Granadilla es la benjamina del matrimonio formado
por Vilaflor y el Conde del Pinalito y la Fuente Amarga, como sabemos, titular
del Mayorazgo de Chasna. Por lo tanto es, junto a su hermana Arona, la única de los nietos de la “ilustre dama” con ascendencia noble
.
Los primeros años de su existencia los pasó en el
hogar familiar, rodeada de todo tipo de cuidados y atenciones, como
correspondía a una de las hijas de la
familia más rica y poderosa del sur de Nivaria. Aunque Vilaflor no estuvo muy de acuerdo, quizás por
los recuerdos que tenía de su infancia, el Conde, que podía permitírselo,
organizó para sus hijas una pequeña corte con varias institutrices que se
encargaban de su educación.
La tragedia que sacudió a la familia con la muerte
del Conde, cambió sustancialmente la situación de la misma. Arona, la mayor,
fue enviada a estudiar interna al colegio de religiosas que había en la Villa,
que era el centro más próximo a Chasna, lo que facilitaba las visitas
ocasionales de la familia y los traslados en época de vacaciones. Allí
compartió varios años con su prima Santa Úrsula, a la que está muy unida desde
aquellas fechas.
Hay que
decir que aunque La Orotava se ofreció a alojarla en su casa durante estos años
escolares (más por compromiso que por otro motivo), su madre optó por el
internado, alegando que no quería sobrecargar con otras obligaciones la ya
intensa agenda de la “señora de Taoro”. No obstante, también hay que decir, para
ser justos, que La Orotava supervisó siempre que le era posible la marcha de su
sobrina en los estudios y además, ésta pasaba la mayoría de los fines de semana
en su casa en compañía de su prima, con la que hacía muy buenas migas.
Granadilla, en cambio, al ser menor, permaneció
algo más de tiempo con su madre. No obstante, ésta no tuvo ocasión siquiera de
pensar en enviarla junto a su hermana al colegio de La Villa. En efecto, cuando
llegó el momento oportuno, La Laguna se ofreció, o dicho más claramente, exigió
que su nieta “preferida” se trasladase a Aguere donde podría cursar sus
estudios en el ambiente que le correspondía y rodeada de personas de su
condición. Además, la niña viviría con ella y estaría supervisada continuamente
por una institutriz, de origen inglés, que ya había embarcado en el puerto de Bristol con destino a la
isla.
Vilaflor accedió, más por falta de fuerzas para
enfrentarse a su madre que por convencimiento; no obstante, con el paso del
tiempo comprendió que la opción no era
tan mala. De este modo, Granadilla pasó en Aguere, junto a su abuela, sus
primeros años escolares.
Quedaba aún San Miguel, que como sabemos, mediante
adopción, se había convertido en el tercer hijo de Vilaflor y hermano de las
anteriores a todos los efectos. Porque para ellas, el chico. desde que fue
acogido en casa tras aquel nefasto incidente, fue tratado y considerado como un
verdadero hermano. Hay que decir también que el muchacho se lo merecía: era
cariñoso, obediente y muy servicial. Siempre a punto para echar una mano a
quien lo necesitase a pesar de su edad, aunque como solían decir algunos
vecinos envidiosos, esta actitud era fácil de entender porque desde que era muy
pequeño se crió en un ambiente “de servidumbre”.
Vilaflor, a diferencia de su marido y la familia de
éste, era enemiga de las distinciones sociales. Es cierto que exigía respeto y
lealtad, pero para ella todos los que vivían y trabajaban bajo su techo
constituían una gran familia. Con estos principios educó a sus hijas desde muy
niñas y esta semilla germinó, según parece, con la suficiente fortaleza como
para que el tiempo de convivencia que Granadilla pasó junto a su abuela, no los
cambiase en absoluto. Decimos esto, porque La Laguna, como sabemos, si por algo
se ha caracterizado a lo largo de su vida ha sido precisamente por su clasismo.
Vilaflor llevaba hasta tal extremo sus
convicciones, que tras la muerte de su marido se negó a entrar en litigios para
que Arona obtuviese el Mayorazgo que le correspondía como primogénita del
Conde, ya que no existían hijos varones. Llegó a un acuerdo con otra rama de la
familia del Pinalito y la Fuente Amarga, cediendo los derechos nobiliarios a
cambio de que sus hijas recibiesen los terrenos y derechos sobre las aguas que
estos llevaban asociados, los cuales les hubiesen correspondido por herencia.
Como el lector podrá entender, esta decisión le costó un serio disgusto tanto con
su madre como con su hermana mayor, aunque se mantuvo inflexible a pesar de todo,
y con el tiempo, las aguas volvieron a su cauce.
San Miguel, como sus hermanas, llegado el momento
oportuno, abandonó Chasna para seguir con sus estudios elementales y con
seguridad, para pasar un largo periodo de su vida alejado de “la señora de Las Montañas”.
Como pueden imaginar, el lugar elegido fue el mismo que su hermana Arona. En
efecto, pasó algunos años internado en el centro que una orden religiosa había
establecido en la Villa, en este caso para niños. El motivo era lógicamente la
relativa cercanía de Chasna, en comparación con Aguere, donde también existía
algún centro de este tipo.
Con el traslado de San Miguel a La Orotava, las
visitas de Vilaflor los fines de semana a la Villa menudearon. Esta permanecía
habitualmente en casa de su hermana, el chico en cambio, prefería quedarse en
el centro, la mayor parte de las veces
en compañía de un buen grupo de camaradas cuya amistad le acompañaría el resto
de su vida.
Granadilla realizó los estudios elementales con
aquellas monjas que anteriormente habían “instruido” a su madre y a sus tías
Güímar y Fasnia. En este centro, como en el de La Orotava, se estilaba ofrecer
a las alumnas los rudimentos de la lengua francesa. En realidad, no porque se
considerasen necesarios para un futuro, para leer textos en la lengua original
o para entablar una conversación. Simplemente era una cuestión de “prestigio”;
se consideraba muy conveniente que una señorita “bien” utilizase ocasionalmente
algunos términos de la lengua de Molière, lo que denotaba haber recibido una
esmerada educación a la que muy pocos podían acceder.
