquiera se había acercado a la madrina. Evidentemente, le costó muy poco comprender aquella historia pero no mostró interés alguno a su sirvienta. En realidad lo que bullía en su cabeza era un conjunto de suposiciones y para hacerlas realidad había que constatarlas. Acostumbrado como estaba a realizar informes desde su época en el obispado, le costó muy poco obtener las pruebas necesarias. Se trasladó a la Casa Cuna, y aprovechando su condición de sacerdote obtuvo información de la llegada al centro de los mellizos que posteriormente fueron adoptados; cotejó fechas con la estancia de Masca en Chasna y con la salida definitiva del Capitán General de Nivaria, concluyendo que aquellos niños no eran fruto de su matrimonio.

Poco después volvió a repetirse la misma entrevista de tiempo atrás, pero en esta ocasión a la inversa. La Laguna desconocía por completo el motivo de la misma y en este caso era El Tanque quien poseía la información. Pero a diferencia de lo que posiblemente los lectores imaginarían que sucedió, aquél simplemente comunico a la dama que conocía toda aquella historia y que poseía pruebas irrefutables; igualmente le comunicó que consideraba que aquella era infinitamente más escandalosa que la suya, pero que iba a mantenerla en secreto. La venganza no entraba en sus planes, especialmente cuando podría hacer daño a inocentes. Dicho esto, finalizó la conversación sin tan siquiera dar ocasión a La Laguna de hacer el más mínimo comentario.

A partir de ese momento no ha habido día en que la “ilustre dama”  no sienta un pellizco en el corazón ante el temor de que El Tanque cambie de opinión. Sin embargo, nunca ha reunido las fuerzas suficientes como para suplicarle que la perdonase y rogarle que mantuviese aquella historia en secreto.

Volvamos de nuevo, tras este breve paréntesis,  a los protagonistas de este capítulo. Aunque Tomé Cano poseía algunas tierras en Daute, en realidad se trataba de un marino y ahora  funcionario público que vivía de un sueldo, eso sí, bastante elevado. También poseía varias propiedades en Sevilla, donde había residido en los últimos años. Buenavista, como hija única, recibió de dote extensos terrenos en los sectores más occidentales y meridionales de Daute, quizás como compensación por la pérdida del Mayorazgo. Estos comprendían la mayor parte de la Isla Baja, al oeste de la denominada Caleta de Interián, el Macizo de Teno incluyendo el Valle del Palmar y buena parte de Isora, aunque estos eran terrenos de muy poco valor ya que se trataba de  malpaíses en su mayor parte.

El matrimonio se estableció en las proximidades de la montaña de Taco, donde existía un pequeño caserío fundado tras la conquista por el extremeño Juan Méndez el Viejo. Pasados unos meses, Tomé Cano fue llamado con urgencia a Sevilla por asuntos de gran relevancia y en esta ocasión su joven esposa lo acompañaría en el viaje. Era la primera ocasión en que un miembro de los Daute se trasladaba a la Península, a las colonias, en cambio, ya lo había hecho un gran número de ellos. La nave que los trasladaba partió del puerto de Garachico y en unos días tuvo que regresar debido a la persecución de corsarios ingleses que los hostigaron peligrosamente.  Buenavista no llevó muy bien el “vaivén” de la nave y quedó traumatizada por el episodio “pirático”, así que cuando su esposo reemprendió el viaje, ella permaneció en Nivaria.




Lo que iban a ser unos meses de separación se convirtieron en años, porque Tomé Cano cada vez adquiría compromisos de mayor responsabilidad y su presencia era imprescindible en la ciudad andaluza. Esta ausencia del marido tuvo una compensación para Buenavista, pues unos meses más tarde nació su hija mayor, Guía, de quien nos ocupamos en un capítulo precedente.

Durante su embarazo, Buenavista tenía serios problemas para trasladarse a la parroquia de San Pedro de Daute para cumplir con sus obligaciones dominicales, y en más de una ocasión oyó misa en la ermita de Nuestra Señora de la Concepción, que pertenecía a la familia de los Yanes y estaba enclavada en Los Silos. Buenavista reclamó de su padre la creación de una parroquia en las proximidades de su residencia, no sólo por su comodidad, sino por la de los numerosos vecinos que poco a poco se habían ido asentando en el caserío. Entre estos se encontraban un buen número de sevillanos, a quienes Tomé Cano había ofrecido solares en las proximidades de su hacienda; estas viviendas fueron el germen del barrio de Triana, que tomó el nombre del más conocido de Sevilla.

