Santa Cruz de Tenerife es el paradigma de la mujer moderna y
emprendedora, hecha a sí misma. Tuvo una adolescencia muy complicada, pues las
discusiones con su madre, La Laguna, eran el pan de cada día. No resultaba
extraña esta situación porque su carácter era diametralmente opuesto al de sus
hermanas, todas mayores que ella, aunque también es cierto que le tocó vivir en
otros tiempos, en los que se materializaba ya una incipiente corriente feminista.
Sus hermanas (La Orotava, Vilafor, Güímar y Fasnia) se
criaron bajo la férrea disciplina de su madre y jamás discutieron sus
imposiciones, salvo La Orotava, pero por el curioso motivo de compartir el
mismo carácter de la matriarca. La gente solía decir que era una edición
“corregida y actualizada” de la original. Ni siquiera Arico, el único varón de
la familia, y por edad, más próximo a Santa Cruz, pudo o supo escapar a la sofocante influencia materna.
Pero Santa Cruz, desde muy niña, poseía
un espíritu abierto (“liberal” como se denominaba en aquellos momentos) y unas
ideas feministas muy adelantadas a su tiempo. A ella, sin embargo, le gustaba
calificarse como una criatura dotada de un carácter “indómito y contestatario”.
Por eso, cuando la situación en el seno familiar se hizo insostenible, no dudó
ni un instante en emanciparse.
No hay que olvidar que su infancia
coincidió con la viudez de su madre, su traslado durante varios meses a Chasna,
por los motivos que todos ya conocemos, y a su vuelta, su casi completa
dedicación a los planes que había ideado para Arico. Si sumamos a todo ello que
poco después empezaron a llegar los pequeños adoptados, es fácil concluir que
Santa Cruz creció sola. No es que su madre o sus hermanas la desatendiesen, pero como diríamos
coloquialmente, desde muy niña tuvo que “buscarse la vida”. En contrapartida,
como hemos dicho, y a diferencia del resto, pudo desarrollar de una manera más
libre su personalidad y cuando su madre quiso poner orden, ya era demasiado
tarde.
Tenía muchas inquietudes culturales, y
aquello de la enseñanza reglada no la llenaba. Hacía lo posible por fugarse de
clase cuando estudiaba bachillerato con las dominicas, alegando frecuentes
gripes, y asistía casi de incógnito a las numerosas tertulias literarias y de
todo tipo que se celebraban en la ciudad. Digamos que se sentía atraída por la
cultura “alternativa a la oficial” aquella que no expedía títulos, pero sí
abría la mente a nuevas corrientes que venían de fuera. Si La Laguna se hubiese
enterado que su benjamina profesaría en
un futuro ideas republicanas, ella, que había sido apadrinada por los Reyes
Católicos, hubiera muerto del disgusto.
Su madre jamás le ha perdonado su temprano abandono del
hogar, porque nunca se vio algo igual en la familia. Todas sus hermanas mayores
sólo abandonaron el hogar después de
haber contraído matrimonio (excepto Fasnia, que aún permanece soltera). El caso
de Arico es diferente, porque como dice su madre: “no vas a comparar un hombre
con una mujer a la hora de emanciparse”. No obstante, con el paso del tiempo,
La Laguna ha ido suavizando su postura, sobre todo, porque su hija ha
demostrado ser una persona inteligente, honesta y capaz de valerse por sí
misma. No se cansa de proclamar, quizás para acallar cualquier tipo de
habladuría, que a pesar de todo, de vivir sola y de sus continuos viajes a la
Península y al extranjero, su hija menor jamás ha protagonizado un escándalo, y
lo mejor de todo es que a pesar de su trayectoria vital, San Cruz se mantiene
como en el momento de abandonar su casa :
¡virgen!
Sus comienzos fueron muy difíciles.
Salió demasiado joven de casa, sin un título académico, sin dinero, sin el
apoyo de su madre y menos aún del resto de su familia, temerosos de hacer algo
que desairase a la matriarca. Pero esto no fue un obstáculo insalvable,
porque a Santa Cruz lo que realmente le
importaba en aquellos momentos, por encima de todo, era hacer realidad sus
sueños y su proyecto de vida.
