sábado, 4 de abril de 2020

HISTORIAS DE LA FAMILIA NIVARIA-ACHINECH. 11. GRANADILLA Y SAN MIGUEL. LOS SEÑORES DE ABONA.

   



Granadilla es la benjamina del matrimonio formado por Vilaflor y el Conde del Pinalito y la Fuente Amarga, como sabemos, titular del Mayorazgo de Chasna. Por lo tanto es, junto a su hermana Arona,  la única de los nietos de la  “ilustre dama” con ascendencia noble
.
Los primeros años de su existencia los pasó en el hogar familiar, rodeada de todo tipo de cuidados y atenciones, como correspondía a una de las  hijas de la familia más rica y poderosa del sur de Nivaria. Aunque  Vilaflor no estuvo muy de acuerdo, quizás por los recuerdos que tenía de su infancia, el Conde, que podía permitírselo, organizó para sus hijas una pequeña corte con varias institutrices que se encargaban de su educación.

La tragedia que sacudió a la familia con la muerte del Conde, cambió sustancialmente la situación de la misma. Arona, la mayor, fue enviada a estudiar interna al colegio de religiosas que había en la Villa, que era el centro más próximo a Chasna, lo que facilitaba las visitas ocasionales de la familia y los traslados en época de vacaciones. Allí compartió varios años con su prima Santa Úrsula, a la que está muy unida desde aquellas fechas.

 Hay que decir que aunque La Orotava se ofreció a alojarla en su casa durante estos años escolares (más por compromiso que por otro motivo), su madre optó por el internado, alegando que no quería sobrecargar con otras obligaciones la ya intensa agenda de la “señora de Taoro”. No obstante, también hay que decir, para ser justos, que La Orotava supervisó siempre que le era posible la marcha de su sobrina en los estudios y además, ésta pasaba la mayoría de los fines de semana en su casa en compañía de su prima, con la que hacía muy buenas migas.

Granadilla, en cambio, al ser menor, permaneció algo más de tiempo con su madre. No obstante, ésta no tuvo ocasión siquiera de pensar en enviarla junto a su hermana al colegio de La Villa. En efecto, cuando llegó el momento oportuno, La Laguna se ofreció, o dicho más claramente, exigió que su nieta “preferida” se trasladase a Aguere donde podría cursar sus estudios en el ambiente que le correspondía y rodeada de personas de su condición. Además, la niña viviría con ella y estaría supervisada continuamente por una institutriz, de origen inglés, que ya había embarcado  en el puerto de Bristol con destino a la isla.

Vilaflor accedió, más por falta de fuerzas para enfrentarse a su madre que por convencimiento; no obstante, con el paso del tiempo  comprendió que la opción no era tan mala. De este modo, Granadilla pasó en Aguere, junto a su abuela, sus primeros años escolares.

Quedaba aún San Miguel, que como sabemos, mediante adopción, se había convertido en el tercer hijo de Vilaflor y hermano de las anteriores a todos los efectos. Porque para ellas, el chico. desde que fue acogido en casa tras aquel nefasto incidente, fue tratado y considerado como un verdadero hermano. Hay que decir también que el muchacho se lo merecía: era cariñoso, obediente y muy servicial. Siempre a punto para echar una mano a quien lo necesitase a pesar de su edad, aunque como solían decir algunos vecinos envidiosos, esta actitud era fácil de entender porque desde que era muy pequeño se crió en un ambiente “de servidumbre”.

Vilaflor, a diferencia de su marido y la familia de éste, era enemiga de las distinciones sociales. Es cierto que exigía respeto y lealtad, pero para ella todos los que vivían y trabajaban bajo su techo constituían una gran familia. Con estos principios educó a sus hijas desde muy niñas y esta semilla germinó, según parece, con la suficiente fortaleza como para que el tiempo de convivencia que Granadilla pasó junto a su abuela, no los cambiase en absoluto. Decimos esto, porque La Laguna, como sabemos, si por algo se ha caracterizado a lo largo de su vida ha sido precisamente por su clasismo.

Vilaflor llevaba hasta tal extremo sus convicciones, que tras la muerte de su marido se negó a entrar en litigios para que Arona obtuviese el Mayorazgo que le correspondía como primogénita del Conde, ya que no existían hijos varones. Llegó a un acuerdo con otra rama de la familia del Pinalito y la Fuente Amarga, cediendo los derechos nobiliarios a cambio de que sus hijas recibiesen los terrenos y derechos sobre las aguas que estos llevaban asociados, los cuales les hubiesen correspondido por herencia. Como el lector podrá entender, esta decisión le costó un serio disgusto tanto con su madre como con su hermana mayor, aunque se mantuvo inflexible a pesar de todo, y con el tiempo, las aguas volvieron a su cauce.

San Miguel, como sus hermanas, llegado el momento oportuno, abandonó Chasna para seguir con sus estudios elementales y con seguridad, para pasar un largo periodo de su vida alejado de “la señora de Las Montañas”. Como pueden imaginar, el lugar elegido fue el mismo que su hermana Arona. En efecto, pasó algunos años  internado en  el centro que una orden religiosa había establecido en la Villa, en este caso para niños. El motivo era lógicamente la relativa cercanía de Chasna, en comparación con Aguere, donde también existía algún centro de este tipo.

Con el traslado de San Miguel a La Orotava, las visitas de Vilaflor los fines de semana a la Villa menudearon. Esta permanecía habitualmente en casa de su hermana, el chico en cambio, prefería quedarse en el centro,  la mayor parte de las veces en compañía de un buen grupo de camaradas cuya amistad le acompañaría el resto de su vida.

Granadilla realizó los estudios elementales con aquellas monjas que anteriormente habían “instruido” a su madre y a sus tías Güímar y Fasnia. En este centro, como en el de La Orotava, se estilaba ofrecer a las alumnas los rudimentos de la lengua francesa. En realidad, no porque se considerasen necesarios para un futuro, para leer textos en la lengua original o para entablar una conversación. Simplemente era una cuestión de “prestigio”; se consideraba muy conveniente que una señorita “bien” utilizase ocasionalmente algunos términos de la lengua de Molière, lo que denotaba haber recibido una esmerada educación a la que muy pocos podían acceder.

