sábado, 26 de diciembre de 2020

HISTORIAS DE LA FAMILIA NIVARIA-ACHINECH. ...Y 21. REFLEXIONES FINALES.

 


Ha trascurrido justamente un año desde que apareció en este blog el primer capítulo de las Historias de la familia Nivaria-Achinech.

Después de publicar el último de ellos, me he dado cuenta de que la elección del título de este relato, aunque parezca muy general, en realidad la sido la mejor  de las posibles; en efecto, no se trata de la “historia”, en singular, de esta familia, sino de varias “historias”, quizás tantas como municipios existen en Tenerife. Aunque el lector ha podido vislumbrar un hilo conductor que las entrelaza y relaciona, igualmente habrá tenido ocasión de comprobar que todos los personajes tienen la misma relevancia, al menos en el capítulo que se les dedica, por lo que las vicisitudes que han tenido de afrontar cada uno de ellos se abordan como si de una  “historia” particular se tratase.

La idea primordial de este trabajo, que ya adelanté tanto en la justificación como en la introducción del mismo, era llevar a cabo un ejercicio de “narración histórica”, por denominarla de algún modo, aderezado con ciertos toques de humor, ironía y sobre todo “fantasía”. Inicialmente, creí que bastaría con mis conocimientos sobre la materia, tanto históricos como geográficos y que como había ocurrido en la elaboración de los capítulos iniciales, hace ya bastantes años, todos sería “coser y cantar”. Sin embargo, muy pronto percibí que la  tarea no iba a ser tan fácil y que aquel proyecto surgido de improviso, en el fondo era bastante “duro de pelar”.

Por este motivo, he tenido que llevar a cabo una intensa labor de búsqueda de información, para completar mis conocimientos previos, porque en muchos casos estos evidenciaban la existencia de grandes lagunas. Me he visto obligado a consultar infinidad de artículos de revistas, libros y sobre todo, páginas “web” de determinados ayuntamientos, que en la mayoría de los casos aportan una información inestimable en lo que se refiere a historia, costumbres, etc. de sus localidades respectivas. Además, para dotar a todo el texto  de un mismo estilo, también tuve que reorganizar buena parte del trabajo previamente realizado.

Ya señalé en la justificación de este trabajo que su elaboración suponía, también,  superar un reto que me había propuesto muchos años atrás. Además de la satisfacción por el objetivo cumplido y la posibilidad de compartirlo con quien haya querido o quiera leerlo, a lo largo de su realización ha aparecido un elemento nuevo de gran interés para este humilde “juntaletras”. En efecto, en relación a lo señalado en párrafos anteriores, sin tan siquiera proponérmelo, he tenido la posibilidad (por necesidad) de descubrir infinidad de cuestiones, personajes, curiosidades e historias, que conciernen a numerosas localidades de la isla y que para mí eran totalmente desconocidas.

Además de aumentar mi bagaje de conocimiento, estas interesantísimas aportaciones han sido el pretexto para  la elaboración de otros sencillos trabajos de “investigación”; se trata de textos breves que he ido realizando y difundiendo, bajo la denominación de “píldoras culturales”, paralelamente a la redacción de estas historias de los Nivaria-Achinech.

Fruto de este esfuerzo, “placentero”, porque todo hay que decirlo, son las casi quinientas páginas que constituyen el cuerpo del relato, distribuido en 20 capítulos y que he ido publicando con una periodicidad mensual, en muchos casos, incluso más reducida.

Para concluir,  tengo que agradecer a mi “asesora fundamental” el esfuerzo realizado al leer previamente cada capítulo antes de su publicación y a sus sugerencias y opiniones.

Santa Cruz de Tenerife,  26 de diciembre de 2020.

José Solórzano Sánchez ©

 


martes, 22 de diciembre de 2020

HISTORIAS DE LA FAMILIA NIVARIA-ACHINECH. 20. BUENAVISTA DEL NORTE Y LOS SILOS. LOS SEÑORES DE LA ISLA BAJA.

             



            Como epílogo de este relato, dedicamos  su último capítulo a los municipios, perdón, quise decir personajes, que residen en el extremo más occidental de Nivaria: Buenavista del Norte y Los Silos. A éste último ni siquiera lo hemos mencionado hasta el momento, pero de Buenavista sí que hemos hablado bastante, concretamente en el capítulo que dedicamos a su hija Guía de Isora y a su yerno Santiago del Teide.

        Por el momento la denominaremos simplemente Buenavista, porque lo de “el Norte” es una adquisición relativamente reciente. En efecto, durante cuatro siglos y medio fue conocida simplemente por su nombre de pila, pero tal como ocurrió con su hija y su yerno, con el  tiempo se le incorporó un calificativo, posiblemente, como en el caso de aquellos, para diferenciarla de otras localidades con el mismo nombre.

Todo lo que conocemos hasta el momento sobre Buenavista corresponde a su etapa de adulta, como madre de Guía, pero este relato resultaría incompleto si omitiésemos su infancia y juventud, precisamente porque muchos de sus comportamientos futuros se debieron a experiencias vividas en las primeras etapas de su vida.

Como sabemos, Buenavista es hija única de San Pedro de Daute y de una joven lagunera. Ella siempre echó en falta una hermana, porque todos sus parientes más cercanos eran chicos y aunque se llevaba muy bien con ellos, no era lo mismo.

Es cierto que como hija del señor de Daute siempre estuvo rodeada por una pequeña corte de sirvientas e institutrices que trataban de hacer su vida más cómoda. Creció muy apegada a su madre, porque San Pedro pasaba la mayor parte de su tiempo dedicado a sus lecturas piadosas y a la gestión del Beneficio. A decir verdad, tampoco le hacía mucho caso y mucho menos le hizo cuando al fin pudo resolver el espinoso asunto de la herencia del Mayorazgo. A partir de entonces, Garachico pasó a ser para él como un hijo consentido y Buenavista continuó en su estado de “invisibilidad”

Pero el tiempo pasó implacable y la niña se convirtió en una joven, y muy bella, todo hay que decirlo. Era indiscutible que estaba destinada a contraer matrimonio con algún personaje de relevancia en la isla, como correspondía a su rango. Sin embargo, su padre comenzó a diseñar otro tipo de proyectos para su unigénita. La gran frustración de su vida fue siempre no haber tomado los hábitos y dedicarse por completo a la vida contemplativa. Si bien es cierto que en su cotidianeidad se comportaba como un verdadero hombre de Iglesia, no era lo mismo, pues tenía infinidad de obligaciones y responsabilidades como señor de Daute.

Soñó muchas veces con haber tenido un hijo varón que se dedicase por entero a la religión, tal como había hecho su hermano y que con su ayuda hubiese escalado los puestos más altos de la jerarquía religiosa de Nivaria, y por qué no, del reino. Estaba seguro que este hijo “nonato” hubiese redimido todas sus amarguras y frustraciones otorgándole la paz espiritual que siempre había ansiado.

Pero todo eso eran sueños y había que volver a la realidad, así que después de mucho pensarlo, aunque se tratase de un “sucedáneo” de aquellas fantasías, decidió que aún existía un remedio y era precisamente ofreciendo su hija a la Iglesia. Una vez tomada la decisión, su postura se  hizo inflexible. De nada sirvieron las quejas de la ya adolescente, ni de su esposa. San Pedro alegaba que resuelto ya el trámite de la transmisión del Mayorazgo, no era necesario un matrimonio de conveniencia, que  no resolvería nada y que además le obligaría a conceder una dote, quizás excesiva para sus posibilidades. Además, trató de convencer a la chica de que haría lo imposible porque ocupase el puesto de abadesa en cualquiera de los conventos más ricos y prestigiosos de Nivaria. Incluso le dio a escoger entre cualquiera de los de  Aguere, la Villa o Garachico, que eran las localidades donde se asentaban los de más renombre.

A Buenavista no le quedó otro remedio que obedecer a su padre y eligió iniciar su vida contemplativa el convento de Santa Catalina, de Aguere. Esta decisión, aunque forzada, tiene su explicación; de una parte, era el más alejado de Daute entre las diferentes opciones que se le presentaron, puesto que quería poner tierra por medio con su padre, ya que estaba tremendamente enfadada; y en segundo lugar, porque allí residía aún, aunque muy anciana, Sor María de Jesús, “la Siervita”, cuya fama de santidad había llegado a todos los rincones de Nivaria.

Pero como cabría esperar, sobre todo cuando la ausencia de vocación es total, el traslado a Aguere fue un auténtico desastre. No disponemos de demasiada información al respecto porque lo que ocurría tras los muros del convento era llevado con todo sigilo. La chica aguantó lo que pudo, hasta que estalló. Antes de un mes la abadesa hizo llamar a sus padres para ponerlos al corriente de la situación y buscar una solución.




San Pedro estaba consternado, jamás hubiese imaginado encontrarse en una situación como ésta; su mujer, en cambio, no cabía en sí de gozo, ante la posibilidad de recuperar a su hija, aunque hacía lo imposible por no mostrar sus sentimientos. Lo que quedó muy claro en aquella reunión es que un traslado a otro convento no resolvería nada.

Coincidió, por lazos del destino, que durante aquel mes Buenavista había conocido a la “ilustre dama”, dado ésta  solía frecuentar el convento en busca de los consejos de “La Siervita”. La Laguna había mantenido siempre una gran amistad con su familia materna, también de Aguere, como sabemos, y  estaba enterada de su situación en aquel lugar por las confidencias de la abadesa. Por este motivo, la “ilustre dama” fue invitada a la reunión con sus padres. No sabemos si por altruismo, o por amistad, fue ella quien encontró una solución al conflicto.

Visto que estaba descartado un traslado a otro convento y que la vuelta inmediata al hogar familiar podría ocasionar conflictos en su seno, además de las habladurías de los lugareños, se ofreció para “pupilarla” (término utilizado por aquellos tiempos, hoy en desuso) durante el tiempo que fuese necesario.

Dicho en otras palabras, se comprometió a acogerla en su residencia como si se tratase de un familiar y velar por ella, además de procurarle un futuro acorde con su rango. Todos estuvieron de acuerdo, incluyendo Buenavista, porque sus familiares laguneros maternos no estaban ya en condiciones de ejercer tal “pupilaje”, mientras que el ofrecimiento venía de la “dama principal” de Nivaria.

El lector estará tan sorprendido tras leer el párrafo, como este humilde “juntaletras” después de escribirlo, pero todo tiene su explicación por muy difícil que suene.  Esta generosidad  no era precisamente una de las cualidades que adornaban a La Laguna, como hemos podido comprobar a lo largo de nuestro relato. En estos momentos aquella se encontraba entregada a los trámites de adopción de sus mellizos y sus recobradas “ansias” maternales habían provocado, al menos temporalmente, una dulcificación de su carácter. Por otra parte, siempre le había perseguido un gran remordimiento desde que tuvo aquella conversación con El Tanque y como diríamos, lo puso “contra las cuerdas”.

