sábado, 9 de mayo de 2020

HISTORIAS DE LA FAMILIA NIVARIA-ACHINECH. 12.LA FAMILIA DE "LOS ACENTEJO"


       
 



   



En uno de los capítulos dedicados a los hijos “adoptivos“ de La Laguna llevamos a cabo una breve presentación de uno de ellos, Tacoronte y avanzamos que más adelante le dedicaríamos el espacio que le correspondía, tanto a él como a la familia que formó.

Tacoronte fue el primero de los mellizos en salir de casa. Ya hemos hablado de su relación con sus hermanos, su afición por el fútbol y  la actividad agrícola. Desde pequeño fue siempre un chico bastante discreto que pasaba desapercibido ante los demás. Muy tranquilo, como su mellizo, Tegueste, compartía con éste y con El Rosario la mayor parte de sus juegos.

Hicieron juntos  sus estudios elementales   en el colegio de La Salle, centro con gran arraigo en la ciudad, que había sido creado bajo el patrocinio de doña María de la Concepción Salazar. Después de superar el “Ingreso” realizó el bachillerato en el Instituto de Canarias.  El trato constante de su madre con el clero de la ciudad, la cercanía del obispado y su paso por el colegio de la Salle, sembraron en él la semilla de la vocación religiosa, algo que mantuvo siempre en secreto. Aunque más de un lector pensará con ironía que el motivo de más peso para este sentimiento sea posiblemente que fue concebido en la celda de un convento,  es evidente que este hecho era totalmente desconocido para él.

Desde muy pequeño sabía que su hermano mayor Arico era el único miembro de la familia destinado a formar parte del clero, de dejarlo claro se encargaba continuamente su madre, aún sin sospechar que alguno de sus otros hijos tuviese este interés. Con un sacerdote y posible “obispo” o “arzobispo de Canarias, ya era suficiente en la familia. Su prudencia y discreción le aconsejaron silenciar esta vocación y todo lo más que hizo en este sentido fue dedicarse a impartir catequesis en sus ratos libres, junto a otros compañeros y amigos de La Salle.

Cuando se encontraba cursando el PREU llegó a sus manos una biografía del Padre Damián, misionero “apóstol de los leprosos”. El impacto que le produjo esta lectura y  el afán de servicio a los demás, le convenció de que si no podía dedicarse a “salvar almas”, al menos podría enfocar su actividad  a “curar cuerpos”,  por lo que decidió que su futuro personal y profesional estaba en la medicina. Pero su madre acabó de un plumazo con sus pretensiones en cuanto el muchacho se lo hizo saber. Aún tenía presente la experiencia de su hijo mayor, Arico, en la Península y ni por asomo quería volver a repetirla, aunque consideraba que eran dos caracteres completamente diferentes. Así que lo convenció de que lo más adecuado era que cursara magisterio, ya que al fin y al cabo “enseñar al que no sabe” era también una obra de misericordia y una forma de servir a los demás. El muchacho fue incapaz de  contradecir a su madre y como su mellizo y su hermana Fasnia, se preparó para ejercer como maestro.

Ni que decir tiene que fueron unos estudios cursados “a desgana”. Sabemos también que desde pequeño pasaba muchos ratos en la Vega en contacto con los medianeros de su madre y sentía un gran interés por el campo y sus actividades. Poco a poco, casi sin darse cuenta, fue adquiriendo unos conocimientos bastante sólidos en lo relativo a la agricultura. Así que una vez finalizado sus estudios de magisterio y convencido de que jamás iba a dedicarse a la docencia, realizó un peritaje en agronomía, que complementó los conocimientos prácticos que ya poseía en la materia. Luego vino el servicio militar y a su regreso llegó la hora de buscar una ocupación.

En vista de su actitud y aptitudes su madre le cedió extensos terrenos en la zona que denominaban Acentejo, y que en tiempos de los guaches había formado parte, curiosamente, del menceyato de su nombre, Tacoronte. Seguidamente se puso manos a la obra  y se dedicó al cultivo del viñedo, con el que obtenía unos vinos de excelente calidad, muy afamados en la isla. Los buenos resultados alcanzados propiciaron que toda la superficie comprendida entre sus mejores fincas y los límites de Taoro, se dedicasen  a la viticultura, en buena parte a cargo de sus hijos, como más adelante veremos. El éxito conseguido, además, animó a su hermana y cuñado (Tejina y Valle Guerra) a extender este cultivo por sus tierras. Con el tiempo, todo este territorio obtuvo una denominación de origen para sus caldos, la conocida Tacoronte-Acentejo.