Aunque el ambiente en las proximidades del
muelle no era el más apropiado para que desarrollara su existencia una joven
bonita y sola, ella logró, con tesón, salir adelante sin importarle demasiado
estos inconvenientes. Se dedicó a vender pescado y luego trabajó de cambullonera,
mientras vivía en una ciudadela del Toscal. En su tiempo libre y restando horas
al sueño, acabó el bachillerato nocturno y más tarde completó sus estudios en
la Escuela de Comercio. Ella no necesitaba un título de filosofía y letras o de magisterio, que
era lo que se esperaba de ella, para sus proyectos, de momento le bastaban sus
conocimientos comerciales.
Así que con este bagaje y su espíritu
emprendedor, logró que se le abrieran muchas puertas en el mundo empresarial.
Indudablemente, jugó un papel muy importante en este sentido el hecho de contar
con una belleza espectacular, pero este tema es algo de lo que ella prefiere no
hablar.
Aprovechando sus contactos de los
tiempos en que trabajó de cambullonera en el muelle, abrió una consignataria
que tuvo bastante éxito. Más tarde, se asoció a una chica peninsular, de
apellido CEPSA, y montaron una refinería cerca del Lazareto. Ella puso a disposición de la sociedad unos
terrenos que había comprado “por cuatro perras” y su amiga y socia aportó el
capital y la tecnología. El negoció prosperó y con los beneficios se dedicó a
realizar nuevas inversiones, especialmente en solares y terrenos rústicos, pero
como ella siempre ha proclamado, sus “pelotazos” han sido siempre fruto de su
fino olfato para los negocios y de sus conocimientos, y jamás producto de
chanchullos o ilegalidades.
Paralelamente, Santa Cruz no dejó de
prepararse y completó su formación con una carrera universitaria (en la
Politécnica de Las Palmas) porque lo que ofertaba la universidad lagunera no
respondía a sus intereses y varios “masters” en la Península y el extranjero,
por lo que se vio obligada a realizar
continuos viajes fuera de la isla. Hay que aclarar, no obstante, que su madre
jamás tuvo conocimiento de sus estudios en Gran Canaria. Ya había empezado a
digerir el que su benjamina decidiese desarrollar su vida y actividades en el
lugar que más despreciaba, pero que desairase a la Universidad que tanto
trabajo le había costado restaurar, por la de una ”advenediza” en estos temas,
eso jamás se lo hubiera perdonado.
A pesar de que ya queda muy poco de
aquella adolescente que dejó la casa materna y de que hoy encajaría perfectamente en lo que
podríamos denominar “madurita soltera de buen ver”, Santa Cruz se mantiene
estupendamente. Invierte mucho en cuidados de belleza y eso, a la larga, da sus frutos. Además, como ella dice,
puede permitírselo porque disfruta de una situación económica más que
desahogada.
Posee todo un equipo de asesores de
imagen, masajistas, entrenador personal, peluqueros, etc. Tiene un pedicuro que
trabaja exclusivamente para ella, que le mantienen los barrios, mejor dicho,
los dedos, en perfecto estado. Se ha sometido a numerosas intervenciones
quirúrgicas, todas con un resultado satisfactorio ¡no hay más que verla!
Algunas fueron muy dolorosas, como la renovación de todo el sistema de
distribución de agua, otras, más
recientes, han sido menos complicadas.
Pero no hay que olvidar que las técnicas quirúrgicas como las de otros
campos, han mejorado mucho en los últimos años. No hay sino que pensar en la
remodelación de las Ramblas y Parque Municipal, el famoso “Plan Cabo-Llanos”,
remodelación de la avenida Tres de Mayo y Plaza de España, Plan de barrios… etc. Aunque es evidente que
la edad no perdona, el paso de los años ha obligado a colocarle algunas
prótesis, como el Parque Marítimo o las Torres, y sobre todo unos implantes
dentales (Auditorio) que la dotan de una sonrisa sin igual.
