Como epílogo de este relato,
dedicamos su último capítulo a los
municipios, perdón, quise decir personajes, que residen en el extremo más occidental
de Nivaria: Buenavista del Norte y Los Silos. A éste último ni siquiera lo
hemos mencionado hasta el momento, pero de Buenavista sí que hemos hablado
bastante, concretamente en el capítulo que dedicamos a su hija Guía de Isora y
a su yerno Santiago del Teide.
Por
el momento la denominaremos simplemente Buenavista, porque lo de “el Norte” es
una adquisición relativamente reciente. En efecto, durante cuatro siglos y
medio fue conocida simplemente por su nombre de pila, pero tal como ocurrió con
su hija y su yerno, con el tiempo se le
incorporó un calificativo, posiblemente, como en el caso de aquellos, para
diferenciarla de otras localidades con el mismo nombre.
Todo lo
que conocemos hasta el momento sobre Buenavista corresponde a su etapa de
adulta, como madre de Guía, pero este relato resultaría incompleto si
omitiésemos su infancia y juventud, precisamente porque muchos de sus
comportamientos futuros se debieron a experiencias vividas en las primeras
etapas de su vida.
Como
sabemos, Buenavista es hija única de San Pedro de Daute y de una joven
lagunera. Ella siempre echó en falta una hermana, porque todos sus parientes
más cercanos eran chicos y aunque se llevaba muy bien con ellos, no era lo
mismo.
Es cierto
que como hija del señor de Daute siempre estuvo rodeada por una pequeña corte
de sirvientas e institutrices que trataban de hacer su vida más cómoda. Creció
muy apegada a su madre, porque San Pedro pasaba la mayor parte de su tiempo
dedicado a sus lecturas piadosas y a la gestión del Beneficio. A decir verdad,
tampoco le hacía mucho caso y mucho menos le hizo cuando al fin pudo resolver
el espinoso asunto de la herencia del Mayorazgo. A partir de entonces,
Garachico pasó a ser para él como un hijo consentido y Buenavista continuó en
su estado de “invisibilidad”
Pero el
tiempo pasó implacable y la niña se convirtió en una joven, y muy bella, todo
hay que decirlo. Era indiscutible que estaba destinada a contraer matrimonio
con algún personaje de relevancia en la isla, como correspondía a su rango. Sin
embargo, su padre comenzó a diseñar otro tipo de proyectos para su unigénita.
La gran frustración de su vida fue siempre no haber tomado los hábitos y
dedicarse por completo a la vida contemplativa. Si bien es cierto que en su
cotidianeidad se comportaba como un verdadero hombre de Iglesia, no era lo
mismo, pues tenía infinidad de obligaciones y responsabilidades como señor de
Daute.
Soñó
muchas veces con haber tenido un hijo varón que se dedicase por entero a la
religión, tal como había hecho su hermano y que con su ayuda hubiese escalado
los puestos más altos de la jerarquía religiosa de Nivaria, y por qué no, del
reino. Estaba seguro que este hijo “nonato” hubiese redimido todas sus
amarguras y frustraciones otorgándole la paz espiritual que siempre había
ansiado.
Pero todo
eso eran sueños y había que volver a la realidad, así que después de mucho
pensarlo, aunque se tratase de un “sucedáneo” de aquellas fantasías, decidió
que aún existía un remedio y era precisamente ofreciendo su hija a la Iglesia.
Una vez tomada la decisión, su postura se
hizo inflexible. De nada sirvieron las quejas de la ya adolescente, ni
de su esposa. San Pedro alegaba que resuelto ya el trámite de la transmisión
del Mayorazgo, no era necesario un matrimonio de conveniencia, que no resolvería nada y que además le obligaría
a conceder una dote, quizás excesiva para sus posibilidades. Además, trató de
convencer a la chica de que haría lo imposible porque ocupase el puesto de
abadesa en cualquiera de los conventos más ricos y prestigiosos de Nivaria.
Incluso le dio a escoger entre cualquiera de los de Aguere, la Villa o Garachico, que eran las
localidades donde se asentaban los de más renombre.
A
Buenavista no le quedó otro remedio que obedecer a su padre y eligió iniciar su
vida contemplativa el convento de Santa Catalina, de Aguere. Esta decisión,
aunque forzada, tiene su explicación; de una parte, era el más alejado de Daute
entre las diferentes opciones que se le presentaron, puesto que quería poner
tierra por medio con su padre, ya que estaba tremendamente enfadada; y en
segundo lugar, porque allí residía aún, aunque muy anciana, Sor María de Jesús,
“la Siervita”, cuya fama de santidad había llegado a todos los rincones de
Nivaria.
Pero como
cabría esperar, sobre todo cuando la ausencia de vocación es total, el traslado
a Aguere fue un auténtico desastre. No disponemos de demasiada información al
respecto porque lo que ocurría tras los muros del convento era llevado con todo
sigilo. La chica aguantó lo que pudo, hasta que estalló. Antes de un mes la
abadesa hizo llamar a sus padres para ponerlos al corriente de la situación y
buscar una solución.
San Pedro
estaba consternado, jamás hubiese imaginado encontrarse en una situación como
ésta; su mujer, en cambio, no cabía en sí de gozo, ante la posibilidad de
recuperar a su hija, aunque hacía lo imposible por no mostrar sus sentimientos.
Lo que quedó muy claro en aquella reunión es que un traslado a otro convento no
resolvería nada.
