miércoles, 18 de marzo de 2020

HISTORIAS DE LA FAMILIA NIVARIA-ACHINECH.10.SANTA CRUZ DE TENERIFE. LA CHICA LIBERAL Y EMPRENDEDORA.









     Santa Cruz de Tenerife es el paradigma de la mujer moderna y emprendedora, hecha a sí misma. Tuvo una adolescencia muy complicada, pues las discusiones con su madre, La Laguna, eran el pan de cada día. No resultaba extraña esta situación porque su carácter era diametralmente opuesto al de sus hermanas, todas mayores que ella, aunque también es cierto que le tocó vivir en otros tiempos, en los que se materializaba ya una incipiente corriente feminista.

        Sus hermanas  (La Orotava, Vilafor, Güímar y Fasnia) se criaron bajo la férrea disciplina de su madre y jamás discutieron sus imposiciones, salvo La Orotava, pero por el curioso motivo de compartir el mismo carácter de la matriarca. La gente solía decir que era una edición “corregida y actualizada” de la original. Ni siquiera Arico, el único varón de la familia, y por edad, más próximo a Santa Cruz, pudo o supo escapar a la  sofocante influencia materna.

      Pero Santa Cruz, desde muy niña, poseía un espíritu abierto (“liberal” como se denominaba en aquellos momentos) y unas ideas feministas muy adelantadas a su tiempo. A ella, sin embargo, le gustaba calificarse como una criatura dotada de un carácter “indómito y contestatario”. Por eso, cuando la situación en el seno familiar se hizo insostenible, no dudó ni un instante en emanciparse.

        No hay que olvidar que su infancia coincidió con la viudez de su madre, su traslado durante varios meses a Chasna, por los motivos que todos ya conocemos, y a su vuelta, su casi completa dedicación a los planes que había ideado para Arico. Si sumamos a todo ello que poco después empezaron a llegar los pequeños adoptados, es fácil concluir que Santa Cruz creció sola. No es que su madre o sus  hermanas la desatendiesen, pero como diríamos coloquialmente, desde muy niña tuvo que “buscarse la vida”. En contrapartida, como hemos dicho, y a diferencia del resto, pudo desarrollar de una manera más libre su personalidad y cuando su madre quiso poner orden, ya era demasiado tarde.

      Tenía muchas inquietudes culturales, y aquello de la enseñanza reglada no la llenaba. Hacía lo posible por fugarse de clase cuando estudiaba bachillerato con las dominicas, alegando frecuentes gripes, y asistía casi de incógnito a las numerosas tertulias literarias y de todo tipo que se celebraban en la ciudad. Digamos que se sentía atraída por la cultura “alternativa a la oficial” aquella que no expedía títulos, pero sí abría la mente a nuevas corrientes que venían de fuera. Si La Laguna se hubiese enterado que su benjamina  profesaría en un futuro ideas republicanas, ella, que había sido apadrinada por los Reyes Católicos, hubiera muerto del disgusto.

        Su madre jamás  le ha perdonado su temprano abandono del hogar, porque nunca se vio algo igual en la familia. Todas sus hermanas mayores sólo abandonaron el hogar  después de haber contraído matrimonio (excepto Fasnia, que aún permanece soltera). El caso de Arico es diferente, porque como dice su madre: “no vas a comparar un hombre con una mujer a la hora de emanciparse”. No obstante, con el paso del tiempo, La Laguna ha ido suavizando su postura, sobre todo, porque su hija ha demostrado ser una persona inteligente, honesta y capaz de valerse por sí misma. No se cansa de proclamar, quizás para acallar cualquier tipo de habladuría, que a pesar de todo, de vivir sola y de sus continuos viajes a la Península y al extranjero, su hija menor jamás ha protagonizado un escándalo, y lo mejor de todo es que a pesar de su trayectoria vital, San Cruz se mantiene como en el momento de abandonar su casa :  ¡virgen!

        Sus comienzos fueron muy difíciles. Salió demasiado joven de casa, sin un título académico, sin dinero, sin el apoyo de su madre y menos aún del resto de su familia, temerosos de hacer algo que desairase a la matriarca. Pero esto no fue un obstáculo insalvable, porque  a Santa Cruz lo que realmente le importaba en aquellos momentos, por encima de todo, era hacer realidad sus sueños y su proyecto de vida.

     Aunque el ambiente en las proximidades del muelle no era el más apropiado para que desarrollara su existencia una joven bonita y sola, ella logró, con tesón, salir adelante sin importarle demasiado estos inconvenientes. Se dedicó a vender pescado y luego trabajó de cambullonera, mientras vivía en una ciudadela del Toscal. En su tiempo libre y restando horas al sueño, acabó el bachillerato nocturno y más tarde completó sus estudios en la Escuela de Comercio. Ella no necesitaba un título  de filosofía y letras o de magisterio, que era lo que se esperaba de ella, para sus proyectos, de momento le bastaban sus conocimientos comerciales.

        Así que con este bagaje y su espíritu emprendedor, logró que se le abrieran muchas puertas en el mundo empresarial. Indudablemente, jugó un papel muy importante en este sentido el hecho de contar con una belleza espectacular, pero este tema es algo de lo que ella prefiere no hablar.

        Aprovechando sus contactos de los tiempos en que trabajó de cambullonera en el muelle, abrió una consignataria que tuvo bastante éxito. Más tarde, se asoció a una chica peninsular, de apellido CEPSA, y montaron una refinería cerca del Lazareto. Ella   puso a disposición de la sociedad unos terrenos que había comprado “por cuatro perras” y su amiga y socia aportó el capital y la tecnología. El negoció prosperó y con los beneficios se dedicó a realizar nuevas inversiones, especialmente en solares y terrenos rústicos, pero como ella siempre ha proclamado, sus “pelotazos” han sido siempre fruto de su fino olfato para los negocios y de sus conocimientos, y jamás producto de chanchullos o ilegalidades.