Además de su trabajo con las viñas, por su relación con los campesinos de la zona, Tacoronte comenzó a interesarse por diferentes deportes autóctonos, en los que destacó por su habilidad. Era un excelente boyero y sus yuntas solían salir ganadoras en la mayoría de las competiciones de arrastre de ganado en las que participaba. Otro tanto puede decirse del juego del palo, en cuyos combates participaba con singular maestría. Pero donde realmente destacó fue en la lucha canaria, siendo uno de los puntales más destacados de su equipo durante muchas temporadas. Posteriormente una lesión le apartó del terrero, aunque dada su afición, siguió entrenando a equipos infantiles de Acentejo.

Curiosamente, su vida se halla muy ligada a Portugal, por diferentes motivos y que procede comentar. Una vez inspeccionados los terrenos cedidos por su madre, que cubrían una extensión considerable, se instaló en las proximidades de  la ermita de Santa Catalina. Tenía como vecinos a los descendientes directos del fundador de la localidad, un colono portugués, oriundo de Guimarães, al que su abuelo había cedido tierras tras la conquista. Se llamaba Sebastián Machado y fue precisamente él juntos a otros vecinos lo que erigieron la citada ermita.

El segundo personaje fue Louis Gomes Camacho, al que conoció mucho tiempo después. Originario de Madeira, había iniciado la actividad hotelera en Santa Cruz, y con el tiempo, consciente de las excelentes cualidades del lugar para los veraneantes y sus familias, construyó un hotel en la localidad. Este se convirtió durante los veranos en el lugar de reunión de la mejor sociedad tinerfeña y sus familias, la mayor parte de origen extranjero. Las relaciones del señor Camacho con Tacoronte eran estupendas, por los grandes beneficios que le aportaba en todos los sentidos, especialmente, cuando consiguió que el tranvía que se había instalado entre Santa Cruz y La Laguna, ampliase su trazado pocos años después para acabar en la localidad. Igualmente estableció un servicio de guaguas entre La Laguna y Garachico, pasando por La Orotava e Icod.


Este personaje tuvo una importancia destacada en dos hechos trascendentales en la vida de Tacoronte, el primero de carácter público y el segundo, privado. En efecto, cuando el rey Alfonso XIII visitó la isla en 1906, deseando conocer el valle de La Orotava y el Puerto de la Cruz, utilizó el tranvía hasta Tacoronte y de allí hasta su destino en otros medios de transporte. Pues bien, se dice que le fue servido tan buen desayuno en el Hotel Camacho, que en uso de sus prerrogativas decidió otorgar a Tacoronte el título de ciudad. Aunque el motivo de la citada concesión fue oficialmente “debido al desarrollo de su agricultura, industria y comercio y su constante adhesión a la Monarquía Constitucional”.




El motivo por el que estuvo siempre agradecido al señor Camacho, fue porque gracias a él e indirectamente al trazado de la línea de tranvía, como veremos a continuación, se produjo el encuentro con su futura esposa y sobrina, Santa Úrsula.

La chica era la hija menor de La Orotava y el origen de su nombre resulta bastante curioso. Sus padres tenían una pequeña lista para elegir entre ellos el que destinarían a la recién nacida, aunque no habían optado por ninguno. Llegó la hora de buscar padrino y La Orotava recordó a un personaje de su infancia y consideró que era la persona más adecuada para ello, ya que no deseaba bajo ningún concepto que el padrinazgo recayese en alguno de sus familiares directos, como era habitual.