Coincidió,
por lazos del destino, que durante aquel mes Buenavista había conocido a la
“ilustre dama”, dado ésta solía
frecuentar el convento en busca de los consejos de “La Siervita”. La Laguna
había mantenido siempre una gran amistad con su familia materna, también de
Aguere, como sabemos, y estaba enterada
de su situación en aquel lugar por las confidencias de la abadesa. Por este
motivo, la “ilustre dama” fue invitada a la reunión con sus padres. No sabemos
si por altruismo, o por amistad, fue ella quien encontró una solución al
conflicto.
Visto que
estaba descartado un traslado a otro convento y que la vuelta inmediata al
hogar familiar podría ocasionar conflictos en su seno, además de las
habladurías de los lugareños, se ofreció para “pupilarla” (término utilizado
por aquellos tiempos, hoy en desuso) durante el tiempo que fuese necesario.
Dicho en
otras palabras, se comprometió a acogerla en su residencia como si se tratase
de un familiar y velar por ella, además de procurarle un futuro acorde con su
rango. Todos estuvieron de acuerdo, incluyendo Buenavista, porque sus
familiares laguneros maternos no estaban ya en condiciones de ejercer tal
“pupilaje”, mientras que el ofrecimiento venía de la “dama principal” de Nivaria.
El lector
estará tan sorprendido tras leer el párrafo, como este humilde “juntaletras”
después de escribirlo, pero todo tiene su explicación por muy difícil que
suene. Esta generosidad no era precisamente una de las cualidades que
adornaban a La Laguna, como hemos podido comprobar a lo largo de nuestro
relato. En estos momentos aquella se encontraba entregada a los trámites de
adopción de sus mellizos y sus recobradas “ansias” maternales habían provocado,
al menos temporalmente, una dulcificación de su carácter. Por otra parte,
siempre le había perseguido un gran remordimiento desde que tuvo aquella
conversación con El Tanque y como diríamos, lo puso “contra las cuerdas”.
Era
demasiado orgullosa para reconocer su error públicamente y mucho menos pedir
disculpas, pero pensaba que haciendo el bien a la sobrina, saldaba su deuda con
el tío, porque aquel, tarde o temprano, iba a enterarse de su actuación.
Lo cierto
es que Buenavista residió durante una larga temporada con La Laguna, como si de
un familiar se tratase. La chica no tenía especial interés en estudiar, al
menos de una manera reglada, porque a pesar de su juventud, poseía una sólida
formación gracias al selecto grupo de profesores que sus padres habían elegido
para ella. Además, según la “ilustre dama”, perteneciendo a la familia de los
Daute, con esa “cultura general” que poseía, con su juventud y belleza, tenía
todos los ingredientes necesarios para llevar a cabo un casamiento en las
mejores condiciones.
Ahora de
lo que se trataba era de presentarle un candidato de su gusto y celebrar un
buen matrimonio que acabase definitivamente con todos estos problemas provocados por las ocurrencias de San Pedro
de Daute. Y la ocasión llegó antes de lo esperado. Desde hacía unos meses se
había establecido en Aguere un
garachiquense que copaba toda la atención de la “buena sociedad” de Nivaria. Se
trataba de Tomé Cano, que muy joven había superado la prueba de piloto de la
carrera de Indias en la Casa de Contratación de Sevilla. Había realizado
numerosos viajes a América y participado en la expedición de la Armada
Invencible. Pero por lo que era más conocido y considerado casi un héroe fue
por su accidentado regreso en barco a La Palma, tras la amarga derrota en las
costas británicas.
Además de
todo ello, poseía un enorme prestigio como técnico de navegación, ya que era
autor del tercer libro publicado en España y en el mundo sobre esta materia: “Arte para fabricar, aparejar y fortificar
naos de guerra y merchante”. Era además miembro del Consejo de Indias y la
Casa de Contratación, por lo que era consultado siempre que se proyectaba
alguna expedición a tierras desconocidas. Si bien es cierto que la diferencia de edad con Buenavista era
notable, puesto que aquella aún no llegaba a la veintena, La Laguna consideró
que era el candidato idóneo.
El lector
que haya seguido este relato desde su inicio sabe perfectamente que cuando la
“ilustre dama” se proponía algo, hacía lo imposible por conseguirlo, y esta
ocasión no iba a ser diferente ¡quién iba a dudarlo! En poco tiempo se comunicó
oficialmente el compromiso con plena satisfacción para los interesados: la
pareja, sus respectivas familias y sobre todo, para la “casamentera” que como diríamos coloquialmente “se quitaba un muerto
de encima” y podría dedicar sus esfuerzos a asuntos más personales como la
“adopción” de sus mellizos.
La fecha
de la boda se pospuso para el año siguiente por diferentes motivos, entre ellos
la juventud de la novia y las obligaciones del novio, que tuvo que trasladarse
durante un tiempo a Sevilla, ya que sus compromisos con la Casa de Contratación
así se lo exigían. Esta demora permitía a la familia de la chica realizar todos
los preparativos para la boda de mayor prestigio que jamás se había celebrado
en Daute.
Por fin
llegó el día de la ceremonia y esta tuvo lugar en la iglesia más importante de
Garachico y de la comarca, la parroquia de Santa Ana. A la misma asistió buena
parte de la aristocracia de Nivaria, encabezados por su figura más preeminente,
la “ilustre dama”. En efecto, La Laguna actuó de madrina en la ceremonia y de
padrino Garachico, futuro señor de Daute.