Dicen que “quien tuvo, retuvo” y Santa
Cruz siempre tuvo y mucho. Fue, desde
muy joven, una mujer guapa y elegante. Tenía a quien salir, pues su
madre y una de sus hermanas, La Orotava, fueron siempre famosas, en la isla y
fuera de ella, por poseer una belleza
extraordinaria. Pero eran otros tiempos, lo cánones han cambiado, como casi todo y la suya es una
belleza diferente, moderna, mucho más
actual.
Aún contando con esas ventajas,
realmente envidiables, nunca quiso presentarse como candidata a reina del
Carnaval o romera de las “Fiestas de Mayo” por mucho que la animasen a hacerlo.
Para ella, sin embargo, uno de mayores
logros de su vida fue el título de “Miss
Capital del Archipiélago” que poseyó durante varias décadas. Pero como ella
siempre dice, no se trataba del típico concurso de belleza, en este caso,
primaban otro tipo de aptitudes y capacidades.
Fue el primer concurso que se celebró en
las Islas para tal fin y a éste se presentaron únicamente tres candidatas: su
madre, Las Palmas, que era una dama de Gran Canaria, no demasiado joven, y
ella. La participación de su madre fue más bien algo testimonial, porque desde
el primer momento, en realidad se trató de un “duelo” entre Santa Cruz y Las
Palmas. Al final, quizás por ser la más joven o por ¡quien sabe que otros méritos!, obtuvo el
preciado galardón.
Su madre aceptó la derrota con dignidad,
pero la “canariona” nada más emitirse el fallo del jurado, presentó
alegaciones y protestas en todas las
instancias competentes, incluso llegó a los tribunales. Todas estas acciones se
desarrollaron sin éxito aparente y como transcurría el tiempo sin novedades, la
flamante Miss llegó a creerse que su título sería vitalicio, como dictaban los
estatutos del concurso. Sin embargo, Las Palmas no cejaba en su empeño y
aprovechaba la menor ocasión para hacerse notar, sobre todo desde que se sintió
arropada por un tal “León y Castillo”
que se autoproclamó “defensor de los intereses
de la muchacha”.
Lo cierto es que como dice el refrán “el
que la sigue, la consigue” y “la canariona” y sus valedores consiguieron
cambiar las bases del concurso. Claro está, que hacerlo con efecto retroactivo
como pretendían (y quitar la corona a una para entregársela a la otra) hubiera
sido un agravio demasiado evidente hacia Santa Cruz. Así que se optó por una
solución “salomónica” que por supuesto, no contentaba a ninguna de las dos,
pero era la menos mala de las decisiones posibles. El título de “Miss Capital
del Archipiélago” fue sustituido por otros dos de igual categoría: “Miss
Capital de las Canarias Occidentales” y “Miss Capital de las Canarias
Orientales” que fue concedido
respectivamente y podríamos decir “a dedo” a las dos candidatas en litigio.
Aunque no fue un plato fácil de digerir,
Santa Cruz aceptó con deportividad la decisión del jurado y pasó página a este
lamentable episodio, acomodándose rápidamente a la nueva situación. Pasados
unos años, y cuando este tema parecía ya olvidado, volvieron a plantearse cambios en las bases
del concurso, pero en esta ocasión parece que no fueron promovidas por Las
Palmas y sus protectores. Más bien se
debieron a una serie de modificaciones de tipo organizativo para adaptarse al
cambio de régimen. Lo cierto es que el título volvió a ser único, con alguna
variación en su denominación: “Miss Capital Autonómica” y algunas
particularidades en cuanto a la duración del reinado. Las nuevas bases
determinaban que se trataría de periodos de cuatro años, ocupados alternativamente
por ambas “misses”. De momento, las cosas continúan así, sin previsión de más
cambios a corto plazo.
