jueves, 24 de octubre de 2019

Sorpresas que depara la curiosidad.


Alguien me dijo hace poco algo así como que percibía que en los últimos tiempos me estaba quitando bastantes cosas de encima, dándole al comentario un sentido de cierta profundidad. Puede que sea cierto, aunque no se trate de algo totalmente premeditado. Ese comentario me llevó a pensar que sería un buen momento para completar, acabar o “meter mano”,  a algunas cosas que habitualmente dejas para otra ocasión y al final siempre permanecen ahí como “asuntos pendientes”, porque en realidad tampoco se trata de cuestiones  importancia vital.
       
   Así que he pensado que estoy en el mejor de los momentos para compartir algunas vivencias o experiencias que he dejado a un lado desde hace mucho por no tener la serenidad o el tiempo  necesario para plasmarlas en algunos folios (aunque sean virtuales como el Word o el PDF).

      Por esto, y sin más dilación, me pongo manos a la obra y cuando acabe ya veré si merece la pena o no compartirlo, todo depende de lo que opine mi “asesora”.

    El título elegido  para esta modesta reflexión es bastante impreciso, pero pienso que escoger uno más explícito y a la vez más adecuado, posiblemente restaría interés a su lectura y daría “demasiadas” pistas a los posibles lectores, lo que desvirtuaría la intención inicial de la misma.

     Desde muy pequeño sentí  un interés muy especial por todo lo relativo a la cartografía; cualquier mapa llamaba mi atención: provincias y  regiones de España, los ríos y cordilleras, producciones agrícolas, puertos y ferrocarriles,  la invasión de la Península por los pueblos “bárbaros”, la extensión del califato de Córdoba,  etc.


Mapa de las producciones agrícolas e industriales de España.




 Mapa de los ferrocarriles españoles.




       Mapa de carreteras nacionales.



Mapa de Tierra Santa.

Los atlas eran lo máximo, una especie de Biblia para mí. Recuerdo infinidad de tardes, merendando el bocadillo de chorizo “Revilla” mientras ojeaba el Atlas de España y Universal de la editorial Everest. Realmente no sabría explicar tanto interés, pero lo cierto es que era una sensación hipnótica, no importaba el número de veces que hubiese clavado mis ojos sobre aquellas páginas, era un acto que se repetía a diario.

     En cualquier momento trataba de reproducir algo de lo que había visto y esto me provocaba una  sensación especial, eso sí,  con unos resultados más bien mediocres, dado que el dibujo nunca ha sido mi fuerte. Lo que si recuerdo perfectamente es que me llamaban mucho la atención los planos de algunas ciudades importantes, que ocasionalmente aparecían en algún rincón de cualquier página del atlas. Sobre todo me atraían aquellas ciudades o aglomeraciones fragmentadas en diferentes sectores debido a una topografía compleja… especialmente Estambul, Atenas, Tokio o Nápoles.




Interpretación sui géneris del mapa de
América del Norte y Central.

       Era tanto el interés que me producían estos planos complicados que algunas veces iba más allá de la simple reproducción y me permitía recrear en una hoja estructuras de ciudades imaginarias bastante complejas… alguna de las cuales conservo después de más de cinco décadas. No eran pocas las veces que mi madre hacía alusión a que me pasaba todo el día haciendo “ciudaditas”.



     Plano de un grupo de ciudades en una isla imaginaria.




Plano de una ciudad imaginaria.

Cuando empecé el bachiller, pude acceder a atlas mucho más complejos, con lo que mi “regocijo” devorándolos no tenía límites. Además, si coincidía con algún amigo o compañero de clase con la misma afición, el “intercambio” de información y descubrimientos era incesante. Recuerdo una “aportación” muy efectiva que me proporcionó mi compañero de pupitre Maximiliano, en segundo de bachiller (11 años) cuando hablábamos de la ciudad más poblada del mundo, que por aquellos años era Shangai…. con nada menos que ¡diez millones de habitantes! tal como indicaba el libro de Geografía.