El lector
se preguntará cómo es posible que la madrina aceptase participar en un evento
que se celebraba a tanta distancia de Aguere, cuando para ella Nivaria tenía
unos límites muy definidos: por el norte La Cruz del Carmen, por el este, La
Cuesta de Arguijón, por el sur la ladera de Güímar y por el oeste la de
Tigaiga. Fuera de estos límites, para ella, aquellas tierras eran tan distantes como
cualquier otra isla del Archipiélago, la Península o las colonias. Pero todos
sabemos que al menos en una ocasión había traspasado aquellos límites, cuando
tuvo que desplazarse a Chasna para dar a luz a sus mellizos, algo que nunca iba
a reconocer. La razón fundamental era el compromiso adquirido ante “la
Siervita” de resolver aquella situación, y sobre todo, que su carácter había
experimentado un cambio considerable tras la adopción de los mellizos, equilibrándose
bastante sus niveles de intolerancia y empatía.
No
obstante, para su traslado, tanto de ida como de vuelta, puso sus condiciones:
en coche de caballos hasta la residencia de su nieto Puerto de la Cruz, y desde
allí, en barco hasta Garachico.
No vamos
a detenernos en la descripción de la ceremonia, porque el lector podrá imaginar
que no se diferenciaría de otras que hemos comentado a lo largo de anteriores capítulos,
aunque posiblemente esta fue más multitudinaria; y precisamente en esta
afluencia de público se gestó el mayor
error que La Laguna jamás había cometido.
En
efecto, entre el público que se agolpaba en las calles de Garachico se
encontraba Masca, una mujer oriunda de uno de aquellos barrancos del macizo de
Teno que desde hacía algún tiempo había sido contratada como sirvienta de El
Tanque. Como los lectores comprenderán, especialmente aquellos que comparten la
teoría de “el karma”, nuestro relato no podría acabar bien sin que la “ilustre
dama”, que tantos “cadáveres” había ido
dejando a lo largo de su trayectoria vital, incluyendo a miembros de su propia
familia, recogiese algo del mal que había ido sembrando.
Pues bien, casualmente
Masca formaba parte del pequeño
grupo de muchachas que fueron reclutadas en distintos caseríos de la isla, muy
distantes unos de otros, para que atendiesen a La Laguna mientras pasaba los
últimos meses de aquel embarazo clandestino en Chasna. Las otras procedían de
Aguerche, en la comarca de Agache, de La Corujera, y de Tachero, en la costa de Taganana. Ninguna
sabía quién era aquella señora, aunque era evidente que se trataba de una dama principal. Ella fue la que la
atendió durante el parto, porque contaba con alguna experiencia en estos
menesteres. Luego fueron devueltas a sus caseríos con una sustanciosa
recompensa por sus servicios. Su sorpresa fue mayúscula cuando la vio como
madrina acompañando a los contrayentes y seguida de varias jóvenes y tres
niños, entre ellos una pareja de mellizos.
Nada más
llegar a la casa parroquial contó aquella historia con todo lujo de detalles a
El Tanque, que aunque también había asistido a la boda, por precaución ni
siquiera se había acercado a la madrina. Evidentemente, le costó muy poco
comprender aquella historia pero no mostró interés alguno a su sirvienta. En
realidad lo que bullía en su cabeza era un conjunto de suposiciones y para hacerlas
realidad había que constatarlas. Acostumbrado como estaba a realizar informes
desde su época en el obispado, le costó muy poco obtener las pruebas
necesarias. Se trasladó a la Casa Cuna, y aprovechando su condición de sacerdote
obtuvo información de la llegada al centro de los mellizos que posteriormente
fueron adoptados; cotejó fechas con la estancia de Masca en Chasna y con la
salida definitiva del Capitán General de Nivaria, concluyendo que aquellos
niños no eran fruto de su matrimonio.
Poco
después volvió a repetirse la misma entrevista de tiempo atrás, pero en esta
ocasión a la inversa. La Laguna desconocía por completo el motivo de la misma y
en este caso era El Tanque quien poseía la información. Pero a diferencia de lo
que posiblemente los lectores imaginarían que sucedió, aquél simplemente
comunico a la dama que conocía toda aquella historia y que poseía pruebas
irrefutables; igualmente le comunicó que consideraba que aquella era
infinitamente más escandalosa que la suya, pero que iba a mantenerla en
secreto. La venganza no entraba en sus planes, especialmente cuando podría
hacer daño a inocentes. Dicho esto, finalizó la conversación sin tan siquiera
dar ocasión a La Laguna de hacer el más mínimo comentario.
A partir
de ese momento no ha habido día en que la “ilustre dama” no sienta un pellizco en el corazón ante el
temor de que El Tanque cambie de opinión. Sin embargo, nunca ha reunido las
fuerzas suficientes como para suplicarle que la perdonase y rogarle que
mantuviese aquella historia en secreto.
Volvamos
de nuevo, tras este breve paréntesis, a
los protagonistas de este capítulo. Aunque Tomé Cano poseía algunas tierras en
Daute, en realidad se trataba de un marino y ahora funcionario público que vivía de un sueldo,
eso sí, bastante elevado. También poseía varias propiedades en Sevilla, donde
había residido en los últimos años. Buenavista, como hija única, recibió de
dote extensos terrenos en los sectores más occidentales y meridionales de
Daute, quizás como compensación por la pérdida del Mayorazgo. Estos comprendían
la mayor parte de la Isla Baja, al oeste de la denominada Caleta de Interián,
el Macizo de Teno incluyendo el Valle del Palmar y buena parte de Isora, aunque
estos eran terrenos de muy poco valor ya que se trataba de malpaíses en su mayor parte.