En efecto, aquel invierno que pasó en el sur de la isla, huyendo de la humedad lagunera, tuvo ocasión de conocer a la figura más importante de la zona, Adeje, que desde que se enteró a qué familia pertenecía, no dejo de colmarla de atenciones. La familia de este caballero había recibido de su abuelo, don Alonso, tierras y aguas para el establecimiento de un ingenio azucarero, pero este es un asunto del que hablaremos en otro capítulo. Adeje poseía una antigua casa-fortaleza, pero pasaba la mayor parte del tiempo  en otra que residencia de su propiedad situada en la playa del Bobo. La Orotava, niña al fin y al cabo, cada vez que oía este nombre le entraban ganas de reír, porque imaginaba que lo de “bobo” se refería a aquel señor. Fue en más de una ocasión a visitarlo , con su séquito obviamente, y siempre le quedó un recuerdo imborrable de aquel caballero tan educado. Había sido invitado a su boda, pero no pudo asistir por motivos que se desconocen, pero ello no le impidió enviar un buen regalo a los contrayentes.

Ni que decir tiene que cuando le llegó la propuesta de apadrinar a la benjamina de aquella niña que había conocido tanto tiempo atrás, convertida ahora en la segunda localidad, perdón, quise decir persona, más influyente de la isla, aceptó sin pensárselo. La única condición que puso fue que se le impusiese a la recién nacida el nombre de Santa Úrsula, que era el de la advocación de la parroquia de Adeje, erigida casi desde la finalización de la conquista.  Como es natural, La Orotava y su marido aceptaron con gusto la “sugerencia” ya que les pareció un nombre muy original, y sobre todo, muy “cristiano” después de haber leído la historia de la Santa y las once mil vírgenes que la acompañaron en su martirio.

A la niña le fue impuesto ese nombre en una ceremonia que tuvo lugar en la iglesia de La Concepción de la Villa y luego todos los presentes, la mayoría familiares,  se trasladaron para celebrar el convite al mejor hotel de la comarca. Según parece hacía muy poco que  había sido inaugurado por un extranjero en las proximidades de Martiánez y hay que decir, en honor a la verdad, que su madre fue reacia en un primer momento a que el evento tuviese lugar en el citado establecimiento, ya que consideraba que a la hora de elegir su nombre, el propietario o propietarios lo habían hecho con la intención de incomodarla. En efecto, se denominaba Hotel Taoro y le recordaba al antiguo nombre de lo que ella consideraba con orgullo “su Valle”. Pero viendo que era el más apropiado para celebrar un evento de tal relevancia, aceptó. Le molestaba de tal manera esa denominación, que tiempo atrás, aprovechando su posición de socia de honor del Liceo Taoro, propuso modificar los estatutos para que se cambiase por “Liceo Orotava”, sin embargo, la presión de la mayoría de los socios y sus amenazas con darse de baja del mismo, evitaron ese cambio.

El padrino colmó de regalos a la recién “cristianada” y entre ellos,  una casa en la playa del Bobo, muy cerca de la suya, para que pasase allí los veranos cuando fuese mayor. Los padres aceptaron el regalo aún a sabiendas que la niña jamás la pisaría, dado las dificultades que suponía trasladarse a aquel “desierto” lleno de cabras y tabaibas.

La niña creció como es natural rodeada de mimos y atenciones, ya que se llevaba algunos años con su hermano. Además, se convirtió rápidamente en el ojito derecho de su padre. Ya sabemos que poco después se produjo el distanciamiento físico de sus padres y el abandono de la isla por parte de su progenitor, tras arruinarse con la crisis de la cochinilla. Pero era tal el cariño que le profesaba, que  no había semana que no fuese a verla o llevarle todo tipo de regalos, y cuando se fue a Venezuela, no había mes que no le enviase una carta, algo que no hacía con nadie más, ni siquiera con su hermano o con su esposa. La niña, en cuanto aprendió a escribir, correspondía a este afecto paterno, contestando puntualmente  a sus misivas.






Hablando de escritura, Santa Úrsula hizo sus estudios elementales en el colegio religioso para niñas que existía en la Villa. Cuando llegó la hora de iniciar el bachillerato, tal como hicieron varios miembros de su familia, se inscribió en el Instituto de Canarias. No le quedó otro remedio a su familia que buscarle alojamiento en Aguere, porque con los medios de transporte de la época, el traslado diario a clase desde su domicilio era impensable. Su abuela se ofreció (con la boca pequeña) a alojarla en casa, pero La Orotava, alegando que no quería cargar a su madre con responsabilidades innecesarias, y dado que disponía de medios suficientes, alquiló una vivienda en la calle San Agustín. Allí residieron durante varios cursos la niña, dos muchachas del Valle  (La Vera  y Las Arenas) que se encargaban de los trabajos de la casa y una especie de institutriz, contratada exprofeso para el seguimiento de los estudios de la niña. Resultó ser nada más y nada menos que Guamasa, aquella chica que cuando estudiaba  en la facultad se le relacionó con su primo El Portezuelo.

