jueves, 17 de diciembre de 2020

HISTORIAS DE LA FAMILIA NIVARIA-ACHINECH. 19. CANDELARIA. "MARIANA" Y MODERNA.

 




Candelaria quedó huérfana de padre y madre durante su niñez. En realidad no está muy claro quiénes fueron sus progenitores, aunque es evidente que de algún modo pertenecían a los Nivaria-Achinech; sin embargo, desde su más tierna infancia fue considerada un miembro más de la familia, actuando siempre La Laguna como si de una tía o abuela se tratase. No existe explicación cierta del porqué de esta predilección de la matriarca, unos creen que se debe a que su desgracia  coincidió con el abandono de Santa Cruz del domicilio familiar y la niña vendría a llenar el vacío que había dejado aquella partida prematura, tanto en el hogar como el  corazón de la “abuela”. Sin embargo, las malas lenguas hablan de otros motivos, pero de momento preferimos hacer oídos sordos a tales murmuraciones.

 

Ya sabemos que Güímar, a petición de su madre, se había hecho cargo de ella sin dudarlo ni un instante, porque como solía decir: “donde comen dos, comen tres”. Así que se crió junto a su “primo” Arafo como si fuesen verdaderos hermanos. Con él asistía a clase diariamente, primero con su tía Fasnia y luego a los grupos escolares, eso sí, ella al de las niñas y él al masculino.

 

Candelaria, pese a quien le pese, tuvo una infancia feliz. Después de clase pasaba también las tardes con su primo, corriendo por los canteros, cazando lagartos, dando de comer a los animales de la familia o subiendo a las higueras a comerse sus frutos sentada en una rama, en suma, lo que hacía cualquier niño en aquella época. En verano, en cambio, pasaba largas temporadas con unos vecinos que tenían una cueva en la playa del Socorro. Profesaba un enorme afecto por su primo, con quien tenía muchas cosas en común, pero lo que nunca consiguió fue tocar un instrumento; era algo que no le atraía, por mucho que Arafo, con toda la paciencia del mundo, se empeñase en enseñarle.

 

En cambio, algo que le encantaba era modelar vasijas de barro ¡eso sí que la entretenía! Siempre que podía se acercaba a las mujeres que trabajaban cerca de la playa de la Arena y allí se “escarranchaba” junto a ellas y se ponía a trabajar con el barro y a entretenerse con sus bromas. La localidad ha sido tradicionalmente uno de los principales centros alfareros de la isla, hasta que las imposiciones de la “modernidad” acabaron con aquella actividad. Durante siglos, las mujeres e hijas de los pescadores dedicaban su tiempo a la elaboración de objetos de barro, especialmente cuando no tenían que salir a vender el producto de sus capturas. Era un excelente complemento para las economías familiares precisamente en un lugar donde la agricultura no tenía demasiada relevancia. Según parece, para elaborar el barro se traía tierra de Arafo, mientras que el almagre procedía de La Esperanza; éste se utilizaba para impermeabilizar las piezas y en algunos casos para decorarlas. Resulta curioso que durante siglos han sido constantes las referencias a las “olleras” o “loceras” de Candelaria, como por ejemplo Viera y Clavijo y otros muchos.

 

Cuando acabó sus estudios de bachiller elemental, igual que su “primo”, quería dedicarse a los trabajos del campo o a fabricar loza, quizás hasta que encontrase un buen chico con quien casarse y formar una familia. Pero tuvo la suerte de que su tía Santa Cruz, la “liberal” y  la “feminista” de la familia, la convenciera de seguir formándose y le ofreciera  tanto su casa como costearle los estudios de bachillerato superior en la capital. Allí pasaba la semana ocupada con sus clases y regresaba a casa los fines de semana. Pero Santa Cruz pronto se dio cuenta de que la chica poseía muchas aptitudes y para desarrollarlas necesitaba un cambio de ambiente; lo que se denominaba  conocer mundo, o de otro modo, ampliar horizontes; como en aquella época lo más “socorrido” en estos casos era Venezuela, tras consultarlo con el resto de la familia, se decidió enviarla a la “octava isla”, al cuidado de unos parientes   que residían en Caracas.

 

Allí pasó la mayor parte de su juventud. Durante los veranos, mientras otros compañeros y amigos  disfrutaban de sus ansiadas vacaciones, Candelaria se empleaba como recepcionista en una cadena americana de hoteles  en la isla Margarita; esta actividad le permitió adquirir un dominio del inglés envidiable, eso sí, con acento americano. Allí podía practicar sin problemas con clientes y otros empleados. Hablando de clientes, parece ser que un muchacho de Chicago, representante  de máquinas de coser, se enamoró de la chica; así que repitió vacaciones en varias ocasiones e incluso le pidió matrimonio, pero Candelaria tenía las cosas muy claras, no había cruzado el charco y dejado todo atrás, para acabar como ama de casa en cualquier zona residencial de Chicago, de Cleveland o de Milwaukee. Ella quería formarse y regresar a la tierra que la vio nacer; su objetivo era poner en práctica todas las experiencias que había vivido y los conocimientos que había adquirido.