Estas peticiones de Buenavista determinaron la división del beneficio de Daute en dos, tal como comentamos en el capítulo anterior: el de la parroquia de Santa Ana en Garachico y el de  la de Nuestra Señora de los Remedios en Buenavista; esta última poseía una extensa jurisdicción que comprendía además de todas las tierras recibidas como dote, el Valle de Santiago.

En ausencia de su esposo, Buenavista se encargó de gestionar la administración de sus tierras; como en el resto de Daute, inicialmente se dedicaron a los cañaverales que surtían a varios ingenios y posteriormente, tras la crisis de este cultivo, se sustituyó por la vid, cuya producción se exportaba, como es sabido, por el puerto de Garachico.

A diferencia de Garachico, quizás también por poseer un territorio mucho más extenso, Buenavista contaba con una mayor riqueza agropecuaria; además de las vides, el Valle del Palmar  y la Tierra del Trigo se convirtieron en los graneros de la comarca; por otra parte, el Macizo de Teno, continuó siendo, como en la época aborigen, una sector con un gran desarrollo del pastoreo. Todo ello contribuyó a que por aquellos años la localidad ocupase por población y riqueza un lugar muy destacado en Nivaria, superada solamente por Aguere, La Villa y Garachico.

Pasados unos años volvió de Sevilla su esposo, que ni siquiera conocía a su hija. En esta ocasión  sería para quedarse definitivamente. Durante un breve periodo el matrimonio vivió una segunda luna de miel y Buenavista volvió a quedar embarazada. Sin embargo, al poco tiempo don Tomé se vio afectado de un proceso tuberculoso que acabó con su vida en pocos meses. A Buenavista no le quedó otro remedio que sobreponerse a la desgracia con su pensamiento puesto tanto en su hija Guía como en la criatura que estaba por nacer.

Poco tiempo después vino al mundo un niño, al que bautizaron como Los Silos y fue apadrinado por su hermana y su pariente Garachico. A la criatura hubo que “cristianarla” apenas nació puesto que había pocas esperanzas de que sobreviviese. En efecto, el recién nacido presentaba un aspecto poco saludable, pero con la atención y los cuidados de su madre sobrevivió a los primeros años. Esa debilidad desde su nacimiento hizo de él un niño enfermizo que apenas salía de la residencia familiar. A los diez o quizás once años, los médicos le diagnosticaron un proceso tuberculoso, similar al que había afectado a su padre, y como solía decirse, nadie daba un duro por su vida. Buenavista hizo venir a los médicos más afamados de Nivaria que nada pudieron hacer por mejorar la salud del crío.

Ante el desespero de la madre, dos sirvientas de la casa, las hermanas Portelas (Alta y Baja) le comentaron que desde siempre en su familia, cuando se veían afectados por este tipo de enfermedades solían recluirse en una choza en el monte del Agua; pasado un tiempo solían experimentar una mejora notable. Considerando que este era el último remedio para que su hijo recuperase la salud, mandó construir una pequeña casa en aquel monte, a la que denominaron “Casa de los Tomillos” por la abundancia de esta planta en sus alrededores. Allí permaneció el chiquillo durante unos meses al cuidado de La Portela Alta y de su marido, Erjos, que era el guardabosques de aquel monte.

En medio de aquel bosque de laurisilva, respirando aire puro, dando pequeños paseos y tomando infinidad de infusiones de aquellas plantas medicinales que proliferaban por el lugar, el niño se recuperó, o mejor dicho, ganó la salud que nunca había tenido desde su nacimiento. A partir de entonces, aquellos parajes cobraron fama como lugar de cura no solo en la comarca sino fuera de ella.

