domingo, 1 de marzo de 2020

HISTORIAS DE LA FAMILIA NIVARIA-ACHINECH.9. FASNIA. LA DISCRECIÓN PERSONIFICADA.


   
 
       Fasnia es hija de La Laguna y por lo tanto, hermana de Güímar, Vilaflor, La Orotava, Arico y Santa Cruz.  Como estos últimos, está soltera, pero  mucho “más”, pues sus hermanos aún tendrían posibilidades de contraer matrimonio si decidiesen hacerlo, mientras que  ella renunció hace ya muchos años a cambiar de estado civil, además, con el convencimiento que nadie ni nada podría hacerla cambiar de opinión. En realidad no se trata de una decisión producto de la edad, porque para contraer matrimonio no existen limitaciones en este sentido, sino que entran en juego otros componentes que iremos desgranando poco a poco. Además, desde muy joven todos los que la rodean y ella misma son conscientes de que nadie la ha mirado nunca con intenciones matrimoniales, o quizás sí, ¡quién sabe!
        
       Comenzamos este capítulo haciendo referencia al matrimonio,  precisamente porque para La Laguna esta ha sido su gran preocupación en relación a su hija Fasnia, al menos, hasta que comprendió que no había nada que hacer.       Si hay alguien a quien la vida no se lo ha puesto fácil, el paradigma sería sin lugar a dudas Fasnia. Su madre siempre comenta que no ha tenido suerte, pero si lo miramos con objetividad, digamos que los acontecimientos se han “ensañado” con ella de una manera desproporcionada. 

        Siendo aún muy niña, una de las muchachas que ayudaban en su casa, precisamente la que más en contacto estaba con ella, contrajo la viruela, enfermedad relativamente frecuente en la época. Desgraciadamente la niña se contagió, y pasados unos días, después de un intenso proceso febril los médicos dieron su diagnóstico, que evidentemente era el que todos temían. Rápidamente se le alejó del resto de la familia para evitar posibles contagios, más que nada por sus hermanos. La niña fue trasladada a una casa que poseía sus padres en Jardina, a los pies del monte, y allí, al cuidado de los doctores y algunos sirvientes, logró superar la enfermedad.

        Pasada la cuarentena, Fasnia regresó a su casa, aparentemente restablecida; pero no volvió sola, sino en compañía de unas marcas en su rostro que han estado con ella hasta el día de hoy. Por suerte  estas señales no eran exageradas y desde su llegada, La Laguna retiró todos los espejos de la casa, al menos hasta que la niña tuviese una edad que pudiese asumir su “desgracia”. Pero esas medidas normalmente no suelen surtir efecto, porque había espejos por toda la ciudad, incluso los cristales de una ventana cerrada en una calle. Así que la niña, con apenas 8 años tuvo que asumir, en silencio, que su cara ya no era la de antes.

     El paso del tiempo iba mitigando la profundidad de aquellas cicatrices; además, una chica tenía infinidad de recursos para disimularlas: el peinado, los sombreros y tules, el maquillaje, etc. Fasnia comprendió muy pronto  que no le quedaba más remedio que tirar para adelante y “apechugar” con el regalito  de la sirvienta.

        Cuando hablábamos anteriormente de que  la vida no fue benévola con ella, no exagerábamos. El lector va a entender ahora  mismo como aquella se empeñó desde su infancia y juventud en ponerle todo tipo de contratiempos  y obstáculos para que la muchacha tuviese una existencia poco “envidiable”.  Efectivamente, ya en la adolescencia, su madre la enviaba los domingos por la tarde, cuando hacía buen tiempo, a un centro de equitación que había por los alrededores, en lo que denominaban “La Atalaya”. Allí pasaba las horas con el resto de sus hermanas y hermano montando a caballo y como pueden imaginar, pasándoselo en grande.

        Para no alargar el relato, digamos simplemente que la chica tuvo una caída, cosa nada extraña, todo hay que decirlo, para quienes se ejercitan en el arte ecuestre. Lo triste del caso es que tras un breve periodo de convalecencia a la chica le quedó una leve cojera, imposible de disimular. Y lo más grave es que durante toda su vida y como consecuencia de esta caída, ha venido soportando fuertes dolores cada vez que como dice ella “cambia el tiempo”.