El
matrimonio se estableció en las proximidades de la montaña de Taco, donde
existía un pequeño caserío fundado tras la conquista por el extremeño Juan
Méndez el Viejo. Pasados unos meses, Tomé Cano fue llamado con urgencia a
Sevilla por asuntos de gran relevancia y en esta ocasión su joven esposa lo
acompañaría en el viaje. Era la primera ocasión en que un miembro de los Daute
se trasladaba a la Península, a las colonias, en cambio, ya lo había hecho un
gran número de ellos. La nave que los trasladaba partió del puerto de Garachico
y en unos días tuvo que regresar debido a la persecución de corsarios ingleses
que los hostigaron peligrosamente.
Buenavista no llevó muy bien el “vaivén” de la nave y quedó traumatizada
por el episodio “pirático”, así que cuando su esposo reemprendió el viaje, ella
permaneció en Nivaria.
Lo que
iban a ser unos meses de separación se convirtieron en años, porque Tomé Cano
cada vez adquiría compromisos de mayor responsabilidad y su presencia era
imprescindible en la ciudad andaluza. Esta ausencia del marido tuvo una
compensación para Buenavista, pues unos meses más tarde nació su hija mayor,
Guía, de quien nos ocupamos en un capítulo precedente.
Durante
su embarazo, Buenavista tenía serios problemas para trasladarse a la parroquia
de San Pedro de Daute para cumplir con sus obligaciones dominicales, y en más
de una ocasión oyó misa en la ermita de Nuestra Señora de la Concepción, que
pertenecía a la familia de los Yanes y estaba enclavada en Los Silos.
Buenavista reclamó de su padre la creación de una parroquia en las proximidades
de su residencia, no sólo por su comodidad, sino por la de los numerosos
vecinos que poco a poco se habían ido asentando en el caserío. Entre estos se
encontraban un buen número de sevillanos, a quienes Tomé Cano había ofrecido
solares en las proximidades de su hacienda; estas viviendas fueron el germen
del barrio de Triana, que tomó el nombre del más conocido de Sevilla.
Estas
peticiones de Buenavista determinaron la división del beneficio de Daute en
dos, tal como comentamos en el capítulo anterior: el de la parroquia de Santa
Ana en Garachico y el de la de Nuestra
Señora de los Remedios en Buenavista; esta última poseía una extensa
jurisdicción que comprendía además de todas las tierras recibidas como dote, el
Valle de Santiago.
En
ausencia de su esposo, Buenavista se encargó de gestionar la administración de
sus tierras; como en el resto de Daute, inicialmente se dedicaron a los
cañaverales que surtían a varios ingenios y posteriormente, tras la crisis de
este cultivo, se sustituyó por la vid, cuya producción se exportaba, como es
sabido, por el puerto de Garachico.
A
diferencia de Garachico, quizás también por poseer un territorio mucho más
extenso, Buenavista contaba con una mayor riqueza agropecuaria; además de las
vides, el Valle del Palmar y la Tierra
del Trigo se convirtieron en los graneros de la comarca; por otra parte, el
Macizo de Teno, continuó siendo, como en la época aborigen, una sector con un
gran desarrollo del pastoreo. Todo ello contribuyó a que por aquellos años la
localidad ocupase por población y riqueza un lugar muy destacado en Nivaria,
superada solamente por Aguere, La Villa y Garachico.
Pasados
unos años volvió de Sevilla su esposo, que ni siquiera conocía a su hija. En
esta ocasión sería para quedarse
definitivamente. Durante un breve periodo el matrimonio vivió una segunda luna
de miel y Buenavista volvió a quedar embarazada. Sin embargo, al poco tiempo don
Tomé se vio afectado de un proceso tuberculoso que acabó con su vida en pocos
meses. A Buenavista no le quedó otro remedio que sobreponerse a la desgracia
con su pensamiento puesto tanto en su hija Guía como en la criatura que estaba
por nacer.
Poco
tiempo después vino al mundo un niño, al que bautizaron como Los Silos y fue
apadrinado por su hermana y su pariente Garachico. A la criatura hubo que
“cristianarla” apenas nació puesto que había pocas esperanzas de que
sobreviviese. En efecto, el recién nacido presentaba un aspecto poco saludable,
pero con la atención y los cuidados de su madre sobrevivió a los primeros años.
Esa debilidad desde su nacimiento hizo de él un niño enfermizo que apenas salía
de la residencia familiar. A los diez o quizás once años, los médicos le
diagnosticaron un proceso tuberculoso, similar al que había afectado a su
padre, y como solía decirse, nadie daba un duro por su vida. Buenavista hizo
venir a los médicos más afamados de Nivaria que nada pudieron hacer por mejorar
la salud del crío.
Ante el
desespero de la madre, dos sirvientas de la casa, las hermanas Portelas (Alta y
Baja) le comentaron que desde siempre en su familia, cuando se veían afectados
por este tipo de enfermedades solían recluirse en una choza en el monte del
Agua; pasado un tiempo solían experimentar una mejora notable. Considerando que
este era el último remedio para que su hijo recuperase la salud, mandó
construir una pequeña casa en aquel monte, a la que denominaron “Casa de los
Tomillos” por la abundancia de esta planta en sus alrededores. Allí permaneció
el chiquillo durante unos meses al cuidado de La Portela Alta y de su marido,
Erjos, que era el guardabosques de aquel monte.