Lo cierto es que el chiquillo llegó a su casa con un aspecto tan sano y fuerte que a Buenavista no le costó demasiado separarse de él un tiempo después, cuando comenzó sus estudios secundarios. El lugar elegido fue, como en otros muchos casos que hemos comentado, el seminario de Aguere, dado que actuaba como internado y no era condición indispensable para sus alumnos vestir los hábitos en un futuro inmediato.

No obstante, las visitas de su madre eran frecuentes; para ello utilizaba cualquier barco de cabotaje que desde Garachico se dirigiese a Añazo, y desde allí,  en coche de caballos  hasta Aguere. Para el viaje de vuelta a Daute utilizaba el mismo sistema de trasporte. Durante su estancia en Aguere solía residir en casa de la “ilustre dama” donde había espacio suficiente y que solía mostrar gran satisfacción con su presencia. Lo cierto es, todo sea dicho, que desde aquella conversación que relatamos, se cuidaba muy mucho de hacer cualquier feo o desprecio a los Daute, no fuera a ser que El Tanque se incomodase y se le “soltase” la  lengua.




Los Silos continuó algunos años en el Seminario y acabó el bachiller en el Instituto de Canarias. Algunas veces iba a merendar a casa de La  Laguna y solía ojear la biblioteca de la familia. Allí descubrió muchos libros de anatomía que había utilizado Arico durante su “breve” periodo universitario. Le encantaban aquellos grabados con imágenes del cuerpo humano y decidió que quería estudiar Medicina, para lo cual era inevitable trasladarse a la Península. La Laguna recomendó a Buenavista que el chico no se matriculase en Cádiz, que era donde solía hacerlo la mayoría de los canarios, porque después de la amarga experiencia que había tenido con su hijo, la consideraba una ciudad demasiado “festera”. Así que aprovechando que en Sevilla contaba con numerosas amistades de su marido, además de residencia propia, Los Silos estudió su carrera en la capital andaluza.

El muchacho fue un excelente estudiante y pasado el tiempo pertinente, regresó a Nivaria con su flamante título bajo el brazo. En Sevilla había tenido ocasión de realizar sus primeras prácticas en el hospital de La Caridad, que había sido erigido por un viejo amigo de su padre, don Miguel de Mañara, para la atención de viejos y vagabundos enfermos. Su actividad en el mismo fue impecable con gran satisfacción de su “protector” que incluso llegó a ofrecerle un cargo de responsabilidad en la Hermandad, en cuanto finalizase sus estudios. Pero a Los Silos le tiraba mucho Nivaria y cuando llegó el momento regresó a la Isla Baja.

En una de sus pocas visitas a Tenerife, mientras estudiaba en la capital andaluza, actuó como “marido” en la boda por poderes que llevó a cabo su hermana con aquel muchacho de Fuerteventura, y que como el lector recordará, fue un matrimonio frustrado. A diferencia de Guía y de otros parientes, no sintió la necesidad o las ganas de “cruzar el charco” y permaneció el resto de su vida en aquel rincón de Nivaria. En ese sentido era muy parecido a su pariente El Tanque, prefería la vida tranquila de la comarca, a pesar de que con la fama que le precedía a su llegada de Sevilla tuvo la posibilidad de establecerse en otras localidades como El Puerto de La Cruz, La Villa, Aguere e incuso Añazo. En todas ellas podría haber desarrollado su actividad profesional con mucho mayor éxito que en Daute.

Tras su llegada, después de pasar una larga temporada junto a su madre, haciéndole compañía después de la marcha de su hermana a Venezuela, decidió que había llegado el momento de emanciparse y  solicitó de Buenavista algún lugar donde establecerse e iniciar su vida como localidad, perdón, quise decir joven independiente.

Su madre le cedió una pequeña franja de terreno entre la montaña de Taco y las tierras de su pariente Garachico, que por su confín meridional llegaban al puerto de Erjos, ya en el macizo de Teno, vía natural de comunicación con el sur de la isla.

El muchacho estableció su residencia a los pies de la montaña de Aregume, junto al cauce del barranco de Sibora. El lugar escogido poseía unas condiciones excelentes para la actividad agrícola y además el barranco recogía los caudales de otros más pequeños que tenían su nacimiento en el monte del Agua. El caserío tuvo su origen tras la conquista, por obra del portugués Gonzalo Yanes o Gonzalianes, que había establecido en el lugar algunos ingenios. Además, parece ser que el nombre de Los Silos procede precisamente de tres depósitos de almacenamiento de cereales (o silos) que este había construido en la montaña de Aregume. Hay, no obstante, quien defiende que tales silos tendrían un origen prehispánico y habrían sido excavados en la montaña por los aborígenes.