 

 Lo cierto es que el regreso se iba posponiendo porque en cuanto acabó su carrera, que tenía mucho que ver con la dirección de hoteles, consiguió un excelente puesto de trabajo con unas condiciones inmejorables. Como quien no quiere la cosa, fue escalando posiciones en el escalafón de la empresa        hasta ocupar cargos de gran responsabilidad. Sus obligaciones laborales le permitían moverse por las principales ciudades del país y desarrollar lo que se solía denominar “don de gentes”, que tan útil es en determinadas profesiones. Pero no todo era trabajo, la chica continuó formándose: estudió la carrera de Sociología, acabó un par de “masters” y perfeccionó su dominio del inglés. De hecho fue contratada en más de una ocasión como intérprete de grandes empresarios americanos cuando llegaban al país para hacer negocios  relacionados con el “boom” petrolífero.

 



De todos es sabido que la vida cotidiana en Venezuela, por aquellos años,  era mucho más “movida” que la de las islas, pero como solía decirse, a todo se acostumbra uno. Candelaria, como la mayoría de los isleños recién llegados, se adaptó perfectamente a aquel modo de vida, teniendo siempre muy claro que se trataba de una situación temporal. A pesar de ello, como ya hemos dicho, el regreso a casa se iba demorando hasta que sucedió un hecho que la hizo cambiar de opinión repentinamente. En efecto, encontrándose en una de las vías principales de Caracas realizando  unas gestiones, se encontró en medio del fuego cruzado entre la policía y fuerzas militares que acababan de iniciar un golpe de estado. Se salvó de milagro, gracias, según ella, a  que se había encomendado a la “virgen morena” y al Cristo de La Laguna.

 

En menos de una semana había liquidado sus asuntos en aquella república y se embarcó rumbo a las islas en el primer barco que salía de La Guaira. Podrá imaginarse el lector el impacto que provocó en parientes y conocidos cuando Candelaria llegó a Nivaria, ya hecha una mujer, con todos aquellos títulos, “masters” y hablando inglés perfectamente. Quien no se extrañó en absoluto fue su tía Santa Cruz, con quien había mantenido un contacto frecuente y estaba al corriente de todos sus asuntos. En suma, había retornado una mujer moderna y preparada dispuesta a demostrar a todos que se puede ser profeta en la tierra de uno.

 

De su etapa en Venezuela, aparte de sus vivencias, y aunque sea indirectamente, aún perviven algunos signos. Como salió tan deprisa del país ni tiempo tuvo de comprar regalos para familiares y conocidos. Cuando se encontraba a punto de coger el barco, pensó en las dos personas a las que se sentía más unida, su primo Arafo y  su tía Santa Cruz y consideró que a pesar de las circunstancias era imperdonable presentarse ante ellos, después de todos esos años, sin llevarles un pequeño recuerdo. Buscó por los alrededores del puerto algún comercio y consiguió lo que buscaba: para su tía un broche de oro y perlas, representando a la orquídea, flor nacional de Venezuela; para Arafo, dados sus gustos musicales y curiosidad por todo tipo de instrumentos, le compró un  “cuatro venezolano”, instrumento de cuerda típico de la música folklórica de  aquel país.

 

 Cuando estaba a punto de abandonar el lugar, le vino a la mente su “tía” La Laguna, la matriarca de la familia; conociéndola como la conocía consideró que no llevarle algún recuerdo sería interpretado por aquella un insulto imperdonable. Así que eligió lo primero que se le ocurrió, una imagen de medianas dimensiones de la virgen del Coromoto, patrona de aquella república americana. La chica, según parece, había olvidado el carácter de su parienta y en cierto modo benefactora, porque en cuanto se presentó en su casa para saludarla y entregarle el presente le sorprendió un gesto de desagrado, que ni se molestó en disimular. Aunque Candelaria no le dio demasiada importancia dado el afecto que le profesaba, la “ilustre dama” no se cortó un pelo en demostrarle lo que opinaba de aquella imagen. Pensaba para sus adentros que dónde iba a colocar una virgen “extranjera” con ese nombre que retumbaba  en sus oídos y que era adorada por indígenas americanos. Su orgullo y altanería le nublaban el pensamiento y le impedían recordar que la imagen de la patrona de las islas, por la que tanta devoción sentía y solía visitar con frecuencia, también fue adorada y cuidada en sus primeros momentos por los primitivos pobladores de Achinech.

 

Tenía muy claro que aquel “regalo” lo iba a colocar en su casa y mucho menos en cualquiera de las iglesias, ermitas o conventos de Aguere, así que se la regaló a una sirvienta. Ésta residía en el camino que desde la ciudad se dirigía a la Villa y  a La Esperanza. Cuando llegó a su casa con aquel regalo de “la señora”, tanto la familia como sus vecinos consideraron que la imagen merecía una pequeña ermita y se pusieron manos a la obra. Este regalo de Candelaria, diríamos que “de carambola”, se convirtió en el germen del barrio del Coromoto, en las afueras de Aguere. También su tía Santa Cruz y la que podríamos denominar su “madre adoptiva”, Güímar, por algún cumpleaños le ofrecieron a la chica como regalo, en homenaje a la república a la que tanto debía, dar el nombre de la misma a alguna de sus vías principales; así tenemos la conocida avenida de Venezuela en Santa Cruz, puerta de entrada a uno de sus barrios más populosos, el de La Salud y su homónima en Güímar, que da nombre a la parte urbana del antiguo camino de Arafo.