Sin embargo, la chica gozó de una ventaja que salvo su primo el Puerto de la Cruz, careció el resto de sus familiares. En efecto, la institutriz que se encargó de ella durante algunos años, Miss  Nilson, se tomó como una cuestión prioritaria que la niña dominase el inglés, fuera como fuera. A pesar de la oposición de la “ilustre dama”, que la consideraba una lengua de “piratas y protestantes”.  Casi en secreto, la chica adquirió a lo largo de los años un notable dominio de la lengua inglesa, en la que era capaz de entablar cualquier conversación o leer textos originales. En realidad, pocas ocasiones tenía de practicarlo, salvo con la citada Miss Nilson, quien una vez concluida  la labor para la que fue contratada continuó residiendo en la isla, o bien cuando se encontraba con su primo El Puerto, en las reuniones familiares. Sin embargo, y aunque ella lo ignorase, en el futuro estos conocimientos, como suele ocurrir, le serían de gran utilidad.

Una vez finalizados los estudios elementales, siguiendo la tradición familiar, cursó los secundarios en el “Instituto de Canarias”, y llegado el momento de inscribirse en la universidad, la chica se decantó por el Derecho. Habría que decir que su decisión provocó numerosas trabas en el ambiente universitario de Aguere, no tanto porque esos estudios estuviesen vedados a las mujeres, sino porque era el primer caso que se presentaba. En efecto, jamás una mujer en las Islas había optado por este tipo de estudios; se consideraba que la mujer, por su naturaleza frágil y “cambiante” no podría ejercer tales actividades ¡donde se había visto una  abogada o una jueza!. Pero Granadilla iba mucho más allá, a ella no te interesaba tanto ejercer alguna de estas profesiones, como dotarse de los suficientes conocimientos y preparación  para no depender de otras personas cuando tuviese que enfrentarse a  futuros pleitos, tan frecuentes en aquella época.


A pesar de numerosos inconvenientes y trabas, esta vez, curiosamente sin ninguna objeción por parte de su abuela, tan mirada ella para “el qué dirán”, la chica pudo llevar a cabo los estudios elegidos obteniendo unos brillantes resultados. Como hemos dicho anteriormente, ni se le había pasado por la cabeza ejercer como abogada y mucho menos aún entrar a formar parte de la administración pública; su objetivo estaba cumplido, cuando necesitase de cualquier “picapleitos”, sería ella la que llevase la voz cantante a la hora de fijar estrategias y elaborar informes, aquel tendría simplemente una función representativa siguiendo sus directrices.

Durante su estancia en Aguere, que se prolongó prácticamente hasta que finalizó sus estudios, se relacionó bastante con su tía Santa Cruz y su medio ”prima” Candelaria. Sin embargo, nunca encajaron bien. Su tía la aconsejó y orientó en numerosas ocasiones y su relación fue bastante fluida, aunque nunca hasta el extremo de desarrollar un sentimiento de amistad y camaradería como el que tenía con Candelaria.

Quizás se debió todo a un malentendido jamás aclarado; parece ser que para Santa Cruz su sobrina estaba demasiado mediatizada por La Laguna después de tantos años de convivir con ella y temía que su parecido físico también significase un carácter similar. Hay quien piensa que en realidad era todo producto de los celos de Santa Cruz hacia su sobrina, ante el cariño y el interés que desde su nacimiento despertó en La Laguna. Sea como fuere, Granadilla  gozó siempre de personalidad propia y en muy poco se dejó influir por los prejuicios de su abuela.

En realidad, era todo mucho más  simple, porque La Laguna jamás se comportó con su nieta como una madre sobre-protectora y agobiante, eran otros tiempos y otra situación, y Granadilla fue siempre lo suficientemente inteligente como para no entrar en conflictos con ella, actuando  habitualmente con gran diplomacia, además de mostrarle continuamente un gran cariño. Por ello, la relación entre ambas fue siempre perfecta y en nada parecida a la que  la “ilustre dama” mantuvo con sus hijas.

La vida de San Miguel, durante este periodo, se desarrolló de manera paralela a la de su hermana, aunque siempre distanciados físicamente. Es cierto que durante las vacaciones ambos acudían con Arona al domicilio familiar y allí disfrutaban del relajado ambiente de Chasna, como cuando eran unos niños. Esta había sido una condición que puso Vilaflor a su madre, los periodos vacacionales, sin excusa, sus hijos los pasarían con ella.

Una vez que el chico finalizó sus estudios elementales en la Villa y acostumbrado como estaba a la vida de un internado, acudió a realizar la enseñanza secundaria al seminario de Aguere. No es que se pretendiese que abrazara la vida religiosa, simplemente era un sistema utilizado por muchas familias “pudientes”, de lugares alejados, para que sus hijos llevasen a cabo sus estudios secundarios con cierta calidad y en un sistema de internado. Estos chicos compartían aulas con los futuros  sacerdotes y en régimen de internado,  pero de ninguna de las maneras se le orientaba para la vida religiosa.

Se preguntará el lector por qué no se inscribió en el “Instituto de Canarias”, como su hermana y el resto de sus familiares. Sencillamente porque eso significaba que Vilaflor debería cambiar su residencia hasta Aguere, durante el tiempo que durasen los estudios del muchacho,  y posiblemente  también los universitarios, o bien buscarle un alojamiento al cuidado de otras personas. La Laguna no puso inconveniente a estas intenciones porque comprendía que de lo contrario ya no habría excusa para que su nieta viviera con ella, así que manifestó su opinión  a Vilaflor  en el sentido de que la opción del internado en el seminario era la mejor.