        Pueden ustedes imaginarse lo que supuso para la chica esta circunstancia, cuando ya casi había superado el problema que le ocasionó la viruela. Se le hizo muy cuesta arriba verse ahora del brazo de sus hermanas y con aquella cojera  en sus paseos por el Camino Largo. Por desgracia, en aquella época no había psicólogos y/o terapeutas similares, por lo que todo se resolvía con ejercicios espirituales y muchos rezos, y éstos, a decir  verdad, no surtían efecto. La Laguna estaba muy preocupada por la situación de su hija, que se pasaba los días en su habitación, negándose a salir a la calle. La madre llegó a pensar que a la chica le habían hecho “mal de ojo”. Nunca había creído en ese tipo de supersticiones, muy extendidas en la época, pero relegadas a las clases bajas. Así que se dirigió a la Siervita a pedirle consejo. Ésta, comprendiendo la desesperación de la madre, le aconsejó le llevara a su hija para que le echaran un ”rezado”, al fin y al cabo eso no le iba a hacer daño, porque era precisamente lo que hacían las monjas la mayor parte del tiempo: rezar.

        Dicho y hecho, su madre la llevó a la curandera de San Lázaro, y allí, en una habitación bastante oscura se llevaron a cabo los rituales pertinentes. Ni madre ni hija confiaban en que aquello sirviese para algo, pero nunca se pierde nada por probar. No sabemos si los rezos surtieron efecto, pero lo que sí  es evidente es que la chica llegó a casa con otra cara y a partir de entonces volvió a ser la que era.

       Aunque cuando decimos “la que era” tampoco estamos hablando de “la alegría de la huerta”. Nunca fue una niña agraciada físicamente, y este hecho primaba mucho en su época, porque como hemos comentado en varias ocasiones, ser guapa significaba una garantía de éxito futuro, en síntesis: matrimonio, hijos y familia “como Dios manda”. A esto aspiraban la mayoría de las mujeres aquellos días, más por convencionalismos sociales que  por convencimiento. Si tenemos en cuenta que la genética había sido “tacaña” con ella, en comparación al resto de sus hermanas y añadimos a esto  las marcas de su enfermedad infantil además de la leve cojera, podemos hacernos una idea de su situación.

        Si observamos un cuadro de familia, de La Laguna con sus hijas ya crecidas, podemos comprobar cuan diferentes eran, al menos desde el punto de vista físico. Por un lado, la primogénita y la benjamina, dos auténticos “bombones” la una de una belleza rotunda, casi insultante, como decían muchos, vivo retrato de su madre; la pequeña, lo mismo, pero en una edición más actual. En cambio, las tres “de en medio” como solían llamarlas, eran todo lo contrario, se les podía aplicar cualquier calificativo referido a su aspecto, pero jamás bellas, ni tan siquiera, bonitas. Además, en estas tres, la ausencia de hermosura era  inversamente proporcional a su edad, con lo que la posición de Fasnia en el conjunto  era evidente.

       Por ello, no es de extrañar, quizás  para defenderse de bromas y comentarios hirientes tan frecuentes en la infancia y juventud,  que Fasnia haya sido  siempre muy callada y un poquito “seca” de carácter. Con el paso del tiempo, estas características  personales fueron acentuándose, es decir, cada vez menos agraciada (el tiempo es un “canalla” con los seres humanos)  y por lo general más callada que una tumba.

 Posiblemente sea éste el motivo por el que su madre, todo hay que decirlo, mujer muy perspicaz, se empeñase en que la chica tenía que estudiar Magisterio. En la sociedad de la época, con una “sobreoferta” de chicas casaderas, dada la cantidad de muchachos que emigraban a América y no regresaban más,  únicamente las más bellas tenían posibilidades de conseguir marido, que en aquel contexto extremadamente “machista” se convertía el objetivo prioritario de cualquier chica. No es de extrañar, por tanto, que La Laguna buscase otra alternativa para su futuro. Fasnia accedió a los deseos de su madre, bien porque era incapaz de contradecirla, bien  porque en su interior estaba  totalmente convencida que era una buena solución para su porvenir.



Fue una estudiante brillante que pasaba desapercibida por su excesiva modestia y de la que muchos solían aprovecharse sin contemplaciones. Hay un episodio bastante desagradable que ocurrió mientras estudiaba en la Normal, que le ha quedado grabado en el corazón con letras de fuego para el resto de sus días. La culpa la tuvo uno de los hermanos Realejos; los tres estaban en la misma clase desde primero y como ellos se fugaban con frecuencia para jugar a los billares o a tomar “vino con vino” en “Artillería”, Fasnia les prestaba los apuntes. También los invitaba ocasionalmente a comer a su casa o a tomar chocolate con churros en “El Buen Paladar”.     Un par de veces Realejo Bajo la invitó al cine Dácil y paseó con ella por la calle de La Carrera. La chica se ilusionó bastante, hasta que comprobó que todo era una treta de los dos hermanos para seguir aprovechándose de sus apuntes y del chocolate con churros. Ella continuó como si nada hubiera ocurrido hasta acabar la carrera y después de esto prefirió perderles de vista.