 

Como dijimos anteriormente, con todo aquel bagaje adquirido en la “octava isla” y sus inquietudes como estandarte, nada más llegar a Achinech inició varios negocios en la “villa mariana”. Por aquellos tiempos el lugar estaba bastante abandonado y se sorprendió de lo poco que había evolucionado desde que partió para América. En realidad, casi todos los caseríos del término contaban con una agricultura aceptable, merced a la abundancia de agua que extraían de las galerías de la cumbre. Sin embargo, Candelaria estaba dejada de la mano de Dios;  si exceptuamos algunas fincas de tomates, el producto de la pesca, que las candelarieras se encargaban de vender por todo el Valle, y la elaboración de loza que estas mismas realizaban mientras sus maridos estaban faenando, las posibilidades de mejora eran escasas.

 

De poco había servido la llegada a la localidad de la carretera general del Sur hacia 1870, excepto para facilitar el acceso de los peregrinos; paralelamente, la actividad del pequeño puerto de cabotaje del Pozo, había quedado reducida a las labores pesqueras. Este embarcadero había desempeñado en el pasado un excelente servicio a los distintos caseríos del término, incluso a otras localidades del valle, tanto en  sus comunicaciones con la capital como con otros pueblos del Sur. El caserío, en aquellos momentos, constaba apenas de un pequeño núcleo en torno a la iglesia de Santa Ana y algunas viviendas de pescadores en las proximidades de El Pozo y en la calle de La Arena, vía de acceso de los peregrinos al convento y a la antigua basílica. El dinamismo económico y demográfico  era mayor en otros lugares como Barranco Hondo y sobre todo Igueste, que superaba en habitantes a la capital municipal.

 

Enseguida comprendió que la localidad tenía infinidad de posibilidades siempre que se realizasen las inversiones adecuadas. Impulsar la agricultura en aquel tiempo no tenía sentido dada la pobreza de los suelos; sin embargo, aunque resulte contradictorio, en esa improductividad del terreno residía su riqueza potencial. Ella conocía de primera mano la actividad extractiva de áridos en los barrancos de su tía Güímar, a los pies de la ladera; enseguida vislumbró las enormes posibilidades de aquellos depósitos situados cerca de la costa y que habían acumulado allí durante miles de años los diferentes barrancos. Así que constituyó una sociedad y sin problemas adquirió una concesión del ayuntamiento y de algunos propietarios; todos vieron el cielo abierto ante la posibilidad  de obtener algún tipo de beneficio de aquellos arenales. La que sí se forró y muy rápidamente fue Candelaria; sin embargo, con el paso de los años y el cambio de mentalidad en relación a la conservación del medio natural, lo que fue un auténtico pelotazo derivó en un gran remordimiento en la conciencia muchacha; en efecto, en poco tiempo fue evidente aquel destrozo medioambiental. Por suerte se trataba de tierras improductivas y la intensidad de explotación fue mucho menor que en Güímar; con todo, aún perviven sobre el terreno las cicatrices de aquella actividad.



 

Además de los áridos, la localidad contaba con un litoral que gozaba de una climatología excepcional y prácticamente virgen. Pensó inicialmente en la actividad turística y promovió algunas urbanizaciones en la costa de Igueste, junto a la pequeña caleta, o mejor dicho,  las caletillas, donde algunos pescadores residían ocasionalmente junto a sus barcas. Pero esta iniciativa no dio los frutos apetecidos, especialmente  con el desarrollo ulterior de la costa meridional de la isla. Así que simplemente, sin graves conflictos, se produjo un cambio de orientación de lo ya construido hacia las  residencias de fin de semana o vacaciones para habitantes de la capital.

 

Este cambio sí que fue un éxito, primero en Las Caletillas y posteriormente en todo el litoral que va prácticamente desde la cuesta de las Tablas hasta El Pozo. Candelaria promovió un extraordinario proceso urbanizador e inmobiliario, orientado ahora a las primeras residencias, aprovechando la mejora de las comunicaciones con el área capitalina. En muy poco tiempo, aquel pequeño caserío se transformó en una de las localidades más populosas y dinámicas de la isla y con  diferencia, la primera en el valle de Güímar.

 

Llegados a este punto del relato conviene tratar un bulo que desde aquellos años ha venido rodeando todas las actividades empresariales que hasta ahora hemos relacionado. En efecto,  los continuos éxitos de la muchacha, como siempre, despertaron ciertas envidias y comenzó a hablarse de que el capital de sus inversiones no era del todo “limpio”. Nadie se creía que la chica  hubiera retornado a la isla con las maletas cargadas de millones fruto de sus actividades en aquel país. Se hablaba de que en realidad actuaba como “testaferro” (más de uno la llamó “testaferra”) de grandes fortunas venezolanas que lavaban  aquí el producto de sus manejos y corruptelas.