Era demasiado orgullosa para reconocer su error públicamente y mucho menos pedir disculpas, pero pensaba que haciendo el bien a la sobrina, saldaba su deuda con el tío, porque aquel, tarde o temprano, iba a enterarse de su actuación.

Lo cierto es que Buenavista residió durante una larga temporada con La Laguna, como si de un familiar se tratase. La chica no tenía especial interés en estudiar, al menos de una manera reglada, porque a pesar de su juventud, poseía una sólida formación gracias al selecto grupo de profesores que sus padres habían elegido para ella. Además, según la “ilustre dama”, perteneciendo a la familia de los Daute, con esa “cultura general” que poseía, con su juventud y belleza, tenía todos los ingredientes necesarios para llevar a cabo un casamiento en las mejores condiciones.

Ahora de lo que se trataba era de presentarle un candidato de su gusto y celebrar un buen matrimonio que acabase definitivamente con todos estos problemas  provocados por las ocurrencias de San Pedro de Daute. Y la ocasión llegó antes de lo esperado. Desde hacía unos meses se había establecido en Aguere  un garachiquense que copaba toda la atención de la “buena sociedad” de Nivaria. Se trataba de Tomé Cano, que muy joven había superado la prueba de piloto de la carrera de Indias en la Casa de Contratación de Sevilla. Había realizado numerosos viajes a América y participado en la expedición de la Armada Invencible. Pero por lo que era más conocido y considerado casi un héroe fue por su accidentado regreso en barco a La Palma, tras la amarga derrota en las costas británicas.

Además de todo ello, poseía un enorme prestigio como técnico de navegación, ya que era autor del tercer libro publicado en España y en el mundo sobre esta materia: “Arte para fabricar, aparejar y fortificar naos de guerra y merchante”. Era además miembro del Consejo de Indias y la Casa de Contratación, por lo que era consultado siempre que se proyectaba alguna expedición a tierras desconocidas. Si bien es cierto que  la diferencia de edad con Buenavista era notable, puesto que aquella aún no llegaba a la veintena, La Laguna consideró que era el candidato idóneo.

El lector que haya seguido este relato desde su inicio sabe perfectamente que cuando la “ilustre dama” se proponía algo, hacía lo imposible por conseguirlo, y esta ocasión no iba a ser diferente ¡quién iba a dudarlo! En poco tiempo se comunicó oficialmente el compromiso con plena satisfacción para los interesados: la pareja, sus respectivas familias y sobre todo, para la “casamentera” que  como diríamos coloquialmente “se quitaba un muerto de encima” y podría dedicar sus esfuerzos a asuntos más personales como la “adopción” de sus mellizos.

La fecha de la boda se pospuso para el año siguiente por diferentes motivos, entre ellos la juventud de la novia y las obligaciones del novio, que tuvo que trasladarse durante un tiempo a Sevilla, ya que sus compromisos con la Casa de Contratación así se lo exigían. Esta demora permitía a la familia de la chica realizar todos los preparativos para la boda de mayor prestigio que jamás se había celebrado en Daute.

Por fin llegó el día de la ceremonia y esta tuvo lugar en la iglesia más importante de Garachico y de la comarca, la parroquia de Santa Ana. A la misma asistió buena parte de la aristocracia de Nivaria, encabezados por su figura más preeminente, la “ilustre dama”. En efecto, La Laguna actuó de madrina en la ceremonia y de padrino Garachico, futuro señor de Daute.

El lector se preguntará cómo es posible que la madrina aceptase participar en un evento que se celebraba a tanta distancia de Aguere, cuando para ella Nivaria tenía unos límites muy definidos: por el norte La Cruz del Carmen, por el este, La Cuesta de Arguijón, por el sur la ladera de Güímar y por el oeste la de Tigaiga. Fuera de estos límites, para ella,  aquellas tierras eran tan distantes como cualquier otra isla del Archipiélago, la Península o las colonias. Pero todos sabemos que al menos en una ocasión había traspasado aquellos límites, cuando tuvo que desplazarse a Chasna para dar a luz a sus mellizos, algo que nunca iba a reconocer. La razón fundamental era el compromiso adquirido ante “la Siervita” de resolver aquella situación, y sobre todo, que su carácter había experimentado un cambio considerable tras la adopción de los mellizos, equilibrándose bastante sus niveles de intolerancia y empatía.

No obstante, para su traslado, tanto de ida como de vuelta, puso sus condiciones: en coche de caballos hasta la residencia de su nieto Puerto de la Cruz, y desde allí, en barco hasta Garachico.

No vamos a detenernos en la descripción de la ceremonia, porque el lector podrá imaginar que no se diferenciaría de otras que hemos comentado a lo largo de anteriores capítulos, aunque posiblemente esta fue más multitudinaria; y precisamente en esta afluencia de público se gestó  el mayor error que La Laguna jamás había cometido.




En efecto, entre el público que se agolpaba en las calles de Garachico se encontraba Masca, una mujer oriunda de uno de aquellos barrancos del macizo de Teno que desde hacía algún tiempo había sido contratada como sirvienta de El Tanque. Como los lectores comprenderán, especialmente aquellos que comparten la teoría de “el karma”, nuestro relato no podría acabar bien sin que la “ilustre dama”, que tantos “cadáveres”  había ido dejando a lo largo de su trayectoria vital, incluyendo a miembros de su propia familia, recogiese algo del mal que había ido sembrando.

            Pues bien, casualmente Masca formaba parte del  pequeño grupo de muchachas que fueron reclutadas en distintos caseríos de la isla, muy distantes unos de otros, para que atendiesen a La Laguna mientras pasaba los últimos meses de aquel embarazo clandestino en Chasna. Las otras procedían de Aguerche, en la comarca de Agache, de La Corujera,  y de Tachero, en la costa de Taganana. Ninguna sabía quién era aquella señora, aunque era evidente que se trataba de  una dama principal. Ella fue la que la atendió durante el parto, porque contaba con alguna experiencia en estos menesteres. Luego fueron devueltas a sus caseríos con una sustanciosa recompensa por sus servicios. Su sorpresa fue mayúscula cuando la vio como madrina acompañando a los contrayentes y seguida de varias jóvenes y tres niños, entre ellos una pareja de mellizos.

Nada más llegar a la casa parroquial contó aquella historia con todo lujo de detalles a El Tanque, que aunque también había asistido a la boda, por precaución ni siquiera se había acercado a la madrina. Evidentemente, le costó muy poco comprender aquella historia pero no mostró interés alguno a su sirvienta. En realidad lo que bullía en su cabeza era un conjunto de suposiciones y para hacerlas realidad había que constatarlas. Acostumbrado como estaba a realizar informes desde su época en el obispado, le costó muy poco obtener las pruebas necesarias. Se trasladó a la Casa Cuna, y aprovechando su condición de sacerdote obtuvo información de la llegada al centro de los mellizos que posteriormente fueron adoptados; cotejó fechas con la estancia de Masca en Chasna y con la salida definitiva del Capitán General de Nivaria, concluyendo que aquellos niños no eran fruto de su matrimonio.

Poco después volvió a repetirse la misma entrevista de tiempo atrás, pero en esta ocasión a la inversa. La Laguna desconocía por completo el motivo de la misma y en este caso era El Tanque quien poseía la información. Pero a diferencia de lo que posiblemente los lectores imaginarían que sucedió, aquél simplemente comunico a la dama que conocía toda aquella historia y que poseía pruebas irrefutables; igualmente le comunicó que consideraba que aquella era infinitamente más escandalosa que la suya, pero que iba a mantenerla en secreto. La venganza no entraba en sus planes, especialmente cuando podría hacer daño a inocentes. Dicho esto, finalizó la conversación sin tan siquiera dar ocasión a La Laguna de hacer el más mínimo comentario.

A partir de ese momento no ha habido día en que la “ilustre dama”  no sienta un pellizco en el corazón ante el temor de que El Tanque cambie de opinión. Sin embargo, nunca ha reunido las fuerzas suficientes como para suplicarle que la perdonase y rogarle que mantuviese aquella historia en secreto.

Volvamos de nuevo, tras este breve paréntesis,  a los protagonistas de este capítulo. Aunque Tomé Cano poseía algunas tierras en Daute, en realidad se trataba de un marino y ahora  funcionario público que vivía de un sueldo, eso sí, bastante elevado. También poseía varias propiedades en Sevilla, donde había residido en los últimos años. Buenavista, como hija única, recibió de dote extensos terrenos en los sectores más occidentales y meridionales de Daute, quizás como compensación por la pérdida del Mayorazgo. Estos comprendían la mayor parte de la Isla Baja, al oeste de la denominada Caleta de Interián, el Macizo de Teno incluyendo el Valle del Palmar y buena parte de Isora, aunque estos eran terrenos de muy poco valor ya que se trataba de  malpaíses en su mayor parte.

El matrimonio se estableció en las proximidades de la montaña de Taco, donde existía un pequeño caserío fundado tras la conquista por el extremeño Juan Méndez el Viejo. Pasados unos meses, Tomé Cano fue llamado con urgencia a Sevilla por asuntos de gran relevancia y en esta ocasión su joven esposa lo acompañaría en el viaje. Era la primera ocasión en que un miembro de los Daute se trasladaba a la Península, a las colonias, en cambio, ya lo había hecho un gran número de ellos. La nave que los trasladaba partió del puerto de Garachico y en unos días tuvo que regresar debido a la persecución de corsarios ingleses que los hostigaron peligrosamente.  Buenavista no llevó muy bien el “vaivén” de la nave y quedó traumatizada por el episodio “pirático”, así que cuando su esposo reemprendió el viaje, ella permaneció en Nivaria.




Lo que iban a ser unos meses de separación se convirtieron en años, porque Tomé Cano cada vez adquiría compromisos de mayor responsabilidad y su presencia era imprescindible en la ciudad andaluza. Esta ausencia del marido tuvo una compensación para Buenavista, pues unos meses más tarde nació su hija mayor, Guía, de quien nos ocupamos en un capítulo precedente.

Durante su embarazo, Buenavista tenía serios problemas para trasladarse a la parroquia de San Pedro de Daute para cumplir con sus obligaciones dominicales, y en más de una ocasión oyó misa en la ermita de Nuestra Señora de la Concepción, que pertenecía a la familia de los Yanes y estaba enclavada en Los Silos. Buenavista reclamó de su padre la creación de una parroquia en las proximidades de su residencia, no sólo por su comodidad, sino por la de los numerosos vecinos que poco a poco se habían ido asentando en el caserío. Entre estos se encontraban un buen número de sevillanos, a quienes Tomé Cano había ofrecido solares en las proximidades de su hacienda; estas viviendas fueron el germen del barrio de Triana, que tomó el nombre del más conocido de Sevilla.