Sin embargo, la chica gozó de una ventaja que salvo
su primo el Puerto de la Cruz, careció el resto de sus familiares. En efecto,
la institutriz que se encargó de ella durante algunos años, Miss Nilson, se tomó como una cuestión prioritaria
que la niña dominase el inglés, fuera como fuera. A pesar de la oposición de la
“ilustre dama”, que la consideraba una lengua de “piratas y protestantes”. Casi en secreto, la chica adquirió a lo largo
de los años un notable dominio de la lengua inglesa, en la que era capaz de
entablar cualquier conversación o leer textos originales. En realidad, pocas
ocasiones tenía de practicarlo, salvo con la citada Miss Nilson, quien una vez
concluida la labor para la que fue
contratada continuó residiendo en la isla, o bien cuando se encontraba con su
primo El Puerto, en las reuniones familiares. Sin embargo, y aunque ella lo ignorase,
en el futuro estos conocimientos, como suele ocurrir, le serían de gran
utilidad.
Una vez finalizados los estudios elementales,
siguiendo la tradición familiar, cursó los secundarios en el “Instituto de
Canarias”, y llegado el momento de inscribirse en la universidad, la chica se
decantó por el Derecho. Habría que decir que su decisión provocó numerosas
trabas en el ambiente universitario de Aguere, no tanto porque esos estudios
estuviesen vedados a las mujeres, sino porque era el primer caso que se
presentaba. En efecto, jamás una mujer en las Islas había optado por este tipo
de estudios; se consideraba que la mujer, por su naturaleza frágil y
“cambiante” no podría ejercer tales actividades ¡donde se había visto una abogada o una jueza!. Pero Granadilla iba
mucho más allá, a ella no te interesaba tanto ejercer alguna de estas
profesiones, como dotarse de los suficientes conocimientos y preparación para no depender de otras personas cuando
tuviese que enfrentarse a futuros pleitos,
tan frecuentes en aquella época.
A pesar de numerosos inconvenientes y trabas, esta
vez, curiosamente sin ninguna objeción por parte de su abuela, tan mirada ella
para “el qué dirán”, la chica pudo llevar a cabo los estudios elegidos
obteniendo unos brillantes resultados. Como hemos dicho anteriormente, ni se le
había pasado por la cabeza ejercer como abogada y mucho menos aún entrar a
formar parte de la administración pública; su objetivo estaba cumplido, cuando
necesitase de cualquier “picapleitos”, sería ella la que llevase la voz
cantante a la hora de fijar estrategias y elaborar informes, aquel tendría
simplemente una función representativa siguiendo sus directrices.
Durante su estancia en Aguere, que se prolongó
prácticamente hasta que finalizó sus estudios, se relacionó bastante con su tía
Santa Cruz y su medio ”prima” Candelaria. Sin embargo, nunca encajaron bien. Su
tía la aconsejó y orientó en numerosas ocasiones y su relación fue bastante
fluida, aunque nunca hasta el extremo de desarrollar un sentimiento de amistad
y camaradería como el que tenía con Candelaria.
Quizás se debió todo a un malentendido jamás
aclarado; parece ser que para Santa Cruz su sobrina estaba demasiado
mediatizada por La Laguna después de tantos años de convivir con ella y temía
que su parecido físico también significase un carácter similar. Hay quien
piensa que en realidad era todo producto de los celos de Santa Cruz hacia su
sobrina, ante el cariño y el interés que desde su nacimiento despertó en La Laguna.
Sea como fuere, Granadilla gozó siempre
de personalidad propia y en muy poco se dejó influir por los prejuicios de su
abuela.
En realidad, era todo mucho más simple, porque La Laguna jamás se comportó con
su nieta como una madre sobre-protectora y agobiante, eran otros tiempos y otra
situación, y Granadilla fue siempre lo suficientemente inteligente como para no
entrar en conflictos con ella, actuando habitualmente
con gran diplomacia, además de mostrarle continuamente un gran cariño. Por
ello, la relación entre ambas fue siempre perfecta y en nada parecida a la que la “ilustre dama” mantuvo con sus hijas.
La vida de San Miguel, durante este periodo, se
desarrolló de manera paralela a la de su hermana, aunque siempre distanciados
físicamente. Es cierto que durante las vacaciones ambos acudían con Arona al
domicilio familiar y allí disfrutaban del relajado ambiente de Chasna, como
cuando eran unos niños. Esta había sido una condición que puso Vilaflor a su
madre, los periodos vacacionales, sin excusa, sus hijos los pasarían con ella.
Una vez que el chico finalizó sus estudios
elementales en la Villa y acostumbrado como estaba a la vida de un internado,
acudió a realizar la enseñanza secundaria al seminario de Aguere. No es que se
pretendiese que abrazara la vida religiosa, simplemente era un sistema
utilizado por muchas familias “pudientes”, de lugares alejados, para que sus
hijos llevasen a cabo sus estudios secundarios con cierta calidad y en un sistema
de internado. Estos chicos compartían aulas con los futuros sacerdotes y en régimen de internado, pero de ninguna de las maneras se le
orientaba para la vida religiosa.
Se preguntará el lector por qué no se inscribió en
el “Instituto de Canarias”, como su hermana y el resto de sus familiares.
Sencillamente porque eso significaba que Vilaflor debería cambiar su residencia
hasta Aguere, durante el tiempo que durasen los estudios del muchacho, y posiblemente también los universitarios, o bien buscarle un
alojamiento al cuidado de otras personas. La Laguna no puso inconveniente a
estas intenciones porque comprendía que de lo contrario ya no habría excusa
para que su nieta viviera con ella, así que manifestó su opinión a Vilaflor en el sentido de que la opción del internado
en el seminario era la mejor.
Se comprometió con su hija a supervisar la marcha
de los estudios del chico, pero lo que no hizo fue ofrecerle su casa, y esto
Vilaflor lo tenía muy claro, por lo que ni lo propuso. Para La Laguna nunca fue
su nieto y esto era evidente. Lo trató con todo el afecto de que era capaz (que
no era demasiado) y nunca hizo diferencias con el resto, al menos evidentes.
