Fasnia es hija de La Laguna y por
lo tanto, hermana de Güímar, Vilaflor, La Orotava, Arico y Santa Cruz. Como estos últimos, está soltera, pero mucho “más”, pues sus hermanos aún tendrían
posibilidades de contraer matrimonio si decidiesen hacerlo, mientras que ella renunció hace ya muchos años a cambiar
de estado civil, además, con el convencimiento que nadie ni nada podría hacerla
cambiar de opinión. En realidad no se trata de una decisión producto de la edad,
porque para contraer matrimonio no existen limitaciones en este sentido, sino
que entran en juego otros componentes que iremos desgranando poco a poco.
Además, desde muy joven todos los que la rodean y ella misma son conscientes de
que nadie la ha mirado nunca con intenciones matrimoniales, o quizás sí, ¡quién
sabe!
Comenzamos
este capítulo haciendo referencia al matrimonio, precisamente porque para La Laguna esta ha
sido su gran preocupación en relación a su hija Fasnia, al menos, hasta que comprendió
que no había nada que hacer. Si hay
alguien a quien la vida no se lo ha puesto fácil, el paradigma sería sin lugar
a dudas Fasnia. Su madre siempre comenta que no ha tenido suerte, pero si lo
miramos con objetividad, digamos que los acontecimientos se han “ensañado” con
ella de una manera desproporcionada.
Siendo
aún muy niña, una de las muchachas que ayudaban en su casa, precisamente la que
más en contacto estaba con ella, contrajo la viruela, enfermedad relativamente
frecuente en la época. Desgraciadamente la niña se contagió, y pasados unos
días, después de un intenso proceso febril los médicos dieron su diagnóstico,
que evidentemente era el que todos temían. Rápidamente se le alejó del resto de
la familia para evitar posibles contagios, más que nada por sus hermanos. La
niña fue trasladada a una casa que poseía sus padres en Jardina, a los pies del
monte, y allí, al cuidado de los doctores y algunos sirvientes, logró superar
la enfermedad.
Pasada
la cuarentena, Fasnia regresó a su casa, aparentemente restablecida; pero no
volvió sola, sino en compañía de unas marcas en su rostro que han estado con
ella hasta el día de hoy. Por suerte
estas señales no eran exageradas y desde su llegada, La Laguna retiró todos los
espejos de la casa, al menos hasta que la niña tuviese una edad que pudiese
asumir su “desgracia”. Pero esas medidas normalmente no suelen surtir efecto,
porque había espejos por toda la ciudad, incluso los cristales de una ventana
cerrada en una calle. Así que la niña, con apenas 8 años tuvo que asumir, en
silencio, que su cara ya no era la de antes.
El paso del tiempo iba mitigando la
profundidad de aquellas cicatrices; además, una chica tenía infinidad de recursos
para disimularlas: el peinado, los sombreros y tules, el maquillaje, etc. Fasnia
comprendió muy pronto que no le quedaba
más remedio que tirar para adelante y “apechugar” con el regalito de la sirvienta.
Cuando
hablábamos anteriormente de que la vida
no fue benévola con ella, no exagerábamos. El lector va a entender ahora mismo como aquella se empeñó desde su
infancia y juventud en ponerle todo tipo de contratiempos y obstáculos para que la muchacha tuviese una
existencia poco “envidiable”. Efectivamente,
ya en la adolescencia, su madre la enviaba los domingos por la tarde, cuando
hacía buen tiempo, a un centro de equitación que había por los alrededores, en
lo que denominaban “La Atalaya”. Allí pasaba las horas con el resto de sus
hermanas y hermano montando a caballo y como pueden imaginar, pasándoselo en
grande.
Para
no alargar el relato, digamos simplemente que la chica tuvo una caída, cosa
nada extraña, todo hay que decirlo, para quienes se ejercitan en el arte
ecuestre. Lo triste del caso es que tras un breve periodo de convalecencia a la
chica le quedó una leve cojera, imposible de disimular. Y lo más grave es que
durante toda su vida y como consecuencia de esta caída, ha venido soportando
fuertes dolores cada vez que como dice ella “cambia el tiempo”.
Pueden
ustedes imaginarse lo que supuso para la chica esta circunstancia, cuando ya
casi había superado el problema que le ocasionó la viruela. Se le hizo muy
cuesta arriba verse ahora del brazo de sus hermanas y con aquella cojera en sus paseos por el Camino Largo. Por
desgracia, en aquella época no había psicólogos y/o terapeutas similares, por
lo que todo se resolvía con ejercicios espirituales y muchos rezos, y éstos, a
decir verdad, no surtían efecto. La
Laguna estaba muy preocupada por la situación de su hija, que se pasaba los
días en su habitación, negándose a salir a la calle. La madre llegó a pensar
que a la chica le habían hecho “mal de ojo”. Nunca había creído en ese tipo de
supersticiones, muy extendidas en la época, pero relegadas a las clases bajas.