        Paralelamente, Santa Cruz no dejó de prepararse y completó su formación con una carrera universitaria (en la Politécnica de Las Palmas) porque lo que ofertaba la universidad lagunera no respondía a sus intereses y varios “masters” en la Península y el extranjero, por lo que se vio obligada a  realizar continuos viajes fuera de la isla. Hay que aclarar, no obstante, que su madre jamás tuvo conocimiento de sus estudios en Gran Canaria. Ya había empezado a digerir el que su benjamina decidiese desarrollar su vida y actividades en el lugar que más despreciaba, pero que desairase a la Universidad que tanto trabajo le había costado restaurar, por la de una ”advenediza” en estos temas, eso jamás se lo hubiera perdonado.

        A pesar de que ya queda muy poco de aquella adolescente que dejó la casa materna y de que  hoy encajaría perfectamente en lo que podríamos denominar “madurita soltera de buen ver”, Santa Cruz se mantiene estupendamente. Invierte mucho en cuidados de belleza y eso, a la  larga, da sus frutos. Además, como ella dice, puede permitírselo porque disfruta de una situación económica más que desahogada.



        Posee todo un equipo de asesores de imagen, masajistas, entrenador personal, peluqueros, etc. Tiene un pedicuro que trabaja exclusivamente para ella, que le mantienen los barrios, mejor dicho, los dedos, en perfecto estado. Se ha sometido a numerosas intervenciones quirúrgicas, todas con un resultado satisfactorio ¡no hay más que verla! Algunas fueron muy dolorosas, como la renovación de todo el sistema de distribución de agua,  otras, más recientes, han sido menos complicadas.  Pero no hay que olvidar que las técnicas quirúrgicas como las de otros campos, han mejorado mucho en los últimos años. No hay sino que pensar en la remodelación de las Ramblas y Parque Municipal, el famoso “Plan Cabo-Llanos”, remodelación de la avenida Tres de Mayo y Plaza de España,  Plan de barrios… etc. Aunque es evidente que la edad no perdona,  el paso de los  años ha obligado a colocarle algunas prótesis, como el Parque Marítimo o las Torres, y sobre todo unos implantes dentales (Auditorio) que la dotan de una sonrisa sin igual.

        Dicen que “quien tuvo, retuvo” y Santa Cruz siempre tuvo y mucho. Fue, desde  muy joven, una mujer guapa y elegante. Tenía a quien salir, pues su madre y una de sus hermanas, La Orotava, fueron siempre famosas, en la isla y fuera de ella, por poseer  una belleza extraordinaria. Pero eran otros tiempos, lo cánones  han cambiado, como casi todo y la suya es una belleza  diferente, moderna, mucho más actual.

        Aún contando con esas ventajas, realmente envidiables, nunca quiso presentarse como candidata a reina del Carnaval o romera de las “Fiestas de Mayo” por mucho que la animasen a hacerlo. Para ella, sin embargo, uno de  mayores logros de su  vida fue el título de “Miss Capital del Archipiélago” que poseyó durante varias décadas. Pero como ella siempre dice, no se trataba del típico concurso de belleza, en este caso, primaban otro tipo de aptitudes y capacidades.

        Fue el primer concurso que se celebró en las Islas para tal fin y a éste se presentaron únicamente tres candidatas: su madre, Las Palmas, que era una dama de Gran Canaria, no demasiado joven, y ella. La participación de su madre fue más bien algo testimonial, porque desde el primer momento, en realidad se trató de un “duelo” entre Santa Cruz y Las Palmas. Al final, quizás por ser la más joven o por  ¡quien sabe que otros méritos!, obtuvo el preciado galardón.

      Su madre aceptó la derrota con dignidad, pero la “canariona” nada más emitirse el fallo del jurado, presentó alegaciones  y protestas en todas las instancias competentes, incluso llegó a los tribunales. Todas estas acciones se desarrollaron sin éxito aparente y como transcurría el tiempo sin novedades, la flamante Miss llegó a creerse que su título sería vitalicio, como dictaban los estatutos del concurso. Sin embargo, Las Palmas no cejaba en su empeño y aprovechaba la menor ocasión para hacerse notar, sobre todo desde que se sintió arropada  por un tal “León y Castillo” que se autoproclamó  “defensor de los intereses de la muchacha”.

      Lo cierto es que como dice el refrán “el que la sigue, la consigue”  y  “la canariona” y sus valedores consiguieron cambiar las bases del concurso. Claro está, que hacerlo con efecto retroactivo como pretendían (y quitar la corona a una para entregársela a la otra) hubiera sido un agravio demasiado evidente hacia Santa Cruz. Así que se optó por una solución “salomónica” que por supuesto, no contentaba a ninguna de las dos, pero era la menos mala de las decisiones posibles. El título de “Miss Capital del Archipiélago” fue sustituido por otros dos de igual categoría: “Miss Capital de las Canarias Occidentales” y “Miss Capital de las Canarias Orientales”  que fue concedido respectivamente y podríamos decir “a dedo” a las dos candidatas en litigio.

        Aunque no fue un plato fácil de digerir, Santa Cruz aceptó con deportividad la decisión del jurado y pasó página a este lamentable episodio, acomodándose rápidamente a la nueva situación. Pasados unos años, y cuando este tema parecía ya olvidado,  volvieron a plantearse cambios en las bases del concurso, pero en esta ocasión parece que no fueron promovidas por Las Palmas y sus protectores.  Más bien se debieron a una serie de modificaciones de tipo organizativo para adaptarse al cambio de régimen. Lo cierto es que el título volvió a ser único, con alguna variación en su denominación: “Miss Capital Autonómica” y algunas particularidades en cuanto a la duración del reinado. Las nuevas bases determinaban que se trataría de periodos de cuatro años, ocupados alternativamente por ambas “misses”. De momento, las cosas continúan así, sin previsión de más cambios a corto plazo.