     Pues bien, en uno de estos intercambios de información, en medio de  clase, me confió un truco  para localizar en cualquier mapa mudo, o que estuviese confeccionando, la ciudad más poblada del mundo en aquellos momentos. Bastaba trazar una línea recta desde el extremo más meridional de la península de Corea, hasta las costas chinas, y en ese punto exacto se ubicaba Shangai… ¡aquello fue para mí algo así como recibir el secreto de la “piedra filosofal”. A lo largo de todos estos años que han pasado, he hecho la prueba en infinidad de ocasiones, y efectivamente, al final de la recta se encuentra Shangai.

         Hablando de intercambio de información, un par de años antes me había hecho yo en mi grupo de amigos un “Prometeo” mostrándoles la luz.  Teníamos todos aproximadamente la misma edad, pero yo andaba un curso más adelantado, y mientras me preparaba para la prueba de “Ingreso”  sin saber muy bien cómo, descubrí cual era la posición real de las islas Canarias. Llevaba años viéndolas en aquel recuadro a la derecha del mapa de España, y no le daba más importancia, lo único que no me cuadraba era la necesidad de aquel rectángulo en el que se encontraban encerradas y que siendo el mismo mar que el de las Baleares, se le llamase Atlántico en lugar de Mediterráneo.

 Tuve que hacer enormes esfuerzos para conseguir demostrar mi descubrimiento, al carecer de material gráfico a mano, pero al final, por una u otra vía se convencieron. Aquella aportación fue muy valiosa para “los conocimientos” del grupo, casi tanto como la que descubría el misterio de “la cigüeña”, y un poco antes, la realidad de los “Reyes Magos”.

       Después de este preámbulo, quizás demasiado personal, y de poco interés para el posible lector, paso a abordar la esencia de esta breve reflexión.

       Cada vez que mis ojos pasaban sobre el mapa del continente africano, me sorprendía  que  los atlas apenas le dedicaran un par de páginas, a diferencia de Europa, América o Asia, a los que se presentaban con mucho más detalle. Sin embargo, en estas dos páginas, había siempre algo que atraía mi atención más que otros lugares, era la isla de Madagascar. No tanto por tratarse de un espacio individualizado en el mapa, sino por la sensación extraña que experimentaba al leer los pocos nombres que aparecían rotulados en su geografía: Tananarivo, Fianarantsoa,  Antsirabé, Tamatave… la sonoridad de los mismos no tenía nada que ver con los que aparecían alrededor, y me entusiasmaba repetirlos, aunque fuese mentalmente.



     Pasados algunos años, a través de diferentes lecturas y algún que otro documental, comprendí a que se debía aquella singularidad. La isla de Madagascar tiene un poblamiento relativamente reciente; en efecto, a pesar de encontrarse en el continente considerado “cuna de la humanidad” los primeros asentamientos datan del siglo IV. La isla se encuentra a poco más de 400 km. de las costas africanas, sin embargo, sus colonizadores fueron pueblos procedentes de las islas de Indonesia, a más de 5.500 km de distancia. Por ello sus habitantes conservan rasgos asiáticos, costumbres típicas del sureste de Asia y lo más interesante, una lengua del tronco malayo-polinesio. Solamente con posterioridad se produjeron migraciones bantúes desde el continente que se fundieron con la población local.

       Por tanto, esa singularidad que tanto me atraía de la toponimia malgache, se debía exclusivamente a la procedencia de su lengua, a casi 6.000 km del continente africano.

A continuación aporto una relación de topónimos tanto de regiones o ciudades como de accidentes geográficos de la isla de Madagascar. Como puede apreciarse, todas poseen cuatro o cinco sílabas (utilizando el sistema de división silábica del español). No significa esto que no existan muchas localidades con nombres más simples, incluso otras derivadas de algunas lenguas europeas que en algún momento tuvieron presencia en la isla. Esta relación, no obstante, es una breve muestra para ejemplificar la sensación que experimentaba al leerlas un niño de 10 u 11 años en el Tenerife de los años sesenta, cuando en la prensa local, la radio o la incipiente televisión, incluso en el cine,  solo se escuchaba o se leía el español.