Una vez finalizados los estudios medios, llegó el momento de tomar decisiones de mayor trascendencia. Para su madre era indiferente que estudiase o no una carrera, estaba enfrascada en mil asuntos, su padre en cambio, aún desde Venezuela, la animaba a continuar con su formación. Estaba hecha un lío y se decidió a pedir consejo a su tía Güímar, a la que admiraba profundamente. Cuando aquella vino a Aguere a encargarle un traje de chaqueta a su hijo, para las fiestas de San Pedro, quedaron en la dulcería La Princesa, y allí, con una bandeja de rulos y merengues hablaron largo y tendido. Su tía le recomendó que ampliase su formación todo lo que le fuese posible, si realmente se sentía capaz, ya tendría tiempo más adelante para dedicarlo a otras cuestiones ( se refería a casarse y tener hijos, que era lo que se esperaba de ella).

Siguiendo sus consejos  e indicaciones como especialista en archivística, además de sus gustos personales, consideró que lo más apropiado era estudiar letras y especializarse en Historia. Sentía un gran interés por lo acontecido en la isla, que en definitiva era la historia de su familia y también por los primitivos habitantes de Nivaria, entre los cuales también se encontraba algún antepasado suyo, por ejemplo, su bisabuela Aguere.

El trazado del tranvía hasta Tacoronte,  así como el establecimiento de la línea de guaguas entre La Laguna y Garachico, con parada en La Orotava, habían mejorado mucho las comunicaciones entre Aguere y el norte de la isla. Esto le permitía asistir a clase a la facultad, eso sí, a costa de  unos buenos madrugones diarios, y  volver a casa por la tarde. Ya desde que había acabado el PREU, su madre entregó las llaves de la casa,  que durante algunos años fue su residencia en La Laguna y a Guamasa se le acabó su contrato de institutriz. Las otras dos chicas del servicio volvieron al Valle, con la promesa de La Orotava de buscarles una colocación lo antes posible.

Santa Úrsula comenzó con normalidad el curso, trasladándose diariamente a La Laguna en guagua. Esta hacía una breve parada en la Estación de Tacoronte, donde los viajeros aprovechaban para desayunar o cambiar al tranvía, cuando procedentes del norte se dirigían a Santa Cruz. Así que en el bar se encontraban por un rato viajeros de ambos medios de transporte. La chica  se tomaba un cortadito y unos churros, ya que salía muy temprano de su casa y a esa hora el estómago clamaba por alguna entrega.

Ya señalamos anteriormente que Tacoronte siempre le estuvo muy agradecido al señor Camacho, porque además de los numerosos beneficios para la localidad, indirectamente, con sus iniciativas, contribuyó a su felicidad futura. Hemos visto como el muchacho, con un carácter bastante tranquilo, desde que se emancipó se entregó de lleno a sus ocupaciones y a algunas actividades de ocio nada censurables, mientras que lo de buscar pareja no le quitaba el sueño. Pues bien, las breves pausas de la guagua en el bar de la Estación de Tacoronte, coincidían con el momento en que el muchacho se tomaba el cortado antes de iniciar su visita a las fincas y empezó a coincidir con su sobrina. La había visto en algunas ocasiones en encuentros familiares, pero la primera vez que se la topó se sorprendió de cuánto había crecido en los últimos tiempos y de cómo se había convertido en una bonita muchacha.

Hay que decir que la diferencia de edad entre ambos era mínima, ya que Santa Úrsula era su segunda sobrina por edad, después del Puerto de la Cruz, y él, en cambio, junto al otro mellizo, el menor de sus tíos. Por tanto, dos chicos jóvenes, familiares y además con caracteres similares, es normal que congeniaran y que la cita del cortado se convirtiese en fija. Habitualmente charlaban sobre temas intrascendentes y poco a poco fueron pasando a otros de carácter más personal. La chica, sin comentar nada en casa, cambió la guagua por el tranvía desde Tacoronte, para llegar a la facultad; con ello tenía un cuarto de hora más disponible para “el cortado”. Poco después cogió la costumbre de bajarse de la guagua en el camino de vuelta y allí estaba su tío esperándola para tomar algo y seguir con sus conversaciones. En casa, por prudencia, simplemente comentaba ocasionalmente que había saludado a su tío.