Pero todos sabían cómo pensaba y lo respetaban. El lector se preguntará cómo
era posible tal actitud, teniendo ella cuatro hijos adoptivos y solo puedo
responderles con las mismas palabras que ella hubiera utilizado: “son casos totalmente
diferentes y yo sé muy bien por qué” y ¡vaya
que lo sabía!
Igual que sus hermanas, concluidos los estudios
secundarios llegó el momento de acceder los
superiores. El chico desde muy pequeño había mostrado gran interés por
lo que en la actualidad llamaríamos “biología”, pero en su época lo
traduciríamos por afición a los animales y plantas. Le gustaba perderse por los
bosques de Chasna y preguntar a los guardas y pastores por el nombre y
características de las distintas especies animales y vegetales que allí
convivían. Lo mismo podría decirse en relación a los diferentes cultivos y
animales domésticos de la comarca. No es de extrañar por ello, que dada la inexistencia de estudios
propiamente “de biología”, el chico se decantase por realizar un peritaje
agrícola, siguiendo la tradición de algunos de sus tíos.
Una vez acabados sus estudios llegó el momento del
servicio militar y gracias a la intervención de su abuela, que aún poseía
numerosos contactos en la Capitanía, obtuvo un destino en Lanzarote. De su estancia en la isla de los
volcanes guardó siempre un grato recuerdo, especialmente, de un efímero
noviazgo con una chica del lugar llamada Yaiza y de los conocimientos que allí adquirió sobre un nuevo sistema de cultivo que habían
ideado sus campesinos tras las erupciones de Timanfaya, pero de ese asunto
hablaremos más adelante.
Granadilla, a pesar de los años pasados lejos de
Chasna con frecuentes visitas a su madre en periodos vacacionales, siempre tuvo muy
claro que su futuro estaba en el Sur de Nivaria, ni se le pasó por la cabeza
instalarse en Aguere junto a su abuela o
en Añazo, que por aquellos años y sin lugar
a dudas, gracias a los esfuerzos de su tía Santa Cruz, se había convertido en
la localidad más importante de la isla, merced a la actividad comercial que
impulsaba su puerto.
Cuando San Miguel regresó de Lanzarote y a petición
de Granadilla, la familia llevó a cabo
una reunión que habría de tener una gran trascendencia para el futuro de sus
miembros. Obviamente la voz cantante la llevó ésta, más por sus conocimientos
que por su intención de “mangonear” al resto. Convinieron que dada la edad de
su madre, a la que resultaba cada vez más difícil administrar sus extensas
posesiones y las aspiraciones de sus hijos de labrarse un porvenir, pero
siempre cerca de su madre para atenderla cuando fuese necesario, lo más adecuado era llevar a cabo un reparto
de la herencia de sus progenitores “en vida”. Vilaflor no puso ninguna
objeción, no consideraba que sus hijos pretendiesen despojarla de sus
posesiones, al contrario, se sintió aliviada.
En alguna ocasión se le había pasado por la cabeza
que pudiera repetirse con su hija Granadilla el mismo episodio que experimentó
su madre con su hermana mayor, por cuestión de herencias y prebendas, y aunque
sabía que tía y sobrina no tenían nada que ver, excepto por su apariencia
física y “poderío”, ese hecho le preocupaba ocasionalmente, pero con estos
acuerdos se solventaban de manera definitiva.
Con la mayor tranquilidad se llevó a cabo el
reparto de tierras y caudales de aguas que estas llevaban aparejadas, según las datas
que se hicieron inmediatamente después de la conquista. Granadilla fue la más
beneficiada, al menos en superficie, pero también es cierto que la mayor parte
de ésta eran terrenos costeros improductivos, por lo que para compensar este
hecho, solicitó una parte de los montes. Recibió la franja de tierras comprendida entre los barrancos del Río (limítrofe con su tío Arico)
y La Orchilla, desde el mar hasta las cumbres. Arona y San Miguel, obtuvieron jurisdicciones
sensiblemente inferiores, aunque posiblemente con mayores aptitudes agrícolas,
al contar con suelos de mejor calidad y verse menos afectadas por los alisios. De
esta manera, y como reflejo del espíritu ecuánime y conciliador que “la señora
de las montañas” había logrado transmitir a sus hijos, se resolvió una
situación tan espinosa y que tantos quebraderos de cabeza produce entre las
familias.
Todos quedaron satisfechos de los resultados de la reunión: Vilaflor se liberó de trabajos
y obligaciones y pudo disfrutar a partir de entonces de la tranquilidad que
correspondía a una persona, perdón, a una localidad, de su edad. Arona, aún
soltera y muy unida a su madre, podría establecerse en las proximidades de Chasna,
aunque cada vez que visitaba a su madre
tendría que pasar necesariamente por las
tierras de La Escalona, lo que les producía gran incomodidad, no olvidemos que
desde aquel asunto relacionado con el Hermano Pedro, tanto ella como su marido
fueron considerados vecinos “non gratos” para la familia. San Miguel, recibió
una estrecha franja de terreno, entre sus hermanas, pero con notables aptitudes
para el desarrollo agrícola y esto le produjo una gran ilusión porque tenía
muchas expectativas en dedicarse de lleno a la actividad agropecuaria.
Granadilla, como hemos señalado, también quedó muy
satisfecha. La chica tenía muchos proyectos para que las tierras del Sur
abandonasen aquel atraso en el que tradicionalmente habían vivido. Su intención
era organizar cuanto antes y de una
manera eficaz todo lo relacionado con
sus posesiones. La chica estableció su residencia en un pequeño caserío
que habían fundado tiempo atrás un grupo de familias portuguesas; no es de
extrañar por tanto que la ermita del
lugar estuviese bajo la advocación de San Antonio de Padua, que como el lector
sabrá es también patrón de Lisboa. Aunque de reducido poblamiento, el caserío
estaba perfectamente situado en un cruce de caminos, circunstancia que con el tiempo se convertirá en un elemento
fundamental para su desarrollo. Aquí convergían el camino real que enlazaba con
Aguere y Añazo los distintos caseríos de las medianías del Sur y que con el tiempo se convertiría en la
Carretera General; el que enlazaba con
la costa, hasta las proximidades de la montaña Roja, y el que comunicaba
con Vilaflor de Chasna, a la sazón la principal localidad de la comarca,
que se prolongaba por la cumbre hasta la
Villa y el resto del norte de Nivaria.