Esta belleza no siempre resultó ser una
ventaja para Santa Cruz. Le provocó también problemas muy serios en sus
primeros años de estancia en la capital. Como trabajaba cerca de los barcos
extranjeros que visitaban el muelle, su fama llegó a oídos de un marino inglés
llamado Horacio Nelson, que en cuanto vio unas fotos suyas, mejor dicho unos
cuadros, se enamoró perdidamente de ella. Intentó conquistarla por las buenas,
pero ante la negativa a tales requerimientos, se propuso raptarla y hacerla
suya. El intento provocó un grave altercado y no llegó a mayores gracias a la
intervención de los familiares de la chica, que alertados por los vecinos, acudieron
en su ayuda desde todos los puntos de la isla. Todo acabó con la retirada del
“fogoso” pretendiente que abandonó Tenerife con un brazo de menos, como
resultado de las heridas sufridas en la reyerta.
En las reuniones familiares se sigue
hablando de aquella historia, y a pesar del tiempo que ha pasado, a Santa Cruz
no le hace mucha gracia, y si puede, se aleja discretamente de la conversación.
En realidad, y aunque nadie lo diría, el intento frustrado de Nelson por
raptarla fue el peor trauma de su existencia, sobre todo porque se produjo a
una edad tan temprana. Quizás sea por ese desagradable recuerdo por el que
Santa Cruz ha rechazado siempre a sus pretendientes, que dicho sea de paso,
nunca le han faltado y haya decidido permanecer soltera y desechar cualquier
idea de matrimonio.
Santa Cruz es actualmente una mujer
completa en el amplio sentido del término. Es bella por fuera y también por
dentro. Ya hemos hablado de sus muchas virtudes, pero un capítulo especial
merece su altruismo y solidaridad. Cuando aún era muy joven, pudo demostrar a
todos su generosidad. Con motivo de una epidemia de cólera morbo, de la que
escapó de milagro, en lugar de trasladarse a casa de algún familiar para
alejarse de la enfermedad, la chica permaneció en su casa, ayudando en todo lo
que pudo a sus vecinos enfermos de la ciudadela. No pasó desapercibida su
entrega a los demás, y nada más terminar la epidemia, recibió un diploma
oficial, que conserva con gran cariño, alusivo a su espíritu benéfico.
Pero este es simplemente un episodio más
de los muchos que conforman su vida. En la actualidad mantiene unas relaciones
estupendas con el resto de la familia, incluso con su madre. Ésta, a pesar de
edad, no ha perdido “el rejo” y todos los años le manda al “Orfeón La Paz” para
que le “eche un ojo”, por si se “descoca” en los Carnavales y así tener algún
motivo para reclamarle. Pero estas artimañas nunca obtienen los resultados
deseados porque ella sabe divertirse en todas las fiestas sin perder la cabeza.
Continuando con otras muestras de ese
carácter generoso, habría que decir que siempre ayuda a los que se encuentran
en problemas. Se hizo cargo de los estudios de su “sobrina” y ahijada
Candelaria, que era huérfana de padre y madre desde su infancia. Más tarde le
pagó el pasaje a Venezuela y lo que casi nadie sabe es que durante los años que
la chica permaneció en la “octava isla” su tía mandaba puntualmente un giro
para sus gastos y fue a visitarla en más de una ocasión.
Santa Cruz posee enormes extensiones de terreno en Anaga que ha ido
comprando con gran esfuerzo a lo largo de los años. Si algún lector piensa que
estas adquisiciones han estado motivadas por el interés y el negocio, va a
comprobar enseguida que no hay nada de eso, sino que por el contrario, es una
muestra más de su altruismo y generosidad. Si ya hemos hablado de que siempre
fue una adelantada a su tiempo, habría que decir que en cierto modo, fue también una precursora
de ese movimiento conservacionista y de protección del medio natural tan en
boga en la actualidad.
Cuando se trasladó a Añazo y
residía en aquella ciudadela del Toscal pudo comprobar en primera persona los
graves problemas que experimentaba el vecindario para abastecerse de agua,
situación desconocida en La Laguna, por la presencia de bosques en las
cercanías. Muy reivindicativa y comprometida con los temas sociales y sin las
limitaciones que suponía la presencia de su madre, formó parte de la comisión
encargada de buscar en los montes de Anaga unos nacientes con el suficiente
caudal como para resolver las
necesidades de la población, que crecía cada vez con mayor rapidez. Era la
única mujer en aquel grupo que exploró barrancos y lomos empinados, hasta que
encontraron la solución en monte de Aguirre. Colaboró también en la cuestación
popular que se hizo para adquirir madera con la que fabricar los canales que
traerían el preciado líquido a la ciudad.