        Esta belleza no siempre resultó ser una ventaja para Santa Cruz. Le provocó también problemas muy serios en sus primeros años de estancia en la capital. Como trabajaba cerca de los barcos extranjeros que visitaban el muelle, su fama llegó a oídos de un marino inglés llamado Horacio Nelson, que en cuanto vio unas fotos suyas, mejor dicho unos cuadros, se enamoró perdidamente de ella. Intentó conquistarla por las buenas, pero ante la negativa a tales requerimientos, se propuso raptarla y hacerla suya. El intento provocó un grave altercado y no llegó a mayores gracias a la intervención de los familiares de la chica, que alertados por los vecinos, acudieron en su ayuda desde todos los puntos de la isla. Todo acabó con la retirada del “fogoso” pretendiente que abandonó Tenerife con un brazo de menos, como resultado de las heridas sufridas en la reyerta.

        En las reuniones familiares se sigue hablando de aquella historia, y a pesar del tiempo que ha pasado, a Santa Cruz no le hace mucha gracia, y si puede, se aleja discretamente de la conversación. En realidad, y aunque nadie lo diría, el intento frustrado de Nelson por raptarla fue el peor trauma de su existencia, sobre todo porque se produjo a una edad tan temprana. Quizás sea por ese desagradable recuerdo por el que Santa Cruz ha rechazado siempre a sus pretendientes, que dicho sea de paso, nunca le han faltado y haya decidido permanecer soltera y desechar cualquier idea de matrimonio.

        Santa Cruz es actualmente una mujer completa en el amplio sentido del término. Es bella por fuera y también por dentro. Ya hemos hablado de sus muchas virtudes, pero un capítulo especial merece su altruismo y solidaridad. Cuando aún era muy joven, pudo demostrar a todos su generosidad. Con motivo de una epidemia de cólera morbo, de la que escapó de milagro, en lugar de trasladarse a casa de algún familiar para alejarse de la enfermedad, la chica permaneció en su casa, ayudando en todo lo que pudo a sus vecinos enfermos de la ciudadela. No pasó desapercibida su entrega a los demás, y nada más terminar la epidemia, recibió un diploma oficial, que conserva con gran cariño, alusivo a su espíritu benéfico.

        Pero este es simplemente un episodio más de los muchos que conforman su vida. En la actualidad mantiene unas relaciones estupendas con el resto de la familia, incluso con su madre. Ésta, a pesar de edad, no ha perdido “el rejo” y todos los años le manda al “Orfeón La Paz” para que le “eche un ojo”, por si se “descoca” en los Carnavales y así tener algún motivo para reclamarle. Pero estas artimañas nunca obtienen los resultados deseados porque ella sabe divertirse en todas las fiestas sin perder la cabeza.

        Continuando con otras muestras de ese carácter generoso, habría que decir que siempre ayuda a los que se encuentran en problemas. Se hizo cargo de los estudios de su “sobrina” y ahijada Candelaria, que era huérfana de padre y madre desde su infancia. Más tarde le pagó el pasaje a Venezuela y lo que casi nadie sabe es que durante los años que la chica permaneció en la “octava isla” su tía mandaba puntualmente un giro para sus gastos y fue a visitarla en más de una ocasión.

Santa Cruz posee enormes extensiones de terreno en Anaga que ha ido comprando con gran esfuerzo a lo largo de los años. Si algún lector piensa que estas adquisiciones han estado motivadas por el interés y el negocio, va a comprobar enseguida que no hay nada de eso, sino que por el contrario, es una muestra más de su altruismo y generosidad. Si ya hemos hablado de que siempre fue una adelantada a su tiempo, habría que decir  que en cierto modo, fue también una precursora de ese movimiento conservacionista y de protección del medio natural tan en boga en la actualidad.


Cuando se trasladó  a Añazo y residía en aquella ciudadela del Toscal pudo comprobar en primera persona los graves problemas que experimentaba el vecindario para abastecerse de agua, situación desconocida en La Laguna, por la presencia de bosques en las cercanías. Muy reivindicativa y comprometida con los temas sociales y sin las limitaciones que suponía la presencia de su madre, formó parte de la comisión encargada de buscar en los montes de Anaga unos nacientes con el suficiente caudal como  para resolver las necesidades de la población, que crecía cada vez con mayor rapidez. Era la única mujer en aquel grupo que exploró barrancos y lomos empinados, hasta que encontraron la solución en monte de Aguirre. Colaboró también en la cuestación popular que se hizo para adquirir madera con la que fabricar los canales que traerían el preciado líquido a la ciudad.

        Pero además, fue la única persona de aquel grupo que comprendió que si continuaba la tala del bosque para hacer canteros, el carboneo o el pastoreo caprino, tarde o temprano desaparecerían los nacientes. Así, sin grandes alardes, fue adquiriendo terrenos a lo largo de los años con el objetivo de crear un área protegida que salvaguardase  la naturaleza del lugar. Es lo que hoy conocemos como Parque Rural de Anaga, que la chica gestiona con una eficiencia envidiable.

        No hay que olvidar, que una rama de la familia, por parte de su abuela materna, Aguere, ha residido en la zona tradicionalmente. Este hecho facilitó la compra de terrenos, porque supo venderles bien su proyecto y además, a muchos les buscó una ocupación acorde con los nuevos tiempos. Un poco antes de iniciar la compra de terrenos tuvo que mediar en un conflicto familiar entre su madre y su tía abuela Taganana, la más anciana de Anaga. Parece ser que el conflicto lo desencadenaron unas lindes entre Las Carboneras y Los Batanes, aunque hay quien sostiene que el problema venía de lejos, porque según parece algo había tenido que ver su parienta en el “affaire” de la “lecherita” y el Capitán General, y eso su madre nunca lo había perdonado.