Ya hablamos en otro capítulo que Realejo Alto precisamente conoció a su hermana mayor cuando salía en la misma pandilla y al final acabaron casándose. A ambos hermanos los ve poco, en alguna celebración familiar, una misa de difuntos o el día de la Virgen de Candelaria, pero siempre procura evitarlos y ni siquiera les dirige la palabra. Esta desilusión juvenil fue un verdadero mazazo para su ya maltrecha autoestima y la hizo cerrarse aún más en sí misma.

Una vez finalizados sus estudios universitarios comenzó a prepararse las oposiciones; pasaba los días encerrada en casa estudiando y a veces descansaba un poco para relajarse con trabajos de costura mientras oía en la radio programas de canciones dedicadas; éste era el mejor modo que tenía de evadirse. Por desgracia, tanto esfuerzo fue en vano, ya que no llegó a examinarse. Coincidió por estas fechas la boda de su hermana Güímar y su madre decidió que debía irse a vivir con la pareja para echarle una mano en su nueva vida de casada y sobre todo cuando  comenzasen a llegar los niños. En realidad, lo que pretendía era ante todo, tener una persona discreta cerca de la pareja que la informase puntualmente de cómo transcurría la vida de los recién casados. En su opinión, Fasnia  cumplía perfectamente estas condiciones y sería para ella muy fácil obtener  la información que precisaba.

Con lo que no contaba La Laguna es que su hija jamás fue desleal a su hermana y “filtraba” escrupulosa y elegantemente toda la información que periódicamente enviaba por correspondencia  a su madre.  Pero los niños no llegaron, al menos, ni en el modo ni la cantidad que se esperaba, y sin embargo, ella continuó junto a su hermana todo el tiempo que le fue posible. La ayudó con su hijo Arafo y con su “sobrina” Candelaria, cuando casi por imposición de la matriarca, Güímar tuvo que hacerse cargo de ella.

Una vez que los chicos crecieron y como ya tuvimos ocasión de leer, Güímar tuvo su vida perfectamente encarrilada, Fasnia decidió que era el momento de “independizarse”. Ya hacía un tiempo que su hermano Arico  se había asentado en el sur de la isla y ella ocasionalmente iba a visitarlo. Siempre se fijaba en un espacio relativamente inhóspito, más allá de Agache, entre los barrancos de  Herques y La Linde. Era una estrecha franja de terreno que se extendía de mar a cumbre con una topografía de lomos y barrancos que se alternaban sin solución de continuidad.

Pensó que era un lugar bastante tranquilo y perfectamente ubicado entre sus hermanos, así, siempre que lo necesitase podía acudir a ellos sin problema, y además, a relativa distancia de la “ilustre dama” que ni por asomo se le ocurriría darse una vuelta por aquellos contornos; para su madre, la isla acababa, por el sur, en Candelaria. Así que como habían hecho anteriormente sus hermanos, pidió a su madre aquel terreno que tanto le gustaba para asentarse allí definitivamente. La Laguna accedió sin pensarlo, consciente de que la petición de su hija era tan  “discreta” como ella. Además le convenía que  alguien de la familia viviese cerca de aquellos terrenos, por improductivos que fuesen. Tenía noticias que en determinados lugares las propiedades poco vigiladas se llenaban de “okupas” y luego era un auténtico problema para desalojarlos, sin contar el tiempo y el dinero invertido en “litigios”.

Nada más llegar a su nuevo hogar y asesorada por sus hermanos y a la vez vecinos, se puso manos a la obra para organizar sus posesiones. Ella, dada su extrema discreción, prefirió asentarse en un lugar poco visible, justamente detrás de la montaña que lleva su nombre; y como también es muy correcta, al día siguiente fue a presentarse a los pocos  vecinos, o mejor dicho vecinas, de la zona: La Zarza y sus hijas  La Sombrera y La Sabina Alta. Con ellas ha hecho muy buenas migas, porque son gente con las que es agradable tratar, las chicas solteras como ella y la madre viuda, que viene a ser lo mismo.

La Zarza tiene también dos hijos mellizos, Los Roques, que se dedican a la pesca y viven en la playa. Aprecian mucho a Fasnia y siempre están a su disposición; le han preparado una cueva justo a la orilla del mar, para que pase allí los días del verano en los que el calor aprieta fuerte en las medianías.