Se comprometió con su hija a supervisar la marcha de los estudios del chico, pero lo que no hizo fue ofrecerle su casa, y esto Vilaflor lo tenía muy claro, por lo que ni lo propuso. Para La Laguna nunca fue su nieto y esto era evidente. Lo trató con todo el afecto de que era capaz (que no era demasiado) y nunca hizo diferencias con el resto, al menos evidentes. Pero todos sabían cómo pensaba y lo respetaban. El lector se preguntará cómo era posible tal actitud, teniendo ella cuatro hijos adoptivos y solo puedo responderles con las mismas palabras que ella hubiera utilizado: “son casos totalmente diferentes y yo sé  muy bien por qué” y ¡vaya que lo sabía!

Igual que sus hermanas, concluidos los estudios secundarios llegó el momento de acceder los  superiores. El chico desde muy pequeño había mostrado gran interés por lo que en la actualidad llamaríamos “biología”, pero en su época lo traduciríamos por afición a los animales y plantas. Le gustaba perderse por los bosques de Chasna y preguntar a los guardas y pastores por el nombre y características de las distintas especies animales y vegetales que allí convivían. Lo mismo podría decirse en relación a los diferentes cultivos y animales domésticos de la comarca. No es de extrañar por ello,  que dada la inexistencia de estudios propiamente “de biología”, el chico se decantase por realizar un peritaje agrícola, siguiendo la tradición de algunos de sus tíos.

Una vez acabados sus estudios llegó el momento del servicio militar y gracias a la intervención de su abuela, que aún poseía numerosos contactos en la Capitanía, obtuvo un destino en  Lanzarote. De su estancia en la isla de los volcanes guardó siempre un grato recuerdo, especialmente, de un efímero noviazgo con una chica del lugar llamada Yaiza y de los conocimientos que allí adquirió  sobre un nuevo sistema de cultivo que habían ideado sus campesinos tras las erupciones de Timanfaya, pero de ese asunto hablaremos más adelante.

Granadilla, a pesar de los años pasados lejos de Chasna con frecuentes visitas a su madre  en periodos vacacionales, siempre tuvo muy claro que su futuro estaba en el Sur de Nivaria, ni se le pasó por la cabeza instalarse en Aguere junto a su abuela  o  en Añazo, que por aquellos años y sin lugar a dudas, gracias a los esfuerzos de su tía Santa Cruz, se había convertido en la localidad más importante de la isla, merced a la actividad comercial que impulsaba su puerto.

Cuando San Miguel regresó de Lanzarote y a petición de Granadilla,  la familia llevó a cabo una reunión que habría de tener una gran trascendencia para el futuro de sus miembros. Obviamente la voz cantante la llevó ésta, más por sus conocimientos que por su intención de “mangonear” al resto. Convinieron que dada la edad de su madre, a la que resultaba cada vez más difícil administrar sus extensas posesiones y las aspiraciones de sus hijos de labrarse un porvenir, pero siempre cerca de su madre para atenderla cuando fuese necesario,  lo más adecuado era llevar a cabo un reparto de la herencia de sus progenitores “en vida”. Vilaflor no puso ninguna objeción, no consideraba que sus hijos pretendiesen despojarla de sus posesiones, al contrario, se sintió aliviada.

En alguna ocasión se le había pasado por la cabeza que pudiera repetirse con su hija Granadilla el mismo episodio que experimentó su madre con su hermana mayor, por cuestión de herencias y prebendas, y aunque sabía que tía y sobrina no tenían nada que ver, excepto por su apariencia física y “poderío”, ese hecho le preocupaba ocasionalmente, pero con estos acuerdos se solventaban de manera definitiva.

Con la mayor tranquilidad se llevó a cabo el reparto de tierras y  caudales de aguas  que estas llevaban aparejadas, según las datas que se hicieron inmediatamente después de la conquista. Granadilla fue la más beneficiada, al menos en superficie, pero también es cierto que la mayor parte de ésta eran terrenos costeros improductivos, por lo que para compensar este hecho, solicitó una parte de los montes. Recibió la  franja de tierras comprendida entre los  barrancos del Río (limítrofe con su tío Arico) y La Orchilla, desde el mar hasta las cumbres. Arona y San Miguel, obtuvieron jurisdicciones sensiblemente inferiores, aunque posiblemente con mayores aptitudes agrícolas, al contar con suelos de mejor calidad y verse menos afectadas por los alisios. De esta manera, y como reflejo del espíritu ecuánime y conciliador que “la señora de las montañas” había logrado transmitir a sus hijos, se resolvió una situación tan espinosa y que tantos quebraderos de cabeza produce entre las familias.


Todos quedaron satisfechos de los resultados  de la reunión: Vilaflor se liberó de trabajos y obligaciones y pudo disfrutar a partir de entonces de la tranquilidad que correspondía a una persona, perdón, a una localidad, de su edad. Arona, aún soltera y muy unida a su madre, podría  establecerse en las proximidades de Chasna, aunque cada vez que  visitaba a su madre tendría que  pasar necesariamente por las tierras de La Escalona, lo que les producía gran incomodidad, no olvidemos que desde aquel asunto relacionado con el Hermano Pedro, tanto ella como su marido fueron considerados vecinos “non gratos” para la familia. San Miguel, recibió una estrecha franja de terreno, entre sus hermanas, pero con notables aptitudes para el desarrollo agrícola y esto le produjo una gran ilusión porque tenía muchas expectativas en dedicarse de lleno a la actividad agropecuaria.

Granadilla, como hemos señalado, también quedó muy satisfecha. La chica tenía muchos proyectos para que las tierras del Sur abandonasen aquel atraso en el que tradicionalmente habían vivido. Su intención era organizar cuanto antes  y de una manera eficaz todo lo relacionado con  sus posesiones. La chica estableció su residencia en un pequeño caserío que habían fundado tiempo atrás un grupo de familias portuguesas; no es de extrañar por tanto que la  ermita del lugar estuviese bajo la advocación de San Antonio de Padua, que como el lector sabrá es también patrón de Lisboa. Aunque de reducido poblamiento, el caserío estaba perfectamente situado en un cruce de caminos, circunstancia  que con el tiempo se convertirá en un elemento fundamental para su desarrollo. Aquí convergían el camino real que enlazaba con Aguere y Añazo los distintos caseríos de las medianías del Sur  y que con el tiempo se convertiría en la Carretera General; el que enlazaba con  la costa, hasta las proximidades de la montaña Roja, y el que comunicaba con Vilaflor de Chasna, a la sazón la principal localidad de la comarca, que  se prolongaba por la cumbre hasta la Villa y el resto del norte de Nivaria.