        Lo cierto es  que  estos litigios acabaron prácticamente arruinando a Taganana  y lo peor fue que instigados por La Laguna, el resto de la familia le dio la espalda durante mucho tiempo ante el temor de posibles represalias. Por solidaridad y porque había experimentado una situación parecida, Santa Cruz se hizo cargo de su tía, ya viuda y con un hijo pequeño, San Andrés.

        Taganana es una señora bastante mayor que siempre fue muy discreta. Apenas se le oye, pues vive retirada en Anaga, en una pequeña finca donde cultiva viñas, aunque en un primer momento se dedicó a la caña de azúcar.  En efecto, su marido fue un rico hacendado, de los que vinieron  con el Adelantado que instaló un ingenio en aquel rincón. Con el tiempo el negocio empezó a ir mal, ante la competencia de las colonias y se dedicó a la viticultura, hasta su fallecimiento. Las malas lenguas, no obstante, dicen que este cariño de la sobrina-nieta no es del todo desinteresado y que gran parte de “las perras” que utilizó para comprar los terrenos que luego serían de la refinería, se las había prestado su tía, que aún conservaba algunos ahorros. Aunque lo cierto es que Santa Cruz le devolvió todo ese dinero, pero la anciana, mal aconsejada, lo metió todo en Santaella, y ya se sabe lo que ocurrió, pero ella, por vergüenza no quiere recordar ese asunto.

        Además de hacerse cargo de Taganana  y San Andrés,  Santa Cruz ha ido colocando de alguna manera a otros familiares que residen en el lugar. Que nadie piense en “enchufes” familiares, porque ella no quiere saber nada de ilegalidades y se han ganado su puesto de trabajo exclusivamente por sus capacidades. Además, todos tienen su contrato de trabajo. A Taborno, Roque Negro y Afur  les buscó un puesto de guardas forestales, que desempeñan con una eficiencia envidiable. No estuvo desacertada al contratarlos, porque  de chicos  los tres se dedicaron al pastoreo y se conocen la zona como la palma de su mano. Baste decir que desde que empezaron con la vigilancia de los bosques no ha habido ni un incendio. Además, desde que se retiraron los rebaños de cabras este se regenera a una velocidad asombrosa.

A Benijos le hizo un préstamo para que se comprase un par de barcas y se dedicase a la pesca. Con el producto de sus capturas mantiene abiertos un par de restaurantes en el Roque de Las Bodegas, del que se encargan su mujer y sus hijas. El negocio les ha permitido devolver puntualmente el dinero adelantado por Santa Cruz. Lo interesante del caso es que Benijos ha dejado de ejercer de carbonero con lo que se mejora la protección del bosque. Otro pariente, más o menos lejano, que ha salido beneficiado de sus iniciativas ha sido Igueste  (vecino de San Andrés) que se ha colocado de farero y en su tiempo libre cultiva mangas en unas finquitas que tiene en el barranco.

Pero no solo se ha preocupado de los “cabezas de familia”, ella considera que las mujeres solteras o casadas tienen el mismo derecho que los hombres a ganarse su sustento dignamente y a vivir independientes si así lo desean. Por eso, propuso a  Chamorga y Almáciga, dos hermanas solteras, hasta el momento sin oficio ni beneficio, a dedicarse a la venta de leche. También a éstas les adelantó un dinero para adquirir las vacas, y todas las madrugadas se dirigen a la ciudad a vender su producto. Ni que decir tiene que todos ellos o tienen un contrato o trabajan como autónomos.

Todas estas medidas que Santa Cruz ha emprendido han contribuido a frenar el deterioro de los montes de Anaga, sin necesidad de tomar decisiones perjudiciales para los habitantes de la zona.

El problema lo tiene realmente con  San Andrés ¡fuerte chico éste!  la trae por la calle de la amargura y ella, con tal de no darle quebraderos de cabeza a su tía-abuela, se encarga de todos los problemas que ocasiona. Aunque es cierto que el chico creció sin padre y con una madre ya mayor, sus primos Candelaria y Arafo tuvieron también una infancia parecida, y sin embargo, no han dado problema alguno, son dos chicos serios y responsables y sobre todo, muy trabajadores.

        San Andrés no quiso estudiar por mucho que ella se empeñase en traérselo al Instituto. A él lo que le gustaba era levantarse a media mañana y pasar casi todo el día pescando y dándose paseos en barca hasta la playa de Antequera. En cierta ocasión, por Reyes, para darle una sorpresa, y aprovechando que tenía un amigo con empresas en el Sahara, Santa Cruz le hizo traer en barcos una cantidad impresionante de arena, con la que hizo cubrir la playa de Las Teresitas. Cuando el chico despertó el día de Reyes y se encontró con el “regalo”  le montó un “número” de pronóstico: ¡que eso él no lo había pedido! ¡que él quería la playa de piedras! ¡que le quitase la arena! ¡que venía mucha gente de fuera a molestarlo! En fin, concluyó diciendo que si no le quitaba la arena no se iba a bañar nunca más en Las Teresitas, y así ha ocurrido. Han pasado casi cincuenta años y nunca ha pasado más allá del cementerio.