 

Estas calumnias, aparentemente infundadas, le hicieron mucho daño inicialmente, pero luego se sobrepuso y fue capaz de demostrar que no había nada de ilegal en sus empresas. Era cierto que el éxito de aquellas atrajo el interés de numerosos inversores de aquel país, pero se trataba mayoritariamente de conocidos isleños que preparaban su futuro retorno a la isla y preferían invertir en lo que comúnmente denominamos “ladrillo”; su intención era convertirse en rentistas con cierta seguridad, antes que entregar el dinero a bancos y prestamistas. En aquellas tierras, mucho más que aquí, continuaba muy presente el conocido caso “Santaella” y nadie quería verse involucrado en algo similar.

 

Personalmente se siente muy unida a su tía Santa Cruz. Después de su regreso de Venezuela, más que tía y sobrina, se han convertido en amigas  inseparables. Para Candelaria, su Santa Cruz es un modelo de vida a seguir: una mujer inteligente, independiente, emprendedora y sobre todo, una de las pioneras del feminismo en Nivaria, a pesar “del que dirán” que tanto pesaba en la sociedad isleña de la época. En definitiva, además del cariño  de sobrina, siente un  profundo respeto y admiración por aquella.

 

        Siempre que tiene un poco de tiempo libre le gusta compartirlo con ella, por lo que se traslada frecuentemente a la capital. Allí se las puede ver paseando por la Rambla, la avenida de Anaga o el parque García Sanabria. También tomando algo en “El Águila” o en los “paragüitas” mientras proyectan negocios en común o viajes de vacaciones al extranjero. Bueno, lo de los “paragüitas” fue hasta que se llevó a cabo la última remodelación de la plaza de España y la Alameda. Los asesores de su tía acabaron con aquel bar emblemático y no han tenido más remedio que buscar otras alternativas como los situados junto al reloj del Parque o en la plaza de Weyler.

 

 Como hemos dicho anteriormente, Candelaria es una chica moderna, que aunque tuvo sus historias de juventud allá en Venezuela, de momento no quiere compromisos sino como ella dice: “vivir la vida”. Y eso que no le faltan pretendientes: lo mismo un miembro del club de empresarios al que pertenece, como un político ansioso por trepar o un director de hotel extranjero. También entre sus parientes cercanos o lejanos  hay alguno que le “tira los tejos”, más los del Norte que los del Sur, porque estos tienen sus ojos puestos en las extranjeras de Las Américas. Candelaria, que es chica avispada, sabe quitárselos de encima con una sonrisa y un par de bromas, sin herir sus sentimientos. Aparentemente tiene controlada la situación, excepto con el “pesado” de El Rosario que durante un tiempo no conseguía quitárselo de encima.

 

        Como recordará el lector, cuando hablamos de los hijos “adoptivos” de La Laguna, dedicamos un capítulo a este personaje y hablamos de los intentos de Güímar y su madre por emparejarlo con Candelaria. No podían consentir que se repitiera con ella el caso de su tía Santa Cruz y por lo que se ve, la muchacha sigue el mismo camino ¡Faltaría más!,  con una “moderna” en la familia ya era suficiente. Aquellas tenían  muy claro que un matrimonio bien organizado era el mejor modo de cortar las alas a una “paloma” que estaba iniciando el vuelo en solitario, sobre todo, cargándola muy pronto de hijos.

 

        Así que ambas alentaron como pudieron al muchacho para que se hiciera el “encontradizo” y la verdad sea dicha, nunca lo consideró un sacrificio, porque como solía decir, la chica era una auténtica “perita dulce”. Así es que cada vez que Candelaria iba o regresaba de la capital, El Rosario bajaba desde La Esperanza y le cortaba el paso en la Cuesta de las Tablas  o en Barranco Hondo para declararle sus intenciones; pero siempre con muy poco éxito,  dicho sea de paso.

 

Por eso Candelaria, para no herir el amor propio de su admirador y evitar situaciones desagradables, empezó a utilizar la autopista en sus desplazamientos a la capital y  resuelto el problema. No obstante, El Rosario  no se rindió a la primera y un poco por dignidad y otro por evitar las continuas presiones de “las pesadas”, como él las llama, de vez en cuando se trasladaba a uno de los apartamentos que tenía en Tabaiba, con la intención de salirle al paso. Pero Candelaria, como ya se sabe, es “lista como una tea” y pasaba por esa zona como una “bala” y así, no había manera de hablar con ella.



 

        La verdad es que apreciaba al muchacho, era serio y educado, incluso le hacía gracia  cuando se acercaba a hablarle con su manta esperancera y la cachimba, aunque fuese en verano. Pero Candelaria, que estudió dos carreras y las complementó con algunos  masters durante su estancia en Venezuela, no se ve viviendo en La Esperanza, cargada de niños y recogiendo pinocha para las vacas en Las Raíces. Por suerte, las cosas se resolvieron por sí solas cuando el muchacho encontró a su media naranja en aquellas cumbres y cesó su “acoso”, con gran desengaño de su madre y su hermana, que fueron quienes lo habían auspiciado.