Por aquellos años protagonizó Granadilla un
episodio que recogen las crónicas históricas, aunque la realidad dista mucho de
lo que cuenta la “verdad oficial”. El monarca había dado su autorización al
navegante portugués Fernando de Magallanes para realizar una expedición hacia
las Molucas (las islas de las especias) usando la ruta del oeste y a su vez,
demostrar que la Tierra era redonda. Salieron de puerto de Sanlúcar cinco naves
y se dirigieron a las Canarias para abastecerse y tomar agua dulce. Estaba
previsto recalar en el puerto de Añazo, pero al final los buques se dirigieron
al sur de la isla, a la ensenada de la
Montaña Roja, al saberse que eran perseguidos por una escuadra portuguesa. Esta
es la excusa que la historia recoge para
explicar dicho cambio, aunque la realidad es bien distinta.
El navegante había tenido noticias por unos familiares
de origen portugués residentes en el pueblo de La Granadilla, de la belleza de
la señora del lugar, y tanto hablaron de ella que le picó la curiosidad por
conocerla. Este es el motivo real de que la pequeña flota realizase las labores
de aguada en las costas de Granadilla.
La historia no está muy clara, pero lo que es
evidente es que hubo varios encuentros entre el navegante y la muchacha, en la
hacienda de Chuchurumbache, junto al camino de la costa, y que como el lector
muy bien sabe, con el tiempo sería el origen de la localidad de San Isidro.
Tampoco es cierto que el portugués permaneciese en la zona solo dos días, es
evidente que fueron algunos más, y lo es también que un marino avezado puede
realizar ligeras modificaciones en el diario de a bordo sin provocar sospechas.
Antes de su partida Magallanes le prometió a la muchacha no solo que al
finalizar su periplo se trasladaría a la zona para residir en ella, sino que además
le propuso matrimonio. Y así quedaron las cosas aunque también todos sabemos
cómo acabaron.
Obviamente estos encuentros fueron llevados con
gran sigilo y nadie tuvo noticias de ellos, a excepción de los protagonistas.
Pero hay otras cosas que son bastante
difíciles de ocultar, y como el lector podrá imaginar, el embarazo es una de
ellas. En efecto, como resultado de aquellos amores Granadilla quedó
embarazada, y aunque era una chica que le importaba bastante poco el “qué
dirán” comprendió que no era la mejor
manera de empezar su vida de muchacha emancipada.
Con el pretexto de que tenía que consultar varios expedientes relacionados con
la dotación de aguas y tierras de la parroquia de San Antonio en el momento de
su fundación, y considerando que en aquellos momentos las islas aún constituían
una única diócesis, cuya sede estaba en las Palmas, se trasladó a Gran Canaria cuando
ya su estado empezaba a ser evidente; allí residió algunos meses, alegando que
“las cosas de palacio van despacio”.
Dado que Las Palmas tenía cierta relación con su
abuela y su tía Santa Cruz, y no especialmente cordial, consideró que era más adecuado residir un poco
alejada de ésta y se trasladó a Teror, donde
después del tiempo pertinente dio a luz a un niño, al que bautizó como
“El Charco del Pino”, en honor a la virgen que se venera en aquella localidad
grancanaria.
Obviamente no regresó con el niño a la isla, lo
dejó al cuidado de unas religiosas del lugar y organizó todo lo relativo a su
estancia antes de traerlo. En las cercanías de su residencia habitaba un
matrimonio que trabajaban como medianeros de sus tierras, en las márgenes del
barranco del Río. Ella era Chimiche, hija de Las Vegas, una de las vecinas que
llevaba más tiempo residiendo en la comarca, y de la que más adelante
hablaremos, y su marido, El Río, oriundo del norte de la isla pero que se había
establecido en aquellas tierras cuando su tío Arico construyó la presa
homónima. Resultó que por aquellas fechas el matrimonio había tenido gemelos, a
los que llamaron “Los Blanquitos”, por lo rubios que eran, así que Chimiche fue
contratada como ama de cría para el Charco del Pino antes de que lo trajesen de
Gran Canaria.
Granadilla, muy versada en temas legales, organizó
todo de la mejor manera posible. Así, Chimiche se trasladó con sus gemelos
durante el tiempo que duró la lactancia y algunos años más, a las proximidades
de la residencia de Granadilla, a un
lugar conocido como Vicácaro. Al Charco se le hizo pasar por hijo de ésta, con
lo que a todos los efectos, la “señora” Chimiche había sido madre de trillizos,
que dicho sea de paso, no podían ser más diferentes: dos blancos y rubios, “que
daba gusto verlos”, como dirían las vecinas y otro, tirando a “negrusio”. Para
ayudar a la madre con las criaturas, contrató a otra medianera de sus tierras,
una señora ya mayor, llamada Chiñama, que habitaba en las proximidades de la
montaña homónima y que desde el primer momento se encariñó con el Charco, al
que estaría muy unida durante el resto de su vida.
Por otro lado, para ir preparando el terreno,
Granadilla amadrinó a las tres criaturas cuando llegó el momento de
“cristianarlos”, aunque a la hora de la primera comunión y la confirmación,
solo lo hizo con el Charco. Hay que decir, no obstante, que siempre fue muy
espléndida con Chimiche y su familia como tendremos ocasión de ver.
Al mismo tiempo que Granadilla iba superando estas
primeras pruebas como localidad, perdón, como joven emancipada, San Miguel
iniciaba también la suya al otro lado de barranco de La Orchilla. El muchacho
se estableció en las proximidades de la ermita y posteriormente parroquia de
San Miguel Arcángel, donde rápidamente entabló amistad con varios vecinos de
los alrededores, casi todos de su misma edad: El Roque, Tamaide y el Frontón.
Lo primero que hizo fue poner en práctica una idea
que llevaba madurando desde su estancia en la isla de los volcanes, mientras
realizaba el servicio militar. En efecto, conocedor por sus estudios e interesado desde muy niño por todo lo
relacionado con la actividad agrícola,
durante su tiempo libre en aquella isla se dedicó a investigar sobre los
diferentes procedimientos de cultivo; pudo comprobar in situ como el ingenioso campesino conejero había ideado diferentes
sistemas para seguir sacándole partido a
las tierras arrasadas por las erupciones de Timanfaya.