        Santa Cruz no se enfadó con él, al fin y al cabo tenía algo de razón. Pero como es una mujer práctica y sobre todo emprendedora, pensó que esa playa de arena rubia tendría futuro y rápidamente adquirió algunos  terrenos que la limitaban. En los últimos tiempos esa inversión le está dando bastantes quebraderos de cabeza. San Andrés y sus vecinos la han denunciado en alguna ocasión, porque sostienen que su “regalo” de Reyes en el fondo era un pretexto para un negocio futuro.  Al principio se contentaban con organizarle alguna  que otra manifestación de protesta, pero el tiempo fue pasando y San Andrés fue consiguiendo cada vez más apoyos hasta que se descubrió el fondo del asunto y saltó el escándalo.

        Ante todo hay que decir que Santa Cruz vivía un poco ajena a la que se cocía, porque aunque era propietaria de algunos terrenitos por los alrededores, ella dejaba todos estos asuntos en manos de su administrador, limitándose a disfrutar de la playa ocasionalmente, como otros muchos chicharreros. Parece ser que el administrador, secundado por ciertos empleados de la gestoría que  llevaba sus asuntos, junto a unos empresarios de la isla, lograron con los dichosos “terrenitos” un auténtico pelotazo. El escándalo fue mayúsculo y tuvo que intervenir la justicia, poniendo a cada uno en su lugar.



        Santa Cruz tomó buena nota de lo sucedido y se propuso, a partir de entonces, ser menos confiada en ciertos temas. Se mostró generosa con San Andrés, arreglándole la playita junto al muelle, para que, cuando apriete el calor,  no tenga que trasladarse a esa playa de arena amarilla que tan poco le gusta. Entre esto y la actuación de la justicia dándole en cierto modo la razón, parece que últimamente está mucho más tranquilo.

        También ha sufrido Santa Cruz más recientemente otro tipo de problemas, bastante más serios, que la han tenido en un “sinvivir”. Primero fue la riada del 2002, que provocó cuantiosos daños y algunos de sus vecinos muertos y desaparecidos. Esos hechos le produjeron un auténtico “shock traumático” porque  la muchacha no recordaba nada parecido en toda su vida. A duras penas logró ir superando semejante susto con tratamiento psicológico y no poca medicación.

Todavía no se había restablecido totalmente cuando cuatro años más tarde sufrió los efectos del famoso o famosa (porque era una tormenta tropical) “Delta”, que entre otras cosas, la dejó sin electricidad casi una semana. Estaba aún baja de ánimos, por eso le costó tanto adaptarse a la situación. Eso de tener que alumbrarse con velas por la noche, como cuando era pequeña o tenerse que hacer el café con leche por las mañanas con la “butsir” era insufrible. Menos mal que podía acercarse a comer a casa de su madre a La Laguna.  Por las tardes se daba un  salto a Candelaria,  cenaba con ella y se daba una ducha en su apartamento, porque el calentador de su casa era eléctrico y  por un mucho clima  subtropical que tengamos, a  principios de diciembre el agua corriente de la ciudad no está como para meterse debajo. Eso sí, siempre con su secador de pelo  en el bolso, porque no le gusta salir a la calle si no está perfectamente arreglada y en Añazo, durante una semana, su uso se convirtió en una vana ilusión.

De nuevo tuvo que reanudar sus sesiones con el terapeuta, como a ella le gusta llamarlo, pero en esta ocasión la recuperación fue mucho más rápida pues tenía motivos para ello. El Cabildo le regaló, un año después, un moderno tranvía que le ha hecho la vida mucho más fácil. El coche ya casi ni lo usa, lo tiene todo el tiempo en el garaje. El tranvía le viene que ni pintado cada vez que tiene que ir al Hospital o a la Residencia, sea para alguna revisión o para visitar a algún familiar o conocido. Y sobre todo, la ha acercado mucho más a su madre. Ahora se ven casi todas las semanas; sube los viernes por la tarde y se van juntas a misa al Cristo y luego a tomar chocolate con churros. Antes era algo imposible, subir con el coche o en la guagua era un tormento.

Pero no solo el tranvía le ha ayudado a sobreponerse de disgustos pasados. A pesar del buen negocio que fue en su momento, la inversión que hizo de joven en la refinería se había convertido en un auténtico problema en los últimos años. Las directivas comunitarias relativas a la contaminación del aire le traían de cabeza. Sin embargo, poco a poco, la empresa fue reduciendo su actividad hasta su cese definitivo después de más de ochenta años. Ahora surge un panorama muy prometedor, porque cuando se lleve a cabo su desmantelamiento definitivo, va a contar un una enorme reserva de solares para seguir creciendo hacia el sur lo que implica nuevas posibilidades de negocio.

      Por todo ello y a pesar de estas pequeñas “miserias”  propias de la vida cotidiana, Santa Cruz vive con plenitud su madurez, admirada y respetada por toda su familia, incluso fuera de la isla. Todos valoran enormemente el hecho de que transcurridos tantos años desde que salió de casa, y después de triunfar en todos los aspectos de la vida, mantiene el mismo carácter sencillo y abierto de cuando era una joven llena de proyectos de futuro.



José Solórzano Sánchez ©

domingo, 1 de marzo de 2020

HISTORIAS DE LA FAMILIA NIVARIA-ACHINECH.9. FASNIA. LA DISCRECIÓN PERSONIFICADA.


   
 
       Fasnia es hija de La Laguna y por lo tanto, hermana de Güímar, Vilaflor, La Orotava, Arico y Santa Cruz.  Como estos últimos, está soltera, pero  mucho “más”, pues sus hermanos aún tendrían posibilidades de contraer matrimonio si decidiesen hacerlo, mientras que  ella renunció hace ya muchos años a cambiar de estado civil, además, con el convencimiento que nadie ni nada podría hacerla cambiar de opinión. En realidad no se trata de una decisión producto de la edad, porque para contraer matrimonio no existen limitaciones en este sentido, sino que entran en juego otros componentes que iremos desgranando poco a poco. Además, desde muy joven todos los que la rodean y ella misma son conscientes de que nadie la ha mirado nunca con intenciones matrimoniales, o quizás sí, ¡quién sabe!
        