Por aquellos años protagonizó Granadilla un episodio que recogen las crónicas históricas, aunque la realidad dista mucho de lo que cuenta la “verdad oficial”. El monarca había dado su autorización al navegante portugués Fernando de Magallanes para realizar una expedición hacia las Molucas (las islas de las especias) usando la ruta del oeste y a su vez, demostrar que la Tierra era redonda. Salieron de puerto de Sanlúcar cinco naves y se dirigieron a las Canarias para abastecerse y tomar agua dulce. Estaba previsto recalar en el puerto de Añazo, pero al final los buques se dirigieron al  sur de la isla, a la ensenada de la Montaña Roja, al saberse que eran perseguidos por una escuadra portuguesa. Esta es la excusa que la historia recoge para  explicar dicho cambio, aunque la realidad es bien distinta.

El navegante había tenido noticias por unos familiares de origen portugués residentes en el pueblo de La Granadilla, de la belleza de la señora del lugar, y tanto hablaron de ella que le picó la curiosidad por conocerla. Este es el motivo real de que la pequeña flota realizase las labores de aguada en las costas de Granadilla.

La historia no está muy clara, pero lo que es evidente es que hubo varios encuentros entre el navegante y la muchacha, en la hacienda de Chuchurumbache, junto al camino de la costa, y que como el lector muy bien sabe, con el tiempo sería el origen de la localidad de San Isidro. Tampoco es cierto que el portugués permaneciese en la zona solo dos días, es evidente que fueron algunos más, y lo es también que un marino avezado puede realizar ligeras modificaciones en el diario de a bordo sin provocar sospechas. Antes de su partida Magallanes le prometió a la muchacha no solo que al finalizar su periplo se trasladaría a la zona para residir en ella, sino que además le propuso matrimonio. Y así quedaron las cosas aunque también todos sabemos cómo acabaron.

Obviamente estos encuentros fueron llevados con gran sigilo y nadie tuvo noticias de ellos, a excepción de los protagonistas. Pero hay  otras cosas que son bastante difíciles de ocultar, y como el lector podrá imaginar, el embarazo es una de ellas. En efecto, como resultado de aquellos amores Granadilla quedó embarazada, y aunque era una chica que le importaba bastante poco el “qué dirán” comprendió que no  era la mejor manera de empezar su vida de muchacha emancipada.

Con el pretexto de que tenía que  consultar varios expedientes relacionados con la dotación de aguas y tierras de la parroquia de San Antonio en el momento de su fundación, y considerando que en aquellos momentos las islas aún constituían una única diócesis, cuya sede estaba en las Palmas, se trasladó a Gran Canaria cuando ya su estado empezaba a ser evidente; allí residió algunos meses, alegando que “las cosas de palacio van despacio”.

Dado que Las Palmas tenía cierta relación con su abuela y su tía Santa Cruz, y no especialmente cordial,  consideró que era más adecuado residir un poco alejada de ésta y se trasladó a Teror, donde  después del tiempo pertinente dio a luz a un niño, al que bautizó como “El Charco del Pino”, en honor a la virgen que se venera en aquella localidad grancanaria.

Obviamente no regresó con el niño a la isla, lo dejó al cuidado de unas religiosas del lugar y organizó todo lo relativo a su estancia antes de traerlo. En las cercanías de su residencia habitaba un matrimonio que trabajaban como medianeros de sus tierras, en las márgenes del barranco del Río. Ella era Chimiche, hija de Las Vegas, una de las vecinas que llevaba más tiempo residiendo en la comarca, y de la que más adelante hablaremos, y su marido, El Río, oriundo del norte de la isla pero que se había establecido en aquellas tierras cuando su tío Arico construyó la presa homónima. Resultó que por aquellas fechas el matrimonio había tenido gemelos, a los que llamaron “Los Blanquitos”, por lo rubios que eran, así que Chimiche fue contratada como ama de cría para el Charco del Pino antes de que lo trajesen de Gran Canaria.

Granadilla, muy versada en temas legales, organizó todo de la mejor manera posible. Así, Chimiche se trasladó con sus gemelos durante el tiempo que duró la lactancia y algunos años más, a las proximidades de la residencia de Granadilla,  a un lugar conocido como Vicácaro. Al Charco se le hizo pasar por hijo de ésta, con lo que a todos los efectos, la “señora” Chimiche había sido madre de trillizos, que dicho sea de paso, no podían ser más diferentes: dos blancos y rubios, “que daba gusto verlos”, como dirían las vecinas y otro, tirando a “negrusio”. Para ayudar a la madre con las criaturas, contrató a otra medianera de sus tierras, una señora ya mayor, llamada Chiñama, que habitaba en las proximidades de la montaña homónima y que desde el primer momento se encariñó con el Charco, al que estaría muy unida durante el resto de su vida.

Por otro lado, para ir preparando el terreno, Granadilla amadrinó a las tres criaturas cuando llegó el momento de “cristianarlos”, aunque a la hora de la primera comunión y la confirmación, solo lo hizo con el Charco. Hay que decir, no obstante, que siempre fue muy espléndida con Chimiche y su familia como tendremos ocasión de ver.

Al mismo tiempo que Granadilla iba superando estas primeras pruebas como localidad, perdón, como joven emancipada, San Miguel iniciaba también la suya al otro lado de barranco de La Orchilla. El muchacho se estableció en las proximidades de la ermita y posteriormente parroquia de San Miguel Arcángel, donde rápidamente entabló amistad con varios vecinos de los alrededores, casi todos de su misma edad: El Roque, Tamaide y el Frontón.