Allí conoció el que consistía en sembrar bajo
cenizas, que absorbían la humedad del ambiente y permitían ciertos cultivos sin
necesidad de riegos. Sus tierras, al menos las de medianías, no eran de muy
mala calidad, pero la ausencia de
caudales constantes solo permitía unos discretos rendimientos bajo el régimen
de secano.
Aunque desde hacía tiempo venía cultivándose en buena
parte de la zona Sur sobre terrenos de pumitas, más o menos edafizados, San
Miguel comprobó, que los suelos de mejor calidad, con un sustrato arcilloso,
aplicándoles una capa de pumitas (o jable) en la superficie, podrían
beneficiarse de un sistema similar al de los picones de Lanzarote. Este
enarenado artificial reducía sensiblemente la necesidad de agua para los
cultivos, y dado su éxito, se extendió rápidamente por toda la comarca, donde existían
numerosos depósitos de pumitas. Este procedimiento para aprovechar los terrenos
agrícolas alcanzó su máximo desarrollo en la jurisdicción de su madre, dotadas de una mayor humedad dada
su altitud.
A este respecto convendría señalar que los mayores
depósitos de este material, que a partir de entonces se hizo imprescindible
para gran parte de los campesinos locales, se encontraban en las tierras de
Arico y Granadilla; se trataba de zonas realmente improductivas, de donde
únicamente se obtenía material de cantería para la construcción de viviendas o
de bancales de cultivo. Granadilla permitió que quien lo necesitase se
abasteciese de jable en sus tierras, a excepción de los alrededores del
barranco de Las Monjas, dado que se trataba de un lugar de gran belleza y
originalidad por las formaciones que el viento y la lluvia habían modelado a lo
largo de los siglos. Gracias a esta decisión podemos disfrutar hoy del
maravillo paisaje natural de “Los Derriscaderos”.
Pero para San Miguel no todo consistía en trabajar;
era bastante aficionado a la música y tocaba algunos instrumentos
tradicionales, especialmente el timple. Así que con sus amigos formó una
pequeña parranda con la que en los días
de fiesta se encargaba de animar bailes y romerías por los caseríos de la comarca.
El chico lo hacía simplemente por divertimento y
por pasar un buen rato con amigos y conocidos. Sin embargo, cuando la noticia llegó
a oídos de la “ilustre dama” ésta puso el grito en el cielo y le comentó a su
madre que para que habían servido tantos años de estudios y de esfuerzos, amén
del prestigio que había alcanzado siendo adoptado por la viuda del Conde de
Pinalito, para acabar tocando el timple por los pueblos como un auténtico
“mago”. Vilaflor, que rara vez llevaba la contraria a su madre, le respondió
con ironía que esos eran los problemas de la genética, que nadie tenía culpa
que el chico hubiera salido igual de “parrandero” que su tío Arico. Como podrán
comprender, La Laguna no tuvo otro remedio que morderse la lengua y allí quedó
zanjada la cuestión.
En otro orden de cosas, ha llegado el momento de
abordar el ámbito sentimental de uno de los protagonistas de este capítulo, que
aunque resulte curioso, está íntimamente relacionado con el otro. Posiblemente
ahora el lector empiece a entender por qué ambos municipios, perdón,
personajes, comparten capítulo en este relato.
En efecto, San Miguel desde muy pequeño profesó un afecto muy especial y
una gran admiración por su “hermana” Granadilla, sentimientos que con el tiempo
se fueron transformando en algo diferente y que éste se negaba a aceptar,
porque aunque en realidad no lo era, la consideraba una hermana.
Este sentimiento de afecto filial era compartido
por Granadilla desde que el chico llegó a su casa y se fue afianzando con el
paso del tiempo, añadiéndose un sentimiento de protección casi maternal, a
pesar de que eran de edades similares. Aunque desde su infancia vivieron
separados largos periodos de tiempo, la chica siempre mantuvo con éste un contacto permanente, mucho más estrecho incluso
que con Arona. De hecho, fue ella la que
insistió en que las tierras que recibiese de su madre estuviesen lindando con
las suyas, para echarle una mano cuando lo necesitase.
Pero San Miguel era un muchacho con la cabeza bien
amueblada y comprendió que aquellos sueños juveniles eran simplemente sueños y
la realidad se imponía. No le quedaba otro remedio que buscar una chica y
formar una familia, que era lo que ahora necesitaba para completar todas sus
aspiraciones. Así que en los
“parrandeos” con sus amigos conocieron a dos hermanas que residían cerca de la
costa y siempre iban juntas a los bailes: Las Zocas y Aldea Blanca; San Miguel
se “ennovió” con la primera, que era la mayor y Tamaide, con la más pequeña.
Como no había ningún inconveniente y el chico tenía su vida más que resuelta,
al poco tiempo se celebró la boda. A ésta asistieron casi todos sus familiares,
actuando de padrinos su hermana
Granadilla y su tío Arico. Lógicamente, la abuela no asistió, porque como
sabemos, para ella la isla, por el sur, “terminaba” en la ladera de Güímar; sin
embargo tuvo un detalle que nadie esperaba; como regalo de boda hizo todos los
trámites necesarios, usando su influencia, para que la pequeña ermita del
caserío fuese elevada a la categoría de parroquia, justo antes de la ceremonia.
A pesar de que el
matrimonio empezó con muy buen pie, la felicidad no duró demasiado. Antes de un
año, San Miguel cambió de estado civil, de casado a viudo, pues su esposa
falleció a consecuencia de las complicaciones que se produjeron durante el
parto del que sería su primer hijo. El marido sobrellevó semejante golpe
gracias al apoyo de su familia, tanto de su madre como de sus hermanas. Así, Granadilla
se encargó con celeridad de contratar un
ama de cría llamada Jama que vivía en Chasna y que días antes había tenido un hijo,
Trevejos, que de la noche a la mañana se convirtió en hermano de leche de su
sobrino. Arona, por su parte, se trasladó temporalmente a casa de su hermano
para ayudarlo con la criatura mientras
la necesitase. Poco después en niño fue bautizado, imponiéndosele el nombre de
Guargacho y actuando de padrinos su tía Arona y el mejor amigo de su padre,
Tamaide.