       Comenzamos este capítulo haciendo referencia al matrimonio,  precisamente porque para La Laguna esta ha sido su gran preocupación en relación a su hija Fasnia, al menos, hasta que comprendió que no había nada que hacer.       Si hay alguien a quien la vida no se lo ha puesto fácil, el paradigma sería sin lugar a dudas Fasnia. Su madre siempre comenta que no ha tenido suerte, pero si lo miramos con objetividad, digamos que los acontecimientos se han “ensañado” con ella de una manera desproporcionada. 

        Siendo aún muy niña, una de las muchachas que ayudaban en su casa, precisamente la que más en contacto estaba con ella, contrajo la viruela, enfermedad relativamente frecuente en la época. Desgraciadamente la niña se contagió, y pasados unos días, después de un intenso proceso febril los médicos dieron su diagnóstico, que evidentemente era el que todos temían. Rápidamente se le alejó del resto de la familia para evitar posibles contagios, más que nada por sus hermanos. La niña fue trasladada a una casa que poseía sus padres en Jardina, a los pies del monte, y allí, al cuidado de los doctores y algunos sirvientes, logró superar la enfermedad.

        Pasada la cuarentena, Fasnia regresó a su casa, aparentemente restablecida; pero no volvió sola, sino en compañía de unas marcas en su rostro que han estado con ella hasta el día de hoy. Por suerte  estas señales no eran exageradas y desde su llegada, La Laguna retiró todos los espejos de la casa, al menos hasta que la niña tuviese una edad que pudiese asumir su “desgracia”. Pero esas medidas normalmente no suelen surtir efecto, porque había espejos por toda la ciudad, incluso los cristales de una ventana cerrada en una calle. Así que la niña, con apenas 8 años tuvo que asumir, en silencio, que su cara ya no era la de antes.

     El paso del tiempo iba mitigando la profundidad de aquellas cicatrices; además, una chica tenía infinidad de recursos para disimularlas: el peinado, los sombreros y tules, el maquillaje, etc. Fasnia comprendió muy pronto  que no le quedaba más remedio que tirar para adelante y “apechugar” con el regalito  de la sirvienta.

        Cuando hablábamos anteriormente de que  la vida no fue benévola con ella, no exagerábamos. El lector va a entender ahora  mismo como aquella se empeñó desde su infancia y juventud en ponerle todo tipo de contratiempos  y obstáculos para que la muchacha tuviese una existencia poco “envidiable”.  Efectivamente, ya en la adolescencia, su madre la enviaba los domingos por la tarde, cuando hacía buen tiempo, a un centro de equitación que había por los alrededores, en lo que denominaban “La Atalaya”. Allí pasaba las horas con el resto de sus hermanas y hermano montando a caballo y como pueden imaginar, pasándoselo en grande.

        Para no alargar el relato, digamos simplemente que la chica tuvo una caída, cosa nada extraña, todo hay que decirlo, para quienes se ejercitan en el arte ecuestre. Lo triste del caso es que tras un breve periodo de convalecencia a la chica le quedó una leve cojera, imposible de disimular. Y lo más grave es que durante toda su vida y como consecuencia de esta caída, ha venido soportando fuertes dolores cada vez que como dice ella “cambia el tiempo”.



        Pueden ustedes imaginarse lo que supuso para la chica esta circunstancia, cuando ya casi había superado el problema que le ocasionó la viruela. Se le hizo muy cuesta arriba verse ahora del brazo de sus hermanas y con aquella cojera  en sus paseos por el Camino Largo. Por desgracia, en aquella época no había psicólogos y/o terapeutas similares, por lo que todo se resolvía con ejercicios espirituales y muchos rezos, y éstos, a decir  verdad, no surtían efecto. La Laguna estaba muy preocupada por la situación de su hija, que se pasaba los días en su habitación, negándose a salir a la calle. La madre llegó a pensar que a la chica le habían hecho “mal de ojo”. Nunca había creído en ese tipo de supersticiones, muy extendidas en la época, pero relegadas a las clases bajas. Así que se dirigió a la Siervita a pedirle consejo. Ésta, comprendiendo la desesperación de la madre, le aconsejó le llevara a su hija para que le echaran un ”rezado”, al fin y al cabo eso no le iba a hacer daño, porque era precisamente lo que hacían las monjas la mayor parte del tiempo: rezar.

        Dicho y hecho, su madre la llevó a la curandera de San Lázaro, y allí, en una habitación bastante oscura se llevaron a cabo los rituales pertinentes. Ni madre ni hija confiaban en que aquello sirviese para algo, pero nunca se pierde nada por probar. No sabemos si los rezos surtieron efecto, pero lo que sí  es evidente es que la chica llegó a casa con otra cara y a partir de entonces volvió a ser la que era.

       Aunque cuando decimos “la que era” tampoco estamos hablando de “la alegría de la huerta”. Nunca fue una niña agraciada físicamente, y este hecho primaba mucho en su época, porque como hemos comentado en varias ocasiones, ser guapa significaba una garantía de éxito futuro, en síntesis: matrimonio, hijos y familia “como Dios manda”. A esto aspiraban la mayoría de las mujeres aquellos días, más por convencionalismos sociales que  por convencimiento. Si tenemos en cuenta que la genética había sido “tacaña” con ella, en comparación al resto de sus hermanas y añadimos a esto  las marcas de su enfermedad infantil además de la leve cojera, podemos hacernos una idea de su situación.