Estas peticiones de Buenavista determinaron la división del beneficio de Daute en dos, tal como comentamos en el capítulo anterior: el de la parroquia de Santa Ana en Garachico y el de  la de Nuestra Señora de los Remedios en Buenavista; esta última poseía una extensa jurisdicción que comprendía además de todas las tierras recibidas como dote, el Valle de Santiago.

En ausencia de su esposo, Buenavista se encargó de gestionar la administración de sus tierras; como en el resto de Daute, inicialmente se dedicaron a los cañaverales que surtían a varios ingenios y posteriormente, tras la crisis de este cultivo, se sustituyó por la vid, cuya producción se exportaba, como es sabido, por el puerto de Garachico.

A diferencia de Garachico, quizás también por poseer un territorio mucho más extenso, Buenavista contaba con una mayor riqueza agropecuaria; además de las vides, el Valle del Palmar  y la Tierra del Trigo se convirtieron en los graneros de la comarca; por otra parte, el Macizo de Teno, continuó siendo, como en la época aborigen, una sector con un gran desarrollo del pastoreo. Todo ello contribuyó a que por aquellos años la localidad ocupase por población y riqueza un lugar muy destacado en Nivaria, superada solamente por Aguere, La Villa y Garachico.

Pasados unos años volvió de Sevilla su esposo, que ni siquiera conocía a su hija. En esta ocasión  sería para quedarse definitivamente. Durante un breve periodo el matrimonio vivió una segunda luna de miel y Buenavista volvió a quedar embarazada. Sin embargo, al poco tiempo don Tomé se vio afectado de un proceso tuberculoso que acabó con su vida en pocos meses. A Buenavista no le quedó otro remedio que sobreponerse a la desgracia con su pensamiento puesto tanto en su hija Guía como en la criatura que estaba por nacer.

Poco tiempo después vino al mundo un niño, al que bautizaron como Los Silos y fue apadrinado por su hermana y su pariente Garachico. A la criatura hubo que “cristianarla” apenas nació puesto que había pocas esperanzas de que sobreviviese. En efecto, el recién nacido presentaba un aspecto poco saludable, pero con la atención y los cuidados de su madre sobrevivió a los primeros años. Esa debilidad desde su nacimiento hizo de él un niño enfermizo que apenas salía de la residencia familiar. A los diez o quizás once años, los médicos le diagnosticaron un proceso tuberculoso, similar al que había afectado a su padre, y como solía decirse, nadie daba un duro por su vida. Buenavista hizo venir a los médicos más afamados de Nivaria que nada pudieron hacer por mejorar la salud del crío.

Ante el desespero de la madre, dos sirvientas de la casa, las hermanas Portelas (Alta y Baja) le comentaron que desde siempre en su familia, cuando se veían afectados por este tipo de enfermedades solían recluirse en una choza en el monte del Agua; pasado un tiempo solían experimentar una mejora notable. Considerando que este era el último remedio para que su hijo recuperase la salud, mandó construir una pequeña casa en aquel monte, a la que denominaron “Casa de los Tomillos” por la abundancia de esta planta en sus alrededores. Allí permaneció el chiquillo durante unos meses al cuidado de La Portela Alta y de su marido, Erjos, que era el guardabosques de aquel monte.

En medio de aquel bosque de laurisilva, respirando aire puro, dando pequeños paseos y tomando infinidad de infusiones de aquellas plantas medicinales que proliferaban por el lugar, el niño se recuperó, o mejor dicho, ganó la salud que nunca había tenido desde su nacimiento. A partir de entonces, aquellos parajes cobraron fama como lugar de cura no solo en la comarca sino fuera de ella.

Lo cierto es que el chiquillo llegó a su casa con un aspecto tan sano y fuerte que a Buenavista no le costó demasiado separarse de él un tiempo después, cuando comenzó sus estudios secundarios. El lugar elegido fue, como en otros muchos casos que hemos comentado, el seminario de Aguere, dado que actuaba como internado y no era condición indispensable para sus alumnos vestir los hábitos en un futuro inmediato.

No obstante, las visitas de su madre eran frecuentes; para ello utilizaba cualquier barco de cabotaje que desde Garachico se dirigiese a Añazo, y desde allí,  en coche de caballos  hasta Aguere. Para el viaje de vuelta a Daute utilizaba el mismo sistema de trasporte. Durante su estancia en Aguere solía residir en casa de la “ilustre dama” donde había espacio suficiente y que solía mostrar gran satisfacción con su presencia. Lo cierto es, todo sea dicho, que desde aquella conversación que relatamos, se cuidaba muy mucho de hacer cualquier feo o desprecio a los Daute, no fuera a ser que El Tanque se incomodase y se le “soltase” la  lengua.




Los Silos continuó algunos años en el Seminario y acabó el bachiller en el Instituto de Canarias. Algunas veces iba a merendar a casa de La  Laguna y solía ojear la biblioteca de la familia. Allí descubrió muchos libros de anatomía que había utilizado Arico durante su “breve” periodo universitario. Le encantaban aquellos grabados con imágenes del cuerpo humano y decidió que quería estudiar Medicina, para lo cual era inevitable trasladarse a la Península. La Laguna recomendó a Buenavista que el chico no se matriculase en Cádiz, que era donde solía hacerlo la mayoría de los canarios, porque después de la amarga experiencia que había tenido con su hijo, la consideraba una ciudad demasiado “festera”. Así que aprovechando que en Sevilla contaba con numerosas amistades de su marido, además de residencia propia, Los Silos estudió su carrera en la capital andaluza.

El muchacho fue un excelente estudiante y pasado el tiempo pertinente, regresó a Nivaria con su flamante título bajo el brazo. En Sevilla había tenido ocasión de realizar sus primeras prácticas en el hospital de La Caridad, que había sido erigido por un viejo amigo de su padre, don Miguel de Mañara, para la atención de viejos y vagabundos enfermos. Su actividad en el mismo fue impecable con gran satisfacción de su “protector” que incluso llegó a ofrecerle un cargo de responsabilidad en la Hermandad, en cuanto finalizase sus estudios. Pero a Los Silos le tiraba mucho Nivaria y cuando llegó el momento regresó a la Isla Baja.

En una de sus pocas visitas a Tenerife, mientras estudiaba en la capital andaluza, actuó como “marido” en la boda por poderes que llevó a cabo su hermana con aquel muchacho de Fuerteventura, y que como el lector recordará, fue un matrimonio frustrado. A diferencia de Guía y de otros parientes, no sintió la necesidad o las ganas de “cruzar el charco” y permaneció el resto de su vida en aquel rincón de Nivaria. En ese sentido era muy parecido a su pariente El Tanque, prefería la vida tranquila de la comarca, a pesar de que con la fama que le precedía a su llegada de Sevilla tuvo la posibilidad de establecerse en otras localidades como El Puerto de La Cruz, La Villa, Aguere e incuso Añazo. En todas ellas podría haber desarrollado su actividad profesional con mucho mayor éxito que en Daute.

Tras su llegada, después de pasar una larga temporada junto a su madre, haciéndole compañía después de la marcha de su hermana a Venezuela, decidió que había llegado el momento de emanciparse y  solicitó de Buenavista algún lugar donde establecerse e iniciar su vida como localidad, perdón, quise decir joven independiente.

Su madre le cedió una pequeña franja de terreno entre la montaña de Taco y las tierras de su pariente Garachico, que por su confín meridional llegaban al puerto de Erjos, ya en el macizo de Teno, vía natural de comunicación con el sur de la isla.

El muchacho estableció su residencia a los pies de la montaña de Aregume, junto al cauce del barranco de Sibora. El lugar escogido poseía unas condiciones excelentes para la actividad agrícola y además el barranco recogía los caudales de otros más pequeños que tenían su nacimiento en el monte del Agua. El caserío tuvo su origen tras la conquista, por obra del portugués Gonzalo Yanes o Gonzalianes, que había establecido en el lugar algunos ingenios. Además, parece ser que el nombre de Los Silos procede precisamente de tres depósitos de almacenamiento de cereales (o silos) que este había construido en la montaña de Aregume. Hay, no obstante, quien defiende que tales silos tendrían un origen prehispánico y habrían sido excavados en la montaña por los aborígenes.

Sea como fuere, lo cierto es que la imagen de tres bocas excavadas en una pequeña montaña aparece en el escudo de la localidad, como símbolo de su origen y de su denominación. Y aprovechando que hablamos de escudos, habría que decir que por estos años  tuvo lugar en Buenavista un suceso que del mismo modo que en el caso de su hijo, va a quedar  materializado en su escudo para la posteridad. En efecto, como había ocurrido ya en épocas anteriores, una terrible plaga de langostas (o cigarrones) asoló el lugar, devastando campos, huertas y prados. En esta ocasión fue tan intensa que los lugareños decidieron sacar en procesión la imagen de la virgen de Los Remedios. Según cuenta la tradición, gracias a  la intervención de esta la plaga desapareció, mientras que de regreso al templo dos de aquellos insectos se posaron en el manto de la virgen acompañándola hasta las puertas del mismo. Es por ello que en el escudo de la localidad, además de un faro y un cardón, se representan dos saltamontes dorados.

Enlazando con el tema de escudos y blasones, también por estos años Buenavista, sin esperárselo, se vio envuelta en un conflicto con un miembro de una de las familias más prestigiosas de Daute. En efecto, don Pedro de Ponte y Llerena Hoyo y Calderón, que este era su nombre, había nacido en Garachico y desde muy joven comenzó una exitosa carrera militar: participó en las guerras de Portugal y franco holandesa; fue nombrado gobernador de Gante y posteriormente gobernador y capitán general de Tierra Firme y presidente de la Audiencia de Panamá. Regresó a las islas como capitán general y con el título de conde del Palmar. Este hecho generó un gran disgusto y malestar en Buenavista, que vio como lo que siempre  había considerado su granero, pasaba a manos de un particular.

En realidad, poco tenía que hacer ante las decisiones del monarca y la importancia del personaje. El valle del Palmar poseía, como hemos dicho, unos suelos muy fértiles, especialmente para los cereales, por lo que no es de extrañar que fuese éste un elemente fundamental a tener en cuenta a la hora de otorgar el título. Además del disgusto, Buenavista tuvo que soportar la arrogancia de aquel militar que había sido acusado por sus contemporáneos de estar dominado por una  viva ansia de tomar dinero por todos los caminos posibles, costumbre que según parece había traído de Panamá. Sin embargo, con el tiempo las aguas volvieron a su cauce y parece ser que en los últimos años del conde las relaciones entre ambos llegaron a ser incluso cordiales.