En medio
de aquel bosque de laurisilva, respirando aire puro, dando pequeños paseos y
tomando infinidad de infusiones de aquellas plantas medicinales que
proliferaban por el lugar, el niño se recuperó, o mejor dicho, ganó la salud
que nunca había tenido desde su nacimiento. A partir de entonces, aquellos
parajes cobraron fama como lugar de cura no solo en la comarca sino fuera de
ella.
Lo cierto
es que el chiquillo llegó a su casa con un aspecto tan sano y fuerte que a
Buenavista no le costó demasiado separarse de él un tiempo después, cuando
comenzó sus estudios secundarios. El lugar elegido fue, como en otros muchos
casos que hemos comentado, el seminario de Aguere, dado que actuaba como
internado y no era condición indispensable para sus alumnos vestir los hábitos
en un futuro inmediato.
No
obstante, las visitas de su madre eran frecuentes; para ello utilizaba
cualquier barco de cabotaje que desde Garachico se dirigiese a Añazo, y desde
allí, en coche de caballos hasta Aguere. Para el viaje de vuelta a Daute
utilizaba el mismo sistema de trasporte. Durante su estancia en Aguere solía
residir en casa de la “ilustre dama” donde había espacio suficiente y que solía
mostrar gran satisfacción con su presencia. Lo cierto es, todo sea dicho, que
desde aquella conversación que relatamos, se cuidaba muy mucho de hacer
cualquier feo o desprecio a los Daute, no fuera a ser que El Tanque se
incomodase y se le “soltase” la lengua.
Los Silos
continuó algunos años en el Seminario y acabó el bachiller en el Instituto de
Canarias. Algunas veces iba a merendar a casa de La Laguna y solía ojear la biblioteca de la
familia. Allí descubrió muchos libros de anatomía que había utilizado Arico
durante su “breve” periodo universitario. Le encantaban aquellos grabados con
imágenes del cuerpo humano y decidió que quería estudiar Medicina, para lo cual
era inevitable trasladarse a la Península. La Laguna recomendó a Buenavista que
el chico no se matriculase en Cádiz, que era donde solía hacerlo la mayoría de
los canarios, porque después de la amarga experiencia que había tenido con su
hijo, la consideraba una ciudad demasiado “festera”. Así que aprovechando que
en Sevilla contaba con numerosas amistades de su marido, además de residencia
propia, Los Silos estudió su carrera en la capital andaluza.
El
muchacho fue un excelente estudiante y pasado el tiempo pertinente, regresó a
Nivaria con su flamante título bajo el brazo. En Sevilla había tenido ocasión
de realizar sus primeras prácticas en el hospital de La Caridad, que había sido
erigido por un viejo amigo de su padre, don Miguel de Mañara, para la atención
de viejos y vagabundos enfermos. Su actividad en el mismo fue impecable con
gran satisfacción de su “protector” que incluso llegó a ofrecerle un cargo de
responsabilidad en la Hermandad, en cuanto finalizase sus estudios. Pero a Los
Silos le tiraba mucho Nivaria y cuando llegó el momento regresó a la Isla Baja.
En una de
sus pocas visitas a Tenerife, mientras estudiaba en la capital andaluza, actuó
como “marido” en la boda por poderes que llevó a cabo su hermana con aquel
muchacho de Fuerteventura, y que como el lector recordará, fue un matrimonio
frustrado. A diferencia de Guía y de otros parientes, no sintió la necesidad o
las ganas de “cruzar el charco” y permaneció el resto de su vida en aquel
rincón de Nivaria. En ese sentido era muy parecido a su pariente El Tanque,
prefería la vida tranquila de la comarca, a pesar de que con la fama que le
precedía a su llegada de Sevilla tuvo la posibilidad de establecerse en otras
localidades como El Puerto de La Cruz, La Villa, Aguere e incuso Añazo. En
todas ellas podría haber desarrollado su actividad profesional con mucho mayor
éxito que en Daute.
Tras su
llegada, después de pasar una larga temporada junto a su madre, haciéndole
compañía después de la marcha de su hermana a Venezuela, decidió que había
llegado el momento de emanciparse y solicitó
de Buenavista algún lugar donde establecerse e iniciar su vida como localidad,
perdón, quise decir joven independiente.
Su madre
le cedió una pequeña franja de terreno entre la montaña de Taco y las tierras
de su pariente Garachico, que por su confín meridional llegaban al puerto de
Erjos, ya en el macizo de Teno, vía natural de comunicación con el sur de la
isla.
El
muchacho estableció su residencia a los pies de la montaña de Aregume, junto al
cauce del barranco de Sibora. El lugar escogido poseía unas condiciones
excelentes para la actividad agrícola y además el barranco recogía los caudales
de otros más pequeños que tenían su nacimiento en el monte del Agua. El caserío
tuvo su origen tras la conquista, por obra del portugués Gonzalo Yanes o Gonzalianes,
que había establecido en el lugar algunos ingenios. Además, parece ser que el
nombre de Los Silos procede precisamente de tres depósitos de almacenamiento de
cereales (o silos) que este había construido en la montaña de Aregume. Hay, no
obstante, quien defiende que tales silos tendrían un origen prehispánico y
habrían sido excavados en la montaña por los aborígenes.