Sea como fuere, lo cierto es que la imagen de tres bocas excavadas en una pequeña montaña aparece en el escudo de la localidad, como símbolo de su origen y de su denominación. Y aprovechando que hablamos de escudos, habría que decir que por estos años  tuvo lugar en Buenavista un suceso que del mismo modo que en el caso de su hijo, va a quedar  materializado en su escudo para la posteridad. En efecto, como había ocurrido ya en épocas anteriores, una terrible plaga de langostas (o cigarrones) asoló el lugar, devastando campos, huertas y prados. En esta ocasión fue tan intensa que los lugareños decidieron sacar en procesión la imagen de la virgen de Los Remedios. Según cuenta la tradición, gracias a  la intervención de esta la plaga desapareció, mientras que de regreso al templo dos de aquellos insectos se posaron en el manto de la virgen acompañándola hasta las puertas del mismo. Es por ello que en el escudo de la localidad, además de un faro y un cardón, se representan dos saltamontes dorados.

Enlazando con el tema de escudos y blasones, también por estos años Buenavista, sin esperárselo, se vio envuelta en un conflicto con un miembro de una de las familias más prestigiosas de Daute. En efecto, don Pedro de Ponte y Llerena Hoyo y Calderón, que este era su nombre, había nacido en Garachico y desde muy joven comenzó una exitosa carrera militar: participó en las guerras de Portugal y franco holandesa; fue nombrado gobernador de Gante y posteriormente gobernador y capitán general de Tierra Firme y presidente de la Audiencia de Panamá. Regresó a las islas como capitán general y con el título de conde del Palmar. Este hecho generó un gran disgusto y malestar en Buenavista, que vio como lo que siempre  había considerado su granero, pasaba a manos de un particular.

En realidad, poco tenía que hacer ante las decisiones del monarca y la importancia del personaje. El valle del Palmar poseía, como hemos dicho, unos suelos muy fértiles, especialmente para los cereales, por lo que no es de extrañar que fuese éste un elemente fundamental a tener en cuenta a la hora de otorgar el título. Además del disgusto, Buenavista tuvo que soportar la arrogancia de aquel militar que había sido acusado por sus contemporáneos de estar dominado por una  viva ansia de tomar dinero por todos los caminos posibles, costumbre que según parece había traído de Panamá. Sin embargo, con el tiempo las aguas volvieron a su cauce y parece ser que en los últimos años del conde las relaciones entre ambos llegaron a ser incluso cordiales.

Mientras tenía lugar este conflicto Los Silos desarrollaba su profesión con bastante éxito, a la par que invertía sus ganancias en tierras de cultivo. Tenía muy buenas relaciones con sus convecinos, no solo por la actividad que desempeñaba sino por su preocupación en mejorar las condiciones de vida de aquellos. Como ejemplo baste citar que pagó de su bolsillo el empedrado de las escasas calles del caserío, hecho poco frecuente en las localidades de la comarca, donde la mayor parte de las vías eran simplemente de tierra batida.



Pero no todo era trabajo en su vida, pues también le atraía la diversión. Fue precisamente en unas fiestas, las de La Librea, sobre la que más adelante volveremos, donde se encontró con la que iba a ser su esposa, aunque la conocía de oídas puesto que eran parientes. Se trataba de La Caleta de Interián, hija de Garachico y por tanto prima segunda suya. La muchacha reunía todas las cualidades que éste buscaba en una pareja, pues aunque carecía de un título universitario, poseía en cambio una sólida formación, como todas las féminas de los Daute. También  La Caleta descubrió que su “medio” primo era, sin lugar a dudas,  su media naranja. Lo bueno en estos casos es que en aquella época tan marcada por los convencionalismos sociales, ninguno podía poner objeción alguna a la familia de procedencia de su futura pareja, ya que ambos compartían la misma parentela.