Mientras tenía lugar este conflicto Los Silos desarrollaba su profesión con bastante éxito, a la par que invertía sus ganancias en tierras de cultivo. Tenía muy buenas relaciones con sus convecinos, no solo por la actividad que desempeñaba sino por su preocupación en mejorar las condiciones de vida de aquellos. Como ejemplo baste citar que pagó de su bolsillo el empedrado de las escasas calles del caserío, hecho poco frecuente en las localidades de la comarca, donde la mayor parte de las vías eran simplemente de tierra batida.



Pero no todo era trabajo en su vida, pues también le atraía la diversión. Fue precisamente en unas fiestas, las de La Librea, sobre la que más adelante volveremos, donde se encontró con la que iba a ser su esposa, aunque la conocía de oídas puesto que eran parientes. Se trataba de La Caleta de Interián, hija de Garachico y por tanto prima segunda suya. La muchacha reunía todas las cualidades que éste buscaba en una pareja, pues aunque carecía de un título universitario, poseía en cambio una sólida formación, como todas las féminas de los Daute. También  La Caleta descubrió que su “medio” primo era, sin lugar a dudas,  su media naranja. Lo bueno en estos casos es que en aquella época tan marcada por los convencionalismos sociales, ninguno podía poner objeción alguna a la familia de procedencia de su futura pareja, ya que ambos compartían la misma parentela.

La Caleta se había dado a conocer en la Isla Baja gracias al conflicto que mantuvo precisamente con el conde del Palmar, don Pedro de Ponte. El motivo de aquel desencuentro había sido las intenciones del conde de gravar, con un impuesto propio, la sal que tradicionalmente habían venido obteniendo las mujeres de los Silos de manera artesanal. En efecto, en la franja costera que va desde el charco “El Cumplido” hasta “El Gomero” existían unas cavidades naturales en la roca donde las silenses instalaban lo que se denominaba “lajas”.  Se trataba de unas salinas domésticas situadas a unas decenas de metros del mar. Éstas eran trabajadas exclusivamente por mujeres y se heredaban de madres a hijas o a nueras. Casi todas las familias disponían de alguna “laja” y quien no, podía obtener el producto bien prestando ayuda a otras mujeres, o trabajándolas a medias.

La Caleta era perfecta conocedora de aquella costumbre porque trataba habitualmente con aquellas mujeres y en alguna ocasión las ayudaba y obtenía su pequeña recompensa. En efecto, como su hermano El Guincho, era muy aficionada a todo lo que tuviera que ver con el mar y aunque no podía dedicarse a la pesca, porque  era una actividad destinada exclusivamente a los hombres, sí que se pasaba las horas cogiendo lapas y burgados en aquellas playas. Desde que el Conde comenzó sus actuaciones, La Caleta se posicionó del lado de las “salineras” y con ella toda su familia, especialmente Buenavista, que le tenía bastantes ganas.

 Todos se pusieron manos a la obra, desde  San Pedro de Daute a Garachico y por supuesto Buenavista, removiendo archivos familiares, antiguas datas, documentos de todo tipo, etc. y obteniendo la información necesaria que respaldaba a aquellas “recolectoras” de sal. Ante esto, a don Pedro no le quedó otro remedio que recular y desechar sus pretensiones.

Como dijimos, la pareja se había conocido personalmente en las fiestas de La Librea de Buenavista. Esta celebración era de gran tradición en la comarca y tenía lugar en la víspera de la fiesta de la Virgen de los Remedios, el 25 de octubre. Se formaba una comitiva que recorría las calles; ésta estaba formada por tres parejas de bailadores y a continuación los músicos que tañían los acordes de un tajaraste. Precediendo la comitiva iba una niña vestida de angelito que sujetaba con una cadena al diablo al que se le prendía fuego una vez llegados a la plaza principal. El origen es desconocido y su razón era representar el final del mal, encarnado en el diablo, enemigo de animales y cosechas. En aquella ocasión, Los Silos participaba como bailarín en el grupo e inmediatamente había llamado la atención de la muchacha.

En el valle del Palmar también se celebraba otra Librea, pero en fechas diferentes; en este caso tenía lugar la última semana de septiembre, coincidiendo con la festividad de la patrona, la virgen de La Consolación. Además existen pequeñas diferencias formales en relación a la capital municipal, pues aquí los bailarines son todos hombres, aunque tres de ellos van vestidos de mujer y por otra parte, el diablo va suelto.

Después de un corto noviazgo la pareja y sus familias anunciaron su boda. Lo que era por principio una feliz noticia se convirtió en un foco de problemas para los enamorados. Garachico, padre de la novia y padrino en la ceremonia, estimaba que ésta debería celebrarse en la localidad y en el templo principal de la comarca de Daute, es decir, en la parroquia de Santa Ana de Garachico. Buenavista, madre del novio y madrina en el enlace, estimaba, por el contrario, que ya  Santa Ana no era la principal parroquia en la comarca, porque la de Los Remedios poseía un beneficio muchísimo más extenso y con mayor número de fieles, llegando casi hasta los límites con Adeje; por otra parte, después del aquella erupción que cegó su puerto y arrasó la localidad, Garachico había perdido también la primacía comarcal.

Ni uno ni otro cedía lo más mínimo en sus planteamientos y este conflicto estuvo a punto de dar al traste con la ceremonia. El novio, con mucho acierto, consideró que la única solución estaba en que la celebración tuviera lugar en un lugar diferente para que ninguno de los padrinos se sintiese ofendido. Recibió la propuesta de Icod para que esta se celebrase en la Iglesia de San Marcos y a punto estuvo de aceptar; menos más que la novia se percató de las intenciones de su tío, porque en unos momentos de litigios por la capitalidad comarcal entre Garachico y su hermano, celebrar allí la boda hubiera sido para su padre una ofensa infinitamente mayor que si esta se hubiese celebrado en Buenavista.

Así estaban las cosas hasta que la pareja concluyó que la única solución era celebrar su boda en la iglesia de la virgen de La Luz de Los Silos, a medio camino entre las residencias de sus progenitores respectivos y el lugar donde iban a vivir el resto de sus días. El problema estribaba en que se trataba de un templo de pequeñas dimensiones poco acorde con la categoría de aquel enlace y de los invitados que tenían previsto asistir al mismo. Así que Los Silos se propuso una rehabilitación integral del templo y para ello contrató al prestigioso arquitecto vallisoletano Mariano Estanga, que llevaba ya bastante tiempo desarrollando su labor en la isla. La fama que le precedía era excelente; obras suyas fueron el Hotel Quisisana y el edificio del Círculo de Amistad, así como numerosas residencias y palacetes para las élites de Añazo, La Laguna o La Villa.




Como introductor en la isla del modernismo y del “revival” del gótico, Estanga puso en práctica sus ideas en la parroquia de Los Silos. En principio cercó con muretes la pequeña plaza y situó en su centro un quiosco de estilo muy próximo al art-noveau. Luego colocó una fachada-telón de estilo “neogótico” sobre la primitiva iglesia, mientras que en las paredes laterales del templo abrió ventanas de estilo románico.

Estas modificaciones  dotaron de gran singularidad tanto al edificio como a su entorno; si a ello añadimos el empedrado previo de algunas  calles que había llevado a cabo el novio, no es de extrañar la satisfacción y aprobación general de todos los asistentes a la boda, que esta vez sí, pudo llevarse a cabo sin inconveniente alguno.

Como curiosidad habría que señalar que este sector occidental de la Isla Baja no ha tenido demasiada fortuna a lo largo de la historia con sus edificios religiosos. De las cuatro más importantes, solamente se ha salvado del desastre la iglesia  de Los Silos, porque el templo parroquial de Buenavista, que como sabemos está bajo la advocación de Nuestra Señora de Los Remedios,  sufrió un terrible incendio en 1996; en efecto, en poco tiempo el fuego acabó con un rico patrimonio cultural y religioso reunido a lo largo de casi cinco siglos de historia. Por suerte, tras el desastre, se iniciaron las labores de reconstrucción.

Peor fortuna corrieron  el convento franciscano de Buenavista, creado en 1647, y el de San Sebastián, de Los Silos (1649). Después de un largo periodo de difícil existencia, ambos sucumbieron ante el proceso desamortizador de mediados del siglo XIX y desaparecieron. El solar ocupado por el de Buenavista acabó convirtiéndose en cementerio municipal.

A pesar de tratarse de la localidad más “joven” de la Isla Baja, Los Silos siempre  se ha caracterizado por la belleza y conservación del casco municipal; ya en 1921 obtuvo del rey Alfonso XIII el título de villa como premio a su “laboriosidad y pulcritud”. Su madre, en cambio, tuvo que esperar algunas décadas más para que le fuese concedido el citado título, concretamente en 1948, al tiempo que se añadía a su denominación oficial “del Norte”, tal como señalamos en el comienzo de este capítulo.

El matrimonio tuvo dos hijos, a los que bautizaron como San Bernardo y San José. El primero se estableció a los pies de la montaña de Taco, cono volcánico que constituye el elemento topográfico más relevante de la Isla Baja; muy próximo, en la ladera del mismo se sitúa Las Canteras, caserío que como sabemos pertenece a la jurisdicción de Buenavista. San José, por el contrario, fijó su residencia en el camino que desde la residencia de sus padres se dirige al Puertito.

La mayor parte del sector municipal de Los Silos situado en la Isla Baja ha estado cubierto hasta fechas recientes de un manto de plataneras que ocupaban casi toda la superficie agrícola y que ha sido la base del progreso de la localidad. Este hecho solo ha sido posible gracias a la riqueza en agua que posee el término. Con anterioridad hicimos referencia al Monte del Agua y ahora vamos a ocuparnos de dos intervenciones humanas sobre el medio y que están estrechamente relacionadas con el líquido elemento.




Cuando en las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo comenzó el intenso proceso roturador y de puesta en cultivo en los municipios más occidentales de la vertiente meridional de la isla, se hizo necesario el traslado de miles de toneladas de tierras de préstamo desde otros sectores. El principal lugar de extracción se situó en las proximidades de Erjos, en el extremo más meridional del término de Los Silos, muy próximo al caserío homónimo perteneciente a El Tanque. Aquella intensa extracción generó unas profundas cavidades en el terreno que se hubiese convertido en un auténtico desastre medioambiental, tal como los que hemos citado en los capítulos dedicados a Güímar o Candelaria.

Sin embargo, gracias al tipo de terrenos, de naturaleza arcillosa, y a la elevada pluviosidad de la zona, la propia naturaleza es la que se ha encargado de solventar en alguna medida y en unas décadas, el estropicio causado por el hombre. En efecto, en aquellas cavidades se han transformado en depósitos naturales de agua de lluvia. Con ello se han convertido en una de las escasas zonas de interior que pueden albergar especies acuáticas. Además de constituirse en un ecosistema propio, con numerosas especies vegetales y animales, las ahora denominadas “Charcas de Erjos” son utilizadas por numerosas aves migratorias que durante el invierno huyen del crudo frío europeo.