Sea como fuere, lo cierto es que la imagen de
tres bocas
excavadas en una pequeña montaña aparece en el escudo de la localidad, como símbolo
de su origen y de su denominación. Y aprovechando que hablamos de escudos,
habría que decir que por estos años tuvo
lugar en Buenavista un suceso que del mismo modo que en el caso de su hijo, va
a quedar materializado en su escudo para
la posteridad. En efecto, como había ocurrido ya en épocas anteriores, una
terrible plaga de langostas (o cigarrones) asoló el lugar, devastando campos,
huertas y prados. En esta ocasión fue tan intensa que los lugareños decidieron
sacar en procesión la imagen de la virgen de Los Remedios. Según cuenta la
tradición, gracias a la intervención de esta
la plaga desapareció, mientras que de regreso al templo dos de aquellos
insectos se posaron en el manto de la virgen acompañándola hasta las puertas
del mismo. Es por ello que en el escudo de la localidad, además de un faro y un
cardón, se representan dos saltamontes dorados.
Enlazando
con el tema de escudos y blasones, también por estos años Buenavista, sin
esperárselo, se vio envuelta en un conflicto con un miembro de una de las
familias más prestigiosas de Daute. En efecto, don Pedro de Ponte y Llerena
Hoyo y Calderón, que este era su nombre, había nacido en Garachico y desde muy
joven comenzó una exitosa carrera militar: participó en las guerras de Portugal
y franco holandesa; fue nombrado gobernador de Gante y posteriormente
gobernador y capitán general de Tierra Firme y presidente de la Audiencia de
Panamá. Regresó a las islas como capitán general y con el título de conde del
Palmar. Este hecho generó un gran disgusto y malestar en Buenavista, que vio
como lo que siempre había considerado su
granero, pasaba a manos de un particular.
En
realidad, poco tenía que hacer ante las decisiones del monarca y la importancia
del personaje. El valle del Palmar poseía, como hemos dicho, unos suelos muy
fértiles, especialmente para los cereales, por lo que no es de extrañar que
fuese éste un elemente fundamental a tener en cuenta a la hora de otorgar el
título. Además del disgusto, Buenavista tuvo que soportar la arrogancia de
aquel militar que había sido acusado por sus contemporáneos de estar dominado
por una viva ansia de tomar dinero por
todos los caminos posibles, costumbre que según parece había traído de Panamá.
Sin embargo, con el tiempo las aguas volvieron a su cauce y parece ser que en
los últimos años del conde las relaciones entre ambos llegaron a ser incluso
cordiales.
Mientras tenía
lugar este conflicto Los Silos desarrollaba su profesión con bastante éxito, a
la par que invertía sus ganancias en tierras de cultivo. Tenía muy buenas
relaciones con sus convecinos, no solo por la actividad que desempeñaba sino
por su preocupación en mejorar las condiciones de vida de aquellos. Como
ejemplo baste citar que pagó de su bolsillo el empedrado de las escasas calles
del caserío, hecho poco frecuente en las localidades de la comarca, donde la
mayor parte de las vías eran simplemente de tierra batida.
Pero no
todo era trabajo en su vida, pues también le atraía la diversión. Fue
precisamente en unas fiestas, las de La Librea, sobre la que más adelante
volveremos, donde se encontró con la que iba a ser su esposa, aunque la conocía
de oídas puesto que eran parientes. Se trataba de La Caleta de Interián, hija
de Garachico y por tanto prima segunda suya. La muchacha reunía todas las
cualidades que éste buscaba en una pareja, pues aunque carecía de un título
universitario, poseía en cambio una sólida formación, como todas las féminas de
los Daute. También La Caleta descubrió
que su “medio” primo era, sin lugar a dudas, su media naranja. Lo bueno en estos casos es
que en aquella época tan marcada por los convencionalismos sociales, ninguno
podía poner objeción alguna a la familia de procedencia de su futura pareja, ya
que ambos compartían la misma parentela.
La Caleta
se había dado a conocer en la Isla Baja gracias al conflicto que mantuvo
precisamente con el conde del Palmar, don Pedro de Ponte. El motivo de aquel
desencuentro había sido las intenciones del conde de gravar, con un impuesto
propio, la sal que tradicionalmente habían venido obteniendo las mujeres de los
Silos de manera artesanal. En efecto, en la franja costera que va desde el
charco “El Cumplido” hasta “El Gomero” existían unas cavidades naturales en la
roca donde las silenses instalaban lo que se denominaba “lajas”. Se trataba de unas salinas domésticas
situadas a unas decenas de metros del mar. Éstas eran trabajadas exclusivamente
por mujeres y se heredaban de madres a hijas o a nueras. Casi todas las familias
disponían de alguna “laja” y quien no, podía obtener el producto bien prestando
ayuda a otras mujeres, o trabajándolas a medias.
La Caleta
era perfecta conocedora de aquella costumbre porque trataba habitualmente con
aquellas mujeres y en alguna ocasión las ayudaba y obtenía su pequeña recompensa.
En efecto, como su hermano El Guincho, era muy aficionada a todo lo que tuviera
que ver con el mar y aunque no podía dedicarse a la pesca, porque era una actividad destinada exclusivamente a
los hombres, sí que se pasaba las horas cogiendo lapas y burgados en aquellas
playas. Desde que el Conde comenzó sus actuaciones, La Caleta se posicionó del
lado de las “salineras” y con ella toda su familia, especialmente Buenavista,
que le tenía bastantes ganas.
Todos se pusieron manos a la obra, desde San Pedro de Daute a Garachico y por supuesto
Buenavista, removiendo archivos familiares, antiguas datas, documentos de todo
tipo, etc. y obteniendo la información necesaria que respaldaba a aquellas
“recolectoras” de sal. Ante esto, a don Pedro no le quedó otro remedio que
recular y desechar sus pretensiones.