La Caleta se había dado a conocer en la Isla Baja gracias al conflicto que mantuvo precisamente con el conde del Palmar, don Pedro de Ponte. El motivo de aquel desencuentro había sido las intenciones del conde de gravar, con un impuesto propio, la sal que tradicionalmente habían venido obteniendo las mujeres de los Silos de manera artesanal. En efecto, en la franja costera que va desde el charco “El Cumplido” hasta “El Gomero” existían unas cavidades naturales en la roca donde las silenses instalaban lo que se denominaba “lajas”.  Se trataba de unas salinas domésticas situadas a unas decenas de metros del mar. Éstas eran trabajadas exclusivamente por mujeres y se heredaban de madres a hijas o a nueras. Casi todas las familias disponían de alguna “laja” y quien no, podía obtener el producto bien prestando ayuda a otras mujeres, o trabajándolas a medias.

La Caleta era perfecta conocedora de aquella costumbre porque trataba habitualmente con aquellas mujeres y en alguna ocasión las ayudaba y obtenía su pequeña recompensa. En efecto, como su hermano El Guincho, era muy aficionada a todo lo que tuviera que ver con el mar y aunque no podía dedicarse a la pesca, porque  era una actividad destinada exclusivamente a los hombres, sí que se pasaba las horas cogiendo lapas y burgados en aquellas playas. Desde que el Conde comenzó sus actuaciones, La Caleta se posicionó del lado de las “salineras” y con ella toda su familia, especialmente Buenavista, que le tenía bastantes ganas.

 Todos se pusieron manos a la obra, desde  San Pedro de Daute a Garachico y por supuesto Buenavista, removiendo archivos familiares, antiguas datas, documentos de todo tipo, etc. y obteniendo la información necesaria que respaldaba a aquellas “recolectoras” de sal. Ante esto, a don Pedro no le quedó otro remedio que recular y desechar sus pretensiones.

Como dijimos, la pareja se había conocido personalmente en las fiestas de La Librea de Buenavista. Esta celebración era de gran tradición en la comarca y tenía lugar en la víspera de la fiesta de la Virgen de los Remedios, el 25 de octubre. Se formaba una comitiva que recorría las calles; ésta estaba formada por tres parejas de bailadores y a continuación los músicos que tañían los acordes de un tajaraste. Precediendo la comitiva iba una niña vestida de angelito que sujetaba con una cadena al diablo al que se le prendía fuego una vez llegados a la plaza principal. El origen es desconocido y su razón era representar el final del mal, encarnado en el diablo, enemigo de animales y cosechas. En aquella ocasión, Los Silos participaba como bailarín en el grupo e inmediatamente había llamado la atención de la muchacha.

En el valle del Palmar también se celebraba otra Librea, pero en fechas diferentes; en este caso tenía lugar la última semana de septiembre, coincidiendo con la festividad de la patrona, la virgen de La Consolación. Además existen pequeñas diferencias formales en relación a la capital municipal, pues aquí los bailarines son todos hombres, aunque tres de ellos van vestidos de mujer y por otra parte, el diablo va suelto.

Después de un corto noviazgo la pareja y sus familias anunciaron su boda. Lo que era por principio una feliz noticia se convirtió en un foco de problemas para los enamorados. Garachico, padre de la novia y padrino en la ceremonia, estimaba que ésta debería celebrarse en la localidad y en el templo principal de la comarca de Daute, es decir, en la parroquia de Santa Ana de Garachico. Buenavista, madre del novio y madrina en el enlace, estimaba, por el contrario, que ya  Santa Ana no era la principal parroquia en la comarca, porque la de Los Remedios poseía un beneficio muchísimo más extenso y con mayor número de fieles, llegando casi hasta los límites con Adeje; por otra parte, después del aquella erupción que cegó su puerto y arrasó la localidad, Garachico había perdido también la primacía comarcal.