Pero no solo han intervenido los habitantes de la comarca en la extracción de tierras creando sin proponérselos nuevos espacios naturales, también se han atrevido a modificar el uso de los conos volcánicos. Tradicionalmente, estos se han venido utilizando en distintos lugares de la isla como canteras para extraer picón, tanto como material de construcción como para la actividad agrícola; es este el caso de la denominada montaña del Palmar o de La Zahorra, en el valle homónimo, que durante la década de los ochenta del pasado siglo se vio sometida a un proceso extractivo muy agresivo, dejando profundas cicatrices en su estructura.

Por el contrario, el cono denominado Montaña de Taco, en la Isla Baja y que sirve de límite a los municipios de Buenavista y Los Silos, se ha conservado en mucho mejor estado. Si exceptuamos una pequeña cantera y algunas fincas en la ladera norte, y  la ocupación de un pequeño sector de la ladera meridional por un caserío, el resto de su estructura se ha mantenido intacta. Este cono presenta la peculiaridad de que en los años ochenta del siglo pasado se construyó un embalse en su cráter; tiene capacidad para cerca de un millón de metros cúbicos de agua que se utilizan para el riego de las numerosas fincas del entorno.

En relación a riegos y embalses, convendría señalar que Buenavista auspició un intenso proceso roturador en el sector más occidental de la Isla Baja, entre montaña de Taco y los acantilados del macizo de Teno. En las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, las remesas de los inmigrantes en Venezuela propiciaron la expansión de la platanera en todo este sector, para lo que hubo que transportar gran cantidad  tierra de préstamo desde el valle del Palmar.  Con posterioridad, se produjo un cambio de orientación en este sector, al oeste de la villa, creándose uno de los campos de golf más extensos de la isla, y con diferencia, el mayor de toda la vertiente septentrional.

Estas instalaciones se encuentran precisamente en las proximidades de la vía que desde Buenavista se dirige al punto más occidental de Nivaria, la punta de Teno. En ese sector, erupciones más recientes fosilizaron el antiguo acantilado y crearon una suerte de “isla baja” mucho menos extensa que la que ya conocemos.  A excepción de algunos terrenos de cultivo, Teno Bajo, que es como se conoce esta zona, ha permanecido despoblado históricamente. No obstante, su posición de extremo occidental propició la construcción de un faro a finales del siglo XIX, que es uno de los siete que balizan las costas de Tenerife.

Con estas breves noticias sobre el devenir más reciente de Buenavista del Norte y su hijo, finalizamos este capítulo y con él, nuestro relato acerca de las historias de la familia Nivaria-Achinech.




José Solórzano Sánchez ©

 


jueves, 17 de diciembre de 2020

HISTORIAS DE LA FAMILIA NIVARIA-ACHINECH. 19. CANDELARIA. "MARIANA" Y MODERNA.

 




Candelaria quedó huérfana de padre y madre durante su niñez. En realidad no está muy claro quiénes fueron sus progenitores, aunque es evidente que de algún modo pertenecían a los Nivaria-Achinech; sin embargo, desde su más tierna infancia fue considerada un miembro más de la familia, actuando siempre La Laguna como si de una tía o abuela se tratase. No existe explicación cierta del porqué de esta predilección de la matriarca, unos creen que se debe a que su desgracia  coincidió con el abandono de Santa Cruz del domicilio familiar y la niña vendría a llenar el vacío que había dejado aquella partida prematura, tanto en el hogar como el  corazón de la “abuela”. Sin embargo, las malas lenguas hablan de otros motivos, pero de momento preferimos hacer oídos sordos a tales murmuraciones.

 

Ya sabemos que Güímar, a petición de su madre, se había hecho cargo de ella sin dudarlo ni un instante, porque como solía decir: “donde comen dos, comen tres”. Así que se crió junto a su “primo” Arafo como si fuesen verdaderos hermanos. Con él asistía a clase diariamente, primero con su tía Fasnia y luego a los grupos escolares, eso sí, ella al de las niñas y él al masculino.

 

Candelaria, pese a quien le pese, tuvo una infancia feliz. Después de clase pasaba también las tardes con su primo, corriendo por los canteros, cazando lagartos, dando de comer a los animales de la familia o subiendo a las higueras a comerse sus frutos sentada en una rama, en suma, lo que hacía cualquier niño en aquella época. En verano, en cambio, pasaba largas temporadas con unos vecinos que tenían una cueva en la playa del Socorro. Profesaba un enorme afecto por su primo, con quien tenía muchas cosas en común, pero lo que nunca consiguió fue tocar un instrumento; era algo que no le atraía, por mucho que Arafo, con toda la paciencia del mundo, se empeñase en enseñarle.

 

En cambio, algo que le encantaba era modelar vasijas de barro ¡eso sí que la entretenía! Siempre que podía se acercaba a las mujeres que trabajaban cerca de la playa de la Arena y allí se “escarranchaba” junto a ellas y se ponía a trabajar con el barro y a entretenerse con sus bromas. La localidad ha sido tradicionalmente uno de los principales centros alfareros de la isla, hasta que las imposiciones de la “modernidad” acabaron con aquella actividad. Durante siglos, las mujeres e hijas de los pescadores dedicaban su tiempo a la elaboración de objetos de barro, especialmente cuando no tenían que salir a vender el producto de sus capturas. Era un excelente complemento para las economías familiares precisamente en un lugar donde la agricultura no tenía demasiada relevancia. Según parece, para elaborar el barro se traía tierra de Arafo, mientras que el almagre procedía de La Esperanza; éste se utilizaba para impermeabilizar las piezas y en algunos casos para decorarlas. Resulta curioso que durante siglos han sido constantes las referencias a las “olleras” o “loceras” de Candelaria, como por ejemplo Viera y Clavijo y otros muchos.

 

Cuando acabó sus estudios de bachiller elemental, igual que su “primo”, quería dedicarse a los trabajos del campo o a fabricar loza, quizás hasta que encontrase un buen chico con quien casarse y formar una familia. Pero tuvo la suerte de que su tía Santa Cruz, la “liberal” y  la “feminista” de la familia, la convenciera de seguir formándose y le ofreciera  tanto su casa como costearle los estudios de bachillerato superior en la capital. Allí pasaba la semana ocupada con sus clases y regresaba a casa los fines de semana. Pero Santa Cruz pronto se dio cuenta de que la chica poseía muchas aptitudes y para desarrollarlas necesitaba un cambio de ambiente; lo que se denominaba  conocer mundo, o de otro modo, ampliar horizontes; como en aquella época lo más “socorrido” en estos casos era Venezuela, tras consultarlo con el resto de la familia, se decidió enviarla a la “octava isla”, al cuidado de unos parientes   que residían en Caracas.

 

Allí pasó la mayor parte de su juventud. Durante los veranos, mientras otros compañeros y amigos  disfrutaban de sus ansiadas vacaciones, Candelaria se empleaba como recepcionista en una cadena americana de hoteles  en la isla Margarita; esta actividad le permitió adquirir un dominio del inglés envidiable, eso sí, con acento americano. Allí podía practicar sin problemas con clientes y otros empleados. Hablando de clientes, parece ser que un muchacho de Chicago, representante  de máquinas de coser, se enamoró de la chica; así que repitió vacaciones en varias ocasiones e incluso le pidió matrimonio, pero Candelaria tenía las cosas muy claras, no había cruzado el charco y dejado todo atrás, para acabar como ama de casa en cualquier zona residencial de Chicago, de Cleveland o de Milwaukee. Ella quería formarse y regresar a la tierra que la vio nacer; su objetivo era poner en práctica todas las experiencias que había vivido y los conocimientos que había adquirido.

 

 Lo cierto es que el regreso se iba posponiendo porque en cuanto acabó su carrera, que tenía mucho que ver con la dirección de hoteles, consiguió un excelente puesto de trabajo con unas condiciones inmejorables. Como quien no quiere la cosa, fue escalando posiciones en el escalafón de la empresa        hasta ocupar cargos de gran responsabilidad. Sus obligaciones laborales le permitían moverse por las principales ciudades del país y desarrollar lo que se solía denominar “don de gentes”, que tan útil es en determinadas profesiones. Pero no todo era trabajo, la chica continuó formándose: estudió la carrera de Sociología, acabó un par de “masters” y perfeccionó su dominio del inglés. De hecho fue contratada en más de una ocasión como intérprete de grandes empresarios americanos cuando llegaban al país para hacer negocios  relacionados con el “boom” petrolífero.

 



De todos es sabido que la vida cotidiana en Venezuela, por aquellos años,  era mucho más “movida” que la de las islas, pero como solía decirse, a todo se acostumbra uno. Candelaria, como la mayoría de los isleños recién llegados, se adaptó perfectamente a aquel modo de vida, teniendo siempre muy claro que se trataba de una situación temporal. A pesar de ello, como ya hemos dicho, el regreso a casa se iba demorando hasta que sucedió un hecho que la hizo cambiar de opinión repentinamente. En efecto, encontrándose en una de las vías principales de Caracas realizando  unas gestiones, se encontró en medio del fuego cruzado entre la policía y fuerzas militares que acababan de iniciar un golpe de estado. Se salvó de milagro, gracias, según ella, a  que se había encomendado a la “virgen morena” y al Cristo de La Laguna.

 

En menos de una semana había liquidado sus asuntos en aquella república y se embarcó rumbo a las islas en el primer barco que salía de La Guaira. Podrá imaginarse el lector el impacto que provocó en parientes y conocidos cuando Candelaria llegó a Nivaria, ya hecha una mujer, con todos aquellos títulos, “masters” y hablando inglés perfectamente. Quien no se extrañó en absoluto fue su tía Santa Cruz, con quien había mantenido un contacto frecuente y estaba al corriente de todos sus asuntos. En suma, había retornado una mujer moderna y preparada dispuesta a demostrar a todos que se puede ser profeta en la tierra de uno.

 

De su etapa en Venezuela, aparte de sus vivencias, y aunque sea indirectamente, aún perviven algunos signos. Como salió tan deprisa del país ni tiempo tuvo de comprar regalos para familiares y conocidos. Cuando se encontraba a punto de coger el barco, pensó en las dos personas a las que se sentía más unida, su primo Arafo y  su tía Santa Cruz y consideró que a pesar de las circunstancias era imperdonable presentarse ante ellos, después de todos esos años, sin llevarles un pequeño recuerdo. Buscó por los alrededores del puerto algún comercio y consiguió lo que buscaba: para su tía un broche de oro y perlas, representando a la orquídea, flor nacional de Venezuela; para Arafo, dados sus gustos musicales y curiosidad por todo tipo de instrumentos, le compró un  “cuatro venezolano”, instrumento de cuerda típico de la música folklórica de  aquel país.