Como
dijimos, la pareja se había conocido personalmente en las fiestas de La Librea
de Buenavista. Esta celebración era de gran tradición en la comarca y tenía
lugar en la víspera de la fiesta de la Virgen de los Remedios, el 25 de
octubre. Se formaba una comitiva que recorría las calles; ésta estaba formada
por tres parejas de bailadores y a continuación los músicos que tañían los
acordes de un tajaraste. Precediendo la comitiva iba una niña vestida de
angelito que sujetaba con una cadena al diablo al que se le prendía fuego una
vez llegados a la plaza principal. El origen es desconocido y su razón era
representar el final del mal, encarnado en el diablo, enemigo de animales y
cosechas. En aquella ocasión, Los Silos participaba como bailarín en el grupo e
inmediatamente había llamado la atención de la muchacha.
En el
valle del Palmar también se celebraba otra Librea, pero en fechas diferentes;
en este caso tenía lugar la última semana de septiembre, coincidiendo con la
festividad de la patrona, la virgen de La Consolación. Además existen pequeñas
diferencias formales en relación a la capital municipal, pues aquí los
bailarines son todos hombres, aunque tres de ellos van vestidos de mujer y por
otra parte, el diablo va suelto.
Después
de un corto noviazgo la pareja y sus familias anunciaron su boda. Lo que era
por principio una feliz noticia se convirtió en un foco de problemas para los
enamorados. Garachico, padre de la novia y padrino en la ceremonia, estimaba
que ésta debería celebrarse en la localidad y en el templo principal de la
comarca de Daute, es decir, en la parroquia de Santa Ana de Garachico.
Buenavista, madre del novio y madrina en el enlace, estimaba, por el contrario,
que ya Santa Ana no era la principal
parroquia en la comarca, porque la de Los Remedios poseía un beneficio
muchísimo más extenso y con mayor número de fieles, llegando casi hasta los
límites con Adeje; por otra parte, después del aquella erupción que cegó su
puerto y arrasó la localidad, Garachico había perdido también la primacía
comarcal.
Ni uno ni
otro cedía lo más mínimo en sus planteamientos y este conflicto estuvo a punto
de dar al traste con la ceremonia. El novio, con mucho acierto, consideró que
la única solución estaba en que la celebración tuviera lugar en un lugar
diferente para que ninguno de los padrinos se sintiese ofendido. Recibió la
propuesta de Icod para que esta se celebrase en la Iglesia de San Marcos y a
punto estuvo de aceptar; menos más que la novia se percató de las intenciones
de su tío, porque en unos momentos de litigios por la capitalidad comarcal
entre Garachico y su hermano, celebrar allí la boda hubiera sido para su padre
una ofensa infinitamente mayor que si esta se hubiese celebrado en Buenavista.
Así
estaban las cosas hasta que la pareja concluyó que la única solución era
celebrar su boda en la iglesia de la virgen de La Luz de Los Silos, a medio
camino entre las residencias de sus progenitores respectivos y el lugar donde
iban a vivir el resto de sus días. El problema estribaba en que se trataba de
un templo de pequeñas dimensiones poco acorde con la categoría de aquel enlace
y de los invitados que tenían previsto asistir al mismo. Así que Los Silos se
propuso una rehabilitación integral del templo y para ello contrató al
prestigioso arquitecto vallisoletano Mariano Estanga, que llevaba ya bastante
tiempo desarrollando su labor en la isla. La fama que le precedía era
excelente; obras suyas fueron el Hotel Quisisana y el edificio del Círculo de
Amistad, así como numerosas residencias y palacetes para las élites de Añazo,
La Laguna o La Villa.
Como
introductor en la isla del modernismo y del “revival” del gótico, Estanga puso
en práctica sus ideas en la parroquia de Los Silos. En principio cercó con muretes
la pequeña plaza y situó en su centro un quiosco de estilo muy próximo al
art-noveau. Luego colocó una fachada-telón de estilo “neogótico” sobre la
primitiva iglesia, mientras que en las paredes laterales del templo abrió
ventanas de estilo románico.
Estas
modificaciones dotaron de gran
singularidad tanto al edificio como a su entorno; si a ello añadimos el
empedrado previo de algunas calles que
había llevado a cabo el novio, no es de extrañar la satisfacción y aprobación
general de todos los asistentes a la boda, que esta vez sí, pudo llevarse a
cabo sin inconveniente alguno.
Como
curiosidad habría que señalar que este sector occidental de la Isla Baja no ha
tenido demasiada fortuna a lo largo de la historia con sus edificios religiosos.
De las cuatro más importantes, solamente se ha salvado del desastre la
iglesia de Los Silos, porque el templo
parroquial de Buenavista, que como sabemos está bajo la advocación de Nuestra
Señora de Los Remedios, sufrió un
terrible incendio en 1996; en efecto, en poco tiempo el fuego acabó con un rico
patrimonio cultural y religioso reunido a lo largo de casi cinco siglos de
historia. Por suerte, tras el desastre, se iniciaron las labores de
reconstrucción.
Peor
fortuna corrieron el convento
franciscano de Buenavista, creado en 1647, y el de San Sebastián, de Los Silos
(1649). Después de un largo periodo de difícil existencia, ambos sucumbieron
ante el proceso desamortizador de mediados del siglo XIX y desaparecieron. El
solar ocupado por el de Buenavista acabó convirtiéndose en cementerio
municipal.