Pero además, fue la única persona de
aquel grupo que comprendió que si continuaba la tala del bosque para hacer
canteros, el carboneo o el pastoreo caprino, tarde o temprano desaparecerían
los nacientes. Así, sin grandes alardes, fue adquiriendo terrenos a lo largo de
los años con el objetivo de crear un área protegida que salvaguardase la naturaleza del lugar. Es lo que hoy
conocemos como Parque Rural de Anaga, que la chica gestiona con una eficiencia
envidiable.
No hay que olvidar, que una rama de la
familia, por parte de su abuela materna, Aguere, ha residido en la zona
tradicionalmente. Este hecho facilitó la compra de terrenos, porque supo
venderles bien su proyecto y además, a muchos les buscó una ocupación acorde
con los nuevos tiempos. Un poco antes de iniciar la compra de terrenos tuvo que
mediar en un conflicto familiar entre su madre y su tía abuela Taganana, la más
anciana de Anaga. Parece ser que el conflicto lo desencadenaron unas lindes
entre Las Carboneras y Los Batanes, aunque hay quien sostiene que el problema
venía de lejos, porque según parece algo había tenido que ver su parienta en el
“affaire” de la “lecherita” y el Capitán General, y eso su madre nunca lo había
perdonado.
Lo cierto es que estos litigios acabaron prácticamente
arruinando a Taganana y lo peor fue que
instigados por La Laguna, el resto de la familia le dio la espalda durante
mucho tiempo ante el temor de posibles represalias. Por solidaridad y porque
había experimentado una situación parecida, Santa Cruz se hizo cargo de su tía,
ya viuda y con un hijo pequeño, San Andrés.
Taganana es una señora bastante mayor
que siempre fue muy discreta. Apenas se le oye, pues vive retirada en Anaga, en
una pequeña finca donde cultiva viñas, aunque en un primer momento se dedicó a
la caña de azúcar. En efecto, su marido
fue un rico hacendado, de los que vinieron
con el Adelantado que instaló un ingenio en aquel rincón. Con el tiempo
el negocio empezó a ir mal, ante la competencia de las colonias y se dedicó a
la viticultura, hasta su fallecimiento. Las malas lenguas, no obstante, dicen
que este cariño de la sobrina-nieta no es del todo desinteresado y que gran
parte de “las perras” que utilizó para comprar los terrenos que luego serían de
la refinería, se las había prestado su tía, que aún conservaba algunos ahorros.
Aunque lo cierto es que Santa Cruz le devolvió todo ese dinero, pero la
anciana, mal aconsejada, lo metió todo en Santaella, y ya se sabe lo que
ocurrió, pero ella, por vergüenza no quiere recordar ese asunto.
Además de hacerse cargo de Taganana y San Andrés,
Santa Cruz ha ido colocando de alguna manera a otros familiares que
residen en el lugar. Que nadie piense en “enchufes” familiares, porque ella no
quiere saber nada de ilegalidades y se han ganado su puesto de trabajo
exclusivamente por sus capacidades. Además, todos tienen su contrato de trabajo.
A Taborno, Roque Negro y Afur les buscó
un puesto de guardas forestales, que desempeñan con una eficiencia envidiable.
No estuvo desacertada al contratarlos, porque
de chicos los tres se dedicaron
al pastoreo y se conocen la zona como la palma de su mano. Baste decir que
desde que empezaron con la vigilancia de los bosques no ha habido ni un
incendio. Además, desde que se retiraron los rebaños de cabras este se regenera
a una velocidad asombrosa.