Y como el lector podrá  adivinar, cupido lanzó sus flechas con fuerza a los dos jóvenes y éstos acabaron ennoviándose. Quedaba el trámite de comunicarlo a la familia, escribo en singular, porque era la misma para los dos. En eso llevaban una ventaja en su relación con respecto a otras parejas, porque en este caso, a nadie se le ocurriría alegar que el chico o la chica no eran “de buena familia”. Tacoronte estaba tranquilo, porque consideraba que su parentesco era “ficticio” y en realidad no eran tío y sobrina,  y con seguridad todos pensarían lo mismo. La única que podría sacarlo de su error era La Laguna, pero como comprenderán, en estos momentos de su vida no estaba para remover asuntos del pasado.

Tuvieron suerte los jóvenes, porque no hubo inconvenientes a su relación. La Laguna estaba contenta con que su hijo encontrase pareja, y mucho más siendo una chica bonita y educada, además de su nieta. Realejo Alto, como siempre, apoyó a su hija en su decisión, y La Orotava, enfrascada en el asunto de la UNESCO, no tenía la cabeza para otros temas y además ¿qué podía decir de su hermano “adoptivo” sino que era un muchacho excelente? No vamos a detenernos demasiado en lo que ocurrió después, simplemente apuntar en cuanto la chica acabó la carrera se celebró la boda en la Iglesia de la Concepción de La Orotava y el ágape tuvo lugar en uno de los innumerables “guachinches” que empezaban a crearse en la zona de Acentejo. Convendría señalar que pese a un rechazo inicial de los invitados al conocer que el convite se celebraría en un lugar con tan poco ”glamour” enseguida cambiaron de opinión al enterarse que el contrayente aportaría sus mejores vinos.

Como solía ocurrir en aquella época, pasado un tiempo prudencial después de la boda, se celebraba algún bautizo, con lo que lo que a los invitados casi ni les daba tiempo de guardar sus “trajes de fiesta”. Primero nacieron dos gemelas, Encarnación y Rosario, y  un año después un niño, al que llamaron El Sauzal. Las gemelas fueron apadrinadas por su tío el Puerto de La Cruz y una de sus parientas venezolanas, La Perdoma. En el bautizo del Sauzal, en cambio, actuaron de padrinos sus tíos Tegueste y Las Canteras.

La familia de “Los Acentejo”, como empezaron a llamarlos por el lugar donde tenían su residencia,  son conocidos por su discreción, su buen hacer en cualquier actividad que realizan y porque se llevan bien con todo el mundo. Como  su residencia se encuentra en un punto tan estratégico, a medio camino entre el Valle de La Orotava y Santa Cruz o La Laguna,  se ha convertido en el lugar de parada obligada para reponer fuerzas y enterarse de las últimas noticias familiares.


Las gemelas estudiaron en el colegio religioso de la Villa, donde lo había  hecho su madre tiempo atrás. Además, tuvieron la suerte de que éste había incorporado la enseñanza secundaria a su oferta, con lo que hasta el momento de entrar en la universidad no necesitaron realizar grandes desplazamientos. Precisamente en los años que cursaban  estas enseñanzas tuvo lugar un acontecimiento que cambió sus vidas, o mejor dicho sus nombres, para siempre.





Ya dijimos que su madre, Santa Úrsula, había cursado la carrera de Historia, especializándose en todo lo relativo a Canarias, incluyendo la etapa aborigen. Aunque no ejerció nunca como docente, debido a su temprano matrimonio, siguió formándose y realizando  trabajos de investigación sobre el tema, publicados en diferentes revistas universitarias. Por ello, cuando las chicas tuvieron que llevar a cabo un trabajo de fin de curso preuniversitario, en la materia de Historia, ella les propuso que orientaran su estudio hacia  la comarca de Acentejo, que ocupa gran parte de lo que fue el antiguo menceyato de Tacoronte y parte del de Taoro. Las chicas aceptaron encantadas, ya que  su madre se ofreció para orientarlas y además, en caso de necesidad, podrían contar con la ayuda de su tía-abuela Güímar.