Ni uno ni otro cedía lo más mínimo en sus planteamientos y este conflicto estuvo a punto de dar al traste con la ceremonia. El novio, con mucho acierto, consideró que la única solución estaba en que la celebración tuviera lugar en un lugar diferente para que ninguno de los padrinos se sintiese ofendido. Recibió la propuesta de Icod para que esta se celebrase en la Iglesia de San Marcos y a punto estuvo de aceptar; menos más que la novia se percató de las intenciones de su tío, porque en unos momentos de litigios por la capitalidad comarcal entre Garachico y su hermano, celebrar allí la boda hubiera sido para su padre una ofensa infinitamente mayor que si esta se hubiese celebrado en Buenavista.

Así estaban las cosas hasta que la pareja concluyó que la única solución era celebrar su boda en la iglesia de la virgen de La Luz de Los Silos, a medio camino entre las residencias de sus progenitores respectivos y el lugar donde iban a vivir el resto de sus días. El problema estribaba en que se trataba de un templo de pequeñas dimensiones poco acorde con la categoría de aquel enlace y de los invitados que tenían previsto asistir al mismo. Así que Los Silos se propuso una rehabilitación integral del templo y para ello contrató al prestigioso arquitecto vallisoletano Mariano Estanga, que llevaba ya bastante tiempo desarrollando su labor en la isla. La fama que le precedía era excelente; obras suyas fueron el Hotel Quisisana y el edificio del Círculo de Amistad, así como numerosas residencias y palacetes para las élites de Añazo, La Laguna o La Villa.




Como introductor en la isla del modernismo y del “revival” del gótico, Estanga puso en práctica sus ideas en la parroquia de Los Silos. En principio cercó con muretes la pequeña plaza y situó en su centro un quiosco de estilo muy próximo al art-noveau. Luego colocó una fachada-telón de estilo “neogótico” sobre la primitiva iglesia, mientras que en las paredes laterales del templo abrió ventanas de estilo románico.

Estas modificaciones  dotaron de gran singularidad tanto al edificio como a su entorno; si a ello añadimos el empedrado previo de algunas  calles que había llevado a cabo el novio, no es de extrañar la satisfacción y aprobación general de todos los asistentes a la boda, que esta vez sí, pudo llevarse a cabo sin inconveniente alguno.

Como curiosidad habría que señalar que este sector occidental de la Isla Baja no ha tenido demasiada fortuna a lo largo de la historia con sus edificios religiosos. De las cuatro más importantes, solamente se ha salvado del desastre la iglesia  de Los Silos, porque el templo parroquial de Buenavista, que como sabemos está bajo la advocación de Nuestra Señora de Los Remedios,  sufrió un terrible incendio en 1996; en efecto, en poco tiempo el fuego acabó con un rico patrimonio cultural y religioso reunido a lo largo de casi cinco siglos de historia. Por suerte, tras el desastre, se iniciaron las labores de reconstrucción.

Peor fortuna corrieron  el convento franciscano de Buenavista, creado en 1647, y el de San Sebastián, de Los Silos (1649). Después de un largo periodo de difícil existencia, ambos sucumbieron ante el proceso desamortizador de mediados del siglo XIX y desaparecieron. El solar ocupado por el de Buenavista acabó convirtiéndose en cementerio municipal.

A pesar de tratarse de la localidad más “joven” de la Isla Baja, Los Silos siempre  se ha caracterizado por la belleza y conservación del casco municipal; ya en 1921 obtuvo del rey Alfonso XIII el título de villa como premio a su “laboriosidad y pulcritud”. Su madre, en cambio, tuvo que esperar algunas décadas más para que le fuese concedido el citado título, concretamente en 1948, al tiempo que se añadía a su denominación oficial “del Norte”, tal como señalamos en el comienzo de este capítulo.

El matrimonio tuvo dos hijos, a los que bautizaron como San Bernardo y San José. El primero se estableció a los pies de la montaña de Taco, cono volcánico que constituye el elemento topográfico más relevante de la Isla Baja; muy próximo, en la ladera del mismo se sitúa Las Canteras, caserío que como sabemos pertenece a la jurisdicción de Buenavista. San José, por el contrario, fijó su residencia en el camino que desde la residencia de sus padres se dirige al Puertito.