A Benijos le hizo un préstamo para que se comprase un par de barcas y se
dedicase a la pesca. Con el producto de sus capturas mantiene abiertos un par
de restaurantes en el Roque de Las Bodegas, del que se encargan su mujer y sus
hijas. El negocio les ha permitido devolver puntualmente el dinero adelantado
por Santa Cruz. Lo interesante del caso es que Benijos ha dejado de ejercer de
carbonero con lo que se mejora la protección del bosque. Otro pariente, más o
menos lejano, que ha salido beneficiado de sus iniciativas ha sido Igueste (vecino de San Andrés) que se ha colocado de
farero y en su tiempo libre cultiva mangas en unas finquitas que tiene en el barranco.
Pero no solo se ha preocupado de los “cabezas de familia”, ella
considera que las mujeres solteras o casadas tienen el mismo derecho que los
hombres a ganarse su sustento dignamente y a vivir independientes si así lo
desean. Por eso, propuso a Chamorga y
Almáciga, dos hermanas solteras, hasta el momento sin oficio ni beneficio, a
dedicarse a la venta de leche. También a éstas les adelantó un dinero para
adquirir las vacas, y todas las madrugadas se dirigen a la ciudad a vender su
producto. Ni que decir tiene que todos ellos o tienen un contrato o trabajan
como autónomos.
Todas estas medidas que Santa Cruz ha emprendido han contribuido a
frenar el deterioro de los montes de Anaga, sin necesidad de tomar decisiones
perjudiciales para los habitantes de la zona.
El problema lo tiene realmente con
San Andrés ¡fuerte chico éste! la
trae por la calle de la amargura y ella, con tal de no darle quebraderos de
cabeza a su tía-abuela, se encarga de todos los problemas que ocasiona. Aunque
es cierto que el chico creció sin padre y con una madre ya mayor, sus primos
Candelaria y Arafo tuvieron también una infancia parecida, y sin embargo, no
han dado problema alguno, son dos chicos serios y responsables y sobre todo,
muy trabajadores.
San Andrés no quiso estudiar por mucho
que ella se empeñase en traérselo al Instituto. A él lo que le gustaba era
levantarse a media mañana y pasar casi todo el día pescando y dándose paseos en
barca hasta la playa de Antequera. En cierta ocasión, por Reyes, para darle una
sorpresa, y aprovechando que tenía un amigo con empresas en el Sahara, Santa
Cruz le hizo traer en barcos una cantidad impresionante de arena, con la que
hizo cubrir la playa de Las Teresitas. Cuando el chico despertó el día de Reyes
y se encontró con el “regalo” le montó
un “número” de pronóstico: ¡que eso él no lo había pedido! ¡que él quería la
playa de piedras! ¡que le quitase la arena! ¡que venía mucha gente de fuera a
molestarlo! En fin, concluyó diciendo que si no le quitaba la arena no se iba a
bañar nunca más en Las Teresitas, y así ha ocurrido. Han pasado casi cincuenta
años y nunca ha pasado más allá del cementerio.
Santa Cruz no se enfadó con él, al fin y
al cabo tenía algo de razón. Pero como es una mujer práctica y sobre todo
emprendedora, pensó que esa playa de arena rubia tendría futuro y rápidamente
adquirió algunos terrenos que la limitaban.
En los últimos tiempos esa inversión le está dando bastantes quebraderos de
cabeza. San Andrés y sus vecinos la han denunciado en alguna ocasión, porque
sostienen que su “regalo” de Reyes en el fondo era un pretexto para un negocio
futuro. Al principio se contentaban con
organizarle alguna que otra
manifestación de protesta, pero el tiempo fue pasando y San Andrés fue
consiguiendo cada vez más apoyos hasta que se descubrió el fondo del asunto y
saltó el escándalo.
Ante todo hay que decir que Santa Cruz
vivía un poco ajena a la que se cocía, porque aunque era propietaria de algunos
terrenitos por los alrededores, ella dejaba todos estos asuntos en manos de su
administrador, limitándose a disfrutar de la playa ocasionalmente, como otros
muchos chicharreros. Parece ser que el administrador, secundado por ciertos
empleados de la gestoría que llevaba sus
asuntos, junto a unos empresarios de la isla, lograron con los dichosos
“terrenitos” un auténtico pelotazo. El escándalo fue mayúsculo y tuvo que
intervenir la justicia, poniendo a cada uno en su lugar.