Así que se dirigió a la Siervita a pedirle consejo. Ésta, comprendiendo la
desesperación de la madre, le aconsejó le llevara a su hija para que le echaran
un ”rezado”, al fin y al cabo eso no le iba a hacer daño, porque era
precisamente lo que hacían las monjas la mayor parte del tiempo: rezar.
Dicho
y hecho, su madre la llevó a la curandera de San Lázaro, y allí, en una
habitación bastante oscura se llevaron a cabo los rituales pertinentes. Ni
madre ni hija confiaban en que aquello sirviese para algo, pero nunca se pierde
nada por probar. No sabemos si los rezos surtieron efecto, pero lo que sí es evidente es que la chica llegó a casa con
otra cara y a partir de entonces volvió a ser la que era.
Aunque cuando decimos “la que era”
tampoco estamos hablando de “la alegría de la huerta”. Nunca fue una niña
agraciada físicamente, y este hecho primaba mucho en su época, porque como
hemos comentado en varias ocasiones, ser guapa significaba una garantía de
éxito futuro, en síntesis: matrimonio, hijos y familia “como Dios manda”. A
esto aspiraban la mayoría de las mujeres aquellos días, más por
convencionalismos sociales que por
convencimiento. Si tenemos en cuenta que la genética había sido “tacaña” con
ella, en comparación al resto de sus hermanas y añadimos a esto las marcas de su enfermedad infantil además
de la leve cojera, podemos hacernos una idea de su situación.
Si
observamos un cuadro de familia, de La Laguna con sus hijas ya crecidas,
podemos comprobar cuan diferentes eran, al menos desde el punto de vista
físico. Por un lado, la primogénita y la benjamina, dos auténticos “bombones”
la una de una belleza rotunda, casi insultante, como decían muchos, vivo
retrato de su madre; la pequeña, lo mismo, pero en una edición más actual. En
cambio, las tres “de en medio” como solían llamarlas, eran todo lo contrario,
se les podía aplicar cualquier calificativo referido a su aspecto, pero jamás
bellas, ni tan siquiera, bonitas. Además, en estas tres, la ausencia de hermosura
era inversamente proporcional a su edad,
con lo que la posición de Fasnia en el conjunto
era evidente.
Por ello, no es de extrañar, quizás para defenderse de bromas y comentarios
hirientes tan frecuentes en la infancia y juventud, que Fasnia haya sido siempre muy callada y un poquito “seca” de
carácter. Con el paso del tiempo, estas características personales fueron acentuándose, es decir,
cada vez menos agraciada (el tiempo es un “canalla” con los seres humanos) y por lo general más callada que una tumba.
Posiblemente sea éste el motivo por el que su
madre, todo hay que decirlo, mujer muy perspicaz, se empeñase en que la chica
tenía que estudiar Magisterio. En la sociedad de la época, con una
“sobreoferta” de chicas casaderas, dada la cantidad de muchachos que emigraban
a América y no regresaban más,
únicamente las más bellas tenían posibilidades de conseguir marido, que
en aquel contexto extremadamente “machista” se convertía el objetivo prioritario
de cualquier chica. No es de extrañar, por tanto, que La Laguna buscase otra
alternativa para su futuro. Fasnia accedió a los deseos de su madre, bien
porque era incapaz de contradecirla, bien
porque en su interior estaba
totalmente convencida que era una buena solución para su porvenir.
Fue una
estudiante brillante que pasaba desapercibida por su excesiva modestia y de la
que muchos solían aprovecharse sin contemplaciones. Hay un episodio bastante
desagradable que ocurrió mientras estudiaba en la Normal, que le ha quedado
grabado en el corazón con letras de fuego para el resto de sus días. La culpa la tuvo uno de los hermanos
Realejos; los tres estaban en la misma clase desde primero y como ellos se
fugaban con frecuencia para jugar a los billares o a tomar “vino con vino” en
“Artillería”, Fasnia les prestaba los apuntes. También los invitaba
ocasionalmente a comer a su casa o a tomar chocolate con churros en “El Buen
Paladar”. Un par de veces Realejo Bajo
la invitó al cine Dácil y paseó con ella por la calle de La Carrera. La chica se
ilusionó bastante, hasta que comprobó que todo era una treta de los dos hermanos
para seguir aprovechándose de sus apuntes y del chocolate con churros. Ella
continuó como si nada hubiera ocurrido hasta acabar la carrera y después de
esto prefirió perderles de vista.