Lo primero que hizo fue poner en práctica una idea que llevaba madurando desde su estancia en la isla de los volcanes, mientras realizaba el servicio militar. En efecto, conocedor por sus estudios  e interesado desde muy niño por todo lo relacionado con la actividad agrícola,  durante su tiempo libre en aquella isla se dedicó a investigar sobre los diferentes procedimientos de cultivo; pudo comprobar in situ como  el ingenioso campesino conejero había ideado diferentes sistemas para  seguir sacándole partido a las tierras arrasadas por las erupciones de Timanfaya.


Allí conoció el que consistía en sembrar bajo cenizas, que absorbían la humedad del ambiente y permitían ciertos cultivos sin necesidad de riegos. Sus tierras, al menos las de medianías, no eran de muy mala calidad, pero la ausencia  de caudales constantes solo permitía unos discretos rendimientos bajo el régimen de secano.

Aunque desde hacía tiempo venía cultivándose en buena parte de la zona Sur sobre terrenos de pumitas, más o menos edafizados, San Miguel comprobó, que los suelos de mejor calidad, con un sustrato arcilloso, aplicándoles una capa de pumitas (o jable) en la superficie, podrían beneficiarse de un sistema similar al de los picones de Lanzarote. Este enarenado artificial reducía sensiblemente la necesidad de agua para los cultivos, y dado su éxito, se extendió rápidamente por toda la comarca, donde existían numerosos depósitos de pumitas. Este procedimiento para aprovechar los terrenos agrícolas alcanzó su máximo desarrollo en la jurisdicción  de su madre, dotadas de una mayor humedad dada su altitud.

A este respecto convendría señalar que los mayores depósitos de este material, que a partir de entonces se hizo imprescindible para gran parte de los campesinos locales, se encontraban en las tierras de Arico y Granadilla; se trataba de zonas realmente improductivas, de donde únicamente se obtenía material de cantería para la construcción de viviendas o de bancales de cultivo. Granadilla permitió que quien lo necesitase se abasteciese de jable en sus tierras, a excepción de los alrededores del barranco de Las Monjas, dado que se trataba de un lugar de gran belleza y originalidad por las formaciones que el viento y la lluvia habían modelado a lo largo de los siglos. Gracias a esta decisión podemos disfrutar hoy del maravillo paisaje natural de “Los Derriscaderos”.

Pero para San Miguel no todo consistía en trabajar; era bastante aficionado a la música y tocaba algunos instrumentos tradicionales, especialmente el timple. Así que con sus amigos formó una pequeña parranda con la que en  los días de fiesta se encargaba de animar bailes y romerías por  los caseríos de la comarca.

El chico lo hacía simplemente por divertimento y por pasar un buen rato con amigos y conocidos. Sin embargo, cuando la noticia llegó a oídos de la “ilustre dama” ésta puso el grito en el cielo y le comentó a su madre que para que habían servido tantos años de estudios y de esfuerzos, amén del prestigio que había alcanzado siendo adoptado por la viuda del Conde de Pinalito, para acabar tocando el timple por los pueblos como un auténtico “mago”. Vilaflor, que rara vez llevaba la contraria a su madre, le respondió con ironía que esos eran los problemas de la genética, que nadie tenía culpa que el chico hubiera salido igual de “parrandero” que su tío Arico. Como podrán comprender, La Laguna no tuvo otro remedio que morderse la lengua y allí quedó zanjada la cuestión.

En otro orden de cosas, ha llegado el momento de abordar el ámbito sentimental de uno de los protagonistas de este capítulo, que aunque resulte curioso, está íntimamente relacionado con el otro. Posiblemente ahora el lector empiece a entender por qué ambos municipios, perdón, personajes, comparten capítulo en este relato.  En efecto, San Miguel desde muy pequeño profesó un afecto muy especial y una gran admiración por su “hermana” Granadilla, sentimientos que con el tiempo se fueron transformando en algo diferente y que éste se negaba a aceptar, porque aunque en realidad no lo era, la consideraba una hermana.

Este sentimiento de afecto filial era compartido por Granadilla desde que el chico llegó a su casa y se fue afianzando con el paso del tiempo, añadiéndose un sentimiento de protección casi maternal, a pesar de que eran de edades similares. Aunque desde su infancia vivieron separados largos periodos de tiempo, la chica siempre mantuvo con éste  un contacto permanente, mucho más estrecho incluso que  con Arona. De hecho, fue ella la que insistió en que las tierras que recibiese de su madre estuviesen lindando con las suyas, para echarle una mano cuando lo necesitase.

Pero San Miguel era un muchacho con la cabeza bien amueblada y comprendió que aquellos sueños juveniles eran simplemente sueños y la realidad se imponía. No le quedaba otro remedio que buscar una chica y formar una familia, que era lo que ahora necesitaba para completar todas sus aspiraciones. Así que  en los “parrandeos” con sus amigos conocieron a dos hermanas que residían cerca de la costa y siempre iban juntas a los bailes: Las Zocas y Aldea Blanca; San Miguel se “ennovió” con la primera, que era la mayor y Tamaide, con la más pequeña. Como no había ningún inconveniente y el chico tenía su vida más que resuelta, al poco tiempo se celebró la boda. A ésta asistieron casi todos sus familiares, actuando de padrinos  su hermana Granadilla y su tío Arico. Lógicamente, la abuela no asistió, porque como sabemos, para ella la isla, por el sur, “terminaba” en la ladera de Güímar; sin embargo tuvo un detalle que nadie esperaba; como regalo de boda hizo todos los trámites necesarios, usando su influencia, para que la pequeña ermita del caserío fuese elevada a la categoría de parroquia, justo antes de la ceremonia.

A pesar de que el matrimonio empezó con muy buen pie, la felicidad no duró demasiado. Antes de un año, San Miguel cambió de estado civil, de casado a viudo, pues su esposa falleció a consecuencia de las complicaciones que se produjeron durante el parto del que sería su primer hijo. El marido sobrellevó semejante golpe gracias al apoyo de su familia, tanto de su madre como de sus hermanas. Así, Granadilla se encargó con celeridad de contratar  un ama de cría llamada Jama que vivía en Chasna  y que días antes había tenido un hijo, Trevejos, que de la noche a la mañana se convirtió en hermano de leche de su sobrino. Arona, por su parte, se trasladó temporalmente a casa de su hermano para ayudarlo con la criatura mientras  la necesitase. Poco después en niño  fue bautizado, imponiéndosele el nombre de Guargacho y actuando de padrinos su tía Arona y el mejor amigo de su padre, Tamaide.