Aunque es maestra, nunca ha ejercido, al menos de manera oficial, pero desde que llegó  al Sur montó una escuelita en su casa por la que han pasado todos los hijos de sus vecinos. Animada por el entusiasmo de su hermano Arico se dedicó muchos años a esta bella labor, preparando niños y niñas para el examen de “Ingreso”. Luego, cuando eran los exámenes libres en el Instituto de Canarias, los acompañaba y aprovechaba para visitar a su madre. Alumnos nunca le faltaron, porque en aquellos momentos la enseñanza pública no estaba muy extendida, aunque posteriormente, cuando ésta llegó a todos los barrios y  caseríos, cesó en su labor.



Una vez finalizada su etapa como maestra, Fasnia se dedicó a su afición preferida, que era recopilar refranes tradicionales de Nivaria. Como no tenía obligaciones familiares y sin embargo conocía gente por toda la isla, en cuanto le apetecía se trasladaba de un lugar a otro a la búsqueda de material. Dispone de un archivo enorme y su hermana Güímar la está ayudando a catalogarlo y clasificarlo a la espera de poder publicarlo algún día.

Pero también se ha dedicado a otro tipo de labores más “prosaicas” como dice ella, aunque son necesarias. Pese a no disponer de terrenos agrícolas de calidad Fasnia ignoraba que en interior de sus tierras, en los altos, se encontraba un tesoro oculto: un extraordinario acuífero. Animada por su hermano  Arico se dedicó al negocio de las galerías con un resultado excelente. Aunque destina una pequeña cantidad para el regadío de sus tierras, la mayor parte se la vende a sus sobrinos de Abona, a los hijos de su hermana Vilaflor, pero de ellos hablaremos en otro capítulo.

La casi totalidad de los beneficios obtenidos de este negocio los ha invertido en repoblar toda la zona alta de su término. Cuando subió por primera vez a las cumbres contempló horrorizada  como todo el pinar había sido arrasado y no quedaba ni un árbol en pie, en contraste con Arico y Agache, donde se conservaba bastante bien el bosque. En ese momento decidió que había que poner remedio a tal desastre y lo antes posible. Por suerte, con no poco esfuerzo e inversión, el panorama ha mejorado muchísimo y la masa boscosa tiende a recuperarse.

        En cuanto a su vida sentimental, se sabe muy poco de ella, porque Fasnia es la discreción “personificada” y posiblemente  porque después de aquella desilusión juvenil perdió todo el interés por el tema. Dicen que después del “escándalo”  que protagonizó su hermana con  El Escobonal (que dicho sea de paso, su veracidad está aún por demostrar) el muchacho intentó “echarle los tejos” pero con muy poca fortuna.  Cuando Fasnia pasaba por Agache para visitar a su hermana Güímar, siempre paraba un rato para tomar café y charlar  con  Pájara y La Medida, hermanas del pretendiente. A ellas si les parecía bien una relación entre  el muchacho y Fasnia, pues aunque no era precisamente una belleza, eso era lo de menos; Lo importante era que estaba soltera y no como su hermana, de estado civil “indefinido” y además, contaba con bastantes terrenos y acciones de agua, que a la postre, era lo que más interesaba.  Sin embargo, los intentos de El Escobonal, como ya se ha dicho, resultaron infructuosos, porque lo cierto es que Fasnia había decidido, desde hacía ya muchos años,  permanecer en la más estricta soltería.

        Hoy vive tranquila cerca de sus hermanos, sobre todo de Arico, al que se siente muy unida. Ahora que pueden permitírselo, viajan todos los años juntos con el IMSERSO, pues aunque su pensión no es elevada, en cuanto tuvo ocasión, vendió todas sus fincas e invirtió en  nuevas acciones de galerías, que como ella dice, dan menos trabajo y más beneficios que las tierras. Así Fasnia, que el viaje más largo que había hecho en su vida fue la “vuelta a la isla”, ahora se conoce perfectamente la mayor parte de las costas peninsulares y de las Baleares.

        Ella se considera totalmente integrada en las tierras en las que un día decidió asentarse y por las que había sentido una atracción especial desde el primer día que las atravesó. Se siente tan identificada  con el lugar donde vive, que con los años, su rostro se ha mimetizado con éste. En efecto, las arrugas, producto de la edad, los restos de aquellas marcas de la infancia y la tez morena por el sol, hacen que su rostro se parezca cada vez más a esa sucesión de lomos y barrancos que percibimos cada vez que recorremos el término por la carretera vieja.


José Solórzano Sánchez ©


No hay comentarios:

Publicar un comentario