Antsiranana
Ambakirano
Antananarivo
Ampasindava
Fianarantsoa
Marotandrano
Tsaramandrosa
Andranovolo
Tsaratanana
Marinavaratra


Toamasina
Tamatave
Antsirabé
Namoroni
Manakara
Tanandava
Toliara
Tenambosi
Morondava
Betsiboka


Pasaron los años y ese “descubrimiento” de niño, por llamarlo de alguna manera, permaneció latente junto a otros muchos que consciente o inconscientemente vamos incorporando y nos acompañan a lo largo de nuestra vida, sin que tengan la mayor trascendencia.

Cuando me encontraba realizando mis estudios universitarios de Geografía e Historia, como no podía ser de otro modo, orienté mi especialización hacia la Geografía y para llevar a cabo  pequeños trabajos de investigación comencé a tomar contacto con toda una serie de nuevos materiales: censos, padrones, nomenclátores, y sobre todo, los mapas topográficos a distintas escalas (1:25.000 y 1:50:000). Estos materiales cartográficos, especialmente los de escala 1:50.000 constituyeron un auténtico descubrimiento, con un impacto similar al que me produjeron en la infancia los primeros atlas que pude consultar.

El departamento de Geografía disponía de las distintas hojas correspondientes a todas las islas y era posible consultarlas para cualquier trabajo. Pero para mí no era suficiente… constituían una auténtica joya y, desde el primer momento fue un objetivo irrenunciable el disponer de todas y cada una de ellas. Así que durante algunos años, en cuanto disponía de algún dinero extra, adquiría una o dos hojas en Capitanía,  y así, poco a poco, conseguí hacerme con la colección completa.

En realidad eran como “el google maps” de hace cuarenta años, pero en papel. Los consultaba no solo cuando era necesario para complementar cualquier trabajo, sino también por el simple placer de hacerlo y revivir, a otro nivel, las sensaciones que experimentaba en la infancia con aquellos atlas de Everest.

En uno de estos “paseos cartográficos”, no recuerdo exactamente cuándo, recorriendo las hojas correspondientes a la isla del Hierro, de improviso, vuelvo a experimentar la extraña sensación que sentí cuando descubrí aquellos curiosos topónimos que rellenaban la isla de Madagascar.  Es cierto que algunos me eran conocidos, y otros tantos no revestían el mayor interés, sin embargo, en aquella maraña de topónimos de barrancos, caseríos, playas, montañas, conos volcánicos etc. descubrí con sorpresa algunos cuya sonoridad al pronunciarlos evocaban, no sé por qué, a los de la isla de Madagascar: Tijimiraque, Tanganasoga, Tanagiscaba, Timbarombo, Tenesedra… etc.

Era obvio que no tenían relación alguna, estos topónimos herreños eran todos de procedencia aborigen, como tuve ocasión de comprobar posteriormente, consultando bibliografía relativa a los mismos y no tienen nada que ver, ni por asomo, con una lengua malayo –polinesia. Sin embargo, desde entonces, hace ya casi cuarenta años, “el descubrimiento” de estas similitudes, totalmente subjetivas y personales me ha acompañado. En más de una ocasión he querido compartir esta curiosidad, por llamarlo de alguna manera, y  repito, totalmente subjetiva, pero nunca encontré ni la ocasión ni la manera adecuada.

Por eso, como señalé al comienzo de esta reflexión, creo que es el mejor momento para compartir, con quien pueda interesarle, estas vivencias que me han acompañado  en casi toda mi vida. Posiblemente ahora si es el momento de buscar un título adecuado para la misma, que podría ser perfectamente:

“Similitudes (fonéticas) entre la toponimias de la mayor isla africana y la menor (1) del archipiélago canario”


(1).No quiero entrar en debates en este momento, quizás en otra ocasión, pero considero que el Hierro es la menor de las islas Canarias.

        Adjunto a continuación una breve lista de accidentes geográficos de la isla del Hierro que tienen relación con todo lo comentado anteriormente.

Montañas
Tanajara
Tanganasoga
Tembárgena
Tanagiscaba
Tábano
Tamasina
Tacorón
Tenesedra
Timbarombo
Tejeguate

Otros accidentes geográficos
Tifirabe
Tagasaste
Tijimiraque
Tejeteita
Tamaduste
Tancajote
Chiriminas
Tenesaita
Tibataje


Caseríos
Benetama


Santa Cruz de Tenerife, 24 de octubre de 2019.
© José Solórzano Sánchez