 

 Cuando estaba a punto de abandonar el lugar, le vino a la mente su “tía” La Laguna, la matriarca de la familia; conociéndola como la conocía consideró que no llevarle algún recuerdo sería interpretado por aquella un insulto imperdonable. Así que eligió lo primero que se le ocurrió, una imagen de medianas dimensiones de la virgen del Coromoto, patrona de aquella república americana. La chica, según parece, había olvidado el carácter de su parienta y en cierto modo benefactora, porque en cuanto se presentó en su casa para saludarla y entregarle el presente le sorprendió un gesto de desagrado, que ni se molestó en disimular. Aunque Candelaria no le dio demasiada importancia dado el afecto que le profesaba, la “ilustre dama” no se cortó un pelo en demostrarle lo que opinaba de aquella imagen. Pensaba para sus adentros que dónde iba a colocar una virgen “extranjera” con ese nombre que retumbaba  en sus oídos y que era adorada por indígenas americanos. Su orgullo y altanería le nublaban el pensamiento y le impedían recordar que la imagen de la patrona de las islas, por la que tanta devoción sentía y solía visitar con frecuencia, también fue adorada y cuidada en sus primeros momentos por los primitivos pobladores de Achinech.

 

Tenía muy claro que aquel “regalo” lo iba a colocar en su casa y mucho menos en cualquiera de las iglesias, ermitas o conventos de Aguere, así que se la regaló a una sirvienta. Ésta residía en el camino que desde la ciudad se dirigía a la Villa y  a La Esperanza. Cuando llegó a su casa con aquel regalo de “la señora”, tanto la familia como sus vecinos consideraron que la imagen merecía una pequeña ermita y se pusieron manos a la obra. Este regalo de Candelaria, diríamos que “de carambola”, se convirtió en el germen del barrio del Coromoto, en las afueras de Aguere. También su tía Santa Cruz y la que podríamos denominar su “madre adoptiva”, Güímar, por algún cumpleaños le ofrecieron a la chica como regalo, en homenaje a la república a la que tanto debía, dar el nombre de la misma a alguna de sus vías principales; así tenemos la conocida avenida de Venezuela en Santa Cruz, puerta de entrada a uno de sus barrios más populosos, el de La Salud y su homónima en Güímar, que da nombre a la parte urbana del antiguo camino de Arafo.

 

Como dijimos anteriormente, con todo aquel bagaje adquirido en la “octava isla” y sus inquietudes como estandarte, nada más llegar a Achinech inició varios negocios en la “villa mariana”. Por aquellos tiempos el lugar estaba bastante abandonado y se sorprendió de lo poco que había evolucionado desde que partió para América. En realidad, casi todos los caseríos del término contaban con una agricultura aceptable, merced a la abundancia de agua que extraían de las galerías de la cumbre. Sin embargo, Candelaria estaba dejada de la mano de Dios;  si exceptuamos algunas fincas de tomates, el producto de la pesca, que las candelarieras se encargaban de vender por todo el Valle, y la elaboración de loza que estas mismas realizaban mientras sus maridos estaban faenando, las posibilidades de mejora eran escasas.

 

De poco había servido la llegada a la localidad de la carretera general del Sur hacia 1870, excepto para facilitar el acceso de los peregrinos; paralelamente, la actividad del pequeño puerto de cabotaje del Pozo, había quedado reducida a las labores pesqueras. Este embarcadero había desempeñado en el pasado un excelente servicio a los distintos caseríos del término, incluso a otras localidades del valle, tanto en  sus comunicaciones con la capital como con otros pueblos del Sur. El caserío, en aquellos momentos, constaba apenas de un pequeño núcleo en torno a la iglesia de Santa Ana y algunas viviendas de pescadores en las proximidades de El Pozo y en la calle de La Arena, vía de acceso de los peregrinos al convento y a la antigua basílica. El dinamismo económico y demográfico  era mayor en otros lugares como Barranco Hondo y sobre todo Igueste, que superaba en habitantes a la capital municipal.

 

Enseguida comprendió que la localidad tenía infinidad de posibilidades siempre que se realizasen las inversiones adecuadas. Impulsar la agricultura en aquel tiempo no tenía sentido dada la pobreza de los suelos; sin embargo, aunque resulte contradictorio, en esa improductividad del terreno residía su riqueza potencial. Ella conocía de primera mano la actividad extractiva de áridos en los barrancos de su tía Güímar, a los pies de la ladera; enseguida vislumbró las enormes posibilidades de aquellos depósitos situados cerca de la costa y que habían acumulado allí durante miles de años los diferentes barrancos. Así que constituyó una sociedad y sin problemas adquirió una concesión del ayuntamiento y de algunos propietarios; todos vieron el cielo abierto ante la posibilidad  de obtener algún tipo de beneficio de aquellos arenales. La que sí se forró y muy rápidamente fue Candelaria; sin embargo, con el paso de los años y el cambio de mentalidad en relación a la conservación del medio natural, lo que fue un auténtico pelotazo derivó en un gran remordimiento en la conciencia muchacha; en efecto, en poco tiempo fue evidente aquel destrozo medioambiental. Por suerte se trataba de tierras improductivas y la intensidad de explotación fue mucho menor que en Güímar; con todo, aún perviven sobre el terreno las cicatrices de aquella actividad.



 

Además de los áridos, la localidad contaba con un litoral que gozaba de una climatología excepcional y prácticamente virgen. Pensó inicialmente en la actividad turística y promovió algunas urbanizaciones en la costa de Igueste, junto a la pequeña caleta, o mejor dicho,  las caletillas, donde algunos pescadores residían ocasionalmente junto a sus barcas. Pero esta iniciativa no dio los frutos apetecidos, especialmente  con el desarrollo ulterior de la costa meridional de la isla. Así que simplemente, sin graves conflictos, se produjo un cambio de orientación de lo ya construido hacia las  residencias de fin de semana o vacaciones para habitantes de la capital.

 

Este cambio sí que fue un éxito, primero en Las Caletillas y posteriormente en todo el litoral que va prácticamente desde la cuesta de las Tablas hasta El Pozo. Candelaria promovió un extraordinario proceso urbanizador e inmobiliario, orientado ahora a las primeras residencias, aprovechando la mejora de las comunicaciones con el área capitalina. En muy poco tiempo, aquel pequeño caserío se transformó en una de las localidades más populosas y dinámicas de la isla y con  diferencia, la primera en el valle de Güímar.

 

Llegados a este punto del relato conviene tratar un bulo que desde aquellos años ha venido rodeando todas las actividades empresariales que hasta ahora hemos relacionado. En efecto,  los continuos éxitos de la muchacha, como siempre, despertaron ciertas envidias y comenzó a hablarse de que el capital de sus inversiones no era del todo “limpio”. Nadie se creía que la chica  hubiera retornado a la isla con las maletas cargadas de millones fruto de sus actividades en aquel país. Se hablaba de que en realidad actuaba como “testaferro” (más de uno la llamó “testaferra”) de grandes fortunas venezolanas que lavaban  aquí el producto de sus manejos y corruptelas.

 

Estas calumnias, aparentemente infundadas, le hicieron mucho daño inicialmente, pero luego se sobrepuso y fue capaz de demostrar que no había nada de ilegal en sus empresas. Era cierto que el éxito de aquellas atrajo el interés de numerosos inversores de aquel país, pero se trataba mayoritariamente de conocidos isleños que preparaban su futuro retorno a la isla y preferían invertir en lo que comúnmente denominamos “ladrillo”; su intención era convertirse en rentistas con cierta seguridad, antes que entregar el dinero a bancos y prestamistas. En aquellas tierras, mucho más que aquí, continuaba muy presente el conocido caso “Santaella” y nadie quería verse involucrado en algo similar.

 

Personalmente se siente muy unida a su tía Santa Cruz. Después de su regreso de Venezuela, más que tía y sobrina, se han convertido en amigas  inseparables. Para Candelaria, su Santa Cruz es un modelo de vida a seguir: una mujer inteligente, independiente, emprendedora y sobre todo, una de las pioneras del feminismo en Nivaria, a pesar “del que dirán” que tanto pesaba en la sociedad isleña de la época. En definitiva, además del cariño  de sobrina, siente un  profundo respeto y admiración por aquella.

 

        Siempre que tiene un poco de tiempo libre le gusta compartirlo con ella, por lo que se traslada frecuentemente a la capital. Allí se las puede ver paseando por la Rambla, la avenida de Anaga o el parque García Sanabria. También tomando algo en “El Águila” o en los “paragüitas” mientras proyectan negocios en común o viajes de vacaciones al extranjero. Bueno, lo de los “paragüitas” fue hasta que se llevó a cabo la última remodelación de la plaza de España y la Alameda. Los asesores de su tía acabaron con aquel bar emblemático y no han tenido más remedio que buscar otras alternativas como los situados junto al reloj del Parque o en la plaza de Weyler.

 

 Como hemos dicho anteriormente, Candelaria es una chica moderna, que aunque tuvo sus historias de juventud allá en Venezuela, de momento no quiere compromisos sino como ella dice: “vivir la vida”. Y eso que no le faltan pretendientes: lo mismo un miembro del club de empresarios al que pertenece, como un político ansioso por trepar o un director de hotel extranjero. También entre sus parientes cercanos o lejanos  hay alguno que le “tira los tejos”, más los del Norte que los del Sur, porque estos tienen sus ojos puestos en las extranjeras de Las Américas. Candelaria, que es chica avispada, sabe quitárselos de encima con una sonrisa y un par de bromas, sin herir sus sentimientos. Aparentemente tiene controlada la situación, excepto con el “pesado” de El Rosario que durante un tiempo no conseguía quitárselo de encima.

 

        Como recordará el lector, cuando hablamos de los hijos “adoptivos” de La Laguna, dedicamos un capítulo a este personaje y hablamos de los intentos de Güímar y su madre por emparejarlo con Candelaria. No podían consentir que se repitiera con ella el caso de su tía Santa Cruz y por lo que se ve, la muchacha sigue el mismo camino ¡Faltaría más!,  con una “moderna” en la familia ya era suficiente. Aquellas tenían  muy claro que un matrimonio bien organizado era el mejor modo de cortar las alas a una “paloma” que estaba iniciando el vuelo en solitario, sobre todo, cargándola muy pronto de hijos.

 

        Así que ambas alentaron como pudieron al muchacho para que se hiciera el “encontradizo” y la verdad sea dicha, nunca lo consideró un sacrificio, porque como solía decir, la chica era una auténtica “perita dulce”. Así es que cada vez que Candelaria iba o regresaba de la capital, El Rosario bajaba desde La Esperanza y le cortaba el paso en la Cuesta de las Tablas  o en Barranco Hondo para declararle sus intenciones; pero siempre con muy poco éxito,  dicho sea de paso.