Ya hablamos en otro capítulo que Realejo Alto
precisamente conoció a su hermana mayor cuando salía en la misma pandilla y al
final acabaron casándose. A ambos hermanos los ve poco, en alguna celebración
familiar, una misa de difuntos o el día de la Virgen de Candelaria, pero siempre
procura evitarlos y ni siquiera les dirige la palabra. Esta desilusión juvenil
fue un verdadero mazazo para su ya maltrecha autoestima y la hizo cerrarse aún
más en sí misma.
Una vez finalizados sus estudios universitarios
comenzó a prepararse las oposiciones; pasaba los días encerrada en casa
estudiando y a veces descansaba un poco para relajarse con trabajos de costura
mientras oía en la radio programas de canciones dedicadas; éste era el mejor
modo que tenía de evadirse. Por desgracia, tanto esfuerzo fue en vano, ya que
no llegó a examinarse. Coincidió por estas fechas la boda de su hermana Güímar
y su madre decidió que debía irse a vivir con la pareja para echarle una mano
en su nueva vida de casada y sobre todo cuando comenzasen a llegar los niños. En realidad, lo
que pretendía era ante todo, tener una persona discreta cerca de la pareja que
la informase puntualmente de cómo transcurría la vida de los recién casados. En
su opinión, Fasnia cumplía perfectamente
estas condiciones y sería para ella muy fácil obtener la información que precisaba.
Con lo
que no contaba La Laguna es que su hija jamás fue desleal a su hermana y
“filtraba” escrupulosa y elegantemente toda la información que periódicamente
enviaba por correspondencia a su madre. Pero los niños no llegaron, al menos, ni en el
modo ni la cantidad que se esperaba, y sin embargo, ella continuó junto a su
hermana todo el tiempo que le fue posible. La ayudó con su hijo Arafo y con su
“sobrina” Candelaria, cuando casi por imposición de la matriarca, Güímar tuvo
que hacerse cargo de ella.
Una vez
que los chicos crecieron y como ya tuvimos ocasión de leer, Güímar tuvo su vida
perfectamente encarrilada, Fasnia decidió que era el momento de
“independizarse”. Ya hacía un tiempo que su hermano Arico se había asentado en el sur de la isla y ella
ocasionalmente iba a visitarlo. Siempre se fijaba en un espacio relativamente
inhóspito, más allá de Agache, entre los barrancos de Herques y La Linde. Era una estrecha franja
de terreno que se extendía de mar a cumbre con una topografía de lomos y
barrancos que se alternaban sin solución de continuidad.
Pensó que
era un lugar bastante tranquilo y perfectamente ubicado entre sus hermanos,
así, siempre que lo necesitase podía acudir a ellos sin problema, y además, a
relativa distancia de la “ilustre dama” que ni por asomo se le ocurriría darse
una vuelta por aquellos contornos; para su madre, la isla acababa, por el sur,
en Candelaria. Así que como habían hecho anteriormente sus hermanos, pidió a su
madre aquel terreno que tanto le gustaba para asentarse allí definitivamente.
La Laguna accedió sin pensarlo, consciente de que la petición de su hija era
tan “discreta” como ella. Además le
convenía que alguien de la familia
viviese cerca de aquellos terrenos, por improductivos que fuesen. Tenía
noticias que en determinados lugares las propiedades poco vigiladas se llenaban
de “okupas” y luego era un auténtico problema para desalojarlos, sin contar el
tiempo y el dinero invertido en “litigios”.
Nada más
llegar a su nuevo hogar y asesorada por sus hermanos y a la vez vecinos, se
puso manos a la obra para organizar sus posesiones. Ella, dada su extrema
discreción, prefirió asentarse en un lugar poco visible, justamente detrás de
la montaña que lleva su nombre; y como también es muy correcta, al día
siguiente fue a presentarse a los pocos
vecinos, o mejor dicho vecinas, de la zona: La Zarza y sus hijas La Sombrera y La Sabina Alta. Con ellas ha
hecho muy buenas migas, porque son gente con las que es agradable tratar, las
chicas solteras como ella y la madre viuda, que viene a ser lo mismo.
La Zarza
tiene también dos hijos mellizos, Los Roques, que se dedican a la pesca y viven
en la playa. Aprecian mucho a Fasnia y siempre están a su disposición; le han
preparado una cueva justo a la orilla del mar, para que pase allí los días del
verano en los que el calor aprieta fuerte en las medianías.