Poco tiempo antes de su nacimiento y mientras realizaba trabajos de roturación en la zona baja de su jurisdicción, San Miguel había descubierto por casualidad los restos, bastante bien conservados, de un conjunto aborigen, en el paraje denominado Guargacho. Quedó tan impresionado por ello, que no dudó en dar este nombre a su recién nacido.

A partir de esta dura circunstancia, la  buena relación entre Granadilla y San Miguel se estrechó aún más, pues ésta consideraba que dado su carácter, en aquellos momentos su hermano necesitaba su apoyo más que nunca.

Coincidió también por estas fechas que tuvo lugar  un cambio de tipo administrativo muy importante  en la comarca. Tal circunstancia tendría notables consecuencias en un futuro e implicarían el engrandecimiento y desarrollo de la supremacía de Granadilla en las tierras de Abona. En efecto, aquel pequeño caserío situado en un cruce de caminos, con los años había ido adquiriendo  cada vez mayor desarrollo, hasta convertirse en el más poblado de Abona, merced sobre todo a su magnífica localización. Todo este proceso se vería reforzado con la llegada de la carretera general del Sur.

Durante varios siglos la “escribanía” de la comarca había estado asentada en Vilaflor, sin embargo, ya en aquellos momentos la mayoría de los expedientes eran de residentes en otras localidades, especialmente de Granadilla, por lo  convenció a su madre de la necesidad de su traslado. Vilaflor mostró en un principio ciertas reticencias, más por el temor a lo que diría el vecindario de Chasna que por ella misma, sin embargo, al final cedió. Por ello, a fines del XIX se establece la Notaría en Granadilla y tres décadas más tarde, gracias a su existencia, se crea el partido judicial homónimo que  comprendía, además,  todos los terrenos de su madre, sus hermanos y su tío Arico. Ese mismo año recibe el título de villa por parte del monarca y se construye la carretera entre la localidad y el embarcadero próximo a la Montaña Roja, puerto natural de su jurisdicción.

Todas estas circunstancias no hicieron sino aumentar su preeminencia en todo el sur de la Isla; pero a la chica le faltaba algo,  le embargaba un sentimiento de insatisfacción que no sabía explicar. Poco a poco y casi sin darse cuenta los hermanos, que no lo eran, se confesaron sus  verdaderos sentimientos, que resultaron ser coincidentes. Convencidos de que era la mejor opción para ambos, acordaron informar a sus familiares de su decisión de casarse, pues no había inconveniente alguno para ello.

A pesar de lo insólito de la situación, nadie puso trabas a  la celebración del matrimonio, pues su parentesco era más legal que real. De  esta unión  nacieron dos gemelos: EL Médano y Los Abrigos, al tiempo que Granadilla aceleró el proceso de adopción del Charco, confesándole previamente  a su hermano y ahora marido, la  historia de su origen.

El matrimonio recibió como regalo de  bodas, entre otras cosas,  el título de “Abona” para Granadilla, pues aunque la concesión fue otorgada por el gobierno de la nación, en realidad, todos los trámites para la incoación del expediente fueron iniciados por La Laguna. La abuela pretendía, una vez más, mostrar públicamente la predilección que sentía por su nieta, aunque alegó como pretexto para su solicitud la necesidad de diferenciarla de otras localidades peninsulares del mismo nombre. Su flamante marido, en cambio, tuvo que esperar casi un siglo para recibir el mismo título.

A partir del matrimonio de sus hermanos, expresión que aunque resulte chocante, solía utilizar con bastante frecuencia, Arona regresó a su casa con el convencimiento de haber cumplido con su deber y el agradecimiento sincero de su hermano. Pero sobre todo,  con la recompensa del afecto de su sobrino  Guargacho, para quien siempre fue como una verdadera madre.

 Por aquella época comenzó el gran desarrollo agrícola en  las localidades de la comarca de  Abona, gracias a las aguas que alumbraron en las cumbres sus tíos Fasnia y Arico. Sin embargo, hay que decir también que al altruismo de los anteriores para con el resto de sus parientes de Abona hay que sumar el de Granadilla, que fue quien costeó de su bolsillo el canal que debería traer las aguas y distribuirlas,   sin el cual, todo aquel esfuerzo hubiera resultado inútil.

Aquella expansión agrícola, especialmente el cultivo del tomate para la exportación en las zonas bajas, propició una intensa corriente inmigratoria desde otros lugares de la isla, sobre todo de la vertiente septentrional, pero también de manera singular desde la a Gomera. Numerosas familias de la isla colombina se trasladaban a la zona durante la zafra del tomate, residiendo en las conocidas “cuarterías”; sin embargo,  con el paso del tiempo y con la aparición de nuevas actividades, se  asentaron definitivamente en la comarca.

 Así surgieron numerosos caseríos, barrios y urbanizaciones, siendo el más destacado el de San Isidro, un chico peninsular que se estableció en las proximidades de la antigua hacienda de Chuchurumbache, a los pies de la montaña de Yaco. Éste había llegado de la Península tiempo atrás para trabajar en el hotel que se había abierto en El Médano y del que más adelante hablaremos. Pasado el tiempo y con el asentamiento de muchísimas familias en el barrio, procedentes de varios continentes, ha adquirido tal relevancia, que en los últimos años,  disputa a la señora de Abona la primacía, si no administrativa, al menos económica y poblacional, de su jurisdicción.



 A todo ello contribuyó la llegada de la autopista TF-1 y la instalación en sus proximidades de una serie de infraestructuras de enorme relevancia para el desarrollo reciente de la vertiente meridional de la isla en particular, y de toda Nivaria en general. En efecto, Granadilla de Abona no pudo beneficiarse directamente de la gran expansión turística que han conocido su hermana Arona  y  otros términos municipales  vecinos, convirtiéndose, no obstante, en lugar de residencia para los trabajadores de las urbanizaciones turísticas.