Encarna y Rosario, en cuanto llegó el momento, se pusieron manos a la obra “para que no las cogiese el toro” y empezaron a moverse por distintos archivos, especialmente el del Cabildo de La Laguna, al que su bisabuela les facilitó la entrada. Rosario, en el curso de sus investigaciones, quedó profundamente impactada por todo lo relativo a la primera batalla de Acentejo, conocida como la Matanza de Acentejo, donde las tropas castellanas fueron desbaratadas por los guanches. Sintió un profundo respeto y admiración por aquellos, cuya sangre también corría por sus venas, gracias a su tatarabuela Aguere. Encarna en cambio, mientras ojeaba legajos y manuscritos, experimentó un sentimiento similar, pero hacia las tropas castellanas, especialmente hacia quien las mandaba, su tatarabuelo don Alonso, cuando derrotó a sus oponentes un año más tarde. Esta sería la segunda batalla de Acentejo, conocida como La Victoria. Las chicas se empeñaron con ganas en la elaboración del trabajo,  supervisado por su madre, y obtuvieron la máxima calificación, además de la felicitación de todas las profesoras.

Hacía poco que su abuelo, Realejo Alto, había regresado de Venezuela, podríamos decir “cargado de bolívares”, pero lo cierto es que ésta aún formaba parte del Imperio Español y no es posible tal afirmación. Éste, que había conocido a las chicas a su vuelta, decidió sufragar la publicación del trabajo como regalo de graduación, sobre todo después de conocer que ambas iban a estudiar la carrera de Historia el próximo curso.


La realidad es que las consecuencias de la citada tarea van mucho más allá de lo dicho, porque las chicas  apenas lo finalizaron decidieron cambiar sus nombres, en homenaje a aquellas batallas de Acentejo en las que participaron sus antepasados, de algún modo, en ambos bandos. Esperaron hasta la fiesta de cumpleaños de su abuela, y allí, cuando estaba reunida toda la familia, manifestaron que al no poder repetir su bautismo y que en todo caso, la Iglesia no admitiría los nombres elegidos,  querían que a partir de esa fecha se les llamase La Matanza (de Acentejo) y La Victoria (de Acentejo). La decisión tomó por sorpresa a los asistentes, menos a su madre, sin embargo nadie puso objeción alguna.




Este es el motivo por el que los “vitorieros” y “matanceros” escaparon de que se les llamase “encarneros” y “rosarieros”, respectivamente. Sin embargo, las chicas, para evitar que sus padres y conocidos pensaran que esa decisión significaba un desprecio hacia los nombres con los que habían sido bautizadas, siguieron celebrando su santo (es decir, las fiestas patronales de sus localidades) en honor de Nuestra Señora de la Encarnación y La Virgen del Rosario, respectivamente.

El Sauzal es el menor de los hijos del matrimonio, tan educado y estudioso como sus hermanas, pero en cambio, pasa menos desapercibido. El chico cursó sus estudios elementales en el colegio de La Salle y luego el bachillerato en el antiguo Instituto de Canarias, tal como había hecho su padre. Desde pequeño se le dio muy bien el dibujo y la pintura, y aunque su padre se empeñaba en que después de clase participase en actividades como juego del palo o fútbol, el chico no mostraba demasiado interés. Lo más que consiguió Tacoronte fue que entrase en uno de los equipos de lucha canaria infantil que entrenaba, pero apenas duró un par de semanas. Él decía que no le gustaba “pelearse” y que además llegaba a casa todo molido,  lleno de  raspones y morados. Sin embargo, los fines de semana sí que acompañaba a su padre a las competiciones de arrastre de ganado, donde después de la lesión que tuvo, se había convertido en juez. Pero el chico se provocaba con las babas y las bostas del ganado, y aunque hacía esfuerzos sobrehumanos por aguantarse, al final dejó de ir.