        Si observamos un cuadro de familia, de La Laguna con sus hijas ya crecidas, podemos comprobar cuan diferentes eran, al menos desde el punto de vista físico. Por un lado, la primogénita y la benjamina, dos auténticos “bombones” la una de una belleza rotunda, casi insultante, como decían muchos, vivo retrato de su madre; la pequeña, lo mismo, pero en una edición más actual. En cambio, las tres “de en medio” como solían llamarlas, eran todo lo contrario, se les podía aplicar cualquier calificativo referido a su aspecto, pero jamás bellas, ni tan siquiera, bonitas. Además, en estas tres, la ausencia de hermosura era  inversamente proporcional a su edad, con lo que la posición de Fasnia en el conjunto  era evidente.

       Por ello, no es de extrañar, quizás  para defenderse de bromas y comentarios hirientes tan frecuentes en la infancia y juventud,  que Fasnia haya sido  siempre muy callada y un poquito “seca” de carácter. Con el paso del tiempo, estas características  personales fueron acentuándose, es decir, cada vez menos agraciada (el tiempo es un “canalla” con los seres humanos)  y por lo general más callada que una tumba.

 Posiblemente sea éste el motivo por el que su madre, todo hay que decirlo, mujer muy perspicaz, se empeñase en que la chica tenía que estudiar Magisterio. En la sociedad de la época, con una “sobreoferta” de chicas casaderas, dada la cantidad de muchachos que emigraban a América y no regresaban más,  únicamente las más bellas tenían posibilidades de conseguir marido, que en aquel contexto extremadamente “machista” se convertía el objetivo prioritario de cualquier chica. No es de extrañar, por tanto, que La Laguna buscase otra alternativa para su futuro. Fasnia accedió a los deseos de su madre, bien porque era incapaz de contradecirla, bien  porque en su interior estaba  totalmente convencida que era una buena solución para su porvenir.



Fue una estudiante brillante que pasaba desapercibida por su excesiva modestia y de la que muchos solían aprovecharse sin contemplaciones. Hay un episodio bastante desagradable que ocurrió mientras estudiaba en la Normal, que le ha quedado grabado en el corazón con letras de fuego para el resto de sus días. La culpa la tuvo uno de los hermanos Realejos; los tres estaban en la misma clase desde primero y como ellos se fugaban con frecuencia para jugar a los billares o a tomar “vino con vino” en “Artillería”, Fasnia les prestaba los apuntes. También los invitaba ocasionalmente a comer a su casa o a tomar chocolate con churros en “El Buen Paladar”.     Un par de veces Realejo Bajo la invitó al cine Dácil y paseó con ella por la calle de La Carrera. La chica se ilusionó bastante, hasta que comprobó que todo era una treta de los dos hermanos para seguir aprovechándose de sus apuntes y del chocolate con churros. Ella continuó como si nada hubiera ocurrido hasta acabar la carrera y después de esto prefirió perderles de vista.

Ya hablamos en otro capítulo que Realejo Alto precisamente conoció a su hermana mayor cuando salía en la misma pandilla y al final acabaron casándose. A ambos hermanos los ve poco, en alguna celebración familiar, una misa de difuntos o el día de la Virgen de Candelaria, pero siempre procura evitarlos y ni siquiera les dirige la palabra. Esta desilusión juvenil fue un verdadero mazazo para su ya maltrecha autoestima y la hizo cerrarse aún más en sí misma.

Una vez finalizados sus estudios universitarios comenzó a prepararse las oposiciones; pasaba los días encerrada en casa estudiando y a veces descansaba un poco para relajarse con trabajos de costura mientras oía en la radio programas de canciones dedicadas; éste era el mejor modo que tenía de evadirse. Por desgracia, tanto esfuerzo fue en vano, ya que no llegó a examinarse. Coincidió por estas fechas la boda de su hermana Güímar y su madre decidió que debía irse a vivir con la pareja para echarle una mano en su nueva vida de casada y sobre todo cuando  comenzasen a llegar los niños. En realidad, lo que pretendía era ante todo, tener una persona discreta cerca de la pareja que la informase puntualmente de cómo transcurría la vida de los recién casados. En su opinión, Fasnia  cumplía perfectamente estas condiciones y sería para ella muy fácil obtener  la información que precisaba.

Con lo que no contaba La Laguna es que su hija jamás fue desleal a su hermana y “filtraba” escrupulosa y elegantemente toda la información que periódicamente enviaba por correspondencia  a su madre.  Pero los niños no llegaron, al menos, ni en el modo ni la cantidad que se esperaba, y sin embargo, ella continuó junto a su hermana todo el tiempo que le fue posible. La ayudó con su hijo Arafo y con su “sobrina” Candelaria, cuando casi por imposición de la matriarca, Güímar tuvo que hacerse cargo de ella.

Una vez que los chicos crecieron y como ya tuvimos ocasión de leer, Güímar tuvo su vida perfectamente encarrilada, Fasnia decidió que era el momento de “independizarse”. Ya hacía un tiempo que su hermano Arico  se había asentado en el sur de la isla y ella ocasionalmente iba a visitarlo. Siempre se fijaba en un espacio relativamente inhóspito, más allá de Agache, entre los barrancos de  Herques y La Linde. Era una estrecha franja de terreno que se extendía de mar a cumbre con una topografía de lomos y barrancos que se alternaban sin solución de continuidad.

Pensó que era un lugar bastante tranquilo y perfectamente ubicado entre sus hermanos, así, siempre que lo necesitase podía acudir a ellos sin problema, y además, a relativa distancia de la “ilustre dama” que ni por asomo se le ocurriría darse una vuelta por aquellos contornos; para su madre, la isla acababa, por el sur, en Candelaria. Así que como habían hecho anteriormente sus hermanos, pidió a su madre aquel terreno que tanto le gustaba para asentarse allí definitivamente. La Laguna accedió sin pensarlo, consciente de que la petición de su hija era tan  “discreta” como ella. Además le convenía que  alguien de la familia viviese cerca de aquellos terrenos, por improductivos que fuesen. Tenía noticias que en determinados lugares las propiedades poco vigiladas se llenaban de “okupas” y luego era un auténtico problema para desalojarlos, sin contar el tiempo y el dinero invertido en “litigios”.