 

     Un aspecto muy curioso de la personalidad de esta chica es que a pesar de su carácter abierto y sus ideas progresistas, hay una cosa en la que no transige y se enorgullece de ello. Es una devota de la Virgen, para ella es algo fundamental en su vida. Ha invertido de manera desinteresada gran parte de sus ahorros en adecentar la plaza de la Basílica, incluso costeó el cambio de las viejas estatuas de los menceyes guanches que ya estaban muy deterioradas por la brisa marina, por otras más acordes con el entorno de la plaza. No obstante, no se deshizo de aquellas, que si bien no poseían demasiado valor artístico, si lo tenían desde el punto de vista sentimental, tanto para ella como para todos los candelarieros. Así que los colocó en una de las nuevas avenidas que se han trazado en la localidad, donde no llega la brisa marina ni el salitre y las posibilidades de conservación son mayores.

 

Cuando llega el 15 de agosto organiza una fiesta por todo lo alto para su familia. Es la ocasión en que todos se reúnen. Acuden todos los parientes, los del Norte y los del Sur; tampoco falta la abuela ni la tía Santa Cruz y ninguno de los que viven con ellas. Muchos traen sus instrumentos y montan unas parrandas de lo más animado. Después de la misa, se reúnen en la cueva de San Blas para almorzar; nunca faltan las papitas arrugadas, el conejo  en salmorejo o las jareas. Tampoco el vino de Tacoronte y Arafo. Por la tarde, después de la procesión, se pasean por la plaza con las parrandas y se hartan de comer almendras garrapiñadas, porque Tacoronte siempre  se trae unas amigas turroneras que montan allí sus ventorrillos.

 

        Esta es la única vez al  año que podemos ver junta a toda la familia, nadie falta, por ejemplo, Santa Cruz,  que desde hace muchos años toma sus vacaciones en julio o septiembre, para estar en agosto en la isla y no faltar a la celebración. En realidad, esto es sólo un día, porque como dice Candelaria, que es muy dada a los refranes, “de la familia y del Sol, cuanto más lejos mejor” y ella sabe muy bien por qué lo dice.

 

        Hablando de la Virgen, hay que decir que a nuestra protagonista le molesta mucho lo que ella denomina “ignorancia” acerca de nuestra historia y tradiciones. Le disgusta enormemente cuando en cualquier conversación se discute si la localidad dio nombre a la advocación o lo contrario. Existe la idea muy extendida, no solo en la isla sino fuera de ella, de que como solemos denominarla “la virgen de Candelaria” (en lugar de virgen de La Candelaria) omitiendo el artículo, la preposición “de” implica que su nombre proviene de la localidad donde se le venera, cuando se trata de todo lo contrario. Además, esta opinión está tan difundida que es muy difícil de erradicar. Por eso, cuando regresó de Venezuela le pidió ayuda a Güímar para resolver la cuestión de una vez por todas; y no se trata de una elección baladí, sino que está convencida de que aquella es con certeza la persona más indicada, no solo en la familia, sino en toda Nivaria. Convinieron que en cuanto Güímar tuviera algo de tiempo libre se dedicaría a investigar sobre el asunto y una vez elaborado el informe, Candelaria se comprometía a costear su publicación para difundir  los resultados del mismo.

       

Como hemos tenido ocasión de comprobar en algún que otro capítulo,  Güímar es una experta en bibliotecas y archivística y no iba a defraudar a su hija “adoptiva”. Se puso manos a la obra rastreando información por todos los archivos de Nivaria y en poco tiempo presentó sus conclusiones.

 

La primitiva imagen había aparecido en las costas del menceyato de Güímar, en la playa de Chimisay, con anterioridad a la conquista de la isla y venerada por los pobladores de aquellos contornos, que la denominaban Chaxiraxi. Con el tiempo fue trasladada a la cueva de Achbinico (hoy San Blas) y puesta al cuidado de Antón Guanche, un joven aborigen que había sido capturado por los castellanos y cristianizado; con el tiempo había logrado escapar y regresar a la isla.

 

Una vez conquistada Tenerife, precisamente el dos de enero de 1497, el Adelantado don Alonso Fernández de Lugo celebró en la cueva de Achbinico la primera fiesta de Las Candelas, coincidiendo con la festividad de la Purificación de la Virgen. Se considera, por tanto, que aquí se inicia la devoción a la advocación cristiana de La Candelaria.

 

Posteriormente se construyó una primitiva iglesia a donde fue trasladada la imagen desde aquella cueva. Junto al templo se creó un convento dominico, orden que hasta la fecha la ha venido custodiando. Después del traslado, en la gruta de Achbinico se colocó una talla de San Blas, de ahí el cambio de denominación de la misma.

 

La imagen fue robada unas décadas antes de la conquista por Sancho de Herrera y trasladada a Fuerteventura, pero fue devuelta poco después tras la aparición de una epidemia de peste atribuida al robo sacrílego. El culto a la virgen de La Candelaria se difundió rápidamente por todas las islas y en 1559 fue declarada Patrona del Archipiélago. Como ejemplo del auge de esta devoción baste señalar que en la localidad de Teror, donde se venera a la virgen del Pino, patrona de Gran Canaria, a fines del siglo XVI existía ya una cofradía de La Candelaria; por otra parte, en la segunda iglesia que se construyó en honor a la virgen del Pino, donde se encuentra su actual basílica, hubo un altar dedicado a la virgen de La Candelaria.