Su padre estaba bastante preocupado por su benjamín, mientras que su madre y sus hermanas decían que no todo el mundo era igual, y que cada uno tiene sus gustos. Lo que realmente le provocó un gran disgusto fue lo que sucedió con la actividad fundamental de la familia. En efecto, tanto su  mujer como sus hijas colaboraban en perpetuar la tradición que él había iniciado con la viticultura. Las tres cubrieron de viñedos las tierras que se fueron repartiendo a lo largo de la comarca, y bajo la supervisión de Tacoronte, obtenían unos vinos excepcionales, con los que surtían a todos los guachinches y casas de comida que fueron proliferando por Acentejo. El Sauzal recibió las mejores tierras, muy cerca de las de su progenitor, precisamente por la intención de éste de supervisar su trabajo y convertirlo con el tiempo en su heredero; en cambio, aunque realizó tímidos intentos en la viticultura, manifestó a su familia que prefería dedicarse a las flores y plantas ornamentales, que el cultivo de claveles para la exportación podría ser un buen negocio. Tacoronte después de esta noticia estuvo varios días “encamado” del disgusto, aunque a todos decía que se trataba de un pequeño agravamiento de su lesión.

Coincidieron esas fechas con el fin de curso preuniversitario y el momento de tomar una decisión sobre qué carrera elegir. El chico comentó a sus padres que a él lo que realmente le gustaba era el dibujo y la pintura, incluso la escultura, y eso solo se podía estudiar en la escuela de Artes y Oficios que había en Santa Cruz, pero no tenía la consideración de estudios universitarios.  Ahí  su padre perdió la paciencia, por primera vez en su vida y le habló claramente. Le dijo que  no podía ser que todos en casa tuviesen una carrera universitaria, incluso “las mujeres”, y el benjamín de la familia, siendo un chico y además en el que más ilusiones tenía puestas, se conformara con pintar y dibujar.

Para no empeorar más la situación y por sugerencia de su madre, le comunicó poco después que había cambiado de opinión e iba a matricularse en Historia, como sus hermanas, pero con intención de especializarse en Historia del Arte. Esta decisión, en cierto modo salomónica, parece ser que a todos satisfizo. El muchacho, poco a poco le fue cogiendo gusto a los estudios por los que había optado y convenciéndose de que había sido una sabía decisión.


En sus ratos libres, como todos como sus hermanas, continuó dedicándose a la “agricultura a tiempo parcial”. Montó varios invernaderos en los que se desarrolló el cultivo del clavel y plantas ornamentales, sin olvidar algunas parcelas  destinadas a la viticultura, para no incomodar a su padre. Con las flores que sobraban del cupo de exportación, o con otras con las que intentaba experimentar y adaptar a la isla, cubrió todo el lugar donde vivía. Desde la carretera general hasta la costa instaló parterres, pérgolas y  jardineras por doquier, cedió cal en abundancia a los vecinos para embellecer las fachadas. Además, como disponía de capital suficiente, mandó construir miradores y sustituyó parte de la  vieja techumbre de tejas de la iglesia de San Pedro, por una especie de cúpula de aspecto “orientalizante” que evocaba aquellas construcciones y monumentos que estudiaba en clase.




La vida transcurría como siempre en las tierras de la familia, cada uno con sus ocupaciones. Sus padres se vieron privados de cierta ayuda ya que los chicos se encontraban bastante ocupados con sus estudios y atendiendo a sus tierras. Por eso no tuvieron más remedio que contratar a algunos vecinos para que colaborasen en ciertos negocios que habían emprendido últimamente. Los Naranjeros y Agua García se encargaron de gestionar varios restaurantes  a donde los fines de semana se acercaban numerosas familias de Santa Cruz y La Laguna. Invirtieron en la modernización de las barcas de la cofradía de EL Prix, con la condición de que las mejores capturas se reservasen para dos restaurantes que habían  abierto en la zona, a cuyo cargo estaban la mujer y las hijas de este vecino.

Pero no solo se orientaron por la rama de la hostelería. Tacoronte, con la experiencia del hotel Camacho, había aprendido muy pronto que los turistas extranjeros disponían de abundantes recursos, solo había que buscar un sistema para que dejasen una parte en la isla. Con esta idea, creó el primer campo de golf que hubo en Tenerife, muy cerca de su residencia. Allí contrató como recepcionista a Guamasa, una de las pocas personas que hablaba idiomas en la comarca, ya que había trabajado inicialmente en el hotel y con la que su mujer tenía muy buena amistad desde su etapa lagunera.