Nada más llegar a su nuevo hogar y asesorada por sus hermanos y a la vez vecinos, se puso manos a la obra para organizar sus posesiones. Ella, dada su extrema discreción, prefirió asentarse en un lugar poco visible, justamente detrás de la montaña que lleva su nombre; y como también es muy correcta, al día siguiente fue a presentarse a los pocos  vecinos, o mejor dicho vecinas, de la zona: La Zarza y sus hijas  La Sombrera y La Sabina Alta. Con ellas ha hecho muy buenas migas, porque son gente con las que es agradable tratar, las chicas solteras como ella y la madre viuda, que viene a ser lo mismo.

La Zarza tiene también dos hijos mellizos, Los Roques, que se dedican a la pesca y viven en la playa. Aprecian mucho a Fasnia y siempre están a su disposición; le han preparado una cueva justo a la orilla del mar, para que pase allí los días del verano en los que el calor aprieta fuerte en las medianías.

Aunque es maestra, nunca ha ejercido, al menos de manera oficial, pero desde que llegó  al Sur montó una escuelita en su casa por la que han pasado todos los hijos de sus vecinos. Animada por el entusiasmo de su hermano Arico se dedicó muchos años a esta bella labor, preparando niños y niñas para el examen de “Ingreso”. Luego, cuando eran los exámenes libres en el Instituto de Canarias, los acompañaba y aprovechaba para visitar a su madre. Alumnos nunca le faltaron, porque en aquellos momentos la enseñanza pública no estaba muy extendida, aunque posteriormente, cuando ésta llegó a todos los barrios y  caseríos, cesó en su labor.



Una vez finalizada su etapa como maestra, Fasnia se dedicó a su afición preferida, que era recopilar refranes tradicionales de Nivaria. Como no tenía obligaciones familiares y sin embargo conocía gente por toda la isla, en cuanto le apetecía se trasladaba de un lugar a otro a la búsqueda de material. Dispone de un archivo enorme y su hermana Güímar la está ayudando a catalogarlo y clasificarlo a la espera de poder publicarlo algún día.

Pero también se ha dedicado a otro tipo de labores más “prosaicas” como dice ella, aunque son necesarias. Pese a no disponer de terrenos agrícolas de calidad Fasnia ignoraba que en interior de sus tierras, en los altos, se encontraba un tesoro oculto: un extraordinario acuífero. Animada por su hermano  Arico se dedicó al negocio de las galerías con un resultado excelente. Aunque destina una pequeña cantidad para el regadío de sus tierras, la mayor parte se la vende a sus sobrinos de Abona, a los hijos de su hermana Vilaflor, pero de ellos hablaremos en otro capítulo.

La casi totalidad de los beneficios obtenidos de este negocio los ha invertido en repoblar toda la zona alta de su término. Cuando subió por primera vez a las cumbres contempló horrorizada  como todo el pinar había sido arrasado y no quedaba ni un árbol en pie, en contraste con Arico y Agache, donde se conservaba bastante bien el bosque. En ese momento decidió que había que poner remedio a tal desastre y lo antes posible. Por suerte, con no poco esfuerzo e inversión, el panorama ha mejorado muchísimo y la masa boscosa tiende a recuperarse.

        En cuanto a su vida sentimental, se sabe muy poco de ella, porque Fasnia es la discreción “personificada” y posiblemente  porque después de aquella desilusión juvenil perdió todo el interés por el tema. Dicen que después del “escándalo”  que protagonizó su hermana con  El Escobonal (que dicho sea de paso, su veracidad está aún por demostrar) el muchacho intentó “echarle los tejos” pero con muy poca fortuna.  Cuando Fasnia pasaba por Agache para visitar a su hermana Güímar, siempre paraba un rato para tomar café y charlar  con  Pájara y La Medida, hermanas del pretendiente. A ellas si les parecía bien una relación entre  el muchacho y Fasnia, pues aunque no era precisamente una belleza, eso era lo de menos; Lo importante era que estaba soltera y no como su hermana, de estado civil “indefinido” y además, contaba con bastantes terrenos y acciones de agua, que a la postre, era lo que más interesaba.  Sin embargo, los intentos de El Escobonal, como ya se ha dicho, resultaron infructuosos, porque lo cierto es que Fasnia había decidido, desde hacía ya muchos años,  permanecer en la más estricta soltería.

        Hoy vive tranquila cerca de sus hermanos, sobre todo de Arico, al que se siente muy unida. Ahora que pueden permitírselo, viajan todos los años juntos con el IMSERSO, pues aunque su pensión no es elevada, en cuanto tuvo ocasión, vendió todas sus fincas e invirtió en  nuevas acciones de galerías, que como ella dice, dan menos trabajo y más beneficios que las tierras. Así Fasnia, que el viaje más largo que había hecho en su vida fue la “vuelta a la isla”, ahora se conoce perfectamente la mayor parte de las costas peninsulares y de las Baleares.

        Ella se considera totalmente integrada en las tierras en las que un día decidió asentarse y por las que había sentido una atracción especial desde el primer día que las atravesó. Se siente tan identificada  con el lugar donde vive, que con los años, su rostro se ha mimetizado con éste. En efecto, las arrugas, producto de la edad, los restos de aquellas marcas de la infancia y la tez morena por el sol, hacen que su rostro se parezca cada vez más a esa sucesión de lomos y barrancos que percibimos cada vez que recorremos el término por la carretera vieja.


José Solórzano Sánchez ©