La relación entre ambas localidades, perdón personas, es bastante cordial, como corresponde a dos vecinos, sin embargo, cada uno de ellos, en su fuero interno, se considera “mejor” que el otro y siempre que puede procura ponerlo en evidencia. Para Granadilla, su vecino es un advenedizo, que llegó a sus tierras con las manos vacías y se ha convertido en un “nuevo rico”, pero no se le puede comparar en belleza y abolengo. Para San Isidro, Granadilla es una “señora” para la que pasó su época de esplendor y vive aferrándose sus recuerdos ajena a los cambios del mundo actual.

Lo cierto es que San Isidro, con astucia, ha sabido  engatusarla en más de una ocasión, por ejemplo con el caso de su primer centro de enseñanza secundaria. Durante décadas, Granadilla contó con el único instituto de la comarca, donde estudiaban alumnos de casi toda Abona. Ante el crecimiento poblacional de San Isidro y la necesidad de contar con un centro de estas características, utilizó una argucia para que la señora de Abona no pusiera inconvenientes a la creación del mismo. Sabedor, y no me pregunten cómo, de que ésta tenía algún tipo de relación “inexplicable” con el navegante portugués que tiempo atrás había recalado junto a Montaña Roja, le propuso que el nuevo centro se denominase “Magallanes”. Ante tal ofrecimiento, a  ésta no le quedó otro remedio que ceder, eso sí, sin mostrar demasiado interés, para evitar cualquier tipo de “sospechas” innecesarias.

Gracias a esa decisión, algún tiempo después, este humilde “juntaletras” tuvo oportunidad de ejercer la actividad docente en aquel centro, del que guarda un recuerdo muy especial.

Enlazando con lo que hablábamos anteriormente, Granadilla jamás gozó de buenas aptitudes para la actividad  turística, a pesar de contar con extensas playas en su litoral. Esta situación fue ya intuida por Sabino Berthelot cuando visitó la zona  en las primeras décadas del siglo XIX y habló del terrible viento que azotaba continuamente aquellas tierras.  Aunque tampoco hay  que olvidar que el primer hotel que se abrió en la comarca del Suroeste se instaló en El Médano, en la década de los sesenta del siglo XX, ocupando el solar de un antiguo almacén de empaquetado de tomates.

Como ya dijimos, el término de Granadilla, además de su relevante función residencial, se ha convertido en sede de una serie de infraestructuras esenciales para el desarrollo reciente de la Isla: aeropuerto del Sur, Polígono industrial (el más extenso de Nivaria) y más recientemente el Puerto, construido presuntamente para descongestionar el de Añazo. Con relación al aeropuerto, habría que señalar que ya a mediados del siglo XX se había establecido un pequeño aeródromo en las proximidades de la Montaña Roja y del caserío del Médano, anticipándose en unas décadas al aeropuerto internacional que se construiría a no muchos  kilómetros.

San Miguel también se ha beneficiado de su excelente localización y ha sabido sacar provecho de la misma. Aquellos amigos que había conocido en el colegio religioso de La Orotava, la mayoría naturales de la comarca de Daute, en el noroeste insular, con el tiempo emigraron a Venezuela y más tarde regresaron, como no, cargados de bolívares. Le propusieron invertir en la creación de un gran parque comercial y de servicios en las proximidades de la autopista, para lo que él tendría que aportar los terrenos. El negocio salió redondo, porque la gestión del mismo se la encargó a una chica peninsular muy eficiente, llamada Las Chafiras, que además pasados unos años se casó con Los Abrigos, con lo que todo quedaba en la familia.

A pesar de contar con un litoral relativamente escaso, gracias a su esposa, pudo sacar un extraordinario beneficio de aquellos eriales.  Granadilla solía visitar con relativa frecuencia a aquella institutriz inglesa, que había continuado residiendo en Aguere después de cumplida la tarea para la que había venido  a la isla. Aparte del afecto y agradecimiento que sentía por Miss Nilson, le encantaba pasar la tarde conversando en inglés mientras tomaban el té. En una de aquellas charlas convinieron que sería una buena idea buscar una zona con un clima más templado que Aguere donde pasar el resto de sus días y que podría compartir con muchos de sus conocidos que aún residían en Inglaterra, todos ellos de edad avanzada.

Granadilla  comprendió que el lugar más adecuado podría ser el litoral de San Miguel, algo alejado del bullicio turístico  y con un clima ideal. Después de convenció a su marido de que invirtiese en un campo de golf y pequeñas urbanizaciones en aquellos eriales donde solo había rebaños de cabras y canteros abandonados. Por último, aprovechando su dominio del inglés y los contactos de Miss Nilson, organizó una sociedad que se encargaba de traer jubilados ingleses a la isla y buscarles residencia en aquellas urbanizaciones de su marido. El negocio resultó redondo y en poco tiempo San Miguel contó en su término con una numerosa colonia inglesa que revalorizó enormemente su zona costera.

Este capítulo correspondiente a los señores de Abona quedaría incompleto si no dedicásemos algunas líneas del mismo a sus hijos. Los gemelos, El Médano y Los Abrigos, aparte de compartir su gusto por el mar, tomaron desde muy pronto caminos diferenciados. En efecto, ambos se dedicaron inicialmente a la pesca y a la actividad de cabotaje en una época en la que las comunicaciones por carretera no estaban lo suficientemente desarrolladas. Así El Médano se convirtió en el embarcadero de Granadilla y todos los caseríos próximos, mientras que Los Abrigos servía a San Miguel, e incluso a su abuela Vilaflor, que ocasionalmente también utilizaba el de Montaña Chayofita.

El Médano, posteriormente, intentó complementar estas actividades con otras relacionadas, como el empaquetado de tomates para la exportación y el turismo. Sin embargo, no tuvo demasiado éxito con las mismas y en los últimos años se ha orientado hacia la función residencial y también por una serie de actividades deportivas relacionadas con la presencia constante del viento, con las que ha llegado a convertirse en referente nacional e internacional. Muy joven aún se casó con una chica de la zona, a la que conocía desde su época escolar, La Tejita, y recientemente han convertido a Granadilla en abuela, con un niño que es el vivo retrato de su padre y al que han puesto el nombre de El Cabezo.