 

Tuvo que pasar más de un siglo después de su declaración como patrona del Archipiélago para que se construyese la primera basílica (fines del siglo XVII). Casi un siglo más tarde, un terrible incendio destruyó la basílica y el convento, aunque la imagen se salvó milagrosamente y volvió de nuevo a su primitivo emplazamiento en la cueva de San Blas. Con posterioridad la iglesia fue reconstruida, pero en 1826, el famoso aluvión que arrasó la isla se llevó hasta el mar la primitiva imagen de La Candelaria que había sido venerada en aquella comarca desde hacía casi cuatro siglos. Unos años más tarde ya se contaba con otra nueva, obra del escultor orotavense Fernando Estévez. Por último, en 1959 se inauguró la actual basílica, dos años después de la adquisición del título de villa.



 

Por tanto, queda claro después de este informe elaborado por Güímar, que es la localidad la que tomó el nombre de la virgen que allí se veneraba. Como es fácil de entender, cuando se instaló la imagen en la cueva de Achbinico no existía poblado alguno en el lugar, sino que con el paso del tiempo fue surgiendo el caserío en torno a la cueva y posteriormente a la iglesia y al convento.

 

Quien haya tenido la ocasión  de leer el capítulo de este relato dedicado a Adeje y Arona, habrá percibido que  en su informe, Güímar se abstuvo de hacer la menor referencia a la imagen de la virgen de La Candelaria que se conserva en la iglesia de Santa Úrsula de aquella localidad sureña. El lector recordará que Güímar había descubierto que aquella imagen era la auténtica, la que se había venerado en la isla desde hacía siglos y que todos creían desaparecida tras el aluvión de 1826. Según parece, el entonces marqués de Ponte, patrono y protector de la imagen, consciente de los peligros que acechaban a ésta y en connivencia con los monjes, la había trasladado a Adeje, sustituyéndola por una copia, que en definitiva fue la que desapareció arrastrada por las aguas. También recordarán los lectores que en aquella conversación entre ambos convinieron en dejar las cosas como estaban y no entrar en polémicas; tenían la seguridad de que éstas podrían a afectar a la devoción que los isleños sentían por la nueva imagen que presidía la iglesia desde 1830 y también dañar la reputación  tanto de Adeje como de toda la familia.

 

Para concluir con lo relativo a vírgenes y patronazgos convendría señalar ciertas curiosidades que tal vez algunos lectores desconozcan. Aunque la virgen de La Candelaria fue declarada por el papado Patrona de Canarias en 1599 y confirmada como Patrona Principal del Archipiélago en 1867, en realidad no es la patrona oficial de Tenerife. En efecto, si bien popularmente se le adjudica este título, la patrona de Tenerife y de la diócesis Nivariense, que abarca las cuatro islas occidentales, es la virgen de Los Remedios, que se venera en la catedral lagunera, cuya denominación correcta es “catedral de Nuestra Señora de Los Remedios”.

 

Siguiendo con curiosidades, resulta que la advocación que dio nombre a la localidad y al municipio, Candelaria, no es la patrona de la denominada “Villa Mariana”, sino su madre, Santa Ana; esta es la advocación a la que está dedicada la pequeña iglesia situada en el sector más antiguo de la localidad y  que fue erigida en 1795.

 

        Candelaria ha cambiado mucho en los últimos años; ha llevado a cabo muchas inversiones y desde que el plan de ordenación urbana le reclasificó unas fincas abandonadas que tenía entre el Pozo y Las Caletillas, convirtiéndolas de la noche a la mañana en unos solares  muy apetecibles, como dicen sus familiares, ha dado el mayor de los “pelotazos”. Eso sí, siempre dentro de la legalidad, porque a ella no le gustan los chanchullos y eso que la rondaron por algún tiempo algunos personajes poco recomendables, pero ese es otro asunto.

 

        Sin embargo, no todo en su existencia es positivo, y eso que la chica piensa que ha sido especialmente afortunada a pesar de sus traumáticos comienzos en esta vida o en “este valle de lágrimas” como suele decir su tía Fasnia. Lo que en un principio le pareció una inversión muy provechosa se ha convertido en los últimos años en un auténtico quebradero de cabeza. Siguiendo los consejos de Santa Cruz, que tanto éxito tuvo con una operación similar allá por los años treinta, con  la instalación de la refinería,  hace ya algunas décadas vendió unos terrenos a muy buen precio a la antigua UNELCO para establecer la central eléctrica. Lo que en principio fue un estupendo negocio se ha vuelto contra ella y sus intereses.

 

        Por un lado, Las Caletillas, una chica peninsular, funcionaria de la delegación de Hacienda de  Santa Cruz, le alquiló un apartamento cuando aún ni estaba la autopista construida, buscando el buen clima, la tranquilidad y la relativa cercanía a la capital. Desde muy pronto hicieron buenas migas y enseguida se las vio practicando “running” por la avenida o tomando unas cañas. Incluso aquella llegó a invitarla a pasar unas vacaciones en Galicia, donde vive  su familia.