A pesar
de tratarse de la localidad más “joven” de la Isla Baja, Los Silos siempre se ha caracterizado por la belleza y
conservación del casco municipal; ya en 1921 obtuvo del rey Alfonso XIII el
título de villa como premio a su “laboriosidad y pulcritud”. Su madre, en
cambio, tuvo que esperar algunas décadas más para que le fuese concedido el
citado título, concretamente en 1948, al tiempo que se añadía a su denominación
oficial “del Norte”, tal como señalamos en el comienzo de este capítulo.
El
matrimonio tuvo dos hijos, a los que bautizaron como San Bernardo y San José.
El primero se estableció a los pies de la montaña de Taco, cono volcánico que
constituye el elemento topográfico más relevante de la Isla Baja; muy próximo,
en la ladera del mismo se sitúa Las Canteras, caserío que como sabemos
pertenece a la jurisdicción de Buenavista. San José, por el contrario, fijó su
residencia en el camino que desde la residencia de sus padres se dirige al
Puertito.
La mayor
parte del sector municipal de Los Silos situado en la Isla Baja ha estado
cubierto hasta fechas recientes de un manto de plataneras que ocupaban casi
toda la superficie agrícola y que ha sido la base del progreso de la localidad.
Este hecho solo ha sido posible gracias a la riqueza en agua que posee el
término. Con anterioridad hicimos referencia al Monte del Agua y ahora vamos a
ocuparnos de dos intervenciones humanas sobre el medio y que están
estrechamente relacionadas con el líquido elemento.
Cuando en
las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo comenzó el intenso
proceso roturador y de puesta en cultivo en los municipios más occidentales de
la vertiente meridional de la isla, se hizo necesario el traslado de miles de
toneladas de tierras de préstamo desde otros sectores. El principal lugar de
extracción se situó en las proximidades de Erjos, en el extremo más meridional
del término de Los Silos, muy próximo al caserío homónimo perteneciente a El
Tanque. Aquella intensa extracción generó unas profundas cavidades en el
terreno que se hubiese convertido en un auténtico desastre medioambiental, tal
como los que hemos citado en los capítulos dedicados a Güímar o Candelaria.
Sin
embargo, gracias al tipo de terrenos, de naturaleza arcillosa, y a la elevada
pluviosidad de la zona, la propia naturaleza es la que se ha encargado de
solventar en alguna medida y en unas décadas, el estropicio causado por el
hombre. En efecto, en aquellas cavidades se han transformado en depósitos
naturales de agua de lluvia. Con ello se han convertido en una de las escasas
zonas de interior que pueden albergar especies acuáticas. Además de
constituirse en un ecosistema propio, con numerosas especies vegetales y
animales, las ahora denominadas “Charcas de Erjos” son utilizadas por numerosas
aves migratorias que durante el invierno huyen del crudo frío europeo.
Pero no
solo han intervenido los habitantes de la comarca en la extracción de tierras
creando sin proponérselos nuevos espacios naturales, también se han atrevido a
modificar el uso de los conos volcánicos. Tradicionalmente, estos se han venido
utilizando en distintos lugares de la isla como canteras para extraer picón,
tanto como material de construcción como para la actividad agrícola; es este el
caso de la denominada montaña del Palmar o de La Zahorra, en el valle homónimo,
que durante la década de los ochenta del pasado siglo se vio sometida a un
proceso extractivo muy agresivo, dejando profundas cicatrices en su estructura.
Por el
contrario, el cono denominado Montaña de Taco, en la Isla Baja y que sirve de
límite a los municipios de Buenavista y Los Silos, se ha conservado en mucho
mejor estado. Si exceptuamos una pequeña cantera y algunas fincas en la ladera
norte, y la ocupación de un pequeño
sector de la ladera meridional por un caserío, el resto de su estructura se ha
mantenido intacta. Este cono presenta la peculiaridad de que en los años
ochenta del siglo pasado se construyó un embalse en su cráter; tiene capacidad
para cerca de un millón de metros cúbicos de agua que se utilizan para el riego
de las numerosas fincas del entorno.
En
relación a riegos y embalses, convendría señalar que Buenavista auspició un
intenso proceso roturador en el sector más occidental de la Isla Baja, entre
montaña de Taco y los acantilados del macizo de Teno. En las décadas de los
sesenta y setenta del siglo pasado, las remesas de los inmigrantes en Venezuela
propiciaron la expansión de la platanera en todo este sector, para lo que hubo
que transportar gran cantidad tierra de
préstamo desde el valle del Palmar. Con
posterioridad, se produjo un cambio de orientación en este sector, al oeste de
la villa, creándose uno de los campos de golf más extensos de la isla, y con
diferencia, el mayor de toda la vertiente septentrional.
Estas instalaciones
se encuentran precisamente en las proximidades de la vía que desde Buenavista
se dirige al punto más occidental de Nivaria, la punta de Teno. En ese sector,
erupciones más recientes fosilizaron el antiguo acantilado y crearon una suerte
de “isla baja” mucho menos extensa que la que ya conocemos. A excepción de algunos terrenos de cultivo,
Teno Bajo, que es como se conoce esta zona, ha permanecido despoblado
históricamente. No obstante, su posición de extremo occidental propició la
construcción de un faro a finales del siglo XIX, que es uno de los siete que
balizan las costas de Tenerife.
Con estas
breves noticias sobre el devenir más reciente de Buenavista del Norte y su
hijo, finalizamos este capítulo y con él, nuestro relato acerca de las historias
de la familia Nivaria-Achinech.
José Solórzano Sánchez ©