Por último, Barranco de Las Lajas, marido de Agua García, empezó a trabajar como medianero para él. Se encargaría de las fincas de la zona alta, así como de realizar también ciertas funciones de guarda forestal. Aquí aparece un personaje que tendrá bastante relación con su familia, aunque sea de una manera “extraoficial”. Se trata de Ravelo, hijo del matrimonio formado por Agua García y el Barranco de Las Lajas, de una edad similar a la de El Sauzal.

Hay que hacer notar, que como sus padres, también El Sauzal había hecho algunas incursiones en el mundo empresarial, como cuando instaló la conocida Casa del Vino, en las proximidades del Mirador de La Baranda. Pero como ya hemos señalado, él era un apasionado de las flores y plantas ornamentales, consideraba que con “materiales” tan bellos, solo se podían realizar obras bellas. Nada más acabados sus estudios, se tomó un par de años sabáticos antes de iniciar la tesis doctoral, y montó una de las primeras floristerías que hubo en la isla. Poseía una materia prima de excelente calidad, un gusto exquisito y unos conocimientos de dibujo óptimos; con todo este bagaje se dedicó a la creación artística en el mundo floral: no había en toda la isla ramo de novia, escenario de fiestas patronales, paso procesional o coronas para entierros, que no hubiera pasado por sus “delicadas” manos  o las de sus colaboradores. El enorme éxito obtenido le permitió abrir dos sucursales, o como se decía en aquella época, “delegaciones”, una en La Orotava y otra en La Laguna.

El chico era una auténtica caja de sorpresas, porque se atrevió además con el diseño de vestuario, alcanzando un éxito extraordinario. Así realizó numerosos diseños con variaciones sobre el traje típico para los talleres de  sus parientas “las morochas” que solían estrenarse en las respectivas romerías de San Isidro en La Orotava y El Realejo. Su bisabuela le encargaba por carnaval el vestuario del Orfeón, con el que obtuvo numerosos triunfos. La lista de clientes de todo tipo sería interminable: bodas, puestas de largo, comuniones, etc.

Toda esta actividad le impedía dedicarse  a los viñedos e invernaderos como era necesario, así que desde un primer momento había delegado en una persona de su confianza, que ya hemos nombrado. Se trataba de Ravelo, un chico que vivía con sus padres en la zona alta, pero relativamente cerca de éste. Se conocían desde pequeños, e incluso durante el tiempo que entrenó en el equipo de lucha, coincidieron. Aunque Ravelo siguió haciéndolo, convirtiéndose en un luchador de primera, pero sin dejar la actividad agraria, que era su medio de vida. Además, sus padres trabajaban para Tacoronte y Santa Úrsula, uno como medianero y la otra encargándose de  unos restaurantes.

Con el tiempo ambos se hicieron inseparables, así que contrató a otra persona para que se encargase de lo que podríamos llamar “asuntos agrarios” y Ravelo se convirtió en su colaborador más cercano, digamos en la persona de su “máxima” confianza. Tanto, que pasados los años El Sauzal constituyó una sociedad que englobase a todas sus actividades y lo nombró socio “copropietario”.

Antes de finalizar, habría que decir que una vez agotado su periodo “sabático” El Sauzal retomó su relación con la universidad. El tema de su tesis doctoral fue la “Vida y obra” de un insigne tacorontero (aunque nacido en La Laguna) el pintor surrealista Óscar Domínguez. Para su realización tuvo que trasladarse a París, donde  desarrollaba su obra el artista, y allí residió durante varios meses, acompañado, como no, por su colaborador y amigo Ravelo.


Este capítulo no podría concluir sin hacer al menos una breve mención a un grave problema que afecta al cabeza de familia, Tacoronte. Esta “enfermedad”, que lo tiene muy preocupado se debe a una infección que ataca de una manera destructiva tanto a la madera como a los viñedos. Parece ser que ésta proviene del extranjero, por lo que posiblemente la infección se produjo a través de los numerosos visitantes foráneos que pasan por la zona. Su mujer está continuamente pendiente de él y lo acompaña a todas las visitas médicas, aunque aún no se ha encontrado el tratamiento eficaz que acabe con esta plaga. Sin embargo, a pesar de su preocupación y temores, y en espera de que  encuentren una solución al mismo, Tacoronte continua haciendo su vida normal como si nada hubiera pasado.



José Solórzano Sánchez ©


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