 

Pero con el paso del tiempo empezaron las quejas que han llegado al extremo de acabar con una bonita amistad. Que si la carbonilla de la eléctrica me deja la ropa tendida tan negra que hay que volver a lavarla y lo mismo con el coche; que los niveles de contaminación del aire son superiores a lo recomendado; que si las fiestas en el hotel no me dejan descansar y al día siguiente tengo que trabajar; que no hay donde aparcar en la avenida, etc.  Pero como dice Candelaria: “la eléctrica ya estaba funcionando cuando alquilaste el apartamento y el hotel también estaba, cerrado, eso sí, pero ya estaba”.  Además, ha intentado hacerle ver que no depende de ella el funcionamiento de ambas instalaciones. Y así siguen, sin ponerse de acuerdo y lo que es peor, sin saludarse.

 

Por otro lado, también tiene problemas con Igueste, un medianero que lleva sus mejores terrenos desde no se sabe cuánto tiempo, tanto que ya le llaman “el de Candelaria” para distinguirlo de un primo conocido como “el de San Andrés”; este también se queja de lo mismo, de la eléctrica, pero a él sí que le llega el humo de frente cuando sopla la brisa marina. Candelaria insiste en que no puede hacer nada, pero el problema le está ocasionando fuertes pérdidas económicas, porque Igueste insiste en el humo y la carbonilla provocan que los rendimientos de las fincas disminuyan, con lo que al ir a medias, los ingresos por este concepto son cada vez menores.

 

En más de una ocasión Candelaria  ha pensado si el medianero será más listo de lo que parece y está  sacando más tajada de lo que le corresponde, aprovechando la excusa de la eléctrica. Pero no sabe qué hacer, son ya muchos los años desde que se conocen  y encontrar otro medianero no resultaría fácil. Además, si rompe el contrato, aunque haya sido de palabra, corre el riesgo de entrar en temas judiciales y eso es algo que le horroriza, porque como dice su tía Fasnia, muy amiga de refranes, “Pleitos, ni aunque los ganes”.

 

Y no acaban aquí los problemas; también los tiene con otro de sus inquilinos, Barranco Hondo,  al que le tiene arrendados unos terrenos entre la Montaña Bermeja y el Picacho, fincas que cultiva a tiempo parcial los fines de semana, porque trabaja de camionero en el muelle. Éste la ha amenazado con rescindir el contrato, alegando que con los atascos de la autopista cada vez le cuesta más llegar a Santa Cruz y lo de madrugar no es  que le agrade mucho. Pero como dice Candelaria con cara de asombro cada vez que hablan del tema: “¡y qué culpa tengo yo de eso!

 

A pesar de estos inconvenientes, tal como le dice su primo Arafo, al que le gusta mucho filosofar, la vida no es blanca ni negra, sino que tiene muchos matices, y en la de Candelaria predominan los colores claros. Lo cierto es que tiene mucha razón, la huérfana de ayer se ha convertido en una potentada a la que envidia todo el mundo, ha tenido suerte, pero ella  también ha puesto mucho  de su parte.

 

Hablando de envidias, aunque sean sanas o no tan sanas, hay que referirse a su tía Güímar, que  ha sido tradicionalmente el personaje más ilustre de  la comarca, a la par del que gozaba de una situación económica más holgada. No hay que olvidar que fue como una madre para Candelaria en su niñez y además voluntariamente. Es cierto que por sugerencia de la matriarca, pero siempre le ha tenido un gran cariño. Afecto, eso sí,  para que negarlo, pero teñido de ciertos tintes de compasión, como el que se siente por alguien al que en cierto modo se considera “inferior”.

 

Y no es que Güímar sea tan “clasista” como su madre o su hermana mayor, La Orotava, pero es algo que como se suele decir “mamó de pequeña” y no puede controlarlo. Por eso, cada vez le resultan más insufribles los éxitos y progresos de su “casi” hija, aunque lo mantiene en secreto y con nadie lo comenta. Continuamente está haciendo cuentas, comparando lo que tienen una y otra, y cuando confirma que la fortuna de Candelaria es muy superior a la suya le entra una sensación de ahogo que solo se le pasa yendo a confesarse a la iglesia de San Pedro. Su inquietud más profunda y oculta es que en algún momento, la zona donde viven y que lleva su nombre, el conocido “Valle de Güímar”, cambie alguna vez de denominación por “Valle de Candelaria”. Esa pesadilla le quita el sueño, aunque ignora que su sobrina la quiere y la respeta tanto que jamás permitiría algo así, al menos, mientras su tía estuviese viva.



 

        Antes de que algún lector me llame la atención y me acuse de lanzar la piedra y esconder la mano, considero que ha llegado el momento de aclarar una cuestión que dejamos pendiente en el primer párrafo de este capítulo.  Nos referimos al origen, si no oscuro, al menos poco claro, de Candelaria. Y no se trata que tenga especial interés en hacerlo conocer, pero si estamos relatando la vida de nuestra protagonista, es necesario abordar todos los episodios de la misma de los que tengamos constancia, sobre todo, si tuvieron especial relevancia para ella.