 

Por eso Candelaria, para no herir el amor propio de su admirador y evitar situaciones desagradables, empezó a utilizar la autopista en sus desplazamientos a la capital y  resuelto el problema. No obstante, El Rosario  no se rindió a la primera y un poco por dignidad y otro por evitar las continuas presiones de “las pesadas”, como él las llama, de vez en cuando se trasladaba a uno de los apartamentos que tenía en Tabaiba, con la intención de salirle al paso. Pero Candelaria, como ya se sabe, es “lista como una tea” y pasaba por esa zona como una “bala” y así, no había manera de hablar con ella.



 

        La verdad es que apreciaba al muchacho, era serio y educado, incluso le hacía gracia  cuando se acercaba a hablarle con su manta esperancera y la cachimba, aunque fuese en verano. Pero Candelaria, que estudió dos carreras y las complementó con algunos  masters durante su estancia en Venezuela, no se ve viviendo en La Esperanza, cargada de niños y recogiendo pinocha para las vacas en Las Raíces. Por suerte, las cosas se resolvieron por sí solas cuando el muchacho encontró a su media naranja en aquellas cumbres y cesó su “acoso”, con gran desengaño de su madre y su hermana, que fueron quienes lo habían auspiciado.

 

     Un aspecto muy curioso de la personalidad de esta chica es que a pesar de su carácter abierto y sus ideas progresistas, hay una cosa en la que no transige y se enorgullece de ello. Es una devota de la Virgen, para ella es algo fundamental en su vida. Ha invertido de manera desinteresada gran parte de sus ahorros en adecentar la plaza de la Basílica, incluso costeó el cambio de las viejas estatuas de los menceyes guanches que ya estaban muy deterioradas por la brisa marina, por otras más acordes con el entorno de la plaza. No obstante, no se deshizo de aquellas, que si bien no poseían demasiado valor artístico, si lo tenían desde el punto de vista sentimental, tanto para ella como para todos los candelarieros. Así que los colocó en una de las nuevas avenidas que se han trazado en la localidad, donde no llega la brisa marina ni el salitre y las posibilidades de conservación son mayores.

 

Cuando llega el 15 de agosto organiza una fiesta por todo lo alto para su familia. Es la ocasión en que todos se reúnen. Acuden todos los parientes, los del Norte y los del Sur; tampoco falta la abuela ni la tía Santa Cruz y ninguno de los que viven con ellas. Muchos traen sus instrumentos y montan unas parrandas de lo más animado. Después de la misa, se reúnen en la cueva de San Blas para almorzar; nunca faltan las papitas arrugadas, el conejo  en salmorejo o las jareas. Tampoco el vino de Tacoronte y Arafo. Por la tarde, después de la procesión, se pasean por la plaza con las parrandas y se hartan de comer almendras garrapiñadas, porque Tacoronte siempre  se trae unas amigas turroneras que montan allí sus ventorrillos.

 

        Esta es la única vez al  año que podemos ver junta a toda la familia, nadie falta, por ejemplo, Santa Cruz,  que desde hace muchos años toma sus vacaciones en julio o septiembre, para estar en agosto en la isla y no faltar a la celebración. En realidad, esto es sólo un día, porque como dice Candelaria, que es muy dada a los refranes, “de la familia y del Sol, cuanto más lejos mejor” y ella sabe muy bien por qué lo dice.

 

        Hablando de la Virgen, hay que decir que a nuestra protagonista le molesta mucho lo que ella denomina “ignorancia” acerca de nuestra historia y tradiciones. Le disgusta enormemente cuando en cualquier conversación se discute si la localidad dio nombre a la advocación o lo contrario. Existe la idea muy extendida, no solo en la isla sino fuera de ella, de que como solemos denominarla “la virgen de Candelaria” (en lugar de virgen de La Candelaria) omitiendo el artículo, la preposición “de” implica que su nombre proviene de la localidad donde se le venera, cuando se trata de todo lo contrario. Además, esta opinión está tan difundida que es muy difícil de erradicar. Por eso, cuando regresó de Venezuela le pidió ayuda a Güímar para resolver la cuestión de una vez por todas; y no se trata de una elección baladí, sino que está convencida de que aquella es con certeza la persona más indicada, no solo en la familia, sino en toda Nivaria. Convinieron que en cuanto Güímar tuviera algo de tiempo libre se dedicaría a investigar sobre el asunto y una vez elaborado el informe, Candelaria se comprometía a costear su publicación para difundir  los resultados del mismo.

       

Como hemos tenido ocasión de comprobar en algún que otro capítulo,  Güímar es una experta en bibliotecas y archivística y no iba a defraudar a su hija “adoptiva”. Se puso manos a la obra rastreando información por todos los archivos de Nivaria y en poco tiempo presentó sus conclusiones.

 

La primitiva imagen había aparecido en las costas del menceyato de Güímar, en la playa de Chimisay, con anterioridad a la conquista de la isla y venerada por los pobladores de aquellos contornos, que la denominaban Chaxiraxi. Con el tiempo fue trasladada a la cueva de Achbinico (hoy San Blas) y puesta al cuidado de Antón Guanche, un joven aborigen que había sido capturado por los castellanos y cristianizado; con el tiempo había logrado escapar y regresar a la isla.

 

Una vez conquistada Tenerife, precisamente el dos de enero de 1497, el Adelantado don Alonso Fernández de Lugo celebró en la cueva de Achbinico la primera fiesta de Las Candelas, coincidiendo con la festividad de la Purificación de la Virgen. Se considera, por tanto, que aquí se inicia la devoción a la advocación cristiana de La Candelaria.

 

Posteriormente se construyó una primitiva iglesia a donde fue trasladada la imagen desde aquella cueva. Junto al templo se creó un convento dominico, orden que hasta la fecha la ha venido custodiando. Después del traslado, en la gruta de Achbinico se colocó una talla de San Blas, de ahí el cambio de denominación de la misma.

 

La imagen fue robada unas décadas antes de la conquista por Sancho de Herrera y trasladada a Fuerteventura, pero fue devuelta poco después tras la aparición de una epidemia de peste atribuida al robo sacrílego. El culto a la virgen de La Candelaria se difundió rápidamente por todas las islas y en 1559 fue declarada Patrona del Archipiélago. Como ejemplo del auge de esta devoción baste señalar que en la localidad de Teror, donde se venera a la virgen del Pino, patrona de Gran Canaria, a fines del siglo XVI existía ya una cofradía de La Candelaria; por otra parte, en la segunda iglesia que se construyó en honor a la virgen del Pino, donde se encuentra su actual basílica, hubo un altar dedicado a la virgen de La Candelaria.

 

Tuvo que pasar más de un siglo después de su declaración como patrona del Archipiélago para que se construyese la primera basílica (fines del siglo XVII). Casi un siglo más tarde, un terrible incendio destruyó la basílica y el convento, aunque la imagen se salvó milagrosamente y volvió de nuevo a su primitivo emplazamiento en la cueva de San Blas. Con posterioridad la iglesia fue reconstruida, pero en 1826, el famoso aluvión que arrasó la isla se llevó hasta el mar la primitiva imagen de La Candelaria que había sido venerada en aquella comarca desde hacía casi cuatro siglos. Unos años más tarde ya se contaba con otra nueva, obra del escultor orotavense Fernando Estévez. Por último, en 1959 se inauguró la actual basílica, dos años después de la adquisición del título de villa.



 

Por tanto, queda claro después de este informe elaborado por Güímar, que es la localidad la que tomó el nombre de la virgen que allí se veneraba. Como es fácil de entender, cuando se instaló la imagen en la cueva de Achbinico no existía poblado alguno en el lugar, sino que con el paso del tiempo fue surgiendo el caserío en torno a la cueva y posteriormente a la iglesia y al convento.

 

Quien haya tenido la ocasión  de leer el capítulo de este relato dedicado a Adeje y Arona, habrá percibido que  en su informe, Güímar se abstuvo de hacer la menor referencia a la imagen de la virgen de La Candelaria que se conserva en la iglesia de Santa Úrsula de aquella localidad sureña. El lector recordará que Güímar había descubierto que aquella imagen era la auténtica, la que se había venerado en la isla desde hacía siglos y que todos creían desaparecida tras el aluvión de 1826. Según parece, el entonces marqués de Ponte, patrono y protector de la imagen, consciente de los peligros que acechaban a ésta y en connivencia con los monjes, la había trasladado a Adeje, sustituyéndola por una copia, que en definitiva fue la que desapareció arrastrada por las aguas. También recordarán los lectores que en aquella conversación entre ambos convinieron en dejar las cosas como estaban y no entrar en polémicas; tenían la seguridad de que éstas podrían a afectar a la devoción que los isleños sentían por la nueva imagen que presidía la iglesia desde 1830 y también dañar la reputación  tanto de Adeje como de toda la familia.

 

Para concluir con lo relativo a vírgenes y patronazgos convendría señalar ciertas curiosidades que tal vez algunos lectores desconozcan. Aunque la virgen de La Candelaria fue declarada por el papado Patrona de Canarias en 1599 y confirmada como Patrona Principal del Archipiélago en 1867, en realidad no es la patrona oficial de Tenerife. En efecto, si bien popularmente se le adjudica este título, la patrona de Tenerife y de la diócesis Nivariense, que abarca las cuatro islas occidentales, es la virgen de Los Remedios, que se venera en la catedral lagunera, cuya denominación correcta es “catedral de Nuestra Señora de Los Remedios”.

 

Siguiendo con curiosidades, resulta que la advocación que dio nombre a la localidad y al municipio, Candelaria, no es la patrona de la denominada “Villa Mariana”, sino su madre, Santa Ana; esta es la advocación a la que está dedicada la pequeña iglesia situada en el sector más antiguo de la localidad y  que fue erigida en 1795.

 

        Candelaria ha cambiado mucho en los últimos años; ha llevado a cabo muchas inversiones y desde que el plan de ordenación urbana le reclasificó unas fincas abandonadas que tenía entre el Pozo y Las Caletillas, convirtiéndolas de la noche a la mañana en unos solares  muy apetecibles, como dicen sus familiares, ha dado el mayor de los “pelotazos”. Eso sí, siempre dentro de la legalidad, porque a ella no le gustan los chanchullos y eso que la rondaron por algún tiempo algunos personajes poco recomendables, pero ese es otro asunto.

 

        Sin embargo, no todo en su existencia es positivo, y eso que la chica piensa que ha sido especialmente afortunada a pesar de sus traumáticos comienzos en esta vida o en “este valle de lágrimas” como suele decir su tía Fasnia. Lo que en un principio le pareció una inversión muy provechosa se ha convertido en los últimos años en un auténtico quebradero de cabeza. Siguiendo los consejos de Santa Cruz, que tanto éxito tuvo con una operación similar allá por los años treinta, con  la instalación de la refinería,  hace ya algunas décadas vendió unos terrenos a muy buen precio a la antigua UNELCO para establecer la central eléctrica. Lo que en principio fue un estupendo negocio se ha vuelto contra ella y sus intereses.