Los Abrigos, en cambio, siempre lo tuvo muy claro; así, cuando el tráfico de cabotaje dejó de tener relevancia, continuó dedicándose a la  pesca, que era lo que realmente le gustaba. Además, ésta actividad ha propiciado la aparición de numerosos restaurantes y casas de comida a los que no falta clientela procedente de los núcleos turísticos vecinos. Como dijimos anteriormente, acabó casándose con aquella chica peninsular que trabajaba para su padre, Las Chafiras.

El Charco del Pino, algo mayor, vivió siempre más ligado a su madre, su antigua aya Chiñama, y sus “hermanos de leche”, Los Blanquitos. La mayor parte de su vida la ha desarrollado en las medianías, excepto el tiempo que estuvo estudiando en el instituto de Aguere. No quiso cursar estudios universitarios, por lo que volvió a casa y su madre lo colocó en la recién creada notaría. Comparte esta actividad con la agricultura, por la que siempre mostró gran interés y la mayor parte de sus amistades son gente de la zona: La Higuera, El Draguito, La Cantera, etc. entre las que conoció a su mujer, La Cruz de Tea.

Es muy aficionado a todo lo relacionado con la cultura tradicional canaria: lo puedes ver  tanto con sus bueyes en una competición de arrastre de ganado, como entrenando a un equipo de lucha infantil o participando con mucho “jeito” en una exhibición de juego del palo. Pero si hay algo que le gusta son las romerías y no hay una que se pierda. Cuando era pequeño, el hermano de su “madrina”, que luego sería su “madre”, que más tarde se convertiría en su padrastro (aunque en realidad ni siquiera era su tío) es decir, San Miguel,  solía llevarlo a las romerías que se celebraban en la comarca, e incluso le enseñó a tocar el timple, con el que acude a todas las que tiene ocasión.


Su interés va más allá de los deportes vernáculos o de la música. Se ha convertido en el “corresponsal” en la comarca de su tía-abuela Fasnia, colaborando en la recopilación de dichos y refranes populares canarios por los caseríos de Abona. Esta curiosidad por lo vernáculo originó en su momento ciertas fricciones con su madre y su tía Güímar. Ya dijimos anteriormente que Granadilla fue muy generosa con Chimiche y su marido y no digamos con los gemelos, a los que costeó los estudios secundarios y universitarios  en Aguere. Además, cuando tras su boda se produjo el proceso de adopción del Charco, el matrimonio obtuvo de ésta la propiedad de numerosas fincas que habían estado trabajando como medianeros durante años. Pero no todo se reduce al aspecto económico; el tiempo de convivencia pasado generó unos lazos afectivos muy fuertes entre El Charco del Pino y su “supuesta” familia. Siempre consideró a Las Vegas como su abuela materna y allí pasaba muchos veranos con Los Blanquitos, al cuidado siempre de su aya Chiñama. En aquel pequeño caserío asistía todos los meses de julio, primero como espectador y luego como  músico, a la “danza de las varas”.

Precisamente esta actividad lúdica, por denominarla de alguna manera, generó, como indicamos anteriormente, el único desencuentro serio que tuvieron Granadilla y su hijo. En efecto, el chico siempre fue un admirador de esta danza y un día se le ocurrió escribir un opúsculo sobre su origen y significado. Al chico le sobraba entusiasmo y le faltaba capacidad y conocimientos necesarios, por lo que en el mismo  se atrevió a afirmar que se trataba de una danza aborigen. Granadilla tras leerlo, le comentó que según lo que ella sabía estaba en un error y había sido un poco osado con tal afirmación; ese intercambio de opiniones desembocó en una agria discusión y posteriormente en cierto distanciamiento entre madre e hijo.

Al tratarse de opiniones contrarias, Granadilla decidió que lo que procedía era el dictamen de un especialista, y como no podía ser de otra manera, encargó el estudio pertinente a su hermana Güímar, cuya cualificación estaba fuera de toda duda. Ésta, después de los estudios pertinentes concluyó que efectivamente, la citada danza, después de tantos años, formaba ya parte del acervo cultural canario, pero que en absoluto tenía un origen autóctono. Se trataba de una danza de origen catalán, concretamente de la localidad  tarraconense de El Vendrell y que posiblemente había llegado a la localidad con la familia catalana de los Guimerá, que tenían allí una hacienda desde mediados del siglo XIX. Ante tales argumentos, sobre todo viniendo de dónde venían, al Charco del Pino no le quedó otro remedio que dar su brazo a torcer, pedir disculpas a su madre y abstenerse en lo sucesivo de “meterse en camisas de once varas”.

Para finalizar con la prole de los ”señores de Abona” solamente nos resta dedicar unas líneas a Guargacho, hijo de San Miguel y su difunta esposa Las Zocas. El muchacho, tras el matrimonio de su padre pasó a compartir su vida con el resto de sus “hermanastros”, aunque siempre estuvo muy ligado a su tía Arona, quien guió sus primeros pasos y con la que pasaba largas temporadas. De Guargacho hablaremos con más detalle en el capítulo dedicado a Arona, puesto que su futuro como adulto, estará especialmente ligado a ella.

Llegados al momento actual solo podemos concluir que la vida del matrimonio formado por Granadilla y San Miguel, a pesar de tantas vicisitudes como han tenido que superar desde su más tierna infancia, transcurre de manera apacible. San Miguel, un poco por su carácter algo retraído y otro por los sentimientos que profesa hacia su esposa, ha sabido ocupar un discreto segundo plano en relación a ésta, logrando fortalecer cada vez más los lazos que los unen. Por tanto, tras conocer algunas pinceladas de su trayectoria vital a lo largo de este capítulo, convendrán  los posibles lectores que los protagonistas deben llevar con todo merecimiento el título de “ Señores de Abona”.



José Solórzano Sánchez ©