Poco tiempo antes
de su nacimiento y mientras realizaba trabajos de roturación en la zona baja de
su jurisdicción, San Miguel había descubierto por casualidad los restos,
bastante bien conservados, de un conjunto aborigen, en el paraje denominado
Guargacho. Quedó tan impresionado por ello, que no dudó en dar este nombre a su
recién nacido.
A partir de esta dura circunstancia, la buena relación entre Granadilla y San Miguel
se estrechó aún más, pues ésta consideraba que dado su carácter, en aquellos
momentos su hermano necesitaba su apoyo más que nunca.
Coincidió también por estas fechas que tuvo lugar un cambio de tipo administrativo muy
importante en la comarca. Tal
circunstancia tendría notables consecuencias en un futuro e implicarían el
engrandecimiento y desarrollo de la supremacía de Granadilla en las tierras de
Abona. En efecto, aquel pequeño caserío situado en un cruce de caminos, con los
años había ido adquiriendo cada vez mayor
desarrollo, hasta convertirse en el más poblado de Abona, merced sobre todo a
su magnífica localización. Todo este proceso se vería reforzado con la llegada
de la carretera general del Sur.
Durante varios siglos la “escribanía” de la comarca
había estado asentada en Vilaflor, sin embargo, ya en aquellos momentos la
mayoría de los expedientes eran de residentes en otras localidades,
especialmente de Granadilla, por lo
convenció a su madre de la necesidad de su traslado. Vilaflor mostró en
un principio ciertas reticencias, más por el temor a lo que diría el vecindario
de Chasna que por ella misma, sin embargo, al final cedió. Por ello, a fines
del XIX se establece la Notaría en Granadilla y tres décadas más tarde, gracias
a su existencia, se crea el partido judicial homónimo que comprendía, además, todos los terrenos de su madre, sus hermanos
y su tío Arico. Ese mismo año recibe el título de villa por parte del monarca y
se construye la carretera entre la localidad y el embarcadero próximo a la
Montaña Roja, puerto natural de su jurisdicción.
Todas estas circunstancias no hicieron sino aumentar
su preeminencia en todo el sur de la Isla; pero a la chica le faltaba algo, le embargaba un sentimiento de insatisfacción
que no sabía explicar. Poco a poco y casi sin darse cuenta los hermanos, que no
lo eran, se confesaron sus verdaderos sentimientos,
que resultaron ser coincidentes. Convencidos de que era la mejor opción para
ambos, acordaron informar a sus familiares de su decisión de casarse, pues no
había inconveniente alguno para ello.
A pesar de lo insólito de la situación, nadie puso
trabas a la celebración del matrimonio,
pues su parentesco era más legal que real. De esta unión nacieron dos gemelos: EL Médano y Los Abrigos,
al tiempo que Granadilla aceleró el proceso de adopción del Charco,
confesándole previamente a su hermano y ahora
marido, la historia de su origen.
El matrimonio recibió como regalo de bodas, entre otras cosas, el título de “Abona” para Granadilla, pues
aunque la concesión fue otorgada por el gobierno de la nación, en realidad,
todos los trámites para la incoación del expediente fueron iniciados por La
Laguna. La abuela pretendía, una vez más, mostrar públicamente la predilección
que sentía por su nieta, aunque alegó como pretexto para su solicitud la
necesidad de diferenciarla de otras localidades peninsulares del mismo nombre.
Su flamante marido, en cambio, tuvo que esperar casi un siglo para recibir el
mismo título.
A partir del matrimonio de sus hermanos, expresión
que aunque resulte chocante, solía utilizar con bastante frecuencia, Arona
regresó a su casa con el convencimiento de haber cumplido con su deber y el agradecimiento
sincero de su hermano. Pero sobre todo, con
la recompensa del afecto de su sobrino Guargacho, para quien siempre fue como una
verdadera madre.
Por aquella
época comenzó el gran desarrollo agrícola en
las localidades de la comarca de Abona,
gracias a las aguas que alumbraron en las cumbres sus tíos Fasnia y Arico. Sin
embargo, hay que decir también que al altruismo de los anteriores para con el
resto de sus parientes de Abona hay que sumar el de Granadilla, que fue quien
costeó de su bolsillo el canal que debería traer las aguas y distribuirlas, sin el cual, todo aquel esfuerzo hubiera
resultado inútil.
Aquella expansión agrícola, especialmente el
cultivo del tomate para la exportación en las zonas bajas, propició una intensa
corriente inmigratoria desde otros lugares de la isla, sobre todo de la
vertiente septentrional, pero también de manera singular desde la a Gomera.
Numerosas familias de la isla colombina se trasladaban a la zona durante la
zafra del tomate, residiendo en las conocidas “cuarterías”; sin embargo, con el paso del tiempo y con la aparición de
nuevas actividades, se asentaron
definitivamente en la comarca.
Así
surgieron numerosos caseríos, barrios y urbanizaciones, siendo el más destacado
el de San Isidro, un chico peninsular que se estableció en las proximidades de
la antigua hacienda de Chuchurumbache, a los pies de la montaña de Yaco. Éste había
llegado de la Península tiempo atrás para trabajar en el hotel que se había abierto
en El Médano y del que más adelante hablaremos. Pasado el tiempo y con el
asentamiento de muchísimas familias en el barrio, procedentes de varios
continentes, ha adquirido tal relevancia, que en los últimos años, disputa a la señora de Abona la primacía, si
no administrativa, al menos económica y poblacional, de su jurisdicción.
A todo ello
contribuyó la llegada de la autopista TF-1 y la instalación en sus proximidades
de una serie de infraestructuras de enorme relevancia para el desarrollo
reciente de la vertiente meridional de la isla en particular, y de toda Nivaria
en general. En efecto, Granadilla de Abona no pudo beneficiarse directamente de
la gran expansión turística que han conocido su hermana Arona y
otros términos municipales vecinos, convirtiéndose, no obstante, en lugar
de residencia para los trabajadores de las urbanizaciones turísticas.