Santa Cruz tomó buena nota de lo
sucedido y se propuso, a partir de entonces, ser menos confiada en ciertos
temas. Se mostró generosa con San Andrés, arreglándole la playita junto al
muelle, para que, cuando apriete el calor,
no tenga que trasladarse a esa playa de arena amarilla que tan poco le
gusta. Entre esto y la actuación de la justicia dándole en cierto modo la
razón, parece que últimamente está mucho más tranquilo.
También ha sufrido Santa Cruz más
recientemente otro tipo de problemas, bastante más serios, que la han tenido en
un “sinvivir”. Primero fue la riada del 2002, que provocó cuantiosos daños y
algunos de sus vecinos muertos y desaparecidos. Esos hechos le produjeron un
auténtico “shock traumático” porque la
muchacha no recordaba nada parecido en toda su vida. A duras penas logró ir
superando semejante susto con tratamiento psicológico y no poca medicación.
Todavía no se había restablecido totalmente cuando cuatro años más tarde
sufrió los efectos del famoso o famosa (porque era una tormenta tropical)
“Delta”, que entre otras cosas, la dejó sin electricidad casi una semana.
Estaba aún baja de ánimos, por eso le costó tanto adaptarse a la situación. Eso
de tener que alumbrarse con velas por la noche, como cuando era pequeña o
tenerse que hacer el café con leche por las mañanas con la “butsir” era
insufrible. Menos mal que podía acercarse a comer a casa de su madre a La
Laguna. Por las tardes se daba un salto a Candelaria, cenaba con ella y se daba una ducha en su
apartamento, porque el calentador de su casa era eléctrico y por un mucho clima subtropical que tengamos, a principios de diciembre el agua corriente de
la ciudad no está como para meterse debajo. Eso sí, siempre con su secador de
pelo en el bolso, porque no le gusta
salir a la calle si no está perfectamente arreglada y en Añazo, durante una
semana, su uso se convirtió en una vana ilusión.
De nuevo tuvo que reanudar sus sesiones con el terapeuta, como a ella le
gusta llamarlo, pero en esta ocasión la recuperación fue mucho más rápida pues
tenía motivos para ello. El Cabildo le regaló, un año después, un moderno
tranvía que le ha hecho la vida mucho más fácil. El coche ya casi ni lo usa, lo
tiene todo el tiempo en el garaje. El tranvía le viene que ni pintado cada vez
que tiene que ir al Hospital o a la Residencia, sea para alguna revisión o para
visitar a algún familiar o conocido. Y sobre todo, la ha acercado mucho más a
su madre. Ahora se ven casi todas las semanas; sube los viernes por la tarde y
se van juntas a misa al Cristo y luego a tomar chocolate con churros. Antes era
algo imposible, subir con el coche o en la guagua era un tormento.
Pero no solo el tranvía le ha ayudado a sobreponerse de disgustos
pasados. A pesar del buen negocio que fue en su momento, la inversión que hizo
de joven en la refinería se había convertido en un auténtico problema en los
últimos años. Las directivas comunitarias relativas a la contaminación del aire
le traían de cabeza. Sin embargo, poco a poco, la empresa fue reduciendo su
actividad hasta su cese definitivo después de más de ochenta años. Ahora surge
un panorama muy prometedor, porque cuando se lleve a cabo su desmantelamiento
definitivo, va a contar un una enorme reserva de solares para seguir creciendo
hacia el sur lo que implica nuevas posibilidades de negocio.
Por todo ello y a pesar de estas pequeñas
“miserias” propias de la vida cotidiana,
Santa Cruz vive con plenitud su madurez, admirada y respetada por toda su
familia, incluso fuera de la isla. Todos valoran enormemente el hecho de que
transcurridos tantos años desde que salió de casa, y después de triunfar en
todos los aspectos de la vida, mantiene el mismo carácter sencillo y abierto de
cuando era una joven llena de proyectos de futuro.
José
Solórzano Sánchez ©