 

        Por un lado, Las Caletillas, una chica peninsular, funcionaria de la delegación de Hacienda de  Santa Cruz, le alquiló un apartamento cuando aún ni estaba la autopista construida, buscando el buen clima, la tranquilidad y la relativa cercanía a la capital. Desde muy pronto hicieron buenas migas y enseguida se las vio practicando “running” por la avenida o tomando unas cañas. Incluso aquella llegó a invitarla a pasar unas vacaciones en Galicia, donde vive  su familia.

 

Pero con el paso del tiempo empezaron las quejas que han llegado al extremo de acabar con una bonita amistad. Que si la carbonilla de la eléctrica me deja la ropa tendida tan negra que hay que volver a lavarla y lo mismo con el coche; que los niveles de contaminación del aire son superiores a lo recomendado; que si las fiestas en el hotel no me dejan descansar y al día siguiente tengo que trabajar; que no hay donde aparcar en la avenida, etc.  Pero como dice Candelaria: “la eléctrica ya estaba funcionando cuando alquilaste el apartamento y el hotel también estaba, cerrado, eso sí, pero ya estaba”.  Además, ha intentado hacerle ver que no depende de ella el funcionamiento de ambas instalaciones. Y así siguen, sin ponerse de acuerdo y lo que es peor, sin saludarse.

 

Por otro lado, también tiene problemas con Igueste, un medianero que lleva sus mejores terrenos desde no se sabe cuánto tiempo, tanto que ya le llaman “el de Candelaria” para distinguirlo de un primo conocido como “el de San Andrés”; este también se queja de lo mismo, de la eléctrica, pero a él sí que le llega el humo de frente cuando sopla la brisa marina. Candelaria insiste en que no puede hacer nada, pero el problema le está ocasionando fuertes pérdidas económicas, porque Igueste insiste en el humo y la carbonilla provocan que los rendimientos de las fincas disminuyan, con lo que al ir a medias, los ingresos por este concepto son cada vez menores.

 

En más de una ocasión Candelaria  ha pensado si el medianero será más listo de lo que parece y está  sacando más tajada de lo que le corresponde, aprovechando la excusa de la eléctrica. Pero no sabe qué hacer, son ya muchos los años desde que se conocen  y encontrar otro medianero no resultaría fácil. Además, si rompe el contrato, aunque haya sido de palabra, corre el riesgo de entrar en temas judiciales y eso es algo que le horroriza, porque como dice su tía Fasnia, muy amiga de refranes, “Pleitos, ni aunque los ganes”.

 

Y no acaban aquí los problemas; también los tiene con otro de sus inquilinos, Barranco Hondo,  al que le tiene arrendados unos terrenos entre la Montaña Bermeja y el Picacho, fincas que cultiva a tiempo parcial los fines de semana, porque trabaja de camionero en el muelle. Éste la ha amenazado con rescindir el contrato, alegando que con los atascos de la autopista cada vez le cuesta más llegar a Santa Cruz y lo de madrugar no es  que le agrade mucho. Pero como dice Candelaria con cara de asombro cada vez que hablan del tema: “¡y qué culpa tengo yo de eso!

 

A pesar de estos inconvenientes, tal como le dice su primo Arafo, al que le gusta mucho filosofar, la vida no es blanca ni negra, sino que tiene muchos matices, y en la de Candelaria predominan los colores claros. Lo cierto es que tiene mucha razón, la huérfana de ayer se ha convertido en una potentada a la que envidia todo el mundo, ha tenido suerte, pero ella  también ha puesto mucho  de su parte.

 

Hablando de envidias, aunque sean sanas o no tan sanas, hay que referirse a su tía Güímar, que  ha sido tradicionalmente el personaje más ilustre de  la comarca, a la par del que gozaba de una situación económica más holgada. No hay que olvidar que fue como una madre para Candelaria en su niñez y además voluntariamente. Es cierto que por sugerencia de la matriarca, pero siempre le ha tenido un gran cariño. Afecto, eso sí,  para que negarlo, pero teñido de ciertos tintes de compasión, como el que se siente por alguien al que en cierto modo se considera “inferior”.

 

Y no es que Güímar sea tan “clasista” como su madre o su hermana mayor, La Orotava, pero es algo que como se suele decir “mamó de pequeña” y no puede controlarlo. Por eso, cada vez le resultan más insufribles los éxitos y progresos de su “casi” hija, aunque lo mantiene en secreto y con nadie lo comenta. Continuamente está haciendo cuentas, comparando lo que tienen una y otra, y cuando confirma que la fortuna de Candelaria es muy superior a la suya le entra una sensación de ahogo que solo se le pasa yendo a confesarse a la iglesia de San Pedro. Su inquietud más profunda y oculta es que en algún momento, la zona donde viven y que lleva su nombre, el conocido “Valle de Güímar”, cambie alguna vez de denominación por “Valle de Candelaria”. Esa pesadilla le quita el sueño, aunque ignora que su sobrina la quiere y la respeta tanto que jamás permitiría algo así, al menos, mientras su tía estuviese viva.



 

        Antes de que algún lector me llame la atención y me acuse de lanzar la piedra y esconder la mano, considero que ha llegado el momento de aclarar una cuestión que dejamos pendiente en el primer párrafo de este capítulo.  Nos referimos al origen, si no oscuro, al menos poco claro, de Candelaria. Y no se trata que tenga especial interés en hacerlo conocer, pero si estamos relatando la vida de nuestra protagonista, es necesario abordar todos los episodios de la misma de los que tengamos constancia, sobre todo, si tuvieron especial relevancia para ella.

 

        Según parece, nada más volver de Venezuela y fijar su residencia en Candelaria, la chica comenzó a tener sueños bastante extraños y recurrentes. Para ella eran una novedad, pero además eran muy frecuentes y la dejaban en tal estado de ansiedad que la desvelaban por completo. Probó todo tipo de remedios e incluso llegó a ir al médico para que le recetase cualquier medicamente que le permitiese dormir las horas necesarias. Ni siquiera estos surtieron efecto y ante la repetición de las noches en vela su salud comenzó a resentirse. Con el tiempo logró descifrar alguna parte de aquellos extraños sueños y parece que tenían que ver con sus padres, de los que apenas conservaba un vago recuerdo puesto que era muy niña cuando fallecieron.

 

        Por aquellos años había cobrado mucha notoriedad en toda la isla una veinteañera que habitaba en las proximidades de la iglesia de Santa Ana llamada Antonia Tejera, más conocida como “la Iluminada de Candelaria”. Muchos acudían a ella en busca de consejo y orientación en lo espiritual y en lo humano y para encontrar remedio a todo tipo de enfermedades. Aunque era analfabeta, poseía una increíble lucidez y un discurso fluido; era considerada una médium a través de la cual se manifestaban Jesús, la Virgen en sus diferentes advocaciones y algunos santos. Candelaria consideraba a aquella mujer y a todos la que la seguían un producto de la incultura e ignorancia tradicional  que pervivía en algunos sectores de la sociedad isleña; pero como dice el proverbio,  “el fin justifica los medios” y por eso  decidió   visitarla para  intentar resolver aquel problema, que nunca mejor dicho, le quitaba el sueño.

 

        Concertó una cita con “la Iluminada” por medio de unos conocidos y con bastante discreción acudió a la misma. La chica le contó los problemas que le afligían sin demasiadas esperanzas; durante aquel encuentro, Antonia, como solía ocurrir, experimentó una transfiguración, modificando los rasgos de su rostro y su voz  y  pronunció algunos mensajes aparentemente inconexos, pero que hablaban de Aguere, de deshonra y del valle de Salazar, que era como se denominaba por aquellos años al valle de San Andrés.

 

     Para no alargar demasiado el relato, baste decir que a Candelaria le costó poco entender que la clave de todo aquel asunto la tenía  aquella a quien llamaba su tía, nos referimos a La Laguna y a ella acudió. Después de escuchar su relato, a la “ilustre dama” no le quedó otro remedio que hablarle del gran secreto de la familia Nivaria-Achinech, que  a ella  atañía en buena medida, aunque pidiéndole la máxima discreción.

 

        Según parece, el Adelantado don Alonso, casi  al tiempo de celebrar su matrimonio con aquella joven llamada Aguere, perteneciente a la nobleza aborigen, sedujo y deshonró a una de sus hermanas menores, cuyo nombre desconocemos. Ante el embarazo de la muchacha, concertó su boda con uno de los capitanes que le acompañaron en la conquista, don Lope de Salazar. Esto explicaría que nunca se supo el nombre aborigen de su esposa y solo figure el castellano, Beatriz de Párraga. A cambio de este favor y de otros  recibidos durante la conquista,  le entregó a él y a sus descendientes el valle de las Higueras o de Abicore e Ibaute, que por él se llamó de Salazar. Sabemos también que con el tiempo se le denominó de San Andrés, porque la ermita que allí erigió don Lope estaba dedicada a este santo.

 

      La citada Beatriz de Párraga  tuvo “oficialmente” tres hijos con don Lope:  don Diego de Salazar, don Luis de Salazar  y una hija de nombre desconocido que en realidad lo era de don Alonso y por tanto, hermana de padre  y prima hermana de La Laguna. A la “ilustre dama” solo le llegaron estas informaciones por boca de su madre, tras el fallecimiento de don Alonso, adquiriendo el compromiso de mantener siempre este secreto que manchaba tanto la memoria de su padre como de los Nivaria-Achinech.

 

 La hija ilegítima de don Alonso y su cuñada contrajo matrimonio con un rico hacendado de Taganana, propietario de un ingenio y extensas plantaciones de viñedo; pertenecía a la familia de los Guillama, oriundos de Lanzarote y que formaban parte del primer contingente de colonos que se asentaron en el lugar. Tuvieron una hija a la que bautizaron como Candelaria, que no era pariente lejana de La Laguna, como hasta ahora hemos creído, sino su única sobrina. En uno de aquellos viajes entre el embarcadero de Roque de las Bodegas y Añazo, el pequeño buque de cabotaje que los transportaba junto a numerosos toneles de vino, naufragó mientras bordeaba la península de Anaga y Candelaria quedó huérfana. La Laguna de hizo cargo de la niña, más bien Güímar, como sabemos, como si de una pariente lejana se tratase.

 

Para concluir, según parece, tras esta conversación Candelaria recuperó la estabilidad perdida y volvió a ser la muchacha, mejor dicho, la localidad que siempre había sido.

 

        En definitiva, como Santa Cruz, con la que comparte tantas cosas, Candelaria vive plenamente su situación actual, admirada y respetada por todos en la familia, sin excepción, ya que valoran enormemente sus esfuerzos por prosperar a pesar de los obstáculos que ha tenido que superar.

 

 José Solórzano Sánchez ©