La relación entre
ambas localidades, perdón personas, es bastante cordial, como corresponde a dos
vecinos, sin embargo, cada uno de ellos, en su fuero interno, se considera
“mejor” que el otro y siempre que puede procura ponerlo en evidencia. Para
Granadilla, su vecino es un advenedizo, que llegó a sus tierras con las manos
vacías y se ha convertido en un “nuevo rico”, pero no se le puede comparar en
belleza y abolengo. Para San Isidro, Granadilla es una “señora” para la que
pasó su época de esplendor y vive aferrándose sus recuerdos ajena a los cambios
del mundo actual.
Lo cierto es que
San Isidro, con astucia, ha sabido
engatusarla en más de una ocasión, por ejemplo con el caso de su primer
centro de enseñanza secundaria. Durante décadas, Granadilla contó con el único
instituto de la comarca, donde estudiaban alumnos de casi toda Abona. Ante el
crecimiento poblacional de San Isidro y la necesidad de contar con un centro de
estas características, utilizó una argucia para que la señora de Abona no
pusiera inconvenientes a la creación del mismo. Sabedor, y no me pregunten
cómo, de que ésta tenía algún tipo de relación “inexplicable” con el navegante
portugués que tiempo atrás había recalado junto a Montaña Roja, le propuso que
el nuevo centro se denominase “Magallanes”. Ante tal ofrecimiento, a ésta no le quedó otro remedio que ceder, eso
sí, sin mostrar demasiado interés, para evitar cualquier tipo de “sospechas”
innecesarias.
Gracias a esa
decisión, algún tiempo después, este humilde “juntaletras” tuvo oportunidad de
ejercer la actividad docente en aquel centro, del que guarda un recuerdo muy
especial.
Enlazando con lo
que hablábamos anteriormente, Granadilla jamás gozó de buenas aptitudes para la
actividad turística, a pesar de contar
con extensas playas en su litoral. Esta situación fue ya intuida por Sabino
Berthelot cuando visitó la zona en las
primeras décadas del siglo XIX y habló del terrible viento que azotaba
continuamente aquellas tierras. Aunque tampoco
hay que olvidar que el primer hotel que
se abrió en la comarca del Suroeste se instaló en El Médano, en la década de
los sesenta del siglo XX, ocupando el solar de un antiguo almacén de
empaquetado de tomates.
Como ya dijimos,
el término de Granadilla, además de su relevante función residencial, se ha
convertido en sede de una serie de infraestructuras esenciales para el
desarrollo reciente de la Isla: aeropuerto del Sur, Polígono industrial (el más
extenso de Nivaria) y más recientemente el Puerto, construido presuntamente
para descongestionar el de Añazo. Con relación al aeropuerto, habría que
señalar que ya a mediados del siglo XX se había establecido un pequeño
aeródromo en las proximidades de la Montaña Roja y del caserío del Médano,
anticipándose en unas décadas al aeropuerto internacional que se construiría a
no muchos kilómetros.
San Miguel también
se ha beneficiado de su excelente localización y ha sabido sacar provecho de la
misma. Aquellos amigos que había conocido en el colegio religioso de La
Orotava, la mayoría naturales de la comarca de Daute, en el noroeste insular,
con el tiempo emigraron a Venezuela y más tarde regresaron, como no, cargados
de bolívares. Le propusieron invertir en la creación de un gran parque
comercial y de servicios en las proximidades de la autopista, para lo que él tendría
que aportar los terrenos. El negocio salió redondo, porque la gestión del mismo
se la encargó a una chica peninsular muy eficiente, llamada Las Chafiras, que
además pasados unos años se casó con Los Abrigos, con lo que todo quedaba en la
familia.
A pesar de contar
con un litoral relativamente escaso, gracias a su esposa, pudo sacar un
extraordinario beneficio de aquellos eriales.
Granadilla solía visitar con relativa frecuencia a aquella institutriz
inglesa, que había continuado residiendo en Aguere después de cumplida la tarea
para la que había venido a la isla.
Aparte del afecto y agradecimiento que sentía por Miss Nilson, le encantaba
pasar la tarde conversando en inglés mientras tomaban el té. En una de aquellas
charlas convinieron que sería una buena idea buscar una zona con un clima más
templado que Aguere donde pasar el resto de sus días y que podría compartir con
muchos de sus conocidos que aún residían en Inglaterra, todos ellos de edad
avanzada.
Granadilla comprendió que el lugar más adecuado podría
ser el litoral de San Miguel, algo alejado del bullicio turístico y con un clima ideal. Después de convenció a
su marido de que invirtiese en un campo de golf y pequeñas urbanizaciones en
aquellos eriales donde solo había rebaños de cabras y canteros abandonados. Por
último, aprovechando su dominio del inglés y los contactos de Miss Nilson,
organizó una sociedad que se encargaba de traer jubilados ingleses a la isla y
buscarles residencia en aquellas urbanizaciones de su marido. El negocio
resultó redondo y en poco tiempo San Miguel contó en su término con una
numerosa colonia inglesa que revalorizó enormemente su zona costera.
Este capítulo correspondiente
a los señores de Abona quedaría incompleto si no dedicásemos algunas líneas del
mismo a sus hijos. Los gemelos, El Médano y Los Abrigos, aparte de compartir su
gusto por el mar, tomaron desde muy pronto caminos diferenciados. En efecto,
ambos se dedicaron inicialmente a la pesca y a la actividad de cabotaje en una
época en la que las comunicaciones por carretera no estaban lo suficientemente
desarrolladas. Así El Médano se convirtió en el embarcadero de Granadilla y
todos los caseríos próximos, mientras que Los Abrigos servía a San Miguel, e
incluso a su abuela Vilaflor, que ocasionalmente también utilizaba el de
Montaña Chayofita.
El Médano,
posteriormente, intentó complementar estas actividades con otras relacionadas,
como el empaquetado de tomates para la exportación y el turismo. Sin embargo,
no tuvo demasiado éxito con las mismas y en los últimos años se ha orientado hacia
la función residencial y también por una serie de actividades deportivas
relacionadas con la presencia constante del viento, con las que ha llegado a
convertirse en referente nacional e internacional. Muy joven aún se casó con
una chica de la zona, a la que conocía desde su época escolar, La Tejita, y
recientemente han convertido a Granadilla en abuela, con un niño que es el vivo
retrato de su padre y al que han puesto el nombre de El Cabezo.