La mayor parte del sector municipal de Los Silos situado en la Isla Baja ha estado cubierto hasta fechas recientes de un manto de plataneras que ocupaban casi toda la superficie agrícola y que ha sido la base del progreso de la localidad. Este hecho solo ha sido posible gracias a la riqueza en agua que posee el término. Con anterioridad hicimos referencia al Monte del Agua y ahora vamos a ocuparnos de dos intervenciones humanas sobre el medio y que están estrechamente relacionadas con el líquido elemento.




Cuando en las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo comenzó el intenso proceso roturador y de puesta en cultivo en los municipios más occidentales de la vertiente meridional de la isla, se hizo necesario el traslado de miles de toneladas de tierras de préstamo desde otros sectores. El principal lugar de extracción se situó en las proximidades de Erjos, en el extremo más meridional del término de Los Silos, muy próximo al caserío homónimo perteneciente a El Tanque. Aquella intensa extracción generó unas profundas cavidades en el terreno que se hubiese convertido en un auténtico desastre medioambiental, tal como los que hemos citado en los capítulos dedicados a Güímar o Candelaria.

Sin embargo, gracias al tipo de terrenos, de naturaleza arcillosa, y a la elevada pluviosidad de la zona, la propia naturaleza es la que se ha encargado de solventar en alguna medida y en unas décadas, el estropicio causado por el hombre. En efecto, en aquellas cavidades se han transformado en depósitos naturales de agua de lluvia. Con ello se han convertido en una de las escasas zonas de interior que pueden albergar especies acuáticas. Además de constituirse en un ecosistema propio, con numerosas especies vegetales y animales, las ahora denominadas “Charcas de Erjos” son utilizadas por numerosas aves migratorias que durante el invierno huyen del crudo frío europeo.

Pero no solo han intervenido los habitantes de la comarca en la extracción de tierras creando sin proponérselos nuevos espacios naturales, también se han atrevido a modificar el uso de los conos volcánicos. Tradicionalmente, estos se han venido utilizando en distintos lugares de la isla como canteras para extraer picón, tanto como material de construcción como para la actividad agrícola; es este el caso de la denominada montaña del Palmar o de La Zahorra, en el valle homónimo, que durante la década de los ochenta del pasado siglo se vio sometida a un proceso extractivo muy agresivo, dejando profundas cicatrices en su estructura.

Por el contrario, el cono denominado Montaña de Taco, en la Isla Baja y que sirve de límite a los municipios de Buenavista y Los Silos, se ha conservado en mucho mejor estado. Si exceptuamos una pequeña cantera y algunas fincas en la ladera norte, y  la ocupación de un pequeño sector de la ladera meridional por un caserío, el resto de su estructura se ha mantenido intacta. Este cono presenta la peculiaridad de que en los años ochenta del siglo pasado se construyó un embalse en su cráter; tiene capacidad para cerca de un millón de metros cúbicos de agua que se utilizan para el riego de las numerosas fincas del entorno.

En relación a riegos y embalses, convendría señalar que Buenavista auspició un intenso proceso roturador en el sector más occidental de la Isla Baja, entre montaña de Taco y los acantilados del macizo de Teno. En las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, las remesas de los inmigrantes en Venezuela propiciaron la expansión de la platanera en todo este sector, para lo que hubo que transportar gran cantidad  tierra de préstamo desde el valle del Palmar.  Con posterioridad, se produjo un cambio de orientación en este sector, al oeste de la villa, creándose uno de los campos de golf más extensos de la isla, y con diferencia, el mayor de toda la vertiente septentrional.

Estas instalaciones se encuentran precisamente en las proximidades de la vía que desde Buenavista se dirige al punto más occidental de Nivaria, la punta de Teno. En ese sector, erupciones más recientes fosilizaron el antiguo acantilado y crearon una suerte de “isla baja” mucho menos extensa que la que ya conocemos.  A excepción de algunos terrenos de cultivo, Teno Bajo, que es como se conoce esta zona, ha permanecido despoblado históricamente. No obstante, su posición de extremo occidental propició la construcción de un faro a finales del siglo XIX, que es uno de los siete que balizan las costas de Tenerife.

Con estas breves noticias sobre el devenir más reciente de Buenavista del Norte y su hijo, finalizamos este capítulo y con él, nuestro relato acerca de las historias de la familia Nivaria-Achinech.




José Solórzano Sánchez ©

 


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