Aunque es
maestra, nunca ha ejercido, al menos de manera oficial, pero desde que llegó al Sur montó una escuelita en su casa por la
que han pasado todos los hijos de sus vecinos. Animada por el entusiasmo de su
hermano Arico se dedicó muchos años a esta bella labor, preparando niños y
niñas para el examen de “Ingreso”. Luego, cuando eran los exámenes libres en el
Instituto de Canarias, los acompañaba y aprovechaba para visitar a su madre. Alumnos
nunca le faltaron, porque en aquellos momentos la enseñanza pública no estaba
muy extendida, aunque posteriormente, cuando ésta llegó a todos los barrios
y caseríos, cesó en su labor.
Una vez
finalizada su etapa como maestra, Fasnia se dedicó a su afición preferida, que
era recopilar refranes tradicionales de Nivaria. Como no tenía obligaciones
familiares y sin embargo conocía gente por toda la isla, en cuanto le apetecía
se trasladaba de un lugar a otro a la búsqueda de material. Dispone de un
archivo enorme y su hermana Güímar la está ayudando a catalogarlo y clasificarlo
a la espera de poder publicarlo algún día.
Pero
también se ha dedicado a otro tipo de labores más “prosaicas” como dice ella, aunque
son necesarias. Pese a no disponer de terrenos agrícolas de calidad Fasnia
ignoraba que en interior de sus tierras, en los altos, se encontraba un tesoro
oculto: un extraordinario acuífero. Animada por su hermano Arico se dedicó al negocio de las galerías
con un resultado excelente. Aunque destina una pequeña cantidad para el regadío
de sus tierras, la mayor parte se la vende a sus sobrinos de Abona, a los hijos
de su hermana Vilaflor, pero de ellos hablaremos en otro capítulo.
La casi
totalidad de los beneficios obtenidos de este negocio los ha invertido en
repoblar toda la zona alta de su término. Cuando subió por primera vez a las
cumbres contempló horrorizada como todo
el pinar había sido arrasado y no quedaba ni un árbol en pie, en contraste con
Arico y Agache, donde se conservaba bastante bien el bosque. En ese momento
decidió que había que poner remedio a tal desastre y lo antes posible. Por
suerte, con no poco esfuerzo e inversión, el panorama ha mejorado muchísimo y
la masa boscosa tiende a recuperarse.
En
cuanto a su vida sentimental, se sabe muy poco de ella, porque Fasnia es la
discreción “personificada” y posiblemente porque después de aquella desilusión juvenil
perdió todo el interés por el tema. Dicen que después del “escándalo” que protagonizó su hermana con El Escobonal (que dicho sea de paso, su
veracidad está aún por demostrar) el muchacho intentó “echarle los tejos” pero
con muy poca fortuna. Cuando Fasnia
pasaba por Agache para visitar a su hermana Güímar, siempre paraba un rato para
tomar café y charlar con Pájara y La Medida, hermanas del
pretendiente. A ellas si les parecía bien una relación entre el muchacho y Fasnia, pues aunque no era
precisamente una belleza, eso era lo de menos; Lo importante era que estaba
soltera y no como su hermana, de estado civil “indefinido” y además, contaba
con bastantes terrenos y acciones de agua, que a la postre, era lo que más
interesaba. Sin embargo, los intentos de
El Escobonal, como ya se ha dicho, resultaron infructuosos, porque lo cierto es
que Fasnia había decidido, desde hacía ya muchos años, permanecer en la más estricta soltería.
Hoy
vive tranquila cerca de sus hermanos, sobre todo de Arico, al que se siente muy
unida. Ahora que pueden permitírselo, viajan todos los años juntos con el
IMSERSO, pues aunque su pensión no es elevada, en cuanto tuvo ocasión, vendió
todas sus fincas e invirtió en nuevas acciones
de galerías, que como ella dice, dan menos trabajo y más beneficios que las
tierras. Así Fasnia, que el viaje más largo que había hecho en su vida fue la
“vuelta a la isla”, ahora se conoce perfectamente la mayor parte de las costas
peninsulares y de las Baleares.
Ella
se considera totalmente integrada en las tierras en las que un día decidió
asentarse y por las que había sentido una atracción especial desde el primer
día que las atravesó. Se siente tan identificada con el lugar donde vive, que con los años, su
rostro se ha mimetizado con éste. En efecto, las arrugas, producto de la edad,
los restos de aquellas marcas de la infancia y la tez morena por el sol, hacen
que su rostro se parezca cada vez más a esa sucesión de lomos y barrancos que
percibimos cada vez que recorremos el término por la carretera vieja.
José Solórzano Sánchez ©
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