Los Abrigos, en
cambio, siempre lo tuvo muy claro; así, cuando el tráfico de cabotaje dejó de
tener relevancia, continuó dedicándose a la
pesca, que era lo que realmente le gustaba. Además, ésta actividad ha
propiciado la aparición de numerosos restaurantes y casas de comida a los que
no falta clientela procedente de los núcleos turísticos vecinos. Como dijimos
anteriormente, acabó casándose con aquella chica peninsular que trabajaba para
su padre, Las Chafiras.
El Charco del Pino, algo mayor, vivió siempre más
ligado a su madre, su antigua aya Chiñama, y sus “hermanos de leche”, Los
Blanquitos. La mayor parte de su vida la ha desarrollado en las medianías,
excepto el tiempo que estuvo estudiando en el instituto de Aguere. No quiso
cursar estudios universitarios, por lo que volvió a casa y su madre lo colocó
en la recién creada notaría. Comparte esta actividad con la agricultura, por la
que siempre mostró gran interés y la mayor parte de sus amistades son gente de
la zona: La Higuera, El Draguito, La Cantera, etc. entre las que conoció a su
mujer, La Cruz de Tea.
Es muy aficionado a todo lo relacionado con la
cultura tradicional canaria: lo puedes ver
tanto con sus bueyes en una competición de arrastre de ganado, como
entrenando a un equipo de lucha infantil o participando con mucho “jeito” en
una exhibición de juego del palo. Pero si hay algo que le gusta son las
romerías y no hay una que se pierda. Cuando era pequeño, el hermano de su
“madrina”, que luego sería su “madre”, que más tarde se convertiría en su
padrastro (aunque en realidad ni siquiera era su tío) es decir, San
Miguel, solía llevarlo a las romerías
que se celebraban en la comarca, e incluso le enseñó a tocar el timple, con el
que acude a todas las que tiene ocasión.
Su interés va más allá de los deportes vernáculos o
de la música. Se ha convertido en el “corresponsal” en la comarca de su
tía-abuela Fasnia, colaborando en la recopilación de dichos y refranes
populares canarios por los caseríos de Abona. Esta curiosidad por lo vernáculo
originó en su momento ciertas fricciones con su madre y su tía Güímar. Ya
dijimos anteriormente que Granadilla fue muy generosa con Chimiche y su marido
y no digamos con los gemelos, a los que costeó los estudios secundarios y universitarios
en Aguere. Además, cuando tras su boda
se produjo el proceso de adopción del Charco, el matrimonio obtuvo de ésta la
propiedad de numerosas fincas que habían estado trabajando como medianeros
durante años. Pero no todo se reduce al aspecto económico; el tiempo de
convivencia pasado generó unos lazos afectivos muy fuertes entre El Charco del
Pino y su “supuesta” familia. Siempre consideró a Las Vegas como su abuela
materna y allí pasaba muchos veranos con Los Blanquitos, al cuidado siempre de
su aya Chiñama. En aquel pequeño caserío asistía todos los meses de julio,
primero como espectador y luego como músico, a la “danza de las varas”.
Precisamente esta actividad lúdica, por denominarla
de alguna manera, generó, como indicamos anteriormente, el único desencuentro
serio que tuvieron Granadilla y su hijo. En efecto, el chico siempre fue un
admirador de esta danza y un día se le ocurrió escribir un opúsculo sobre su
origen y significado. Al chico le sobraba entusiasmo y le faltaba capacidad y
conocimientos necesarios, por lo que en el mismo se atrevió a afirmar que se trataba de una
danza aborigen. Granadilla tras leerlo, le comentó que según lo que ella sabía
estaba en un error y había sido un poco osado con tal afirmación; ese
intercambio de opiniones desembocó en una agria discusión y posteriormente en
cierto distanciamiento entre madre e hijo.
Al tratarse de opiniones contrarias, Granadilla
decidió que lo que procedía era el dictamen de un especialista, y como no podía
ser de otra manera, encargó el estudio pertinente a su hermana Güímar, cuya
cualificación estaba fuera de toda duda. Ésta, después de los estudios
pertinentes concluyó que efectivamente, la citada danza, después de tantos
años, formaba ya parte del acervo cultural canario, pero que en absoluto tenía
un origen autóctono. Se trataba de una danza de origen catalán, concretamente
de la localidad tarraconense de El
Vendrell y que posiblemente había llegado a la localidad con la familia
catalana de los Guimerá, que tenían allí una hacienda desde mediados del siglo
XIX. Ante tales argumentos, sobre todo viniendo de dónde venían, al Charco del
Pino no le quedó otro remedio que dar su brazo a torcer, pedir disculpas a su
madre y abstenerse en lo sucesivo de “meterse en camisas de once varas”.
Para finalizar con la prole de los ”señores de
Abona” solamente nos resta dedicar unas líneas a Guargacho, hijo de San Miguel
y su difunta esposa Las Zocas. El muchacho, tras el matrimonio de su padre pasó
a compartir su vida con el resto de sus “hermanastros”, aunque siempre estuvo
muy ligado a su tía Arona, quien guió sus primeros pasos y con la que pasaba
largas temporadas. De Guargacho hablaremos con más detalle en el capítulo
dedicado a Arona, puesto que su futuro como adulto, estará especialmente ligado
a ella.
Llegados al momento actual solo podemos concluir
que la vida del matrimonio formado por Granadilla y San Miguel, a pesar de
tantas vicisitudes como han tenido que superar desde su más tierna infancia,
transcurre de manera apacible. San Miguel, un poco por su carácter algo
retraído y otro por los sentimientos que profesa hacia su esposa, ha sabido
ocupar un discreto segundo plano en relación a ésta, logrando fortalecer cada
vez más los lazos que los unen. Por tanto, tras conocer algunas pinceladas de
su trayectoria vital a lo largo de este capítulo, convendrán los posibles lectores que los protagonistas deben
llevar con todo merecimiento el título de “ Señores de Abona”.
José
Solórzano Sánchez ©