 

        Según parece, nada más volver de Venezuela y fijar su residencia en Candelaria, la chica comenzó a tener sueños bastante extraños y recurrentes. Para ella eran una novedad, pero además eran muy frecuentes y la dejaban en tal estado de ansiedad que la desvelaban por completo. Probó todo tipo de remedios e incluso llegó a ir al médico para que le recetase cualquier medicamente que le permitiese dormir las horas necesarias. Ni siquiera estos surtieron efecto y ante la repetición de las noches en vela su salud comenzó a resentirse. Con el tiempo logró descifrar alguna parte de aquellos extraños sueños y parece que tenían que ver con sus padres, de los que apenas conservaba un vago recuerdo puesto que era muy niña cuando fallecieron.

 

        Por aquellos años había cobrado mucha notoriedad en toda la isla una veinteañera que habitaba en las proximidades de la iglesia de Santa Ana llamada Antonia Tejera, más conocida como “la Iluminada de Candelaria”. Muchos acudían a ella en busca de consejo y orientación en lo espiritual y en lo humano y para encontrar remedio a todo tipo de enfermedades. Aunque era analfabeta, poseía una increíble lucidez y un discurso fluido; era considerada una médium a través de la cual se manifestaban Jesús, la Virgen en sus diferentes advocaciones y algunos santos. Candelaria consideraba a aquella mujer y a todos la que la seguían un producto de la incultura e ignorancia tradicional  que pervivía en algunos sectores de la sociedad isleña; pero como dice el proverbio,  “el fin justifica los medios” y por eso  decidió   visitarla para  intentar resolver aquel problema, que nunca mejor dicho, le quitaba el sueño.

 

        Concertó una cita con “la Iluminada” por medio de unos conocidos y con bastante discreción acudió a la misma. La chica le contó los problemas que le afligían sin demasiadas esperanzas; durante aquel encuentro, Antonia, como solía ocurrir, experimentó una transfiguración, modificando los rasgos de su rostro y su voz  y  pronunció algunos mensajes aparentemente inconexos, pero que hablaban de Aguere, de deshonra y del valle de Salazar, que era como se denominaba por aquellos años al valle de San Andrés.

 

     Para no alargar demasiado el relato, baste decir que a Candelaria le costó poco entender que la clave de todo aquel asunto la tenía  aquella a quien llamaba su tía, nos referimos a La Laguna y a ella acudió. Después de escuchar su relato, a la “ilustre dama” no le quedó otro remedio que hablarle del gran secreto de la familia Nivaria-Achinech, que  a ella  atañía en buena medida, aunque pidiéndole la máxima discreción.

 

        Según parece, el Adelantado don Alonso, casi  al tiempo de celebrar su matrimonio con aquella joven llamada Aguere, perteneciente a la nobleza aborigen, sedujo y deshonró a una de sus hermanas menores, cuyo nombre desconocemos. Ante el embarazo de la muchacha, concertó su boda con uno de los capitanes que le acompañaron en la conquista, don Lope de Salazar. Esto explicaría que nunca se supo el nombre aborigen de su esposa y solo figure el castellano, Beatriz de Párraga. A cambio de este favor y de otros  recibidos durante la conquista,  le entregó a él y a sus descendientes el valle de las Higueras o de Abicore e Ibaute, que por él se llamó de Salazar. Sabemos también que con el tiempo se le denominó de San Andrés, porque la ermita que allí erigió don Lope estaba dedicada a este santo.

 

      La citada Beatriz de Párraga  tuvo “oficialmente” tres hijos con don Lope:  don Diego de Salazar, don Luis de Salazar  y una hija de nombre desconocido que en realidad lo era de don Alonso y por tanto, hermana de padre  y prima hermana de La Laguna. A la “ilustre dama” solo le llegaron estas informaciones por boca de su madre, tras el fallecimiento de don Alonso, adquiriendo el compromiso de mantener siempre este secreto que manchaba tanto la memoria de su padre como de los Nivaria-Achinech.

 

 La hija ilegítima de don Alonso y su cuñada contrajo matrimonio con un rico hacendado de Taganana, propietario de un ingenio y extensas plantaciones de viñedo; pertenecía a la familia de los Guillama, oriundos de Lanzarote y que formaban parte del primer contingente de colonos que se asentaron en el lugar. Tuvieron una hija a la que bautizaron como Candelaria, que no era pariente lejana de La Laguna, como hasta ahora hemos creído, sino su única sobrina. En uno de aquellos viajes entre el embarcadero de Roque de las Bodegas y Añazo, el pequeño buque de cabotaje que los transportaba junto a numerosos toneles de vino, naufragó mientras bordeaba la península de Anaga y Candelaria quedó huérfana. La Laguna de hizo cargo de la niña, más bien Güímar, como sabemos, como si de una pariente lejana se tratase.

 

Para concluir, según parece, tras esta conversación Candelaria recuperó la estabilidad perdida y volvió a ser la muchacha, mejor dicho, la localidad que siempre había sido.

 

        En definitiva, como Santa Cruz, con la que comparte tantas cosas, Candelaria vive plenamente su situación actual, admirada y respetada por todos en la familia, sin excepción, ya que valoran enormemente sus esfuerzos por prosperar a pesar de los obstáculos que ha tenido que superar.

 

 José Solórzano Sánchez ©

 

 

 

 

 


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